Tierra Adentro

Me gusta pensar que pertenezco a una generación que buscó regenerarse a sí misma y salir adelante. Con ello me refiero, un poco en broma, a quienes hemos vivido situaciones similares respecto al consumo de drogas y ahora nos dedicamos a algo relacionado con el arte. Las fotografías de Hecho en Ciudad Juárez, de Germán Canseco, me trajeron de vuelta los recuerdos del deterioro de mi propio cuerpo durante esos años, el mal sueño que significa la realidad cuando uno se automedica de esta forma y piensa que no pasa nada, que no pasará nada años después, cuando nuestro cuerpo cobre la factura.

En Hecho en Ciudad Juárez, los retratados son en su mayoría migrantes que no pudieron cruzar la frontera, que lo perdieron todo al perseguir un fantasma o al huir de lugares sumamente violentos y se hicieron amantes de la malilla —como le dicen a la heroína— en alguno de los miles de picaderos de Ciudad Juárez, Chihuahua.

En nuestro caso, a los 20 años el mundo posmoderno de la fiesta nos sedujo y de su mano tomamos las peores decisiones. Algunos terminamos en salas de emergencia, otros en centros de rehabilitación (los spas, como les decimos con humor); quienes se la vieron más difícil pasaron un tiempo en manicomios (manicures, como los llamamos para aminorar el miedo); y peor aún, los menos afortunados, aquellos que no contaron con el apoyo de su familia o con los recursos suficientes, todavía siguen deambulando entre la lucidez y la pesadilla que significa vivir anestesiado.

Hecho en Ciudad Juárez se inauguró el pasado diciembre en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo. No se trata de una serie nueva, pertenece a la colección José F. Gómez y fue reimpresa gracias al apoyo del Centro de las Artes de San Agustín (CASA). En septiembre del año pasado, Germán Canseco, Antonio Turok, Juan Carlos Reyes y Félix Reyes Matías presentaron en el mismo lugar, esta serie fotográfica en formato libro. Para tomar estas fotografías, Canseco visitó más de 80 picaderos de aquella ciudad fronteriza durante el 2008.

Cuando en una entrevista le preguntaron si había sido peligroso fotografiar esos lugares, Germán contestó que sintió más miedo al buscar una fotografía de Peña Nieto. Como fotoperiodista de la revista Proceso, cubrió además el conflicto armado en Chiapas, las visitas del Papa a México, las campañas electorales desde Ernesto Zedillo hasta Peña Nieto; el conflicto magisterial en Oaxaca, la hambruna en la Sierra Tarahumara y las caravanas del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD).

Al escuchar que algunas personas defienden el consumo libre, recreativo, de drogas, pienso que nadie sabe lo que dice. Aún hoy me cuesta trabajo tomar una postura firme en torno a la legalización de estas sustancias. Veo que es claramente un problema de salud pública que debe atenderse, que la legalización implica también hacer esta llaga visible y darle solución; sin embargo, también miro con desconfianza a quienes se proclaman consumidores frecuentes y dicen poder controlarlo, no estar dañando su sistema nervioso, su equilibrio mental, su carne.

Las imágenes exhibidas en el Centro Fotográfico Álvarez Bravo retratan estas vicisitudes del cuerpo de los adictos a la heroína. Carne carcomida, carne molida por las jeringas, las infecciones y el daño que causa esta droga en los tejidos frescos. Deterioro de la carne por la malilla. La malilla que los obliga a robar y hasta a matar para conseguir un poco de dinero e inyectarse unas cuatro veces al día. Hay una imagen estremecedora que Germán Canseco tituló “El baile del diablo”. En ella aparecen dos pares de piernas en aparente movimiento sobre el piso de tierra de un picadero. Un hombre y una mujer bailan, seguramente en éxtasis por la droga. Sus piernas desnudas muestran las heridas que han dejado los pinchazos, sangre expuesta y coagulada, a veces chorreante.

Aparte del horror y la sorpresa que producen estas imágenes en el espectador, lo que se rescata en ellas es su carácter de denuncia social. Canseco hace visible esta realidad desgarradora, un estado de las cosas del que evidentemente poco sabemos. No en balde Inframundo —proyecto paralelo a Hecho en Ciudad Juárez — le hizo merecedor del Premio Nacional de Periodismo 2008. Lo cierto es que en las clínicas suelen negarles atención médica, quizás porque los consideran un caso perdido, quizás por desconfianza o miedo. Quizás porque comúnmente se piensa que un adicto sabe qué hace y no le importa, es egoísta y prefiere el placer que otorga la sustancia, y en parte así es, pero también un ser desterrado necesita ayuda, todos en algún momento la necesitamos.

Hace algunos años no me daba cuenta de que el uso de drogas, ese uso excesivo que forma parte de la fiesta y su sintomatología, es un reflejo vivo de un sistema enfermo donde aprendemos a automedicar nuestras desgracias. Hijos posmodernos, con padres que trabajaron todo el tiempo para cumplir sus propias fantasías. Fuimos educados por la publicidad y las falsas gratificaciones. Aprendimos a tragarnos todo el miedo y a explotar en la plasticidad de la fiesta, la música, la compañía efímera. Muy diferente es el caso de los adictos retratados por Germán Canseco. No obstante, en el fondo compartimos la facilidad con que encontramos las sustancias y lo difícil que fue recibir ayuda o pedirla.