Eso no tiene chiste
La danza contemporánea, como otras artes, sufre a causa de la distancia que la abstracción provoca entre la obra y la experiencia del público. Para un espectador promedio, esta manifestación artística se asemeja a estar frente a la Composición en amarillo, rojo, azul y negro de Piet Mondrian; la reacción inicial es pensar «eso no tiene chiste» o «eso no es arte». El mensaje se pierde en una nube de música, humo, utilería, iluminación y movimientos que rompen con las convenciones clásicas de la danza y, por lo mismo, las expectativas del público.
Mi primera experiencia con la danza contemporánea fue un fracaso. Mi esposa me arrastró un domingo a una suerte de collage dancístico en el Teatro de la Ciudad, en Monterrey. Al menos es entrada gratis, pensé. Se presentaban algunas escuelas del área metropolitana. El evento era serio, incluso se otorgaron premios al final. Sin embargo, a mí me pareció una broma. No sabía a lo que iba. Un par de ejemplos. El escenario oscuro, música tecno, un solo reflector sobre un tipo semidesnudo que bailaba un vals con un osito de peluche. De pronto se detenía a llorar y a recitar con voz de niño chiflado unos versos acerca de un doloroso recuerdo de la infancia. En otro número, el apocalipsis zombi transformaba a la humanidad en seres recubiertos de spandex verde limón. Los cuerpos se arrastraban por el suelo como gusanos. Salí de ahí convencido de que en ninguna de las escuelas enseñaban técnica.
Es triste voltear atrás y reconocer la arrogancia. Han pasado años y ahora entiendo mejor. Incluso me convertí en asiduo de presentaciones y concursos. La danza contemporánea cuenta historias íntimas, abiertas a la interpretación; transmite sentimientos, representa la vida moderna, tanto el orden como el caos, y lo hace con su técnica particular, al tiempo que rechaza la estética de lo convencional.
La Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey —o La Superior— prepara profesionales en esta disciplina. En los eventos a los que he asistido, el director actual Jaime Javier Sierra Garza y el equipo de maestros, se dirigen a los asistentes con un tono de desesperanza y ansiedad, aunque también con un entusiasmo velado. Luego se deshacen en agradecimientos y nos ruegan explícitamente que compartamos nuestro entusiasmo por la danza contemporánea para volverla más relevante.
Los pies firmes en el escenario
A sus 23 años, Endie Rodríguez entiende la danza como una carrera de lucha y perseverancia. Le guarda un respeto que no conocía al iniciar la Licenciatura en Danza Contemporánea. Como muchos de los alumnos de primer ingreso, sus expectativas se mezclaban con los sueños. Y la realidad, bien, gracias. «No nos dábamos cuenta de que la carrera no es un festival más en la escuelita de baile de la colonia», comenta Endie, «el enfoque cambia y se vuelve necesario entender que la carrera es una decisión de vida, que a esto nos vamos a dedicar».
Endie Rodríguez ganó el premio a la mejor interpretación femenina en el V Concurso Internacional Ernestina Quintana, que se llevó a cabo en la Habana, Cuba, del 23 al 29 de marzo de 2015. El reconocimiento se otorgó sólo a una ejecutante de todas las categorías del certamen. Endie y otros compañeros de La Superior participaron con la obra Partiendo de una derrota, una coreografía sobre la resaca emocional tras una pérdida significativa. «Fue un proceso muy difícil. Cuando empezamos los ensayos yo no había vivido ninguna pérdida fuerte. Aunque perdí a mis abuelos hace un tiempo, en mi casa se trató de una manera sana». Sin embargo, luego de meses de entrenamiento y desvelos, Endie logró conectar sus experiencias de vida con el tema. «En el escenario me sentí transparente y creo que logré transmitir un sentimiento real que conectó con los jueces».
Endie se nota satisfecha con el triunfo; me dice que con el reconocimiento llega una revaloración del trabajo realizado en la carrera. La lucha de la que me habló al principio regresa; es el leitmotiv de la conversación. En sus palabras percibo la búsqueda constante de la artista y la incertidumbre del futuro. Pero Endie tiene un plan B: está por terminar la carrera de psicología, dejada trunca hace unos años. «El sueño es ir a Broadway, audicionar junto a los mejores bailarines del mundo, pero la carrera es muy celosa, una lesión basta para terminarla». En el segundo año de la licenciatura, Endie estuvo inhabilitada, sin poder caminar un mes entero. A su regreso refrendó el compromiso con la danza y vivió un proceso de maduración crucial para alcanzar el alto nivel al que aspiraba.
Entonces le pregunto sobre la desconexión entre el espectador y la danza contemporánea: ¿cómo lo ve ella desde adentro? «En gran medida es culpa de nosotros. Desde hace unos años he notado la transición: ahora se dice que el baile es para los bailarines, no para el público. Se busca crear coreografías complejas y abstractas que terminan por no comunicar nada». Sugiero que eso no es tan malo, pues se necesitan ese tipo de obras. Endie está de acuerdo, pero me explica que en La Superior las presentaciones de ballet y de folclor siempre se llenan pero con las de danza contemporánea nunca se sabe. En otros escenarios y contextos la situación se repite, de ahí la relevancia de reconquistar a la audiencia.
Platicamos un rato más sobre el miedo a salir y compararse con el talento extranjero de las chicas de dieciocho años que ya terminaron la licenciatura, de la técnica Graham que causa tantos dolores de cabeza en los primeros semestres, y también de la idea de abrir en el futuro un centro holístico con danzaterapia. Suena bien, aunque ambos sabemos que el futuro es tan incierto como una coreografía abstracta, con un significado difícil de dilucidar.