El nuevo nuevo cine mexicano
La construcción de una identidad cinematográfica
Los jóvenes de entre veinte y treinta años en México crecieron durante la sequía de cine nacional más grave que hemos enfrentado hasta la fecha. Entre 1998 y 1999 se produjeron apenas ocho películas mexicanas: el momento bajo de nuestra historia cinematográfica. El declive de la producción nacional tuvo consecuencias en el público joven y genero prejuicios en torno al cine mexicano. Crecimos sin identidad cinematográfica. Aprendimos a valorar a partir de una escala distinta: “está bien para ser mexicana”.
En los últimos años esta tendencia comenzó a cambiar y no se debe tanto a las políticas relacionadas a la producción, sino a la creciente calidad y oferta de los mismos. Confieso que me mostré escéptica ante la idea de que el panorama del cine mexicano estuviera mejorando de manera definitiva (incluso en el 2013, excepcional en términos de taquilla comercial y de premios en festivales internacionales). El cine mexicano suele ser específico en sus intenciones y existen dos vertientes marcadas que pocas veces encuentran un punto medio: el comercial, pensado para llenar salas, y el “cine de arte” que, dirigido a las academias y festivales, hasta hace poco no llegaba al público general. Cabe aclarar que hay muy buenas películas recientes en ambos extremos y que no abogo por un “cine integral” que abarque todos los ángulos y genere dinero y premios por igual. Sin embargo, sería refrescante ir al cine a ver una película mexicana sin pensar “voy a ver una película mexicana”, sólo verla porque queremos, y no como si le estuviéramos haciendo un favor.
Tres largometrajes estrenados el año pasado demuestran que es posible atraer al público a las salas comerciales con propuestas de género diferente, producción e historias que no han sido calcadas de las estructuras hollywoodenses: Heli de Amat Escalante, Club Sándwich de Fernando Eimbcke y Los insólitos peces gato de Claudia Saint-Luce marcan una línea en lo que se denomina “el nuevo cine mexicano” (que cabría renombrar “el nuevo nuevo cine mexicano post 94”).
Evite ver Heli, tercera cinta de Amat Escalante, más de lo que me gusta admitir. En general prefiero perderme las películas que causan más revuelo por su violencia que por otras cualidades. El hecho de que un mexicano ganara por segunda vez consecutiva el premio a mejor director en el Festival de Cannes no cambió demasiado mi postura. Opté por postergar el momento inevitable en el que terminaría viendo la controversial cinta que en muchas reseñas ha sido reducida a una escena de tortura genital y al retrato crudo de una de las muchas realidades del México actual.
Cuando finalmente llegó el momento me sorprendió lo poco que sabía sobre la película a pesar de haber escuchado y leído casi medio año de críticas. Me sorprendió la fotografía; el extraño y contradictorio efecto de tranquilidad y desconexión generado por los planos abiertos y lo impecable de las imágenes, incluso en los más terribles momentos de violencia explícita. Todos estos elementos, en conjunto con la historia simple y contundente de un ajuste de cuentas relacionado al narcotráfico, resultan, en contraste, perturbadores. Las emociones contenidas y la frialdad proyectada por los personajes, así como las actuaciones más autoconscientes que naturales (en muchos momentos la puesta en cámara se siente un tanto invasiva, parecida al tratamiento de un documental), construyen un ambiente de normalidad y cotidianidad que no es producto del “retrato fiel de la realidad”, sino de una estructura y una serie de recursos narrativos muy bien pensados. Al final del día, Heli es una cinta de ficción y, como tal, es una construcción artificial con fines dramáticos.
En más de una crítica leí que el mayor acierto de Heli (y al mismo tiempo desacierto, según sensibilidades) es la fidelidad y crudeza del retrato del México sitiado por el narco, pero el verdadero logro de Escalante fue crear una atmosfera tan compleja que hizo a muchos espectadores confundir la ficción con la realidad, y hasta enojarse por el impacto negativo de la película en el turismo. En muchos medios, tanto nacionales como internacionales, la cinta fue tachada de amarillista por presentar violencia innecesaria. Esta reacción es desproporcionada, pues implica que el público condona sólo cierto tipo de violencia en los medios audiovisuales; la que está cubierta de un velo de irrealidad con efectos especiales o comedia, la sangre casi una sátira de cintas que coquetean al mismo tiempo con la farsa y con la denuncia explicita de manera temerosa, como El infierno, de Estrada. Al parecer no nos molesta ver decapitaciones o ríos de sangre, siempre que toquen un nervio social.
Club Sándwich (2013), tercer largometraje de Fernando Eimbcke, se trata, en contraste, de un melodrama sencillo con tintes de comedia que narra un triángulo amoroso poco convencional entre un par de adolescentes en su despertar sexual y la madre de uno de ellos. Esta película, como las dos anteriores de este director, está repleta de silencios, pausas y momentos de comedia sutíl.
La primera vez que vi la opera prima de Eimbcke, Temporada de patos (2004) pensé en por que nadie había hecho algo similar. El vacío de películas mexicanas dirigidas al público joven había comenzado a llenarse con Y tu mamá también y Amores perros, pero quizás el filme con mayor impacto en la creación de identidad de esta generación es, precisamente, la que inaugura la filmografía de Eimbcke.
Con su tercera película, Eimbcke termina de consolidar un estilo propio para contar historias intimas sobre rutinas interrumpidas momentánea pero profundamente. La atmósfera de Club Sándwich es tangible y contagiosa: calor húmedo que se adhiere al cuerpo como una capa invisible; aire tan espeso que genera conciencia constante de la corporalidad de los personajes. Esta cinta retrata un fragmento crítico en la relación cercana entre una madre, Paloma, y su hijo, Héctor, de manera casi muda a través de gestos y acciones mínimas. Es una historia de crecimiento que no se concentra tanto en el cambio de los adolescentes como en el impacto que este tiene sobre la madre, una mujer que intuye su desplazamiento del centro de la vida de su hijo e intenta aferrarse a su lugar por última vez.
Al igual que Heli, Club Sándwich es una película de emociones contenidas, esta vez en un escenario de barreras difuminadas y sexualidad a flor de piel. El erotismo inocente de los personajes resulta tierno y cómico sin llegar a ser cursi o forzado, lo cual es muy refrescante para películas sobre estos temas.
Los insólitos peces gato (2013) presenta a la “típica” familia mexicana, la que lleva hasta al pez de vacaciones, que ha cambiado en miembros y en estructura, pero no en esencia. Esta película, debut de Claudia Saint-Luce, es un retrato de una madre y sus hijos, azotados por una enfermedad terminal. A pesar de abordar un tema difícil, la vida de una mujer con vih y la presencia de la muerte en el núcleo familiar como un huésped inoportuno en los mejores momentos, esta película no se pierde en la sobredramatización de situaciones cliché. El dolor del imperceptible pero constante decaimiento de una persona con este virus se vuelve cada vez más presente a lo largo de la película, esto no sucede con la tristeza y desolación que adjudicamos a este tipo de personajes. Los insólitos peces gato es una aproximación divertida y profunda a una realidad trágica, la inevitabilidad de la muerte y la tristeza velada de una familia que francamente no sabe qué hacer sin su mamá.
Martha, madre de tres mujeres y un niño, todos de tres padres distintos, es el centro y columna vertebral de la vida de todos. Está al tanto de los amores, obligaciones, intereses y problemas de sus hijas y la autocompasión paralizante no la invade en ningún momento. Esta película está narrada de manera muy efectiva a través de un personaje externo, Claudia, una mujer hermética de la que se sabe muy poco. Claudia entra a la vida de esta familia por casualidad y fortuna, pues trae un equilibrio necesario al caos natural de la convivencia de cinco personas muy distintas. Este personaje escucha a cada miembro de la familia como un espectador sin capacidad de juicio y se convierte en un pilar para todos en los momentos más críticos del proceso de la enfermedad. Es a través de estos encuentros que descubrimos la complejidad de los personajes. Por su lado, Claudia sólo quiere formar parte, aunque sea brevemente, de este extraño muégano familiar.
De las tres películas aquí mencionadas, Los insólitos peces gato es mi favorita. Creo que me hacía falta verlas para convencerme de que las generaciones jóvenes de cinéfilos encontraran la identidad cinematográfica que los nacidos entre la década de los ochenta y noventa no tuvimos.
Estas tres cintas sobresalen no por ser (ni a pesar de ser) mexicanas, sino por ser buenas. Son muestra de un cine capaz de competir, en términos de calidad, producción e historias, con la oferta internacional que inunda las salas comerciales. Sin duda, la lucha que se ha llevado a cabo los últimos años por aumentar el porcentaje de películas mexicanas en pantalla es muy importante para evitar el “semanazo” que tanto daño le ha causado a nuestra industria, pero las buenas películas son buenas aquí y en China (y sobre todo en Francia, donde al parecer nos aman) y poco a poco el cine mexicano por sí mismo será capaz de reconquistar sus salas.