Este sueño es para ti, James Bond, así que paga su precio
Este sueño es para ti, así que paga su precio.
Vuelve un sueño realidad, solo se vive dos veces.
Nancy Sinatra
Uno. Tengo muchos amigos que desdeñan las películas de James Bond. No se me hace descabellado que lo hagan; nuestra generación creció viendo cine americano en el Canal 5, y fue de lo más normal ver las películas donde el agente británico era interpretado por Pierce Brossmann, o por Roger Moore, en estas historias ridículas en las que un solo hombre salva a todo el mundo. Ridículas, por los elementos de su trama; como la escena de Goldeneye en la que Bond maneja un tanque por Berlín; y ridículas, por la facilidad con la que el agente británico salía de las situaciones más riesgosas de las maneras más absurdas, como cuando la lancha se transforma en coche para avanzar por las calles de Londres, en El mañana nunca muere. Películas hechas como producto que no generaron un gran impacto en nosotros como, por ejemplo, sí lo hizo Volver al futuro.
Dos. Ian Fleming fue un escritor británico que trabajó en los servicios de inteligencia y que tras su jubilación decidió crear a un agente que más que un espía en forma es un provocador; es decir, es un agente que tiene permiso para sabotear, más que quedarse en las sombras. Quizá era la vida soñada por Fleming. Otro de sus compañeros, John Le Carré, crearía espías más cotidianos y que sufrían las represiones de los gobiernos de los cuales filtraban información; muchas veces lo hacían como dobles agentes o como topos, pero siempre eran personas sin dinero que sobrevivían a cómo se podía. Para marcarme más la diferencia entre ambos mundos del espionaje, estos meses decidí leerme algunos de las novelas originales de Fleming, aunque no todas se consiguen fácilmente. Me adentré en Casino Royale, Doctor No, Operación Trueno, El espía que me amó y Solo se vive dos veces: al igual que en las recientes películas del universo de Marvel la receta es la misma: Bond es enviado a una misión peligrosa, hay una chica de la cual se enamora que puede o no ser peligrosa, consume cantidades inhumanas de alcohol, hay una amenaza fuerte simbolizada, por lo general, en un solo individuo, y al final salva al día y por azares del destino se aleja de la chica que, en ese momento, es su objeto de deseo. En los libros, el agente es un hombre de ojos azules –que hasta Craig ningún Bond había tenido–, el cual se aburre en la oficina del MI6 en lo que su jefe lo envía a misiones donde su vida siempre corre riesgo; por las tardes llega a su casa a ignorar a su ama de llaves mientras toma o se va a los casinos a apostar y alcoholizarse. Es una persona huraña. Además, está rodeado por una serie de personajes con los que tiene rutinas de trato que suelen ser identificables: siempre tiene riñas o problemas con M, el coordinador de la sección doble o; siempre coqueteaba con Monneypenny, la secretaría de su jefe; o va y pide consejo a Bill Tanner, el coordinador de seguridad. A veces, en algunas misiones, comparte las hazañas con el agente americano Félix Leiter, que es lo más cercano que tiene a un hermano.
Tres. La fórmula de los libros imprime una receta que las películas de Sean Connery hasta Pierce Brossman seguirán al pie de la letra, aunque no siguieran el camino de los libros al dedazo. Aunque no lo conseguí, en lo que me documenté descubrí que Al servicio secreto de su majestad es el punto de inflexión para Bond tanto en los libros como en las películas, aquí el orden de los productos se altera: Bond primero conoce a Tracy y a través del padre de ella, que es un mafioso, obtiene información para darle caza a Ernest Stravo Blofeld, el director de la organización terrorista Spectre 1, uno de los villanos más emblemáticos, el mayor enemigo de Bond, al que incluso se parodia en Austin Powers como este personaje calvo que viste una filipina gris y siempre está acompañado por un gato de angola. La misión se salva, eso sí, como siempre. Bond y Tracy deciden casarse y dejar la vida de peligros. Y justo cuando van alejándose de la boda, Blofeld y secuaces los embisten y disparan al coche, asesinando a Tracy. Ahí termina la historia: sin final redentor. Con Bond abrazando el cuerpo de Tracy mientras le dice a un policía: “Todo está bien, todo está bien, oficial, está descansando y nos iremos pronto. No tenemos prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo”. A largo plazo, para las películas producidas por Eon Productions eso no pasaría de un usual recordatorio de que, en algún punto, Bond estuvo casado; para los libros marcaría el final de Bond al ser enviado a Japón en Solo se vive dos veces, para cumplir una misión normal hasta que descubriría que ahí está escondido Blofeld. Y en el intento de asesinarlo se enamora de otra mujer, tiene un hijo y es dado por muerto. En las aventuras cinematográficas nunca se había respetado la cronología original de los libros y, en realidad, ya no servían para nada: es a partir de la adaptación de Solo se vive dos veces, cuyo guion fue realizado por Roal Dahl, que las películas se distancian de los libros. En ellas, desde Sean Connery hasta Pierce Brossman son un mismo James Bond que ha perdido a la misma esposa, y quien vive los mismos arquetipos una y otra vez.
Cuatro. La verdad es que, incluso, a mí no me importaban las películas de James Bond. Esto fue hasta antes de que mi padre llevara a la casa un devedé de Casino Royale (2006), la primera película de la franquicia protagonizada por el actor inglés Daniel Craig. Además de que la personificación del agente secreto que realizaba este actor rubio era de un tipo más arrogante, creído y débil –casi un gánster– me llamó la atención cómo la trama giraba, en general, en base a una partida de póker donde las cartas eran los balazos. Sin embargo, es ahí donde se cimenta la desconfianza de esta nueva encarnación del personaje con las mujeres de las que se enamora: Vesper Lynn, interpretada por Eva Green, es la contadora que lo acompaña en la mesa de juegos y quién se volverá su interés romántico. Pensará, incluso, en dejar el espionaje y el mundo del peligro por ella. Sin embargo, ella es una doble agente y eventualmente lo descubre y ella, para escapar del dolor de haberlo herido, se suicida. En las siguientes películas de Craig, el fantasma de Vesper Lynn siempre está acechando, recordándole la traición.
Cinco. En la escena de apertura de Sin tiempo para morir, James Bond es perseguido por un grupo de hombres armados. Recorren las calles y callejones de Matera, Italia; sus perseguidores son parte de Spectre, que desde la película anterior se ha dedicado a cazarlo por todo el planeta. Primero es perseguido a pie a lo largo de los túneles y las avenidas de adoquines –de esta ciudad que, como en cualquier película Bond, es un sitio turístico al conservar aún algunas de las primeras construcciones realizadas por el hombre–, hasta que los mismos agentes le hacen creer que fue delatado y entregado por su acompañante, la doctora Madeleine Swann. La mujer por la que dejó el espionaje. Bond logra escapar de los hombres y regresa al hotel donde ella lo espera. Ahí la interroga, desconfiando de ella y luego suben al icónico Aston Martin DB5 lleno de artilugios, para ahora sí iniciar la persecución. Swann intenta hacerlo entrar en razón, ¿por qué lo traicionaría? Bond responde con dureza: “Todos tenemos nuestros secretos, solo no hemos llegado a los tuyos”. Mantiene lejos a los perseguidores con minas. De repente son embestidos en una de las plazas principales de la ciudad. Se ven rodeados y el coche es atacado a balazos que van dejando grietas en el parabrisas y en las ventanas laterales. La psiquiatra se dobla y siente cada uno de los tiros, mientras que Bond permanece inmóvil aferrado al volante, seguro de que el carro lo protegerá, pero no tan seguro de querer que proteja a Swann. La mujer, llorando, le implora que haga algo. Así que Bond finalmente reacciona y acciona las metralletas del coche, las cuales están escondidas detrás de los faroles; hace una dona en el centro de la plaza y dispara a todos sus atacantes al tiempo que activa el humo para escapar de la plaza sin que les puedan seguir la pista. Escapan hasta la central de trenes del pueblo y ahí Bond, sintiéndose traicionado, le dice a Swann que hasta ahí llegaron. La sube a un tren. Ella le pregunta: “¿Cómo sabré que estás bien?”. Bond le responde, serio, que no va a saberlo: “nunca volverás a saber de mí”. Y las puertas del tren se cierran. Swann, llorando, empieza a caminar por el interior sin dejar de verlo en el andén, hasta que Bond se voltea y desaparece de su vida.
Seis. Es quizá en Skyfall (2012), que sería la película para celebrar el 50 aniversario de las de la franquicia, en donde inicia un cuestionamiento de la estructura interna del personaje, su mundo y su oficio: la película se centra en que el comandante James Bond está desactualizado y que ya no es necesario en el tablero que es la política internacional. Que las sombras de las que tanto se habla en los discursos públicos, no existen en las nuevas eras de la información. Y así es como lastimado y traumatizado, James Bond tiene que enfrentarse a un villano que, en esencia, es una parodia de Julian Assange. Hay un diálogo muy citado en el que el nuevo contramaestre, interpretado por Ben Whislaw, le dice a Bond: “La edad no es garantía de eficiencia”. A lo que Bond responde: “Y la juventud no es garantía de innovación”. En Sin tiempo para morir, este discurso volvería a surgir esta vez desde el personaje de Nomi; en esta película, la despedida de la era Craig, Bond ha dejado el servicio activo desde la traición de Swann y han transcurrido cinco años. Nomi es una agente que se cruza en su camino mientras él, tranquilo, disfruta de su retiro en Jamaica; pero ella no es cualquier agente. Nomi es la nueva agente 007 y se lo deja muy claro: “Quizá pensaste que jubilarían el número”. “Solo es un número”, responde el Bond jubilado ya sin mirarla. El mismo Bond que, en el transcurso de la película, regresaría al espionaje. Esta última película de Daniel Craig, caso curioso, es la película más basada en la novela Solo se vive dos veces.
Siete. Aunque me gustó Casino Royale por la diferencia con las otras películas del agente que había visto, ignoré un par de años la franquicia. No volví a pensar en esta hasta que se estrenó Quantum of Solace (2008), para cuya época ya tenía la costumbre de ir al cine con gente de mi edad. Solo que fueron los mismos meses del estreno de Crepúsculo. Así que uno de mis amigos más cercanos de aquella época y yo nos fuimos al cine de una plaza comercial a un costado del río Tamazula, y entramos al mismo tiempo a dos salas distintas. Es muy curioso cómo la mercadotecnia nos conquista: esperaba con mucho ahínco ver Quantum y al hacerlo, me aburrí un poco, no es mi película favorita de Bond; al mismo tiempo, a mi amigo no le gustó Crepúsculo, por cambios que le hicieron al libro; pero ambos estuvimos ahí en el cine, esperando en las películas satisfacer algo, que nunca se sabe qué es, pero sin detenernos a pensar que ambos aspirábamos a escribir, y ambos entramos a ver películas basadas en libros. A partir de mirar esas películas de James Bond en el cine, la era Craig se volvió más relevante para mí. Podía reconocer las cargas de machismo, violencia y riesgo que arrastraba el protagonista en estas, y sin embargo los ambientes en los que esta nueva encarnación del personaje se movía, cada vez estaban en más contienda con su personalidad: no siempre se acuesta con la chica despampanante, no siempre tiene artilugios que lo salvan de maneras milagrosas, no siempre está dispuesto a tomarse un Martini mezclado no revuelto, no siempre se salvará de todos los disparos. Y no siempre saldrá ileso de las misiones.
Ocho. Mucho se discute en internet sobre las últimas películas de James Bond. Incluso se habla sobre su relevancia o la importancia que deberían tener en el presente. Justo unas semanas después del estreno de Sin tiempo para morir, el escritor español Arturo Pérez-Reverte publicó una reseña corta de la película que generó controversia: “Anoche vi Sin tiempo para morir, y lo lamento: un James Bond tan equilibrada y políticamente correcto, tan familiar, tan enamorado y tan moñas que constituye un insulto a la inteligencia de los espectadores y a la memoria del personaje. Si Ian Fleming lo viera, echaría chispas”. En definitiva, Pérez-Reverte no termina de entender bien al James Bond de las películas de Daniel Craig; pero lo que sí le acierta es que James Bond, cada vez más, se aleja del hombre taciturno, alcohólico y adicto al peligro que Ian Fleeming plasmó en sus páginas; porque ese Bond, en su momento, fue el ejemplo de la masculinidad imperante en Inglaterra, aunque ya no lo es.
Nueve. Pocas veces vemos a los personajes de la literatura enfrentarse a la muerte. En especial, cuando estos son lucrativos. Incluso para Arthur Conan Doyle fue imposible deshacerse de Sherlock Holmes (quien inaugura la casta de investigadores ingleses), y tuvo que revivirlo tras un par de años. En Sin tiempo para morir, James Bond se enfrenta a la terrible noticia de que está infectado de un conjunto de nanobots y que no podrá volver a acercarse a su familia; la misma con la que apenas acaba de reconectar: Madeleine Swann y la hija de ambos. Si se acerca a ellas, morirán. Está en una isla esperando un ataque de misiles, también, y decide quedarse ahí para protegerlas. “Ustedes tienen todo el tiempo del mundo”, le dice a Madeleine Swann sabiendo que está por unirse a las filas de sus Muertos, aquellos que en las cinco películas lo han mantenido siempre al borde de la balanza, aquellos comandados por Vesper Lynn. Y es que eso es algo que usualmente se ignora cuando se habla del personaje de James Bond: ya sea en la versión original de Fleeming, en la encarnación Connery-Brossman o en la de Craig: el agente siempre está al filo de la navaja. Bebe, disfruta gustos caros y hace todo lo que desee mientras esté vivo porque es posible que al día siguiente ya no lo esté. Y eso es lo que ocurre: los misiles caen sobre él y no hay duda de que Bond se ha ido. De que, por una vez, ha perdido de la peor manera. Más delante, M menciona una cita de Conrad que el mismo Ian Fleming incluyó en el obituario de Bond en Solo se vive dos veces: “La función del hombre es vivir, no existir. No malgastaré mis días en intentar prolongarlos. Aprovecharé mi tiempo”.
Diez. En el inicio de Sin tiempo para morir, antes de ser perseguidos, Bond y Madeleine entran a la ciudad de Matera a bordo del Aston Martín mientras hay fogatas y humaredas por toda la ciudad. Ahí Madeleine atrapa a Bond mirando hacia atrás, hacia los incendios, y le dice que debe de dejar de mirar sobre su hombro, a lo que Bond responde con humor diciendo que no lo estaba haciendo. Así que le preguntan al ayudante del hotel qué están quemando por la ciudad. “Secretos, deseos, dejando atrás al pasado. Deshaciéndose de cosas viejas, en espera de las nuevas”. Que es lo que hace para la franquicia y para los fanáticos del agente doble cero esta última película: si reinician la franquicia, tiene que haber un nuevo Bond; y no un nuevo actor, sino un nuevo personaje. Su biografía y sus características tendrán que transformarse en otro. La forma en que se desarrollan sus historias es igual: ¿realmente necesitamos más villanos en guaridas ocultas? ¿El puro peligro global podría ser suficiente? ¿Volverá a importar la vida emocional del protagonista? ¿Cómo se reinicia la vida de un personaje de ficción? Y como se desconoce qué tanto vaya a durar en circulación el personaje de James Bond, quizá también es prudente preguntar: ¿de qué manera puede continuar antes de morir no solo en la ficción sino también en el imaginario colectivo? Aunque no hayamos visto las películas del agente hay cosas que nos rodean de su construcción narrativa: la idea del hombre como un eterno conquistador siempre vestido de traje, la idea del viaje entre culturas como si fuera entre delegaciones de la Ciudad de México, y la idea del Imperio Británico salvando al mundo en todas las ocasiones posibles, gracias a un funcionario de seguridad que arriesga su pellejo. En el fondo el comandante Bond es un elemento de seguridad al servicio del Imperio. Quizá por eso lo vemos luchando contra un personaje basado en Julian Assage mientras este residía escondido en la embajada de Brasil; quizá por eso lucha contra presidentes corruptos en pequeños países latinoamericanos donde apenas y hay agua. Y este personaje constantemente se reinventa y se transformará; con esta reconstrucción, tendremos otra visión de quiénes quieren que seamos desde las grandes corporaciones de entretenimiento; y al mismo tendremos otra gama de sensaciones y virtudes de hacía dónde podemos hacernos: porque lo que demostró, en su defecto, la corrida de Daniel Craig como James Bond es que se puede transformar a un viejo dinosaurio misógino en una persona con emociones y una situación vital que hagan que los espectadores empaticen con él. Que recordemos que los engranajes del Sistema tienen los mismos anhelos y miedos que nosotros.