Todos los ojos
El grito
Escuché el grito de una mujer que corría por la calle.
Lo escuché llegar a mi casa, cruzar la entrada, subir por las escaleras, abrir la puerta de mi cuarto y ahí, callar.
Me acuné hasta lastimarme, me empujé a la cabecera.
Luego de un rato de silencio, me descubrí la cabeza. La miré. Caminó hacia mí dando pasos largos. Se paró a mi lado.
Me tocó la cara. En la oscuridad pude reconocer que esos ojos que brillaban en la oscuridad eran los míos propios.
Amelia se levanta
Amelia se levanta antes que todos. Por la ventana entra una luz azul del color de sus pies. Camina apoyándose en la pared, llega al comedor, se sienta dormitando. Posa en su pecho un rosario de plástico rosa. Cuando amanece rojo, en la casa suenan voces de niños y gritos de una mujer. Amelia despierta totalmente, reza en voz alta. Las voces pasan sin mirarla. Una mano le acaricia el hombro y dice: «Abuelita».
La mujer que ordenaba grita: «¿Por qué te haces la despierta?». Salen. Amelia se talla los ojos y llora unas lágrimas blancas.
Lentejuelas
A Tomás todos le dicen que disimule. Entra al salón y Marcos lo zapea. Lo llama puto, caderón. Tomás se agacha, mete la mano al bolsillo, toca una tira de lentejuelas que guardó de casa de su abuela. Los golpes no le importan, después de clases va a ir al bar nuevo: El lugar sin límites. De noche se arregla con un pantalón apretado y botas. Llega solo al bar. Cruza la entrada. Todos lo miran por ser tan joven. Tomás aprieta en su bolsillo las lentejuelas, devuelve las miradas y camina contoneándose hasta la barra.