Galvão y Galeana: dos comunistas latinoamericanas
Siempre hace calor en el séptimo piso del hospital público donde, desde hace unos quince años, paso algunas tardes en espera de medicinas y atención para mi padre. Más allá de la red de cables de la Comisión Federal de Electricidad, muy por encima de la red vial, mujeres esperamos a que atiendan a nuestros familiares. Somos siempre, casi indefectiblemente, mujeres: mujeres acompañando mujeres, mujeres solas, mujeres acompañando varones. No hay mucho qué hacer durante esas horas de número nunca predecible, así que las partidarias del silencio tejemos entre el coro de videos de las partidarias del bullicio, que nunca usan audífonos. Somos discretas, las aracnes, pero nos reconocemos, nos sonreímos, a veces compartimos puntadas y proyectos. Las más de las veces solo nos acompañamos, cómplices, tejiendo un tiempo que no nos pertenece, sujeto a la reparación de los tejidos de un cuerpo que no es el nuestro.
Cuando mi tiempo es mío y puedo optar por hacer lo que yo quiero, muchas veces traduzco textos que yo elijo. Es un inmenso privilegio. Así fue como traduje, el año pasado, la autobiografía precoz de Patrícia Galvão,[1] un texto muy íntimo que la escritora y militante comunista dedicó a su nueva pareja, Geraldo Ferraz, pasando revista a la intensa vida que había llevado hasta entonces. Seguido, mientras tejo y espero, evoco a Patrícia haciendo ojales para un sastre, trabajo que asumió por poco tiempo, a instancias del Partido Comunista Brasileño que, en ese entonces, ordenaba a sus miembros proletarizarse. Pienso también en cómo la vida de Pagu (apodo que llevó en su juventud) puede encontrar puntos de toque con la vida de otra chisporroteante escritora y comunista aguerrida, pero nacida en este suelo: Benita Galeana.
Pesa Plutarco en mi mente cuando se me ocurre concebirlas como vidas paralelas. Digamos mejor: vidas como los tejidos que nos mostramos las tejedoras del séptimo piso: con puntos de encuentro, hechos de materias semejantes, puntadas equiparables.
Completamente distintas en carácter y estilo, ambas se sentaron a escribir sus vidas en el mismo año, 1940, incitadas por sus compañeros solidarios. Militaron bajo los gobiernos opresivos de Getúlio Vargas, Calles y Ortiz Rubio. Eran jóvenes: Pagu tenía treinta años, siete menos que Benita. Acababa de salir de un largo periodo en las cárceles Getulistas, donde los comunistas sufrían especiales torturas y la habían, para colmo, expulsado del partido al que había dedicado una inmensidad de sacrificios, bajo el cargo de “degeneración sexual”. Quebrantada emocional y físicamente, pero embarazada y con la esperanza de un amor nuevo y de una vida más serena, Galvão escribe un texto en donde aún puede verse el miedo por las opresiones sufridas: nombres en clave, pasajes oscuros y una alusión directa a su espíritu trágico y complejo: Ahí tienes mis obsesiones, mis prejuicios, el contacto y los microbios. Qué bien estaría poder ver las cosas con simplicidad, pero mi vocación grandguignolesca me ha dado solo la forma trágica del sondeo.[2]
Es un texto amargo, el suyo, rabioso incluso por momentos, con vuelos poéticos y de una intimidad tan franca que aborda el tema del cuerpo, del deseo y del sexo con una apertura que haría sonrojar a escritoras que construyeron sus obras muchos decenios después y a las que hoy consideramos “adelantadas a su época”.
Franqueza y libertad semejantes bailotean (no se me ocurre otro término) en las páginas escritas por Benita Galeana,[3] natural de la Costa Grande y analfabeta hasta bien entrada su vida adulta. Sus letras, dirigidas, estas sí, a un público amplio, dan cuenta de una infancia huérfana, de arduos trabajos domésticos y muchas palizas propinadas por sus hermanas sobre un trasfondo hostil de lodo, lagartos y aguas crecidas. Con lenguaje llano y coloquial, puntea sus páginas de anécdotas graciosas, y pareciera pasar con una sonrisa divertida sobre los episodios más oscuros.
Patricia y Benita cuentan cómo se fueron acercando a la militancia. La primera gracias a que pertenecía al grupo de la vanguardia brasileña que se conoce como modernismo y tenía, por ese conducto, vínculos con intelectuales afiliados o cercanos al Partido Comunista y acceso a figuras como Luís Carlos Prestes, las cuales fueron despertando en ella el interés por las causas populares. Benita, más tardíamente, entró en contacto con el Partido Comunista Mexicano a través de una de sus parejas, que entonces era taxista: Manuel Rodríguez, al que más tarde expulsarían por simpatizar con el trotskismo.
Eran mujeres de armas tomar. Imposible no verlas vibrando en diapasón: Pagu defendiendo a balazos las oficinas del pasquín O homem do povo, en el Centro de São Paulo, donde escribía la columna “A mulher do povo”. Benita, pistola en mano, trepada al mostrador de una charcutería y dando discursos sobre la guerra sino-japonesa, o soltando palos contra los Camisas Doradas en el centro de la Ciudad de México. Imposible no verlas caminando lado al lado mientras los tiras les pisaban los talones en callejones nocturnos de dos geografías distintas, por idénticos motivos. Para cuando escribieron sus biografías, Pagu había sido encarcelada una veintena de veces; Benita, una cincuentena. Ambas habían organizado y dirigido células comunistas: Pagu, como obrera en la industria metalúrgica; Benita, como cocinera entre los soldados de un cuartel.
En cierto momento, si el mapa pudiera doblarse de modo que, como dice un poema de Ana Martins Marques, São Paulo y la Ciudad de México tuvieran frontera,[4] las veríamos casi cara a cara en el episodio de los cabarets: Pagu era acomodadora en un cine. Allí, la brasileña emprendió la organización de un sindicato de trabajadoras del mundo del espectáculo. Cuando las cabareteras quisieron afiliarse —y cumplían con todos los requisitos—, las señoritas de familia que trabajaban en los cines se negaron, escandalizadas. Mientras tanto, en la Ciudad de México, Benita era fichera.
Patrícia era normalista de formación, escritora ya desde joven, y dibujante. Tuvo acceso a los textos marxistas desde muy pronto. Al tiempo que Benita critica la poca formación y el poco cuidado que tenía el partido con sus miembros: de las dos, pareciera que fue Benita, sin embargo, quien gozó de mayor libertad de palabra. Pagu se vio obligada a callar, a hacer a un lado el trabajo intelectual, a someterse al trabajo físico y a renunciar durante largos periodos a sus lazos familiares, pues la dirección del partido, en Brasil, no confiaba en los miembros de origen pequeñoburgués. Es como si ambas fueran dos caras de una misma moneda: mientras que Pagu cargaba con el peso de un origen relativamente privilegiado y por eso la burocracia estalinista restringía su palabra, Benita, de un origen mucho más humilde, arrastraba una falta de formación que el partido no se esforzó por subsanar. Reflexiona Benita:
En mis años de lucha activa en el Partido logré conquistarme algunas simpatías entre el pueblo, porque yo he vivido toda mi vida en contacto con el pueblo, al grado que, cuando me presentaba en algún mitin, la gente empezaba a gritar: “¡Que hable la compañera de las trenzas!”. La de las trenzas era yo, porque así me peinaba, como las mujeres del pueblo, y la gente me tenía confianza por eso y seguramente también por mi modo de hablar, que ellos entendían muy bien. Estas cosas podía haberlas aprovechado el Partido haciendo de mí una militante más capaz y mejor orientada… pero nunca se ocuparon de mí. Después, cuando estuve a punto de alejarme del Partido, por mi amor tan grande por Humberto, no hubo nadie que dijera “¡Hay que ver si salvamos a Benita!”, sino que se pusieron a decir nomás: “¡Benita ya está perdida, está muy aburguesada!”.[5]
Pagu, en cambio fue encarcelada tras tomar la palabra en un mitin de los obreros del puerto de Santos, y como recibió mucha atención mediática por tratarse de una persona clasemediera, el partido la reprendió duramente.
Para probar su lealtad a la organización, Patrícia escribió la primera novela proletaria de la literatura brasileña: Parque industrial.[6] En ella, da muestras de su habilidad para escuchar las formas de expresión populares, el ruido de los barrios obreros de São Paulo y la situación especial de opresión de la mujer. En este sentido, Benita (que a veces pareciera un personaje de esta novela) y Patrícia son claras:
Entonces resolví volver al cabaret, con una pena que mejor me quería morir. Sentía asco al ver cómo se explotaba allí a los trabajadores que iban a dejar su raya, y mis compañeras me daban lástima cómo eran explotadas por el dueño del cabaret, que les cobraba cinco pesos cada vez que salían con algún amigo… Entonces sentía más rabia contra el régimen capitalista, que es el culpable de que existan esas cosas.[7]
Ambas autoras eran madres y, de todas las angustias que atraviesan estos libros, la más dolorosa es la de la enfermedad de los hijos en situaciones especialmente precarias, sea por la pobreza, por la persecución política o por la distancia impuesta por la burocracia del PC. Es como si estas dos mujeres, por tener una vida en el mundo, hubieran tenido que pagarla con el precio del cuidado, el suyo y el de sus hijos. El cuidado, en sus textos, es episódico: algunos momentos serenos en los que el cuerpo engorda un poco, los hijos están cerca y las heridas sanan para luego volver a la carga.
Ese cuerpo, lo saben ellas, es moneda de cambio en el mundo en el que viven. Doblegada por las carencias y con la hija enferma, Benita promete “irse” con un general a cambio de que le pague un doctor a su pequeña. Patrícia, miembro del Comité Fantasma del PC, se ve obligada por la burocracia del partido a intercambiar sexo por información estratégica.
El texto de Pagu brotó en un momento de exhaución: el cuidado y el amor de su vida futura empiezan a notarse, pero ceden ante la evocación del duro pasado. Con botas de siete leguas y credenciales del partido, Galvão pisó las arenas del Yangtsé, conoció Japón y presenció la coronación de Puyi en Manchuria, atravesó Siberia en tren, extasiada ante el espectáculo de la Rusia soviética, pero es con sarcasmo como describe su alegría, que al fin revienta, como una ola, ante la imagen de una niña pequeña que pide limosna en la Plaza Roja. Así cierra su carta, aunque no su vida militante, que prosiguió por otros derroteros: ya se había pronunciado por el trotskismo y su voz pudo al fin oírse en los textos lúcidos y directos que publicó después en el periódico Vanguarda Socialista, la novela A famosa revista, escrita a cuatro manos con Geraldo Ferraz, y los cuentos policiacos que publicó bajo el pseudónimo King Shelter. Acabó dedicando sus años maduros al teatro y la militancia cultural.
Benita, por su parte, cierra con una nota de optimismo. Escribe su texto en un momento de reaproximación al partido tras un periodo de distanciamiento ocasionado por una relación sentimental. Volver a dar discursos en las calles la llena de vida y de orgullo. Al igual que Pagu, fue expulsada del Partido Comunista; ella se unió al Partido Obrero y Campesino de México, de Valentín Campa, para luego reconfluir en el PC. Dedicó su vida a la militancia, muchas veces con énfasis en las reivindicaciones de género dentro de la línea socialista.
Mientras hilvano estas historias y tejo, en el séptimo piso del hospital público, mi tejido de la espera, pienso en mi relación conflictiva con el tema del cuidado. Sé que el acceso a la salud es una conquista que debemos a personas como estas dos viejas guerreras, que renunciaron dolorosamente al cuidado de sus hijos, una, por militar, otra, porque vivía en condiciones de inmensa vulnerabilidad económica. Ambas, porque el sistema capitalista las orilló a eso: porque eran a la vez sus víctimas y sus adversarias. En el fondo, luchaban también por un sistema en que el cuidado no tuviera que recaer solamente sobre las mujeres, en el que ninguna mujer tuviera que renunciar al mundo por el cuidado ni viceversa. Un sistema en que el cuidado no fuera esa cosa a un tiempo imposible y obligatoria para cada mujer individual, sino tan solo un aspecto, resuelto en colectivo, de una vida digna y rica para todes.
[1] Galvão, Patrícia, Pasión Pagu: autobiografía precoz de Patrícia Galvão, trad. Paula Abramo, pról. Olivia Teroba, Ciudad de México, UNAM, (Colección Vindictas), 2024.
[2] Galvão, Patrícia, op. cit., p. 31.
[3] Galeana, Benita: Benita, Ciudad de México, Brigada para Leer en Libertad, 2017. Disponible gratuitamente en http://brigadaparaleerenlibertad.com/libro/benita.
[4] Insististe / en doblar el mapa / de modo que nuestras ciudades / separadas una de la otra / por exactos 1,720 km / tuvieran frontera. (Marques, Ana Martins, El libro de las semejanzas, trad. Paula Abramo, Buenos Aires, Zindo & Gafuri, 2022.)
[5] Galeana, Benita, op. cit., pp. 139-140.
[6] Parque Industrial: novela proletaria se publicó bajo el pseudónimo Mara Lobo en 1933. Está traducida al español por Martín Camps y puede leerse gratuitamente en el siguiente enlace: https://scalar.usc.edu/works/parque-industrial/index.
[7] Galeana, Benita, op. cit., p. 142.