Tierra Adentro

Titulo: Los disfraces del fuego

Autor: Manuel Iris

Editorial: Atrasalante

Lugar y Año: México, 2015

Ante la actual pretensión de la poesía mexicana de sonar lo menos introspectiva posible y lo más desenfadada y fundida con los compases de la calle, el ruido, las efusiones del relajo, el coloquialismo, los referentes de los medios masivos, la agitación y la obsesión por vocalizar la circunstancia, toparse con Los disfraces del fuego (Atrasalante, 2015), que mira —a mi parecer— hacia el lado contrario, significa una grata excepción a la regla y una garantía de resistencia del temperamento poético a la dictadura de la moda en curso. Lo anticipa ya la música de Arvo Pärt que desde el pórtico de cada una de las cuatro secciones del libro se recomienda escuchar, un repertorio propicio a la sosegada exploración de la interioridad y bajo cuya advocación transcurre esta reciente entrega de Manuel Iris (Campeche, México, 1983), poeta y académico afincado en Cincinnati.

Sin embargo, por más que la hondura reflexiva y el ensimismamiento pudieran suscitar interpretaciones de resonancia mística, otra es la orientación de Los disfraces del fuego, una obra escrita de cara al sonido y la materia, la tregua y el vacío, y no precisamente determinada por el magnetismo de la trascendencia o las potencias del diálogo divino. Las inquietudes de Manuel Iris se desprenden de la inmediatez, altar de ofrendas y de sacrificios, condicionado por la paradoja, donde se yergue el cuerpo y la sed cobra sentido, donde arde el espejismo del deseo y se inmola el cuerpo, lo que, dicho con toda reserva, Nicolás de Cusa llamó coincidencia de opuestos, una noción de índole teológica que semeja regir las formulaciones de Los disfraces del fuego, zurcidos a partir de la confrontación de ciertos absolutos esenciales: presencia y ausencia, visión e invidencia, memoria y olvido, vida y muerte.

El primer apartado, «Tintinnabuli», es impensable sin el fenómeno acústico, un estímulo perceptivo y un trance artístico rayano por momentos en la sacralidad, como gustaba de pensar Nietzche. Manuel Iris reivindica el influjo desencadenante de la música en la elucubración poética y discurre en torno a las connotaciones del mutismo abismal, la nada, el sueño, la transparencia, el fulgor genésico, formas de plenitud que el poder integrador de una partitura, un coro o una ejecución instrumental concierta en calidad de sucedáneos o de vasos comunicantes. No es por ello casual ni caprichoso, para abordar tales conceptos, apelar al evocador trabajo de Pärt, sutil y dispuesto como un lienzo en blanco a las maniobras de la sinestesia. Fundado en los principios de contradicción y complementariedad, «Tintinnabuli» posee naturalmente base discursiva en el sigilo, desmintiendo, sin proponérselo, la tesis de John Cage sobre las impurezas del mismo. Cito: «Si te repites tú, silencio; / si te ecas, / ¿qué ritmo se hace luz?».

El segundo apartado, que otorga título a la libro, rastrea los avatares de la corporalidad, las mutaciones de la apariencia, un proceso que redescubre la tentativa de escudriñamiento del hecho poético a través de una indagación de los límites de lo tangible o manifiesto. Iris somete a prueba la experiencia sensorial en tanto que es vehículo de conocimiento y fuente de revelación. El argumento de esa puesta en duda reside en el constructo de la metáfora exponencial que consideraría a las cosas como una metáfora de otra metáfora, es decir, símbolo de un orden subyacente que constituye un símbolo de otra subyacente capa de realidad. De ahí las líneas siguientes, sentenciosas y reiterativas en el afán de fatigar el trasfondo de las palabras: «La desnudez también es un disfraz», «Todo el amor es un disfraz desnudo», «Sólo el amor es verdadero al tacto». La sintaxis aforística facilita a Manuel Iris ensayar una ponderación de las fuerzas de gravedad de la existencia y perfilar una legislación del mundo, explotando la riqueza analógica de los términos que ostentan mayor peso moral, físico, afectivo, mas no sin cuestionar la ilusoria estabilidad de lo tocado y visto que se precipita en el incesante continuum de su propia metamorfosis: «Tu cuerpo es una forma de la música. / Es el disfraz de todo lo visible», reza uno de los poemas.

Luego del tercer apartado, representado por una pieza única, «Fuga», y amenizado por la «Misa Berlinesa» de Arvo Pärt, el cuarto movimiento del libro, «Réquiem», regresa al programa musical del segmento inicial, «Für Alina», del compositor estonio, con lo que el autor insinúa una circularidad que no implica un cierre definitivo sino que recomienza en la bella función regeneradora, poética en sí, que oculta de manera directa o colateral la tragedia del deceso, en sintonía con la concepción del eterno retorno y la conservación de la materia, pero igual con el tópico heracliteano del pantha rei, o «todo fluye», y las proposiciones de Lucrecio en De rerum natura que invitan a contemplar en el fallecimiento un tránsito hacia otra dimensión en aras de una permanente transformación de los seres vivos, eslabones de una totalidad interconectada. «Nace una flor / a los pies del ahorcado». Manuel Iris tematiza el umbral de la desaparición, una zona fronteriza que ofrece tiranía y relatividad, un temor parcial y la bisagra de un nuevo origen, pues como escribe nuestro poeta, «Tus rostros, muerte mía, son también / el mar de las repeticiones».

Los disfraces del fuego sobresale por un lenguaje de escasa adjetivación que confiere a los poemas un aire lacónico y despojado, conforme al supuesto minimalismo sonoro de Pärt. No obstante, habría que subrayar el carácter fluctuante del fraseo, que incluye a la letanía, y el patrón rítmico del conjunto que combina un variado espectro de confección textual que va de la pieza breve al poema en prosa, contando la confluencia del versículo. Es como si en la diversidad de tales modalidades la poesía desplegara un abanico de máscaras, un artilugio de polifonías que aspirase a reproducir las vacilaciones de la flama, las ondulaciones de la fogata rozada por el dedo del viento. Este libro rinde un tributo a los misterios de un orden que cambia sin que lo notemos, como el milagro cotidiano de lo que damos por sentado o pasamos por alto sin registrarlo. Entre otros, José Gorostiza, Roberto Juarroz, José Ángel Valente y Clara Janés se han esmerado en revertir dicha inercia. Es el oficio de fijar vértigos. Cazando las oscilantes iridiscencias, Manuel Iris se afilia con dignidad y magnificencia a esta señalada familia.


Autores
(Baja California, 1972) es poeta y ensayista, doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona. El año de 2007 fue incorporado al Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) en la disciplina de letras.
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