Tierra Adentro
Sabino Guisu. Libro de Avispa. Fotografía de Alicia Huerta

Si bien la literatura infantil empezó a ser objeto de atención y de cultivo en México a raíz de la fundación del Centro de Información y Desarrollo de la Comunicación y la Literatura Infantiles (más conocido como CIDCLI) y de la realización, en el Auditorio Nacional, de la primera Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, su popularidad crece desde comienzos de los años noventa, cuando se funda la colección A la Orilla del Viento, bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. De entonces a la fecha se multiplican títulos, autores, editores, y muchas librerías crean espacios de exhibición especiales.

Pero ¿cuál es el lugar de la literatura infantil en México? ¿Qué tanto se le aprecia? Tres de los principales autores de literatura infantil y juvenil de nuestro país se reunieron a petición de Tierra Adentro para conversar al respecto.

 

María del Rayo Ramírez: La idea de esta mesa es tratar la polémica o el conflicto que hay con la literatura infantil y juvenil en el sentido de que se dice que no existe, que es tratada un subgénero que se etiqueta por cuestión pedagógica o comercial más que por el sentido de escritura como literatura o arte. La idea es enfocarla en la experiencia que ustedes han tenido dentro de este mercado como autores y también, por qué no, como lectores. Me gustaría saber, para empezar, ¿cuál era el panorama del mercado de literatura infantil en México hace treinta años?

Mónica B. Brozon: Hace treinta años en realidad no había. La peor señora del mundo, que fue uno de los primeros títulos publicados en México con un autor mexicano, ¿cuánto tiene de publicada?

Francisco Hinojosa: Veintiún años.

Brozon: Recuerdo cuando terminé mi primer libro, ¡Casi medio año!, no le encontraba salida editorial y pensaba “pero quién publica realmente”. Entonces lo llevé al Fondo de Cultura Económica, que ya tenía una colección desde el año ochenta y siete u ochenta y ocho, más o menos. Lo llevé al Conaculta. En el Fondo no me respondieron; en el Conaculta me dijeron: “pero es que no tenemos espacio para un libro como éste”, que era más bien una novelita para niños. No había interés. No había quién escribiera libros para niños. Los que éramos lectores cuando éramos niños, hace treinta años, o no tan niños, ¿qué leíamos? Leíamos los clásicos porque no había una literatura escrita por mexicanos para mexicanos. Simplemente no existía. Quizá Pascuala Corona ya había empezado con aquellas recopilaciones de leyendas tradicionales mexicanas pero, fuera de eso, realmente no había nada.

Antonio Malpica: Yo llegué un poco después que estos dos grandes señores que son Mónica y Francisco. De hecho, me sirvieron de inspiración cuando empecé a escribir, porque no tenía mucha idea de qué era la literatura infantil. Es cierto que fue casi accidental mi llegada a este género y me gustó tanto que me quedé. Pero yo no era un niño lector. A diferencia de Mónica, que a lo mejor sí buscaba qué leer, no tenía tanto esa preocupación. Me acuerdo que lo más que podías tener al alcance era el libro de “Lecturas” de español que, además, eran cosas muy cortitas. Y los clásicos. Entonces nada me llamaba la atención. No había la oferta que hay ahora. Mucho tiempo después, dije: “bueno, vamos a ver de qué se trata”. Tuve la suerte de entrar a la literatura infantil con un tercer lugar en un premio; pero es cierto también que me aventé casi a ciegas. No sabía, no había leído tanto. Fue casi un hallazgo ver que era posible y que sí había esa mesa de bienvenida para los que quisiéramos hacerlo. Pancho Hinojosa ya estaba ahí. Mónica también ya había empujado un poquito más la cuña. Digamos que yo no tengo tan claro el panorama, pero es cierto que me ha tocado atestiguar que va creciendo y se va formando mucho mejor. Y ahora parece que es al contrario. Los chicos no saben por quién decidirse, lo cual está muy bien.

Ramírez: Francisco, ¿te costó trabajo encontrarle casa a La peor señora del mundo?

Hinojosa: Primero empiezo diciendo que la fecha en que publiqué, hace treinta años, es significativa, hay un parteaguas. Antes de eso había unos cuantos intentos. Había una colección que se llamaba “La orilla de cristal” en la que no hay escritores de libros para niños y se invitó a las plumas grandes a que escribieran libros. Hubo algunos intentos con Editorial Novaro. Ese parteaguas creo que fue iniciativa de la Secretaría de Educación Pública, con la colección que se llama “Los libros del rincón”, y que empezaron a publicar, a comprar derechos; además, ¿quién tenía en ese entonces dinero para comprar a Michael Ende y a Italo Calvino?: la Secretaría de Educación Pública. De pronto, claro, empezaron a llegar las exigencias por parte del sindicato, de los padres, de los maestros, y dijeron: “queremos autores mexicanos”, “¿dónde los encuentro?” Había que estar buscando. Yo, por ejemplo, había publicado en editorial Novaro un libro que se llama A golpe de calcetín y me atrajeron de inmediato. Se reeditó ese libro y me empezaron a poner más tareas: “Ahora necesito un libro para niños pequeños, ahora tal.” En fin, empecé a trabajar un poco a petición del editor.

El siguiente paso, creo, fueron tres editoriales: primero el Fondo de Cultura Económica, que hace veintitrés o veinticuatro años empezó a publicar libros para niños y tenía entonces un acervo de cerca de cinco mil títulos. Se dice fácil, pero es un acervo que editó no solamente para universitarios mexicanos, sino de Iberoamérica. Con Iberoamérica me refiero también a Brasil. Claro, tenían el sector más o menos ganado, pero decían: “nos faltan cinco mil títulos y no tenemos lectores, ¿cómo los hacemos?” Y se les ocurrió hacer esta colección de libros para niños, que vemos a la distancia, de cuatrocientos títulos que tenía contra seis mil del acervo actual que representa en ventas cerca del cuarenta por ciento. Hay otras editoriales como Alfaguara y SM, que llegaron a México no sólo para distribuir sus propios libros, sino también para publicar autores mexicanos. Esa demanda editorial motivó que existieran también autores nacionales a quienes les interesara publicar. Hoy tenemos una generación de buenos escritores e ilustradores. En México no existía esa tradición de literatura infantil como tal vez la tenían Argentina, Cuba, Brasil, Colombia. Hoy en día podemos pensar que tanto la literatura como la ilustración en México tienen calidad de exportación.

Ramírez: En los años ochenta y noventa, precisamente cuando se dio este auge, se pensaba que los autores de literatura infantil se dedicaban a ello porque no habían funcionado bien en la literatura “de adultos”. ¿Por qué esa creencia de que es más fácil escribir libros para niños que los que van destinados a los adultos?

Brozon: No sé por qué sea. Quizá porque se piensa que son más cortos o que son más simples. Realmente la dificultad no es distinta. Encuentras un gusto en la literatura infantil y entonces te divierte y, sobre todo, tienes capacidad de conexión con los niños. Porque es curioso, como mencionan, más o menos en los noventa fue cuando la literatura infantil empezó a tomar auge. Cuando llegó SM, convocó su premio y empezó a publicar a muchos mexicanos. Entonces tomó una fuerza que no había tenido antes. Recuerdo que estaba en la escuela de la sogem cuando gané el premio El Barco de Vapor (el primero que se dio en el país), mis compañeros después me decían “Ay, está muy bien tu premiecito. Ahora úsalo de trampolín y ponte a escribir algo de veras serio”. Yo decía: “No. No es así”. Ellos, pensaba yo, tal vez vienen a escribir la obra que va a revolucionar la literatura mexicana. Si no hay quien escriba para esos futuros lectores, probablemente no haya quien la lea, ¿no? Muchos lo intentaron posteriormente, cuando vieron que podías, en efecto, aspirar a vivir de tus libros si escribías libros para niños. Hicieron intentos. Y hubo quien pudo y quien no. Porque no se trataba de asumir que “es más fácil”. Se trata, probablemente, de entender que “es distinto”. No creo que el proceso creativo sea distinto; pero sí hace falta el ingrediente químico que necesitas para atrapar a un lector joven o niño.

Malpica: Estoy de acuerdo en todo lo que dice Mónica. Sobre todo en un aspecto: de pareciera que es fácil escribir para niños porque aparentan ser lectores poco exigentes. Es el típico cliché de que al niño hay que hablarle como con atenuantes, diminutivos y menosprecios. Te das cuenta cuando ves un libro para niños mal hecho. Nosotros, que nos leemos mutuamente, nos damos cuenta muy fácilmente cuando alguien está haciendo eso al grado que hasta se te pone la piel de gallina. O está todo forzado como por alguien que quiere encantar a un niño. Es como entrar con un traje de payaso porque tus recursos son insuficientes para que nadie se fije en lo pésimo de tu espectáculo. Pero también es cierto que tiene que ver el asunto de cómo le hago y lo que apuesto en mi obra porque, al menos yo, trato de divertirme mucho, de jugar. Creo que eso es lo que otros, al mirarlo desde fuera, hace que digan “así qué chiste, y además le pagan”. Es decir, “se la pasa bien y además le pagan; así cualquiera.” En parte hay algo de cierto en eso, porque cuando estás escribiendo, para un gran premio, por ejemplo, supongo que cuidas un poco más la prosa, te pones a limpiar mejor, empujas más la piedra cuesta arriba, te esmeras escrupulosamente. Al menos en lo que yo hago, procuro que sea fluido. Que me la pase todo lo bien para que el chico lo sienta. Eso, creo honestamente, visto desde fuera, se presta al ninguneo, porque tomas un libro en donde empieza con un lenguaje muy coloquial, campechano, y comienzan las bromas y el niño que lo lee se la pasa muy bien. Repentinamente es el profesor quien dice “esto no es, no puede ser literatura porque está lleno de chistes.” Y no es verdad. Creo firmemente que, en un país en el que dicen que no se lee, vale la pena hacer una defensa de lo que necesitamos aun de esa manera. Lo digo, por ejemplo, porque para mí La peor señora del mundo y ¡Casi medio año! son paradigmas. Ver un libro como La peor señora del mundo que tiene tanto atractivo con los niños y que, supongo, en su momento sacaba chispas a los adultos porque trata asuntos de violencia y de venganza y no hay a quien se lo leas y no quiera que se lo vuelvas a leer. En mi casa, me cae gordo porque cada que le pregunto a Bruno, mi hijo, cuál libro quiere que le lea siempre dice La peor señora…, porque lo adora. Mientras yo digo “no, por favor, no otra vez, por el amor de Dios”. ¡Casi medio año! también me hizo ver que sí se podía escribir con toda soltura en los términos de los que hablamos siempre. Por ese lado, todo está bien en la literatura infantil porque vale la pena bajarse a leerles a los chicos y hablarles en su idioma para que nos lean ellos en el suyo.

Hinojosa: Creo que hay un menosprecio por la literatura infantil, que la inteligencia está por otro lado y que la exigencia de los niños también es otra. Por otra parte, hay una valoración de la literatura infantil donde muchos autores piensan que esos libros venden. Pueden existir en México muchos autores de libros para niños que casi viven de sus libros. En cambio, muchos de nuestros grandes poetas no viven de sus libros. Entonces, esos mismos autores de pronto se acercan y dicen “voy a escribir un libro para niños” o “también hay que hacer negocio.” Y fracasan. Muchos de ellos, porque no es lo mismo escribir esto y no se puede menospreciar la inteligencia y la exigencia de un niño tratándolo así. El niño toma un libro, lee la primera página y, si lo atrapa, sigue. Si no, hay cosas más importantes en la vida que leer un libro que no te atrapó ni te importa. Por eso yo creo que si no comprendes ese reclamo es muy probable que fracases.

Ramírez: Se ha dicho que la etiqueta que se le ha puesto a la literatura infantil y juvenil, más que por una cuestión creativa es por sentido pedagógico y comercial. ¿La literatura infantil y juvenil, si tiene ciertas características, es literatura pura?

Brozon: Lo de las características es algo que uno le puede o no dar, porque durante mucho tiempo existió no sólo esa creencia, sino que se ejecutaba de esa manera. Si uno lee los cuentos clásicos de hadas, todos tienen una enseñanza y una moraleja. Incluso ponían antes la moraleja por si no quedara claro. Perrault adelantó que la moraleja de Caperucita era “obedece”, pero eso se ha transformado muchísimo. Siempre he estado en contra del mensaje impuesto, del mensaje, de la moraleja. Sin embargo —y es lo que siempre le digo a mis alumnos, sobre todo cuando uno escribe para jóvenes que están en la etapa complicada donde no se quieren a sí mismos, no encuentran “un lugar” en la vida—, creo que hay una responsabilidad de nosotros, los autores, de compartirles lo mucho o poco que hemos aprendido. Nosotros ya pasamos por eso. Creo que ahora hay modos de compartirlo. Entonces, si tú lo vas a compartir desde tu pedestal de adulto, del que sabe “la verdad”, del que se lo está diciendo en esa perspectiva del que mira al otro hacia abajo, no lo va a aquilatar, no lo va a asimilar ni va a importarle. Pero háblale como quiere escuchar las cosas y entonces vas a ser capaz de transmitirle un conocimiento y a lo mejor, en una de esas, también de facilitarle algún proceso de esos durísimos por los que a veces pasan los adolescentes.

La gente también necesita saber de dónde vienen el sudor, las bacterias, y todas esas cosas. Y quizá habría que contarlas de manera lúdica y entretenida. ¿Por qué? Porque es una manera adecuada de transmitir un conocimiento. Pero lo que se refiere a literatura pura —contar una historia usando la ficción— puede o no existir, y eso no le da por sí solo un atributo literario a la obra.

Malpica: También es cierto que, en principio, todos los libros para niños tenían el sentido utilitario de dejar una enseñanza, porque como adultos nos sentimos con la responsabilidad de llevar a los pequeños “por el buen camino”. Pero creo que ahora poco a poco se va construyendo el acervo literario infantil con solamente historias. Me atrevería a decir que es algo que tienen que construir los niños en sus preferencias, a pesar de lo mucho que los adultos confabulemos contra ellos diciendo: “Éste es el libro, lo tienes que leer porque lo decimos tu maestro, los vendedores de todo el mundo y yo”. El niño realmente no lo va a tomar ni lo va a convertir en un éxito, no lo va a subir al podio de los mejores si no le gusta. No hay autor de literatura infantil, que yo conozca, que se eche sobre sus laureles y se la pase nada más escribiendo obras de corte ecológico o pedagógico porque supone que se va a vender. No es cierto. Aún los que promueven los libros se dan cuenta de que esos libros son muy difíciles de empujar por sí mismos si tienen la anécdota, la moraleja tan cantada; porque el niño se da cuenta y termina haciéndolo a un lado. A veces hasta es peor, porque dice “¿Ah, sí? Ahora, menos lo leo”.

Hinojosa: Habría que hacer una diferencia entre literatura para niños y libros para niños. Igual que hacemos una diferencia entre literatura y best sellers, aunque uno no quisiera que sucediera así. Cuando existe esa dosis literaria en un libro para niños, puede ser leído a partir de cierta edad hasta la tercera edad, ¿no? Creo que eso se ha comprobado últimamente. Yo comparto mi experiencia personal con La peor señora del mundo: en principio, cuando la presenté en el Fondo de Cultura Económica fue dictaminada tres veces y los tres dictámenes fueron negativos. Finalmente, el editor Daniel Goldin decidió publicarla aunque al principio tuvo un arranque difícil pues fue prohibida en algunas escuelas, tuvo dificultades. Después de veintiún años me he encontrado, primero, con que ya no existen esas condiciones, al menos que yo sepa. Y me he encontrado con lectores que ahora son padres y empezaron leyendo ese tipo de libros y ahora compran el ejemplar para sus hijos y van también ellos por el suyo. Cuando se hizo una edición especial de La peor señora, el auditorio de la librería Rosario Castellanos estaba lleno de adultos y uno que otro niño. Los adultos iban por su ejemplar porque lo habían leído cuando eran niños. Pero bueno, creo que es un libro puede ser totalmente leído por adultos. Aunque es una literatura mucho más simple, no nos podemos dar el lujo de romper estructuras, de experimentar. Hay que buscar mucho más la sencillez para decir lo que estamos tratando de decir. Y eso funciona. Lo decía también Mónica acerca de los cuentos de hadas: ciertamente algunos tenían una moraleja. P ero si leemos lo que dice Bruno Bettelheim en su Psicoanálisis de los cuentos de Hadas, todo el mundo que está representado en estos cuentos son los grandes temas de la humanidad. Ahí esta todo. Los grandes temas están ahí presentes y los niños se enfrentan a ellos por primera vez en su vida a través de los cuentos de hadas; y dependiendo de la edad que tengan lo van valorando de distinta manera. Bruno Bettelheim dice que estos cuentos le dan sentido a la vida, y también que en su consultorio no hubiera recibido a tantos niños con problemas si esos niños hubieran leído cuentos de hadas. Dice también que esos cuentos de hadas van a repercutir años después en su vida de adulto, porque va a tener una mayor imaginación para enfrentar sus problemas, para sortear obstáculos. Y esa es, digamos, una de las pretensiones.

Algo más, que decía Toño: un niño tiene un olfato muy bueno y sabe cuando le están vendiendo algún rollo ecológico, religioso, comercial, valores. Hay muchos autores que les dicen: “oye, quiero que escribas un libro con valores”. No, los niños huelen eso de inmediato.

Ramírez: Siempre ha habido una contradicción en el sentido de si la literatura infantil y juvenil tiene que establecerse para ciertas edades. ¿Qué piensan sobre la libertad de dejar que los niños vayan y vengan sobre otros temas que no son infantiles o literatura no “hecha” especialmente para ellos?

Brozon: Casi todas las colecciones están divididas en edades de lectura. Me gusta la clasificación del Fondo de Cultura Económica, que no se refiere a la edad física del niño sino a su experiencia como lector, de manera que hay libros para “primeros lectores”, para “lectores intermedios”, para “grandes lectores”, etcétera. Es muy curioso cómo los niños llevan los libros de la escuela a la casa. Y a veces el que te escribe es el papá para decirte “Leí todo el libro y me gustó” o “Era un libro para niños y, ¡oh!, sorpresa, ¡me gustó! Consideremos también que hay una generación de adultos que no leyeron nada porque no tenían nada que leer y fueron acercándose a la literatura de manera poco adecuada: les dejaban en la escuela libros que no entendían y que no les importaban. Esto te aleja de la literatura, porque no lees por placer sino para resolver un examen. Te ponen a leer un libro que no entiendes. Estos adultos son, de algún modo, primeros lectores de literatura. Pudieron haber leído todas las revistas de su vida pero, hablando de libros, están empezando a adentrase en el mundo de la literatura, de la ficción.

Los editores ponen tu libro un escalón arriba. Es decir, si puede estar en la serie azul lo ponen en la naranja. ¿Por qué?: los niños de siete años, que son serie naranja, buscan la serie azul porque los hace sentirse mayores. Los otros no quieren bajar de serie, tienden a querer estar un escalón más arriba que los anteriores, pero pueden viajar de acuerdo con su experiencia lectora, no con su edad, por todos esos temas. Y los puedes llevar también a otros que exijan mayores capacidades de lector, y que no necesariamente estén dirigidos a un público. Por ejemplo ¿El guardián entre el centeno es un libro juvenil o no lo es? ¿Pertenece a la literatura en general? Creo que hay una línea realmente sutil en la que muchos libros pueden estar situados sin ningún problema.

Malpica: Bueno, a mí eso de las series de colores siempre me ha puesto muy bizco. No lo entiendo. No sé cuáles son los parámetros que siguen. Me equivoco. Digo “este es serie verde” y me corrigen: “no, es naranja” o “es roja”, y al revés. Lo que hago es escribir como siempre lo he hecho. Llegué al punto de tomar la decisión de que yo escribo para niños porque no sé escribir de otra manera; incluso cuando he escrito para adultos sé que escribo para ellos porque le pongo escenas tres equis, groserías o disparos, y eso hace que ya no pueda estar ese libro en la escuela. En general, siempre he escrito igual y son las editoriales quienes toman esa decisión. Es cierto, también comprendí, al entrar al mundo de la literatura infantil y juvenil, que sí se puede disfrutar de un buen libro para niños sin sentir que estás “bajando de categoría o de nivel”. Una definición que me gusta mucho de la literatura infantil es la de que es “aquella que también le gusta a los niños”. Lo decía Mónica: primero les deben gustar a los grandes. Pero si además les gusta a los niños, ya está, ya es literatura infantil, porque los niños la adoptan. Por mucho que te esmeres por escribir maravillosamente para ellos, si ellos no la acogen entonces no cumple en ese sentido y no es lo mismo los libros que los niños hacen suyos que los libros que quisiéramos que leyeran. Un ejemplo clave es El principito. Es un libro en el que los niños no pasan de las primeras páginas, porque están llenas de mensajes crípticos que los niños luego no descifran fácilmente. Y lo abandonan. En cambio, los adultos lo amamos. De pequeño, me acuerdo que El principito me caía gordo porque en todos lados veía al mismo güero ese que además, según yo, estaba mal dibujado. Y me caía mal. Eso pasa con los libros. El principito ha sido un éxito de ventas desde los años cuarenta y se ha agotado en las librerías. Pero no fueron los niños los que corrieron a las librerías sino los adultos.

Hinojosa: Contaré una experiencia bastante reciente: hace algunos años publiqué unas antologías. Dos, para ser leídas por niños de tercero de preescolar y primero de primaria. Era para que los padres les leyeran a sus hijos al menos diez o quince minutos diarios. Se repartió en las escuelas públicas de Jalisco y en otras de Hidalgo. Hubo una venta buena en librerías. En la evaluación que vino después resultó que los padres, al cumplir con la tarea de leerles un rato a los niños, decían: “yo no sabía que existía esto”. Y de pronto les estaba gustando y además, eran lecturas para niños muy pequeños. Fue  una experiencia buena la que surgió de ello. En cuanto a la clasificación que se hace, ciertamente hay pequeñas trampas. Los premios se suelen dar más a la serie azul y a la naranja porque son las que venden más,  aunque pueda ser mejor un libro de la blanca. Pero el criterio general, al menos en España era, digamos, de preferencia anaranjada o, en todo caso, azul, no las otras. Esas no pegan tanto. El premio Juan de la Cabada, que ganó Mónica, solicita a los autores que incluyan la edad a la que va dirigido el texto. Desconozco el motivo de esa exigencia. Primero, porque es una clasificación difícil, ¿a qué edades va dirigido un libro? Un niño que vive en el campo tiene una formación distinta de uno que vive en la ciudad. Por eso, también creo que la división que hace el Fondo de Cultura Económica es mucho más sensata: para los que no leen, para los que están aprendiendo a leer para los grandes lectores, etcétera. Creo que por ahí va la cosa.

Ramírez:¿Qué pasa con la literatura juvenil que es, incluso, aún más reciente que la literatura infantil?

Brozon: No creo encontrar una respuesta clara. A ver, ¿en la literatura infantil o los libros dirigidos a ciertos públicos jóvenes, hay literatura? ¿Harry Potter es literatura, a pesar de haber vendido millones de copias? ¿Crepúsculo es literatura? Puede que el tiempo nos de la respuesta. Cabría que uno se preguntara con Mark Twain: ¿escribió Tom Sawyer o Huckleberry Finn para dirigirse a lectores jóvenes? ¿O realmente escribía para quien fuera? ¿Y toda la crítica ácida, social, que hay en esos libros la comprendieron los jóvenes? ¿Los jóvenes fueron atraídos por la aventura y el lector adulto era quien realmente se daba cuenta de esos detalles? No lo sé. También en la literatura general sucede: ¿Lo que escribe Dan Brown es literatura? ¿Dónde o cómo se separa de Ruíz Zafón, o de Perrault, o de António Lobo Antunes? ¿De qué manera? Es complicado. ¿O tú podrías responderlo, Antonio?

Malpica: Tampoco tengo la menor idea. Es una pregunta muy ardua, ¿no? Porque desde que uno también escribe y se arriesga. En mi caso no tengo estudios en letras. Mis primeros acercamientos a la literatura fueron con un pudor y timidez de alguien a quien le dicen: “esto es basura, retírate y pide perdón”. El poder publicarlo, no significa que te dé facultad de calificación. En la literatura infantil y juvenil lo que se dice es que no hay crítica. Especialistas que te digan esto sí y esto no. A veces hasta pienso que eso es bueno. ¿Por qué una persona que lo único que ha hecho en su vida ha sido leer mucho, va a decirte: “esto sí sirve, y esto no”? Eso me pone los pelos de punta porque en la literatura para adultos tampoco funciona. Ya lo dijo Mónica: hoy todo el mundo lee con mucho regocijo a Mark Twain y nadie le critica que haya puesto ahí Tom Sawyer detective y Tom Sawyer esto otro. Era como para decir “este tipo no merece nada porque se prostituyó”. O Conan Doyle, que resucitó a Sherlook Holmes como diciendo “bueno, ya lo maté, pero necesito pagar la hipoteca”. Muchos años después, ahí siguen con su obra. Creo que Salgari tampoco escribía para jóvenes, y se considera literatura juvenil aunque así, tal cual, es preciosa. Y en el cliché de nuestra generación, como no había libros para jóvenes nos enamoramos de Salgari. Creo que algunas cosas las dirá el tiempo. Lo que puedo decir que disfruto mucho algunos libros y otros no tanto. Me declaro fan de Harry Potter, de modo que si alguien llega y me dice que es una porquería, sólo diré: “para ti”, y ya. No me comería el juicio de valor porque creo que los libros y, en general, la literatura, se concibe en el disfrute de cada lector. Aun Crepúsculo o Las cincuenta sombras de Grey. Es horrible descalificar arteramente con esto sí o esto no debe leerse en un país en el que no se lee. Hay mucha gente que no se acerca a los libros por ese pudor y prefiere verse abrazado al Paradiso de Lezama Lima porque todo mundo le ha dicho que tiene que leerlo, aunque no pase, como en mi caso, de la página cincuenta. Y eso termina siendo un asunto delicado.

Hinojosa: Estamos entre dos de los mejores autores de literatura infantil y joven que hay en México. Antonio ha dicho que no ha estudiado letras ni nada por el estilo, pero es increíble ver lo que sabe de música, computación, ajedrez y muchísimas cosas. Y si me dijera que esta tarde va a pilotear un helicóptero se lo creería totalmente. Qué bueno que no estudió literatura.

Yo escribí dos cuentos para adultos —según dicen las colecciones de libros— que un día descubrí que funcionaban muy bien con jóvenes. Me invitaban algunas veces a secundarias y preparatorias y, claro, los chavos me veían… “Ay, ya llegó uno que escribe para niños y nos va a echar un rollo”. Me veían con flojera. Uno de los cuentos se llama Informe negro, una historia policiaca que años después Alfaguara convirtió en un cómic que, además, me sorprendió mucho porque quizá mi influencia principal en lo que escribo era el cómic. Comencé a leer a los dieciséis años, pero antes de eso el cómic era para mí fundamental y casi no leía nada. El otro libro hace que haya un total silencio en el salón en cuanto les digo que les voy a leer Los pinches chamacos. Cuando lo leo ponen mucha atención. Al final se presta un debate muy bueno acerca del lenguaje, la violencia y una buena cantidad de temas.

Ramírez: Para este tema podríamos discutir muchísimo y aún quedarían cosas por decir. ¿Creen que haya mucho qué hacer aún? ¿Qué tendríamos qué hacer desde el asunto de las editoriales y ustedes como autores?

Brozon: Creo que vamos, en realidad, por buen camino. El panorama se ha transformado en los últimos veinte años y ha sido para bien. Tenemos una tradición que se está conformando y podemos aspirar a tener en este país una de las mejores literaturas dirigidas a los públicos jóvenes del mundo, porque hay mucha gente que se interesa cada vez más. Sólo hace falta más difusión. Y transmitirlo con la pasión que se debe tener cuando uno se dedica a algo como lo que hacemos.

Malpica: También creo que vamos bien. No sé qué más debamos hacer, probablemente lo mismo pues creo que está funcionando. En cuanto a nosotros, los autores, me parece que la promoción de la lectura que nos toca a hacer es esforzarnos. No se trata sólo de empujar un libro como si tal cosa, como un objeto en “léelo, no me importa”. Esforzarnos en el sentido de que los chamacos verdaderamente aprecien las historias que escribimos. Gracias a que hay más oferta, más diversidad, también nosotros buscamos “sobresalir”. Por parte de las editoriales me atrevería a decir que deben dar cobijo a la literatura mexicana, buscar, mirar hacia dentro. La voz de un autor mexicano otorga más sentido a los chicos de aquí. En esto me siento optimista y bien acogido. Llegué a la literatura infantil por accidente y me quedé por cariño. No dejo de repetirlo siempre que puedo: este camino está poblado de buenas personas, desde los maestros hasta el lector, el niño, los editores. Por eso aquí sigo.

Hinojosa: Pero hay mucho que avanzar en la literatura infantil. También en la arquitectura, en la endodoncia, en la investigación de las afecciones contagiosas a los ojos de los porcinos. Creo que los europeos se leen a sí mismos, los angloparlantes se leen a sí mismos; tienen pocos ojos para ver hacia otro lado, nos ven poco. En cambio, no podemos decir lo mismo de los hispanohablantes. Hace dos años y medio, en un congreso de literatura infantil y juvenil organizado por SM en Santiago de Chile, yo tenía que hablar del humor. Tenía diez minutos para hablar del humor y dije: “¿a quién le dedico esos minutos?” Decidí dedicárselos a una autora chilena que se llama Marcela Paz. ¿Pero cómo va a ir un mexicano a Chile a hablar de una autora chilena? Hice un pequeño resumen del principio de un libro que se llama Papelucho y les leí un párrafo. Quedaron encantados. Los que no eran chilenos, por supuesto preguntaban dónde conseguirlo. Todos querían su Papelucho. La idea era: “¿ven cómo esto sí nos interesa a los peruanos, a los argentinos, a los cubanos, a los mexicanos, etcétera, y los editores no se dan cuenta de que sí nos gusta?”. Ese es el reto: cuándo nos vamos a leer, cuándo vamos a tener acceso, cuándo nos descubriremos a nosotros mismos.


Autores
(ciudad de México, 1970) dedica su tiempo a la literatura con el humor narrativo de su adolescente interior. Fue la primera en ganar el Premio El Barco de Vapor de Literatura Infantil (1996) y volvió a ganarlo en 2001 con Las princesas siempre andan bien peinadas. Obtuvo el Premio A la Orilla del Viento con Odisea por el espacio inexistente, el Juvenil de Literatura Gran Angular y el de Literatura Infantil Juan de la Cabada, ambos en 2012. Además de libros, escribe guiones para cine y radio.
(ciudad de México, 1954) ha escrito decenas de libros para niños, como el clásico La peor señora del mundo; también cuentos para adultos: Informe negro; Cuentos héticos; Memorias segadas de un hombre en el fondo bueno y otros cuentos hueros y Un tipo de cuidado. Ha hecho crónica, ensayo y periodismo literario (Un taxi en L.A., Mexican Chicago, La nota negra) y un testimonio sobre el dolor: Migraña en racimos. Su primera novela es Poesía eras tú (Almadía, 2009).
(ciudad de México, 1967) es narrador, dramaturgo y músico. Obtuvo el Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos en 2002 y 2003 con La nena y el mar y Los elementos del jazz; el Gran Angular; el de la Fundación SM (dos veces), por Ulises 2300 (2003) y El nombre de Cuautla (2005); el Premio Nacional de Novela Negra Una vuelta de tuerca, por La lágrima del Buda (2007); el Premio El Barco de Vapor, por Diario de guerra del Coronel Mejía(2007); y el White Ravens, del Internationale Jugendbibliothek, con Por el color del trigo (2013).