Tierra Adentro
Hans Küng investido Doctor Honoris Causa en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), 2011, Wikimedia Commons.
Hans Küng investido Doctor Honoris Causa en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), 2011, Wikimedia Commons.

Penúltimo exponente de la Nouvelle théologie, Hans Küng perteneció a una generación perdida y nunca suficientemente aquilatada de teólogos católicos (la mayoría franceses) de la talla de Rahner, Congar, de Lubac, Teilhard de Chardin, von Balthasar, Schillebeeckx y Daniélou, todos acusados de heterodoxia (y en el caso de la obra del jesuita Teilhard de Chardin, con una advertencia decretada post mortem sobre imprecisiones rayanas en la herejía).

Hacia la década de 1950, la Nouvelle théologie identificó como una de las causas del anquilosamiento y la crisis del catolicismo romano su resistencia a dialogar con el mundo moderno, pero, sobre todo, a reconocer lo que de valioso había en él. La genialidad de esta corriente es que no tuvo un precedente generacional: el siglo XIX fue, en términos teológicos, poco menos que vergonzoso. Pío IX (1792-1878) encabezó una cruzada mediática contra las revoluciones liberales de Europa y América Latina, eco de pugnas absurdas lideradas por sus predecesores, como la de Gregorio XVI (1765-1846) contra la laicidad y la de Pío VIII (1761-1830) contra la Crítica de la razón pura de Kant. La mediocridad teológica del siglo XIX sólo cuenta una excepción, la del cardenal John Henry Newman, formado en un ambiente harto distinto a del católico decimonónico, en la Universidad de Oxford.

Contrario a lo que pudiera pensarse, la Nouvelle théologie atrapó pocos adeptos. Para clérigos y seminaristas formados bajo un régimen neoescolástico, y más aún, con la orden expresa de Roma de no modificar una sola coma a los manuales de teología, cualquier cosa ajena a la pluma de santo Tomás de Aquino resultaba escandalosa, por decir lo menos. Dos jóvenes teólogos, sin embargo, alumnos de Romano Guardini (1885-1968), se unieron a las raquíticas filas de esa nueva corriente teológica. Eran alemanes recientemente ordenados sacerdotes con una curiosidad intelectual destacable desde el seminario: Hans Küng y Joseph Ratzinger (1927), el último sobreviviente —que no heredero— de la Nouvelle théologie.

Cuando, en enero de 1959, el papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II y los vientos del aggiornamento corrían por los pasillos del Vaticano, las inquietudes de la Nouvelle théologie se convirtieron en referentes de las discusiones conciliares que se llevaron a lo largo de los siguientes seis años. Así, la necesidad del diálogo ecuménico, la revisión de los planes de formación académica y espiritual de los seminaristas y religiosos, el acercamiento de la Iglesia con “el mundo moderno” —del cual las ciencias naturales formaban parte— y las iniciativas en favor de la unidad de todas las denominaciones cristianas, dejaron de ser tabúes y se asumieron como los objetivos indispensables para mantener a flote la barca de Pedro. Es en ese contexto que Hans Küng, invitado al Concilio como perito, entra en contacto con los jerarcas más relevantes de la época. Para entonces se desempeñaba como profesor de teología en la Universidad de Tubinga, desde donde promovió la contratación de Ratzinger para la cátedra de Teología dogmática.

El protagonismo de Küng en el Concilio fue solo incipiente en comparación con el que adquiría en la década de 1960. Concluidas las sesiones conciliares, en 1965, Küng ya era reconocido como una de las voces más agudas pero también más provocadoras de la Iglesia; en 1963, por ejemplo, en una visita a los Estados Unidos —en la cual, por cierto, el presidente Kennedy lo invitó a la Casa Blanca—, la Universidad Católica de América expresó una moción de censura contra él. El motivo de fondo era su disenso en materia doctrinal sobre el dogma de la infalibilidad papal, una investigación académica que lo absorbió toda esa década.

El asunto no era menor. En ¿Infalible? Una pregunta (1970) expresa sus reservas al mencionado dogma. Sus críticas reflejaban la misma motivación que años antes había expresado Teilhard de Chardin al proponer nuevas maneras de comprender el pecado original que incluyeran lo mismo descubrimientos paleontológicos que la doctrina de los Padres de la Iglesia. Küng proponía hacer a un lado la noción de “infalibilidad” del Papa y pensar, más bien, en la “indefectibilidad” de la Iglesia:

En la medida que la Iglesia es humildemente obediente a la palabra y voluntad de Dios, tiene parte en la verdad de Dios mismo […], que no puede engañar […] ni engañarse […]. En tal caso está lejos de ella toda mentira […] y todo embuste […]. Así, la infalibilidad o inmunidad de error en este sentido radical significa un permanecer fundamental de la Iglesia en la verdad, que no puede ser suprimido ni siquiera por errores particulares (1971: 211).

La preocupación de Küng era la misma que algunos teólogos, como el citado Newman, compartían ya desde 1870 respecto de la proclamación dogmática de la infalibilidad papal. La apostasía en masa era el riesgo de considerar que un individuo, el Sumo Pontífice, gozara de una prerrogativa divina para nunca errar ex cathedra en lo que a doctrina y moral respecta. Lo importante era salvaguardar el contenido del dogma, no sus términos, y denunciar la suposición de que la infalibilidad de la Iglesia (en los términos admitidos en la cita anterior) descansaba sobre un conjunto de proposiciones infalibles. La propuesta fue recibida por Roma con extrañeza. En 1979, bajo el pontificado de Juan Pablo II, a Küng se le retiró la licencia para enseñar teología.

Es en la década de los setenta y ochenta, censurado por la Santa Sede —siendo Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, otrora conocida como la Congregación del Santo Oficio (de la Inquisición)—, la obra de Küng adquiere el carácter apologeta y ecuménico que la distingue. Al mismo tiempo que defiende la racionalidad de la fe cristiana frente a los embates de la racionalidad posmoderna, critica las pretensiones de autosuficiencia de la teología católica y su rechazo a entablar un diálogo con el mundo, propósito fundamental de Vaticano II. La voz de Küng encontró espacios en la Universidad de Tubinga, que se negó a echarlo pese a la censura de Roma, y en las editoriales más prestigiosas de Europa. Ser cristiano (1974), su publicación paradigmática, es de este periodo.

Uno de los frutos de las discusiones sobre el diálogo ecuménico que se gestaron en Vaticano II, es la Fundación Ética Mundial (Weltethos), proyecto que surgió en la década de 1990 y en cuyo establecimiento contribuyó Küng notablemente vía la publicación de Proyecto de una ética mundial (1990). El propósito de la fundación es incentivar un diálogo interreligioso que reconozca las premisas básicas de un sistema moral universal. Gracias a este proyecto, las últimas obras de Küng tienen un enfoque dialógico que, por irónico que resulte, encontró interlocutores genuinos más bien fuera que dentro de la Iglesia institucional. Siguieron Una ética mundial para la economía y la política (1999), La mujer en el cristianismo (2002), El islam. Historia, presente y futuro (2004) y Una economía decente en la era de la globalización (2019), entre otras.

En la tradición newmaniana, Küng entendió como pocas personas que el disenso no implica deslealtad, que la crítica puede convertirse en un camino de reconciliación y que la fe cristiana no se opone sino que enriquece la vivencia de una misma creación. Su testamento espiritual y declaración de principios, Lo que yo creo (2011), es una recapitulación de los fundamentos religiosos que orientaron su vida, de la cual conservo un ejemplar autografiado.

A principios de 2017 intercambié con él varias comunicaciones por correo electrónico a propósito de mis estudios sobre el dogma de la infalibilidad papal. Ya para entonces se encontraba muy enfermo y la comunicación, aunque breve y mediada por su asistente, fue siempre atenta y cordial. Semanas después, recibí un paquete de parte de la Fundación Ética Mundial: Hans Küng me enviaba un ejemplar autografiado de su libro. La caligrafía esclerótica de la dedicatoria evidenciaba la gravedad del Parkinson que le quitó la vida.

Descanse en paz.

Fuente:

KÜNG, Hans. (1971). ¿Infalible? Una pregunta, trad. de Daniel Ruiz Bueno. Barcelona: Herder.