Tierra Adentro

Existe una discusión —tanto en narrativa como en drama— sobre la voz del autor, frecuentemente se considera que ésta no debería aparecer en sus propios textos, como si el escritor  fuese capaz de abstraerse a poder entrar en la piel de los personajes (cuestión que a mí me parece fundamental). Desde que tomo e imparto talleres, una de las tareas más difíciles y más gozosas es encontrar un personaje. A qué huele, cómo habla, cuál es su voz, cómo entiende el mundo, cuáles son sus miedos, si camina y respira.

Cuando uno se encuentra con ciertos personajes en la imaginación, de pronto todo se vuelve más fácil, sólo hay que seguirlos, la historia se va construyendo con sus movimientos. Esto requiere que el autor se eche para atrás y observe; ni su juicio, ni su moral, ni su ideología tendrían que permear los rasgos característicos de este personaje. A diferencia de la narrativa —al menos en mi experiencia— en el drama es más importante el espacio para poder seguir a un personaje. En una narración, hace falta una lente que siga y enfoque ciertos detalles, las uñas, la forma de las manos, cómo agarra un papel, si se le olvidan las llaves, cuántas vueltas da a la perilla, a qué huele: ¿a tabaco, a alcohol, a desolación?

En el drama, los personajes están más lejos, los vemos caminar por el pasillo hacia el cuarto si miramos la imagen como espectadores de teatro. ¿Qué hay al lado de la cama?, ¿hay una ventana desde donde entra un poco de luz?, a este personaje de pronto uno lo mete en un espacio definido y a veces lo encierra (cuestiones de caja italiana quizás). En este encierro metafórico le pasan muchas cosas, si empiezan a divagar, el narrador ya no es quien comienza a dilucidar la personalidad de ese protagonista a través de imágenes porque la historia —al menos cuando está narrada en tercera persona— no necesita de la voz del personaje. En el teatro, éste toma el micrófono y no hay forma de controlar lo que sale de su boca, pero no es que uno se sienta mal por esto, cuando explaya su voz interior en un diálogo, o se para y comienza a hacer cosas,  uno está de fiesta, comienza a llamar a los amigos, ¡hey, encontré algo! ¡Encontré a alguien que quiere contarnos su historia, encontré a alguien que está ahí habitando un mundo, he podido entrar, pude hurgar! Se puede decir esto como si de un mundo real se tratara.

¿Qué si uno le agrega de su cosecha? Me imagino que sí, pero efectivamente cuando sucede esto es realmente algo inconcebible, realmente no creo que Chéjov se inventara todos esos personajes, sospecho que los encontró, los miró de pronto en esa casa derruida de entre todos esos familiares que no hacían mucho, los dejó estar, los siguió. Un caso distinto es el de los personajes de Beckett, quienes parecen habitar un universo sin lugar pero que hablan, precisamente en este ejemplo es donde el autor se hace presente porque les quita la voz, es decir, él habla en lugar de sus personajes, después vuelve un poco atrás y los pone a dialogar sin parar, como si el lenguaje fuera un puente entre lo que pasa en la cabeza a Beckett y lo que le pasa a Estragón.

La voz del autor, denominada autorreferencialidad, es fascinante porque no llega sola, es un mecanismo muy extraño, es como si uno se convirtiera en parte de la voz del personaje, pero no totalmente, como un distanciamiento donde le prestas algunos pensamientos y sensaciones para que los haga suyos, aun así, se mantiene la rienda en el mundo real, el que está afuera de la computadora, el que ve las manos sobre el teclado y la hora.

Cada vez que escribo un texto nuevo, realmente pienso, ¿cómo es que de pronto, uno puede volver a imaginar cosas tan distintas?, ¿cómo se puede estar dentro de otro lugar, como en los sueños, pero más claro, más nítido, y donde uno lleva el control de la situación?, o al menos uno piensa eso.

Escribir teatro es más duro que escribir narrativa o ensayo —al menos para mí—, por ello escribo cuentos y no novelas. La novela requiere de una estructuración ardua —igual que el teatro—, los cuentos son pequeños fragmentos de la vida de quien requiere atención, yo lo veo así; obviamente alguien podría decir que todo esto lo estoy inventando y que para nada es así, que la escritura es un efecto racional, que son funciones literarias. Efectivamente lo son, sé que no existen, que los personajes no están ahí, que están sólo en la cabeza y sólo se forman de palabras. Por ahora, sigamos con esta pequeña ficción sobre cómo se escribe un personaje.

Los personajes teatrales habitan espacios, el tiempo los consume, miran sin hablar, esperan, generalmente ya están muertos o al menos lo parecen. No sé por qué pero ese efecto sucede a la hora de pensar en el espacio dramático o en sus diálogos (quizás porque creo que a un personaje que habla para sí o para otro, algo raro le pasó y ya tiene mucha vida detrás). Puede ser, también, que por eso los personajes de teatro siempre son mucho más sufridos, (ya sabemos que la teoría dramática habla de estructuras y que las estructuras también determinan los universos, y los universos los personajes); de pronto pasa algo entre la teoría y la práctica, entre lo que uno sabe y lo que uno hace porque al hacer uno se pierde y la teoría sirve de boya a lo lejos, en donde uno quiere descansar un poco y estructurar mientras sigue nadando.

La escritura es un privilegio de la imaginación, pero también de la voz. Es un pantano de donde tal vez no se salga muy bien parado, pero también es ese inframundo de donde uno sale conociendo un poco más de los humanos y de sí mismo. La imaginación no se enseña, las estructuras sí, por eso los talleres siempre lucharán para que el escritor pueda entrar a ese lugar que está sólo dentro de sí para generar una buena idea o algo interesante qué decir. Lo demás, las reglas de la escritura, las estructuras, la capacidad analítica, la lectura, el pensamiento crítico, eso sí se puede formar aunque no garantice el poder imaginar, viajar, volar, y disfrutar de la escritura. Eso se tiene y trabaja,  moldea y alimenta.


Autores
(Ciudad de México, 1978) es dramaturga, escritora de narrativa y ensayo, directora teatral e investigadora. Sus textos se han llevado a escena y se han presentado en festivales de dramaturgia en Canadá, España, Argentina y México. Recibió el Premio Airel de Teatro Latinoamericano, Toronto, 2013 por su obra Palabras Escurridas y el Premio Internacional de Ensayo Teatral 2013 por Territorios textuales. Sus relatos se editan tanto en México como en España. Actualmente prepara dos nuevos montajes con su compañía Mazuca Teatro e imparte el seminario El teatro como territorio de la palabra en 17, en el Instituto de Estudios Críticos.