Enrique Gijón. Improntas de cuerpos y árboles
Navegar el mar de pensamientos es el trabajo de toda una vida. Para dejar la mente en blanco hay que postrarse ante uno mismo con humildad y compasión; percibir el cuerpo desde otra luz. Nos rodea un mundo indescifrable por su simplicidad, las reglas que lo explican provienen de cosas que ya no observamos, como los árboles. Sin embargo, todo trance es pasajero. Ninguna civilización ha vivido en completa armonía con su entorno, menos la nuestra. Nos ha invadido una nostalgia de árboles y ríos, y por eso en ocasiones nuestra cabeza flota sobre las cosas sin verlas bien, demasiadas ficciones obnubilan.
Hace unos años, Enrique Gijón exhibió improntas —impresiones de tinta sobre papel— de superficies de árboles talados en la capital oaxaqueña, les llamó Ecocidios, daños que generamos en el ambiente y alteran el curso natural del ecosistema. Aquí ha dejado de llover, la época de lluvias prácticamente desapareció, aquellas trombas acompañadas de granizo, truenos y viento helado de mi niñez, cuando se iba la luz y mi madre nos sentaba en el único pasillo alejado de ventanas en nuestro pequeño departamento, o cuando salía al centro y regresaba a casa empapada y orgullosa de haber caminado bajo el torrente sin ninguna preocupación, han sido sustituidas por lluviecitas que sólo levantan el calor de la tarde y baten el polvo de los miles de autos que ahogan las calles de esta ciudad.
En poco tiempo nos hemos acostumbrado a caminar en ambientes controlados y casi estériles. Del auto o autobús al trabajo; del trabajo a casa. Dejamos de percibir la utilidad de cosas inmediatas para inaugurar una era de cosas inútiles. Nacimos en el umbral de las desilusiones y el apocalipsis cinematográfico. Vemos sólo aquello que genera capital y consume. Nacimos en jardines devastados, pero aún hay mucho que decir.
Enrique Gijón saca improntas de aquellas cosas que dejamos de ver o están paradójicamente vedadas, según parámetros entre lo público y lo privado: árboles, pieles de animales, pubis, senos, cicatrices, maderas viejas. Le interesa la belleza que deja el tiempo sobre objetos cotidianos, el recuento de lo que es y lo que alguna vez fue y estuvo vivo. Los objetos invisibles. Cuerpos que son huellas en nuestro paso por el mundo.
Enrique estudió medicina durante cuatro años, hasta que se dio cuenta que lo suyo era trabajar el cuerpo desde otra perspectiva, así que se inscribió en la Escuela de Bellas Artes en la UABJO. Ahí cursó la Instructoría en Artes Plásticas y posteriormente la licenciatura en Artes Plásticas, donde formó parte de la primera generación junto a otros artistas jóvenes que intentan reformular el arte en Oaxaca. Es en esta universidad donde también enseña una forma alternativa y ecológica de grabado sobre metal llamada electrólisis.
Tradicionalmente, en el grabado sobre metal se utiliza ácido (muriático, nítrico o sulfúrico, según el tipo de placa metálica), aguarrás o petróleo para limpiar las placas, barnices y resinas. Estas sustancias resultan tóxicas, son nocivas para la salud y el medio ambiente debido a su volatilidad que afecta las vías respiratorias, además de contaminar el agua. Enrique Gijón sufrió las consecuencias de trabajar con ellas consecutivamente y bajo condiciones desfavorables, como espacios reducidos y poco ventilados. A raíz de desarrollar problemas en las vías respiratorias se dispuso a encontrar una alternativa para hacer grabado no tóxico. Se encontró con algunas referencias sobre grabado electrolítico y comenzó a experimentar hasta crear sus propias herramientas.
En Oaxaca no se utilizaba esta técnica. Al investigar, Enrique encontró que el artista y profesor universitario Alfonso Crujera enseñaba grabado electrolítico en las Islas Canarias, además de haber publicado sobre el tema. En una disolución de sulfato se introducen dos placas de metal en paralelo (ánodo y cátodo) y se conectan a la corriente eléctrica o batería. La corriente fluye en la disolución de sulfato y separa los iones positivos de los negativos, los cuales son transferidos a la placa de polaridad opuesta. El resultado es equivalente al que se consigue trabajando con sustancias altamente tóxicas.
En su taller, Enrique me platica sobre los temas que aborda, las figuras que le parecen exquisitas, como el cuerpo femenino y los perfiles. De niño, vivió con su familia en California. Crecer como migrante no fue fácil, vivían en un sótano y con el tiempo su familia terminó separándose, sólo algunos cruzaron de nuevo la frontera. En uno de sus grabados aparece un niño abrazando sus piernas, protegiéndose de su entorno, sobre la bandera de Estados Unidos: el niño migrante que alguna vez fue. Sus dibujos son sutiles y detallados. Las improntas de objetos poseen una belleza que pasa desapercibida: fractales en piel de animales, anillos que narran la historia de los árboles.
Existen distintos modos de ver. La conciencia o mente, que no es sino el cuerpo y su movimiento, se moldea de acuerdo a los espacios donde nos permitimos transitar. Sólo vemos aquello que queremos, aquello que afecta nuestro lugar en el mundo y forma parte de lo que admitimos como realidad. Eso depende del tiempo y lo que aprendemos a ver, las cosas que, según una cultura, permanecen visibles existen. Los migrantes que no importan, dice Óscar Martínez al referirse a quienes integran un número en los planes sexenales, una estadística más de la ficción acordada. Los desaparecidos, quienes han perdido nombre y cuerpo a lo largo y ancho de la república, son visibles bajo los términos de la protesta y el acto político. Olvidamos muchas cosas que son importantes y nos ayudan a crear un modo de existir menos dañino, menos violento. Si con palabras recordamos lo olvidado por educación o apatía, con imágenes también traemos a la vida los objetos desaparecidos.