Fracasos guardados bajo llave
Titulo: Los últimos hijos
Autor: Antonio Ramos Revillas
Editorial: Almadía
Lugar y Año: México, 2015
Sentí una brisa helada cuando leí Los últimos hijos de Antonio Ramos Revillas. Ventisca digna de esos libros que arrebatan la tranquilidad del lector y lo conducen hacia un barranco sin ramas de donde asirse. Apenas di vuelta a las primeras páginas y encontré a Alberto e Irene, víctimas de un asalto en casa que desnudó los fracasos guardados bajo llave: un matrimonio fingido que vivía la rutina mecánica y el cuarto de su hijo nonato, habitado por un reborn —muñeco de látex hiperrealista diseñado a imagen de la pareja— abandonado en la cuna. Tras el robo, Alberto contempla su casa con frialdad y desapego. Todo sitio robado pierde intimidad y a los desvalijados no les queda más que reapropiarse lentamente de lo suyo. ¿Debería uno preocuparse por los objetos hurtados o por todo aquello que los ladrones miraron y no quisieron llevarse? «Guardas algo durante años y con qué facilidad queda expuesto ante los desconocidos para que hurguen y formen con eso una imagen nueva de ti», dice el protagonista.
Poco después, gracias a un detective privado, Alberto ubica a los asaltantes y decide robar a la hija de la mujer que participó en el saqueo, no sólo para vengarse de ellos, sino del destino que enfrenta. Cuando lo consigue, se asume como autoridad y se pregunta si debe regresarla o arrebatarla para siempre. Esta acción descarnada le sirve para exiliarse con su esposa y abandonar su vida cotidiana en menos de una semana.
Novecento, el pianista que da nombre a la obra homóloga de Alessandro Baricco, se pregunta horrorizado cómo elegir una ciudad para vivir, una mujer con quien casarse frente a las innumerables alternativas que te ofrece el mundo. Del mismo modo, Alberto fantasea cómo serían sus hijos con todas las mujeres que conoce o que pasan frente a él. Cada encuentro es una oportunidad para ponerle un nuevo rostro a ese hijo imaginado, según el vientre que pudo materializarlo. Incluso encuentra en aquella niña robada —a quien nombra Betsabé— algunas facciones suyas, como si en verdad fuera su hija. No obstante, la fantasía se disipa cuando la pareja comienza una vida en El Sartejonal, un pueblo olvidado en la región más paupérrima de Zacatecas.
Las escenas que Ramos Revillas sugiere están lejos del lugar común y, por el contrario, sirven al lector para caminar sobre un suelo escarpado donde la tierra seca quema el doble. Los semáforos al pie del pueblo dan la sensación de que el tiempo avanza más lento porque aún no ha llegado el sistema saturado con que vive la metrópoli. Es el pueblo donde sólo habita un grupo de ancianos, quienes cuentan viejas anécdotas como si tuvieran arenilla en la boca.
Ser padre ha perdido la connotación del deber y ha adquirido, en su lugar, una opinión silenciosa y contrariada. Ahora se puede elegir tranquilamente no tener hijos, de modo que la duda crece más. Es más fácil no pensar en ser padres cuando todavía se juega un cómodo rol de hijos y cuando sabemos que la situación económica no nos favorecerá por razones innumerables. Sin embargo, para varios la duda sigue punzante.
Crecimos con la imagen de que los papás no lloran y cuando sucede algo grave apenas se les deforma el semblante. Una demanda injusta que delineó el carácter de muchas generaciones dentro de las que me incluyo. No es común conocer a fondo la angustia y el duelo de un hombre por su hijo fallecido.
Esta tragedia también está ejemplificada en la obra con la figura bíblica de Betsabé, amante del rey David, que pierde su hijo a los siete días de nacido por castigo de Dios. El lamento sólo da espacio a lo que rey siente y la voz de Betsabé, su dolor de madre, se encuentra aminorado, acallado en las páginas del Antiguo Testamento. El narrador (re)crea el salmo de la pena que arrebata a los padres cuando un hijo suyo desaparece.
Los últimos hijos es una obra afortunada que desliza sus piezas y pone en jaque mate al lector para que estas dudas tomen una posición central; y hace de nuestra casa un museo de lo extraño, un lugar de derrotas, cicatrices de proyectos abandonados e inconclusos que protegemos dentro de sus paredes.