Tierra Adentro
“Demasiado humanos”, por Isabel Go

Mis actividades favoritas las hago gratis, pero éste es un término que puede causar polémica y enojo gratuitamente. Para mí no es que lo haga gratis, es que lo hago porque quiero. Y ése es el principio de toda verdadera vocación. Al hacer gestión cultural, ilustración o dar servicios editoriales, todo el tiempo me planteo este tipo de preguntas.

José Mujica, el expresidente de Uruguay, decía que lo que gastamos no es dinero, sino tiempo. Las cosas que compramos, los gastos diarios que hacemos, parece que lo pagamos con el dinero, pero éste lo hemos hecho con una inversión de tiempo nuestro. Es cierto que los conocimientos que tenemos, así como nuestras habilidades, deben pagarse, nuestro trabajo ser remunerado, ¿pero será que la remuneración puede ser sólo monetaria?

Procuro que todo proyecto sea sustentable (por lo menos no perderle, si no, no habría forma), pero hay maneras de transformar el mundo que no necesariamente pagan con dinero y que son más valiosas que las que financia alguien externo. Redes que se forman sin nada a cambio más que su propio flujo. Relaciones de trabajo que se vuelven amistad. Y en la amistad no se pide nada a cambio, si ambas partes dan lo mismo.

En el día a día trabajo sola en mi estudio y me gusta la soledad, pero siempre he preferido el trabajo colaborativo. Tal vez por esa razón me he resistido tanto a trabajar de fijo en algún lugar. Prefiero los socios que los jefes, las colaboraciones que los clientes o los servicios. Puede parecer una cuestión de terminología solamente, pero para mí el concepto de amistad va mucho más lejos.

Cada proyecto que he hecho en equipo me gusta mil veces más que los que he hecho sola. Y sí, quizá es porque no soy muy buena dibujante, porque me falta paciencia, porque mi técnica es mala. Etcétera. Pero nada me prende tanto como ser parte de una orquesta que genera algo mayor en conjunto. Y cómo esa riqueza también viene de hacer distintos grupos creativos, cómo se enriquecen unos a otros. Si bien en la cancha somos lo que hacemos, no somos nadie si no somos todos. Kant decía que entre personas no podemos usarnos como medio, porque el humano es un fin en sí mismo. Quien usa a otros para fines personales no está tratando al de al lado como persona. La amistad para Kant se basa en el principio de tratar a todos como tu igual.

Es (parcialmente) cierto que no se puede escoger con quién se trabaja, pero los trabajos editoriales siempre son colaboraciones. Cuando eres independiente, la colaboración a veces es mayor, porque no hay una jerarquía sino un trato horizontal. Tenemos que ser capaces de encontrar un amigo en cualquier persona con la que nos cruzamos, y la única manera de hacerlo es tratarla como un igual y entrarle todos parejo.

Un amigo una vez me dijo que no podía hacerme amiga de todos con quienes trabajaba. Pero en el fondo, el trabajo colaborativo no funciona sin ese elemento de amistad, entendida en un sentido amplio. Y es que, aunque cada amistad es diferente, se rige por valores básicos. El escritor Eliacer Cansino contó en el Cilelij de un ejercicio que hace con sus alumnos de secundaria. Cuando él trata de hablar de valores y ellos le dicen que todo es relativo, él les pregunta: ¿quién sería tu amigo ideal? ¿El generoso o el avaro? ¿El sincero o el tramposo? ¿El respetuoso o el intolerante? Ahí, sin quererlo, comienzan a reconocerse esos valores previamente negados, por encima de su opuesto.

Así, cuando digo amigo obviamente me refiero a muchos tipos de relaciones, pero me quedo con la palabra amistad porque genera esa imagen de unión y complicidad. La amistad nos une para hacer cosas y permite establecer reglas y fijar límites: si se cobra o no, si se da un reconocimiento, si basta con la satisfacción de haber hecho lo que más te gusta, si el objetivo es seguir siendo independiente.

En múltiples ritos funerarios antiguos que se han hallado (que en su mayoría pertenecen a gente de la clase alta), se encontraban joyas y piedras preciosas, lo que más se tarda en desbaratarse. En los entierros se suelen colocar objetos simbólicos para el viaje al otro lado, tesoros y riqueza que los muertos en la tierra ya no van a usar. Riquezas acumuladas que se pudrirán en el subsuelo.

Yo hago todos los días trabajos pagados y proyectos sin retorno. Para lograrlo, busco siempre la sustentabilidad, pero el dinero nunca me detiene. Porque me parece que quitarlo como un límite para nuestros objetivos otorga la satisfacción de ser imparables a pesar de todo. Y ésa es la verdadera riqueza que lo mismo nos acompaña a la tumba, que se queda bailando para los demás en la tierra cuando ya no estemos.