La libertad en mi deseo: a ochenta años de la muerte de Jorge Cuesta
La Ciudad de México, como tantas otras, se ha construido en la memoria histórica edificada entre tintas, papel y linotipias. Entre las páginas El Monitor Republicano, El Siglo Diez y Nueve, Don Simplicio, El Renacimiento o El Correo de México se encuentran las raíces de las revistas que darían lugar a la literatura del siglo veinte. Sin los esfuerzos —políticos, identitarios y estéticos— de Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano o Guillermo Prieto no existirían Revista Azul, El hijo pródigo o Taller, por sólo mencionar un puñado de deuteragonistas de esta historia; la protagonista es, sobra decirlo, la Patria como oficio. Y su fundación depende de la libertad que su quehacer artístico alcance.
En la calle de Brasil número 42, departamento 10 —el estudio de Xavier Villaurrutia—, en los primeros meses de 1927, se entabló una empresa que había sido precedida por la Editorial México Moderno, dirigida por Agustín Loera y Chávez y Enrique González Martínez, y la Antología de poetas modernos de México, de 1920, editada por José de Frías para la Colección Cvltvra, la primera serie de la editorial. En Ulises. Revista de curiosidad y crítica, revista fundada, además de Villaurrutia, por Salvador Novo, Gilberto Owen y Jorge Cuesta, se buscaba, a la manera de las ya citadas El Renacimiento y Revista Azul, la instauración de una estética nacional colectiva, a contrapelo de Actual. Hoja de vanguardia e Irradiador, publicaciones estridentistas. La apuesta escritural y la búsqueda del rompimiento es mutua; el camino, divergente. El “estilicidio” que buscaban los miembros de Ulises y de Irradiador lo afrontan desde distintas trincheras. En la primera, se publicaron fragmentos de caprichosas novelas que rompían con la tradición de la narrativa de la Revolución: Novela como nube, de Gilberto Owen, Margarita de niebla, de Jaime Torres Bodet y Dama de corazones del “niño bicentenario” Xavier Villaurrutia; en la segunda, la noción estético espacial de Fermín Revueltas arropaba los cantos por el ruido, la ciudad y el acero, donde “la vida es un bostezo fugaz de gasolina”, para citar el verso de Salvador Gallardo.
La edificación de la Patria diamantina de estos personajes de pluma y espada, devenidos artistas de pluma y despachos estuvo plena de ásperos encuentros. En 1922, cuando la volición de establecer una literatura moderna y propia era imperante, Manuel Maples Arce, miembro del grupo que enarbolaba el mole de guajolote y pretendía acabar con las formas decimonónicas, escribe:
La poesía, en México, es un tendajón mixto lleno de tepalcates románticos, toda menos original que un tibor de la basura. Felizmente, los interventores del estridentismo la hemos puesto en liquidación. Es posible que aquí en México los poetas sean los que menos entiendan de estas cosas.1
El manifiesto estridentista de 1921 encontró un eco feble, a decir de Luis Mario Schneider, quien consigna que sólo pudo encontrar un artículo, publicado en Revista de Revistas, firmado por José de Frías en donde afirma que “la literatura en México es una cosa poco interesante” y que “no sé hasta qué punto Maples Arce haya querido hacer humorismo en su manifiesto. Ni puedo juzgar de su sinceridad o de su fe”.2 Por su parte, la propuesta estética del “grupo sin grupo” se refocilaba en su propia vanguardia por medio del Teatro Ulises.
En una década de manifiestos, publicaciones y asombros, en 1928 sale a la luz la Antología de la poesía mexicana moderna, firmada por Jorge Cuesta. A consideración de Guillermo Sheridan: “La Revolución triunfante convirtió a la antología en un instrumento eficaz para salvar las lagunas informativas que el periodo armado generó en todos los campos”.3 Además de dichas lagunas, habría que subrayar el carácter beligerante y polemista de una generación que creció entre lides públicas, tanto en la tribuna como en la calle, en el oficio y en la prensa. Sheridan recuerda en su puntilloso prólogo a la Antología…, además, las compilaciones: Parnaso de México, antología general de poetas mexicanos, editada por Porrúa en 1921, la Antología de poetas muertos en la guerra, de Antonio Castro Leal y Requena Legorreta, la Antología de la versificación rítmica, de Pedro Henríquez Ureña, y Las cien mejores poesías mexicanas, que si bien Sheridan atribuye Luis G. Urbina, en realidad es selección, también, de Castro Leal. Urbina participó en la Antología del Centenario, dirigida por Justo Sierra, publicada en 1910; de ella, la esplendente pluma del poeta José Francisco Conde Ortega afirma:
Urbina parte de una afirmación que fue su divisa: una fina sensibilidad para juzgar las obras. Todo lo demás —decía—, información sobre el autor y le época, podía adquirirse, la sensibilidad, no. Su práctica de lector atento y riguroso lleva a Urbina a construir una historia justa y proporcionada, pero dentro de los límites que él mismo se planteó. O mejor dicho: desde la trinchera en la que eligió escribir.4
La trinchera que se elige es, también, una postura vital. Y ésta encontró, como se ha visto, en los primeros años del siglo vigesémico, su continente en los antes llamados florilegios, y en ellos rezuman las cercanías estéticas, las coincidencias y, por qué no decirlo, los rencores disfrazados de “rigor”. Si el antologar conlleva un acto de poder —lugar común que no por serlo deja de tener verdad—, también es una declaración enfática de principios, y la integridad con la que se perpetra es una cuestión personalísima, que muchas veces queda oculta ante los ojos de los lectores. De La Antología de la poesía mexicana moderna, Jorge Cuesta declara:
Lo cierto es que no depende mi gusto tanto de mí como quisiera mi orgullo, sino tanto como acepta mi humildad. Y pienso que sobre el gusto no se tiene poder, y que donde menos puede estar presente es en el compromiso de elegir, y no porque tema la pérdida de lo que prefiero, sino porque sólo se ve obligado a elegir quien ya está indeciso de antemano […] No hay manera de ocultar que toda antología es una elección forzosamente, es un compromiso, mientras que el gusto sólo nace en la libertad.5
El albedrío de las letras de Cuesta y de los Contemporáneos se propuso “separar […] cada poeta de su escuela, cada poema del resto de la obra: arrancar su objeto de su nombre y no dejarle sino la vida individual que posee”.6La relación de los poetas antologados muestra que, a noventa y dos años de su publicación, su vigencia es ineludible. Junto a nombres como Manuel José Othón, José Juan Tablada, Ramón López Velarde y Carlos Pellicer, reconocidos por cualquier entusiasta lector, residen otros que tal vez han sido obscurecidos por el paso del tiempo y apenas son reconocibles: Francisco A. de Icaza, Rafael López, Manuel de la Parra o Ricardo Arenales (antes de ser Porfirio Barba Jacob).
Si bien Cuesta y sus cófrades de aquel “archipiélago de soledades” no hubieran podido vislumbrar la permanencia de su Antología… —mucho menos de su propia obra—, sí pudieron estar insertos en su tiempo y circunstancia. En 1924, Xavier Villaurrutia dicta una conferencia en la Biblioteca Cervantes, “La poesía de los jóvenes en México”, en donde “resbala, rápido, sobre el pequeño tranquilo mar de nuestro pasado lírico, en un a modo de patinaje sobre un agua dura en apariencia, insólida en realidad, con el peligro de apoyarse demasiado y sumergirse, sin sumergirse al cabo”.7En ella transita por el “principio”, “el mediodía” y una “transición” para esbozar el camino que ha llevado la lírica mexicana: de Francisco de Terrazas —“el primer poeta […] bajo el cielo de Anáhuac— a Guillermo Prieto, y de Joaquín Arcadio Pagaza a Agustín F. Cuenca, hasta llegar a los modernistas y así desbocarse en sus coetáneos, sin olvidar a los estridentistas. Como respuesta, Guillermo de Torre, secretario de redacción de La Gaceta Literaria, editada en Madrid, publicó el 15 de marzo de 1927 un artículo en donde espetaba juicios como un “poeta […] desdoblado en crítico”, a propósito de Villaurrutia; “entra en las estancias nuevas del lirismo intrascendente”, sobre Pellicer; “poesía sin peso y sin relieve”, dedicado a Torres Bodet); “sus imágenes son […] siempre primarias y simples”, otra vez para Villaurrutia, y “una poesía cándida […]demasiado cristalizada ya en su pequeña perfección”,8dirigido a todos los mencionados. Jorge Cuesta, con esa mordacidad que lo acompañaría en su oficio, responde con alevosía en Revista de Revistas, el 27 de abril del mismo año: “No conoce usted a los poetas mexicanos y, sin embargo, escribe sobre ellos”9 y que al grupo sin grupo:
[…] usted los vuelve a agrupar a su manera y después los separa a su manera, y a su manera los vuelve usted a agrupar por tercera vez. Esta manera de crítica por “desdoblamiento”, señor De Torre, tiene el inconveniente de que, a su término, ha dejado a su objeto tan lleno de dobleces, que puede entonces parecer la imagen “duple”, triple o cuádruple de una poesía “ultraísta”, pero no un dibujo preciso y claro […] Usted, señor De Torre, que atribuye a Pellicer el fragmento de un poema de Novo.10
La ironía de Cuesta es deleitante ante el ciego, abstruso y todavía latente colonialismo hispano —baste citar que, en el siguiente número de La Gaceta Literaria, la editorial de la publicación se llama “Madrid, meridiano intelectual de América”, en donde se advierte que evitan “escribir el falso e injustificado nombre de América Latina”—. No obstante, es de resaltar que ante la nomenclatura de Villaurrutia como “grupo sin grupo” en la conferencia, se prefigura el tesón de la Antología. Si en el prólogo a ésta se recrimina la falta de rigor ante la inclusión de sus compañeros de generación, también se aplaude la consciencia de la necesidad de la ruptura con una tradición de la que, a la vez, quieren ser sucesores.
Si Jorge Cuesta evidencia que De Torre confundió a Pellicer con Novo, su Antología tendría una circunstancia similar con las primeras impresiones a propósito de la edición. En un artículo firmado por Vereo Guzmán –firma del abogado y periodista Juan Francisco Vereo Guzmán—, para Revista de Revistas, del 8 de julio de 1928, Federico Gamboa —autor de Santa y que rondaba los sesenta y cinco años al momento de la aparición de la Antología— confiesa que:
No conozco el libro, pero según las noticias que de él me han llegado, sé que sus autores se dejaron en el tintero dos de nuestros nombres más gloriosos […] el de Manuel Gutiérrez Nájera y el de Amado Nervo […] Omitir de una antología que a sí misma se dice mexicana, dos valores literarios nuestros tan indiscutibles, es a mi juicio, imperdonable […] una herejía.11
El yerro de Gamboa, de hablar de oídas, lo recrimina Villaurrutia en una carta dirigida a Manuel Horta, editor de Revista de Revistas, escrita, junto a una de Torres Bodet, a manera de réplica y que se publicaron, ambas, en el semanario fundado por Luis Manuel Rojas. La respuesta de Cuesta tardó en llegar puesto que se encontraba de viaje —el único que haría en su vida— por Europa. En el artículo publicado por Vereo Guzmán, Miguel Martínez Rendón, autor de dos libros —Cármina áurea y Palabras de ensueño— que ha quedado en el estruendo del silencio, fue citado en el artículo de marras con la lapidaria frase: “Un volumen que vale lo que Cuesta”.
La permanencia de la Antología es, inobjetablemente, por la firmeza de los poetas antologados; pero la sólida elección se debe a un grupo de escritores que se reunieron en Brasil 42. Se ha escrito en varias ocasiones a propósito de la prosapia de la Antología. José de Jesús de Núñez y Domínguez, director de Revista de Revistas, afirmaba que “Torres Bodet, […] el verdadero inspirador del libro, ya había expresado ese profundo y risible desprecio acerca de ciertos valores literarios”.12 Evodio Escalante consigna que Guillermo Tovar y de Teresa asevera, por un ejemplar que habría pertenecido a la biblioteca de Torres Bodet y que cayó en sus manos, que éste tenía, en las semblanzas de cada uno de los autores antologados, las iniciales, escritas con puño y letra del autor de La educación sentimental, de quienes habrían escrito cada una de ellas:
Las iniciales corresponden todas ellas a miembros del grupo Contemporáneos: JTB (Jaime Torres Bodet), EGR (Enrique González Rojo) y XV (Xavier Villaurrutia). La nota perteneciente a Francisco A. de Icaza se habría quedado sin iniciales, lo que da pie para que se conjeture que bien pudo haberla redactado Bernardo Ortiz de Montellano.13
Las conjeturas se multiplican, puesto que la presunción de autoría de Cuesta se une a la de Torres Bodet, y en la edición de Ensayos críticos de Jorge Cuesta, preparada por Maria Stoopen para la UNAM, en una cita a pie de página la editora apunta:
[…] una carta de Jaime Torres Bodet a Xavier Villaurrutia, fechada el sábado 1º. de octubre (¿de 1927?), cuando la Antología se encontraba en preparación, y publicada por Miguel Capistrán en “Los contemporáneos por sí mismos”, en Revista de la Universidad, enero de 1967, dice: “Xavier: Recibí su carta acerca de la Antología. El trabajo ha quedado distribuido en esta forma: Notas, (Enrique, Jorge Cuesta y yo), Nota preliminar, usted.
Una lectura cuidadosa del texto, atenta a la sintaxis, así como al contenido y al espíritu que lo anima, nos ha llevado a Miguel Capistrán y a mí a suponer que el prólogo pudo haber sido escrito por Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia al alimón.14
Las posibilidades son inasibles. El trabajo de cada uno de los involucrados en el departamento 10, así como la lectura personal y colectiva de cada uno de los poetas incluidos —la discusión a propósito de los que quedaron fuera de ella se antoja más sugerente—, no podemos saberlo, tal vez intuirlo, pero la certeza es que la Antología movió las aguas de una literatura que comenzaba a repensarse. Quizás Torres Bodet apuntó las iniciales de aquellos a los que le recordaban las semblanzas; quizás ese “espíritu” del que habla Stoopen sea sólo un aliento compartido; quizás sea pertinente recurrir a la propia Antología para zanjar la cuestión a propósito de su concepción:
Una antología es, en fin, un lugar donde sólo puede figurarse. Si Jorge Cuesta la firma, es únicamente para conseguirlo; esto es: con una tolerancia y con una libertad igual.
Si en Revista de Revistas —que sería comprada por Rafael Alducín en 1917 para fundar, cuatro años después, Excélsior— se suscitó el primer desdén por la Antología, sería también entre su rotativa que la firmeza de Cuesta sería puesta a prueba una vez más.
En agosto de 1932 se edita el primer número de Examen, esfuerzo editorial subvencionado por su propio editor: Jorge Cuesta. De brevísima duración —apenas tres números—, su importancia radica no sólo en su impronta en la tribuna pública, sino en su propuesta. Si en la Antología y en los distintos artículos de Cuesta se evidencia su rigor crítico, Examen es el medio en el cual el pensamiento y la reflexión encuentran su connivencia con la literatura. Junto a “Segundo amor” y “Dúos marinos”, poemas de Novo y Pellicer, respectivamente, aparecieron en sus índices “Psicoanálisis del mexicano” y “Motivos para una investigación del mexicano”, de Samuel Ramos —que prefiguraría, por decirlo de algún modo, una célebre obra posterior—. Cuesta escribe en el segundo número, de agosto de 1932, “Música inmoral”, en donde arremete contra la vena nacionalista que impera en el arte mexicano, a propósito de la música inmoral, para los cánones establecidos, de Higinio Ruvalcaba. Cuesta diserta:
Para la música mexicana ha sido una exigencia todavía más imperiosa y más tiránica la existencia nacionalista que ha esclavizado a nuestras otras artes […] no se contradice una música mexicanista y avanzada al mismo tiempo, simultáneamente nacional y pura […] me importa hacer esas observaciones, para mostrar el valor del accidente a que esta nota principalmente se refiere: el hallazgo de una música mexicana inmoral […] una música desnuda, que casi podría llamarse indecente […] el Cuarteto para cuerda número 5, de Higinio Ruvalcaba. 15
Sirva este ejemplo para resaltar el carácter de Examen y la estética de Cuesta. Es por fragmentos similares que se repite muchas veces, sin asomo de rigor, que los Contemporáneos eran extranjerizantes y poco mexicanos. La alocución a propósito del violinista demuestra lo contrario: el interés de estos escritores era consolidar una identidad, un devenir nacional. En las páginas de Examen se encuentran, también, un ensayo a propósito de la inauguración del Teatro de Orientación, pues, como escribiera Villaurrutia: “¿qué otra cosa fueron los teatros experimentales de Ulises y Orientación sino tentativas de crear un público, una curiosidad nuevos, que resistieran nuevas obras, extranjeras y mexicanas?”.16Esas tentativas son parte no de un programa cultural, sino de una postura ante la circunstancia. Desde la cruzada educativa vasconcelista hasta 1932, donde Narciso Bassols es el encargado de la Secretaría de Educación Pública, los antes jóvenes Contemporáneos se han forjado entre misiones diplomáticas y cargos públicos; por ello, cuando Examen irrumpe en la escena nacional, se pretextará la literatura para embestir moralmente a todos su colaboradores y, por extensión, políticamente a Bassols y a un grupo que, desde 1925, había sido objeto de escarnio por considerarlos “afeminados”, “decadentes” y “degenerado”, a partir de un artículo de Julio Jiménez Rueda publicado en diciembre de 1924.
Así, cuando en el segundo número de Examen se publica un fragmento de Cariátide, de Rubén Salazar Mallén, en los folios de Excélsior del 19 de octubre de 1932 una editorial sin firma acusa:
jamás en la historia de las hojas impresas en México se había estampado un lenguaje de tal procacidad, ni de la más cínica expresión, como el que aparece en la novela Cariátide [en donde] pueden leerse expresiones de una crudeza tal que se resistiría a repetirlas el más soez carretonero en cualquier sitio donde no estuviera rodeado de los de su laya
La mojigatería de la editorial hubiera podido pasar inadvertida; sin embargo, al ser de carácter político, al otro día de la publicación del libelo, el mismo anunciaba que el procurador de Justicia del Distrito Federal, Trinidad Sánchez Benítez, había comenzado el proceso de consignación en contra del director de la revista. Jorge Cuesta publicó en el número 3 de Examen dos artículos en los que fijaba su postura: “La política de la moral” y “La consignación de Examen”. En el primero, acude a explicar los procedimientos literarios de Salazar Mallén, y sostiene que su revista circula entre un número reducido de “personas inteligentes”17 —con lo que asesta un sutil empellón a los denunciantes—; en el segundo, se encuentra tal vez la enseñanza mayor de este suceso. Cuesta escribe:
La consignación de Examen, decidida ya, según noticias de los diarios, no es un negocio que afecte tan sólo a su director y sus colaboradores. La resolución judicial alcanzará, una vez dictada, a todos los escritores, a todos los periódicos y aun a los medios plásticos de la expresión. No se tratará ya de uno de nosotros, querido u odiado, según a la luz que se le considere, sino de la expresión. Hay en ello, por tanto, un interés que rebasa al individuo y a la clase para convertirse en un interés nacional. […] Obsérvese, pues, lo que significaría que las autoridades judiciales se convirtieran en servidores de esta “moral pública” y satisficieran, persiguiendo una obra de cultura, condenando su libertad de expresión.18
Cinco meses después, meses de ataques, amparos, juicios y barandillas, el procurador de Justicia escribe al agente del Ministerio público para sobreseer el caso. Los colaboradores de Examen que laboraban en la SEP ya habían renunciado para entonces. Una nutrida correspondencia entre algunos de los implicados puede consultarse en Malas palabras. Jorge Cuesta y la revista Examen, de Guillermo Sheridan, que junto con su libro México en 1932: la polémica nacionalista revisa exhaustivamente el caso, además de proveer documentos sobre el proceso, notas y testimonios.
Jorge Cuesta comenzó a publicar en 1925 y no dejó de hacerlo sino hasta el día de su muerte, en 1942. Fue hasta 1964 que gracias a los generosos oficios y a la noble pasión de Luis Mario Schneider y Miguel Capistrán se reunieron sus textos diseminados en diversas publicaciones periódicas en Poemas y ensayos, puesto que Cuesta nunca publicó un libro propio. Algún advenedizo escribió alguna vez que era nuestro “Fausto”. Nada más lejano. Es fácil acudir a la ficción, y no comprender que su obra y su vida, se condensa en lo que escribió a propósito de los Contemporáneos:
Es una perfidia buscar en esta generación una actitud que valga para las que le siguen. Esta generación no la buscó en las anteriores; la buscó en ella misma. Aun suponiendo que en este momento, cuando todavía no se madura, se suspendiera su obra, y aun suponiendo que su obra reducida se perdiera, que pasara, su actitud no deja de valer, puesto que consiste en no tener más actitud que la propia. Esta actitud es la única que hace valer la actitud y la obra de los otros; es una actitud crítica.
En la firmeza de la crítica se asienta la obra de Cuesta; en su obra convergen las voces de su generación, y en las voces retumba el empeño de una libertad lograda, incluso, en la obscura agua prisionera.
- Luis Mario Schneider, El estridentismo o una literatura de la estrategia, Tesis doctoral, México: UNAM, 1997, pp. 34 y 35.
- Ibid., p. 47.
- Guillermo Sheridan, “Prólogo”, Antología de la poesía mexicana moderna, México: Fondo de Cultura Económica. Serie Lecturas Mexicanas, 1984, p. 11.
- José Francisco Conde Ortega, Diálogo en voz baja. Ensayos de literatura mexicana, México: Instituto Politécnico Nacional, 2000, p. 12.
- Jorge Cuesta, Antología de la poesía mexicana moderna, México: Fondo de Cultura Económica. Serie Lecturas Mexicanas, 1984, p. 22.
- Ibid., p. 40.
- Xavier Villaurrutia, “La poesía de los jóvenes en México”, Obras, México: Fonde de Cultura Económica, 1991, p. 819
- Guillermo de Torre, “Nuevos poetas mexicanos”, La Gaceta Literaria, año I, núm. 6, 15 de marzo de 1927, p. 2.
- Id.
- Id.
- Jorge Cuesta, op. cit., p. 32.
- Id.
- Evodio Escalante, “Guillermo Tovar de Teresa y la crítica literaria”, Milenio Diariohttps://www.milenio.com/cultura/guillermo-tovar-de-teresa-y-la-critica-literaria_2 [Consultado el 2 de agosato de 2022].
- Maria Stoopen, “Estudio introductorio”, en Jorge Cuesta, op. cit., p. 22.
- Jorge Cuesta, “Música inmoral”, en op. cit., p. 138.
- Xavier Villaurrutia, Textos y pretextos, México: Fondo de Cultura Económica, 1940, p. 179.
- Jorge Cuesta, “La política de la moral”, en op. cit., p. 142.
- Ibid., p. 145 y ss.