Tierra Adentro
Lobby del Teatro Ricardo Castro, antes Cine Principal / Foto: Eugenia Montalván Colón

 

Durango, Dgo., 11 de septiembre de 2012. Con sorpresa descubro hoy en la mañana, de rebote en mi Facebook, que mientras yo hacía un café, se inauguraba el VII Coloquio Nacional “Historia del Cine Regional: cine y cultura en las regiones de México.

¡Caray, hubieran avisado! Básicamente el anuncio consistía en una foto con un escueto pie. Ni cómo salir corriendo, ¿a dónde? También de rebote di con Iris, la asistente de la directora de Turismo del municipio; averiguó que los investigadores —evidentemente se trata de un evento académico— se reunirían durante tres días en el Teatro Victoria.

Llegué cuando Humberto Salas Córdova hablaba de cómo la sacrosanta sala de cine en muchos lugares del mundo —no sólo en México— es el escenario perfecto para el faje. Fue muy elocuente en la exposición, y cerró su intervención con el video de Joaquín Sabina, autor de una canción que es apología del tema: “Una de romanos”. Enseguida le tocó el turno a Felipe Morales Leal, con la historia resumida de la transición por la que ha pasado la exhibición de películas en ciudad de México. Mostró fotos de cines emblemáticos que se han convertido en bodegas, y expuso cómo portentosos edificios construidos expresamente para el Séptimo Arte fueron reemplazados por los complejos multipantalla. Desde luego, la nostalgia invadió a la numerosa concurrencia, más aún cuando el duranguense Pedro Raigosa Reyna rememoró magníficas funciones de Matiné en el Cine Principal, a unos pasos de donde estábamos. Yo también me divertí en El Principal, claro, pero no había vuelto a entrar hasta hoy, aunque sí me imaginaba por dentro el edificio convertido en el elegantísimo Teatro Ricardo Castro. Tomé fotos y le platiqué al afanador Adrián Mejía García lo que los investigadores acababan de decir en conferencia. Él me dio muchotota (sic) información, y para más detalles me sugirió hablar con un  admirado amigo suyo: Eleuterio Rivera González, mejor conocido el cácaro Tello.

¡Cómo no se me había ocurrido entrevistarlo!

Teatro Ricardo Castro, antes Cine Principal. Fotografía: Eugenia Montalván

Teatro Ricardo Castro, antes Cine Principal. Fotografía: Eugenia Montalván

Tello tiene experiencia de sobra; es más, hace poco vino un cácaro de la Cineteca Nacional, lo caló en medio de una plática aparentemente casual, y al final acordaron que haría las pruebas necesarias en D.F. para obtener un certificado oficial, algo inusitado para un hombre sencillo, pero inteligente. Noten cómo lo ha influido el cine; habla de su vida como si nos contara los diálogos de una película.

¿Cuándo te iniciaste…?
¿En el mundo de la cinematografía?
Exacto.
Mi primera vez fue hace como 28 años en el Cine Santiago, de Santiago Papasquiaro (uno de los municipios más grandes del estado, famoso por su corrido y por ser la tierra de los Revueltas), porque nací allá (en 1970). Vivía cerquita del cine, bueno al principio me metía de trampa, y me sacaban; estaba morrillo, era terco, tenía como 15 o 16 años, y así empecé a meterme hasta que cansé a la dueña del cine, y un día me dijo:
—Cómo me da la lata. Ya me tiene harta, ¿quiere ver la película completa? Bárrame y trapéeme aquí.
Era el lobby del cine: un espacio como de unos 50 metros cuadrados.
—¿Dónde está la escoba y el recogedor?
Y luego ya que acabé, dijo:
—Le quedó muy bien, ahora sí métase a ver la película.
Era Titanic, versión blanco y negro, todavía; esa fue la primera película que vi completita, de 3 horas 40 minutos. Entonces, cuando ya llevaba como media hora adentro, va el guardia y me saca.
—Vas pa’ fuera.
La señora ya me tenía palomitas, “chesco” y hot dog, y luego me dijo:
—Usted no trabaja, no va a la escuela. Véngase a trabajar aquí conmigo todos los días.

Eleuterio Rivera González "Tello"

Eleuterio Rivera González “Tello”

En aquel tiempo me daba cuatro pesos diarios. Ya de ahí me agarré a trabajar todos los días, más bien todas las tardes, y ahí cumplí los 18 años, así nomás, y me dedicaba a hacer la limpieza. Era una sala grandísima. Tenía mil quinientas butacas, y haga de cuenta que cuando hacía la limpieza, me asomaba a la caseta, y el cácaro me corría, pues no quería que lo perturbara, ya que antes las máquinas eran de carbones, y era una lata proyectar una película rollo por rollo, se batallaba mucho, se usaban dos máquinas para pasar una película completa; eran máquinas de 35 milímetros, y en aquel tiempo no había posibilidades de pasar una película completa de un jalón porque el celuloide era medio corrientón, tenía uno que tener mucho cuidado con las películas porque se quemaban muy seguido. Yo me asomaba a la caseta porque al principio me gustaba ver las máquinas, pero mi ilusión era trabajarlas yo. Ya al último cansé al cácaro, por andar  de terco, y al final me dijo:
—Ven, ¿quieres aprender a proyectar?
—Sí, sí quiero.
—Muy bien, mañana empezamos. Mañana aquí te quiero a las 3:30 de la tarde.
Cuando llegué, él ya estaba ahí, y me tenía una escoba y un trapeador, y dije: ¡otra vez desde abajo! Y parecía que lo hacía adrede, viera cómo tiraba basura. Después de eso, ya me dijo:
—Ahora sí vente a pegar películas.
Me enseñó a pegar las cintas con acetona, el líquido que usan las mujeres para quitarse el color de las uñas, luego —durante varios días— me enseñó a montar la cinta en las máquinas, y después me enseñó a prender las máquinas con los carbones, y al último me enseñó a arrancar la proyección. El primer día sentí un nerviosismo tremendo cuando ya me soltó el par de máquinas para trabajar una película completa con él, pero después se metió en la sala a ver la película y me dejó completamente solo. Me sudaban hasta las manos. Era una película de dos horas y media más o menos (no recuerda el nombre), en total catorce rollos que tenía que pasar máquina por máquina. La primera vez, no le miento, sí la regué dos o tres veces, estaba nerviosote pero sí logré sacar adelante la película. Y luego el cácaro me dijo:
—Tuviste dos o tres errores, pero fueron simples. Sí supiste sacar la película. ¿Te vienes a trabajar conmigo de proyeccionista todos los días?
—Sí.
Habló con la jefa y le dijo:
—Este muchacho se va a la caseta. Ya lo quiero allá arriba.
Era el año 89; así me inicié en el cine.
Con algunos tropezones, me imagino…
En una de ésas sí pasé tres rollos de una película al revés. ¿Cómo le diré? Se veía bien pero no se escuchaba porque el sonido estaba invertido.
¿Cómo reaccionó la gente?
Me gritaban:
—Cácaro, suelta a la dulcera.
Eran mis primeros pasos en la proyección; de hecho allá en Santiago había tres salas: Sala México, Cinema Santiago y Cinema Impala 71, y a las tres les di vueltas; empecé en Cinema Santiago y terminé en el Impala 71, el último que cerramos; tenía mármol en las paredes, y la sala estaba tapizada con cáscara de huevo; estaba bien grande, abarcaba de una calle a otra y era de dos plantas.
¿Qué significó para ti ver morir el cine en Santiago Papasquiaro?
Me sentí bien mal cuando vi que cerramos el Impala.
Mi patrona me dijo:
—Este es el último día que abrimos, Chirulillo, así me decía ella.
En ese tiempo salieron las videocaseteras, y eso hizo decaer el cine.
¿En tu casa tenían videocasetera?
No. Éramos tan pobres que ni tele teníamos.
¿Pero si llegaste a ver una película en videocasetera en esa época?
Mi patrona tenía una zapatería, y esa zapatería la convirtió en videoclub, y empezó a rentar películas. Yo le dije:
—¿Me voy o qué?
—Usted sigue conmigo, usted es de mi confianza.
Estar nomás sentado esperando que lleguen a rentar películas no es para mí.
Pero sabías de cine, podrías hacer recomendaciones, sugerencias…
Sí, claro, de hecho, en lugar de preguntarle a ella, me preguntaban a mí, y sí me hacían caso: se las llevaban.
¿Cuándo das el brinco a Durango?
Mi ingreso a Durango fue cuando tenía 23 años. Llegué, y pensé: “ahora qué hago, ¿en qué voy a trabajar? Mejor los primeros tres meses me los tomo de barra conociendo la ciudad”. Salía nomás en la colonia donde vivía y trabajé de albañil, una friega tremenda, pero después pensé que era mejor trabajar en un lugar más limpio. Hablé con el mismo hombre de allá de Santiago.
—Oiga, don Genaro (q.p.d.), ¿cómo le hago para entrar a los cines de Durango a trabajar?
—Vete al STIC (Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica). Te vas a topar con el secretario general, se llama Bernabé Alvarado. —Lo apunté en caliente, y al otro día llegué al STIC. Pregunté por don Berna. Era un señor chaparrito, moreno, todavía vive.
¿Qué pasó?
—Vengo a conseguir trabajo.
—¿Qué sabes de cine?
—Bueno, sé trapear, barrer, proyectar, pegar películas y arreglar los proyectores.
—¿Todo eso sabes? ¿De dónde vienes?
—De Santiago Papasquiaro.
—Esos cácaros son los que quiero. Tráeme una carta de recomendación.
—¿De dónde? No conozco a nadie.
—Pues ya te dije. Si quieres trabajar aquí en los cines, necesitas una carta.
En ese tiempo estaba bien difícil conseguir trabajo aquí en Durango.
—¿Quién te enseñó allá en Santiago? —Me preguntó.
—Genaro Maya.
—Tráeme una carta de recomendación de él.
—Présteme, ¿no?
Me prestó cien pesos. Llegué con don Genero, me redactó la carta, y me dijo:
—Con esto tienes las puertas abiertas en Durango.
Me fui un lunes y regresé el siguiente lunes. Le entregué la carta.
—¿Por qué te tardaste tanto? —la leyó.
—Vienes bien recomendado, a ver si es cierto. Te presentas a las 4 de la tarde en el Estudio 2001; vas a hacer la limpieza.
Este cine estaba en 20 de noviembre, cerquita de la Soriana.
La primer película que vi ahí: El último gran héroe con Arnold “Pocas letras” (Schwarzenegger). En ese tiempo éramos varios haciendo méritos: nos decían “meritorios”. Y yo no tardé mucho en conseguir planta de cácaro. Esos fueron mis primeros pasos aquí en Durango, ya de cácaro, en el Cinema Dorado 70.
Era el cine más importante de entonces.
En ése empecé de cácaro, pero de todas maneras todavía seguía haciendo méritos para agarrar plaza definitiva. Hasta que en el 96 agarré planta en Salas Centauro (se localizan en una plaza comercial, junto con Gigante). Yo llegué a manejar las dos salas: las gemelas. Estaban en conjunto esos dos y la Sala Dolores del Río (Gómez Palacio y Pasteur), que también conocí muy bien.
Eres muy hábil.
Gracias a Dios, y  así sigo a mis 43 años. Todavía me siento liviano.
¿Cómo te sentiste al empezar a manejar una nueva tecnología?
En ese tiempo ya no se trabajaron los carbones, sino que trabajábamos con lámparas de 2 mil watts, y las máquinas tenían resistencia para pasar una película completa, todavía se pegaba la cinta pero pasaba de un tirón toda la película. Ya no teníamos que usar dos máquinas.
¿Cuál fue la diferencia para el público?
Audio y video mejoraron mucho porque tiene mucho más ganancia la lámpara que los carbones, y falla menos. Tiene más brillo. El audio era de bulbos, y en los cines Centauro se trabajó por primera vez el transistor, así que el audio salía más limpio.

"Tello" con Dolores del Río. Fotografía: Eugenia Montalván

“Tello” con Dolores del Río. Fotografía: Eugenia Montalván

¿Cuál fue el siguiente paso en cuanto a la calidad de la proyección?
En noviembre del 97 se inauguró Cinépolis, y yo entré en abril del 98, como barrendero, otra vez. Pero está bien, pues llega el momento en que uno en las casetas se siente solo, encerrado, y esa vez cuando me bajé de la caseta del Dorado 70, al irme a Cinépolis andaba muy a gusto barriendo y trapeando mis tres salas, yo solo. Entonces, nunca falta un chismoso, de los mismos compañeros que entraron a trabajar allá, y le dijo al jefe, era un licenciado, que yo sabía de proyección, y se me acercó.
—¿Qué pasó licenciado?
—Súbete a las casetas.
—¿A qué?
—Por ahí me dijeron que sabes proyectar.
—No sé, quién le dijo.
—Súbete. Ahí arriba anda un muchacho, que le llaman “El Maniaco”, dile que te enseñe lo que no sabes de casetas.
No tenías escapatoria.
—No, no había escapatoria.
Arriba pregunté:
—¿Quién es “El Maniaco”?
—Oye, me dijo el licenciado que viniera a enseñarte lo que te falta saber de las casetas.
—¿Tú, enseñarme?
—Así me dijeron, si quieres pregúntale al licenciado.
—Cabrón, dijo, yo soy el que te va a enseñar lo que te falta.
Lo que me llamó mucho la atención de la caseta es que las nuevas máquinas ya no traían bobinas, sino unos platos grandísimos en los que cabe facilito una película de cuatro horas. Fue cuando aprendí lo más nuevo.
¿Eso ha sido lo más novedoso en tecnología a tu alcance?
—Sí, máquinas digitales, pero todavía con cinta. En Cinépolis me aventé siete abriles chambeando, y de allá me vine para acá, a la Cineteca Silvestre Revueltas (bajo el auspicio del Instituto Municipal de Arte y Cultura), aunque todavía estando en Cinépolis venía aquí a suplir a un compañero, y también trabajaba de vez en cuando en el cine Durango, donde pasé la nueva versión de Titanic, con Leonardo “Del Carpio” DiCaprio.
Toda una vida en el cine.
No he trabajado en otra cosa. Puro cine. Casi treinta años, ¿verdad?
¿Qué te hizo dejar Cinépolis y venir a la Cineteca?
Es que salía muy tarde y era poco el salario por manejar cuatro salas. Entonces, aquí me ofrecieron un poquito más de dinero, una sola sala, y horario de 4 a 11 p. m., mientras que en Cinépolis, con Harry Potter y Matrix llegué a salir a las 2 y media de la mañana. Fue Rodrigo Ibarra, el encargado de la Cineteca, quien me pidió que viniera a trabajar aquí de planta porque desde la primera vez que vine le gustó mi trabajo y la responsabilidad que demostraba.
Aparte de tu buen carácter, que siempre ayuda.
Eso es aparte, sí, y por eso me vine para acá. De hecho, yo le dije:
—Oiga, Rodrigo, ¿cuántos días voy a trabajar en la Cineteca? En Cinépolis ya llevo seis años.
Él me dijo:
—En la Cineteca vas a estar hasta que tú quieras.
Era el 2004; un jueves me salí de Cinépolis, y la siguiente semana empecé aquí. En febrero del año que entra me aviento diez años.
¿Ha aumentado el público cinéfilo? ¿Ha disminuido? ¿Qué piensas?
Antes las salas se llenaban a diario: lleno total, y se ve con tristeza que, al pasito al pasito, sí ha bajado la afluencia de la gente. El video, el cable y todo eso le ha bajado público a las salas, y no nada más aquí en la Cineteca. Me acuerdo de que cuando estaba en Cinépolis se llenaban las salas, y ahora que me doy la vuelta por allá, veo muy poco carro estacionado, muy poca gente acudiendo a las salas.
Tú también has visto, y me imagino que con tristeza, la decadencia de una sala como el Dorado 70 o, peor aún, la destrucción del Cine Durango para convertirlo en estacionamiento, ¿qué piensas de eso?
El Durango era un cine bonito, elegante, grandote, y tenía un sonidazo tremendo. Era muy buena sala, y ahora es un triste estacionamiento. El que no se queda atrás es el Estudio 2001, era un cinazo, en aquellos tiempos, de lujo, pero a partir de que empezó a sonar Cinépolis, optaron por hacer cuatro salas en el mismo inmueble para hacerle competencia a Cinépolis, y se llamó Multimax 4, pero no les funcionó porque Cinépolis venía con todo. Entonces, desde mi punto de vista, Cinépolis es un cinazo, ni pa’ qué: trae las mejores máquinas y el mejor equipo de audio, y las salas están muy cómodas.
Se cuentan anécdotas de las parejitas que van al cine a hacer sus travesuras, ¿tú has presenciado algo así?
A mí no me ha tocado ver nada.
¿A tu esposa le gusta tu trabajo?
No, porque no paso mucho tiempo con mi familia.
¿Qué tipo de cine es el que más te gusta?
Las películas de acción y, por otra parte, las románticas.
¿Qué dirías tú acerca del cine que se hace en Durango?
Lo de antes estaba hecho con toda la mano, era más difícil hacer una película pero se veía más real. Ahora es más fácil hacer cine, pero se ve más ficción. Me tocó ver cuando filmaron La muerte cruzó el Río Bravo, y la vi porque la filmaron en Santiago Papasquiaro, en el 85.
¿Quiénes actúan?
Maribel Guardia (de a tiro delgadita en ese tiempo), Narciso Busquets, Erick del Castillo, Eduardo Yáñez, a todos ellos los conocí ahí en Santiago. Es más, en la película sale el Cine Santiago, donde me inicié.
¿Y qué te pareció esa película cuando la viste en el cine?
Fíjese que vi mucha diferencia, porque en tiempos de mayo todo el pasto está seco por el calor que hace, y hay una escena en donde matan a Narciso, y se ve cuando lo sepultan, todo el pasto estaba seco, amarillo, y en la película se ve verde: ¡lo que hacen los editores!

Tello mira una vez más la pantalla de su celular preocupado por la hora; está a punto de terminar la película, y él debe correr a darle Play al reproductor de DVD oportunamente. Ni hablar. Dejamos para la próxima sus anécdotas con Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”, Mario Almada y Rodolfo de Anda, a quien cantinflesco, le preguntó:

—¿Se quiere tomar una foto conmigo?

—Cómo no. —Contestó él, minutos después de dar autógrafos por La gran aventura del zorro.

 


Autores
Es autora del libro Premio Casa de las Américas. 50 años – 11 entrevistas, investigación con la que se tituló como antropóloga con especialidad en lingüística y literatura por la Universidad Autónoma de Yucatán. Para 2014 prepara un libro testimonial sobre los contrastes culturales entre Yucatán y Durango, proyecto que surgió por iniciativa del programa Tierra Adentro.