Hanni El Khatib: el lado rockero, polvoso y salvaje de la luna
A como están las cosas hoy día en el mundo occidental con relación a los conflictos en Medio Oriente (y eso que esto se escribió antes de los atentados en Francia), que un artista pretenda abrirse paso en aquel país portando un nombre árabe me parece, de entrada, un acto más que valiente… muy osado. Así que conociendo tan sólo el nombre deje correr el track que da título al tercer LP de un músico orgulloso de sus raíces. “Moonlight” tiene un arranque exótico que me remontó a lo que hace la banda Dengue Fever; una combinación de psicodelia con rock camboyano anterior al estallido de la revolución, al que suele llamarse rock jemer. Pero por allí no iban los tiros.
Luego me pareció que también tenía que ver con esa actualización de aquella maraña sesentera que hacen los australianos de Tame Impala (especialmente en el tema “The Teeth”). Es interesante escuchar como ese sonido retorcido y de largos pasajes instrumentales se ha extendido a lo largo y ancho del mapamundi. Algo tendrá que ver con la Retromanía señalada por el ensayista Simon Reynolds, pero tampoco es el blanco principal. A fin de cuentas, ésta es una buena historia que se alimenta de países y culturas.
Resulta que este multi-instrumentista es norteamericano de nacimiento pero sus padres le aportan dos afluentes; por una parte, la tradición palestina (que se aprecia desde el nombre mismo), mientras que por parte de madre es mitad filipino (especulemos que de allí proviene ese tufillo exótico). El asunto es que Hanni es el primer miembro de ambas familias ya con tal nacionalidad y crecido en San Francisco, esa ciudad californiana tan crucial para la historia del rock y otros enclaves culturales, como la generación beat.
Se trata de una urbe —localizada en medio de la bahía y de montañas— que se ha caracterizado por ser punto de encuentro de viajeros (puerto, al fin), por desarrollar una importante tolerancia social que le permite ser uno de los sitios más progresistas de Estados Unidos. Cuenta además con una buena infraestructura de bares y salas de concierto para tocar. El talento local encuentra mucho fogueo.
El Khatib ha decidido formar parte de esa larga corte de músicos que rinden reverencia al pasado y al sonido del blues y el rock primigenio y polvoso; es un músico que identificamos con sótanos avejentados, con garajes astrosos y un fuerte olor y sabor a whiskey bourbon. Basta decir que los grandes ídolos del guitarrista son, nada menos, que Robert Johnson y Sam Cooke.
Desde su debut con Will The Guns Come Out (2011) dejó ver que de la escena actual tiene mucho que ver con Jack White, John Spencer Blues Explosion y hasta un poco de Black Rebel Motorcircle Club (cuando sube la velocidad). Es por ello que no extraña que para su siguiente grabación, Head in the Dirt (2013), haya escogido como productor a Dan Auerbach de The Black Keys (el rival más conocido de White), pues también el gusta del rock ruidoso, destartalado y muy vintage. “Family” se convirtió en un éxito del circuito emergente y una de sus piezas insignia.
Otra peculiaridad de esta historia es que Hanni El Khatib antes de incursionar de lleno en la música era el director creativo de HUF, una importante compañía para la moda y la parafernalia skate (él mismo es un consumado patinador). Como parte de las campañas que había desarrollado había recurrido a su pasión por la cultura pop de los años 50 y 60 o de figuras como Elvis y Johnny Burnette. Es decir, se trata de un tipo avezado en el diseño y aplicación de estrategias. Cada vez que tiene oportunidad explica que se considera un gran consumidor de música, fanzines, arte, fotografía y cine. Ocupa todo lo que le obsesiona en sus canciones que han sido elegidas para comerciales de marcas importantes como Capitán Morgan, Nike y Nissan.
Desde sus comienzos presentó sus temas con una buena frase —un tanto romántica—: “estas canciones fueron escritas para alguien que nunca haya sido disparado o arrollado por un tren”. Levanta altas expectativas, que compensa con un rock rugoso y áspero, bastante peleón, que ha fogueado bastante en festivales como el SXSW y Bonnaroo, además de girar con Florence and The Machine, recabando la experiencia del buen telonero.
Con ese rodaje es que encaró a su tercera creatura; Moonlight (Innovative Leisure, 2015). Las 11 canciones que lo conforman buscan tener el octanaje necesario para acelerar a un público más amplio y para ello recurre a riffs cochambrosos y rústicos. La idea es que aflore ese lado salvaje que fundamenta al viejo rock and roll.
Hay músicos a los que les queda bien esa condición de outsider; lo mismo a un enriquecido Jack White que a figuras de un culto más minoritario como The Legendary Tigerman. Hanni bien podría acomodarse en un punto intermedio entre ambos.
No resulta un dato menor que ha contado en repetidas ocasiones ser coleccionista de coches clásicos, latas de pomada y navajas de muelle; objetos que proceden de tiempos idos. Hanni se asoma una y otra vez al pasado a la hora de rockear y presume su pasión por lo artesanal y una manera directa y natural de hacer las cosas. Él tiene claro lo que cualquier artista que se respete debe enfrentar: “tener errores y hacer las cosas lo más crudas posible”.
Moonlight no tiene lugar para contemplaciones… es un disco de rock; tanto sólo hay que dejar que corra su furia.