El León Alado
Su posición sobre un muro, en un gallardete, marcando un mojón de piedra demarcando un territorio, en la soberana punta de una enorme y magnífica columna: No infunde miedo pero sí celos, envidia y a nosotros orgullo, y en cualquier caso, respeto.
Es el león alado, el símbolo de la república de Venecia, la república de los mejores comerciantes del mundo, de los maravillosos espías, de los barcos más veloces, de las conspiraciones más ingeniosas, de los más voraces negociantes. Originalmente, Venecia tenía su santo; era Teodoro de Amasea, un santo soldado famoso por haber combatido con un dragón (o acaso un cocodrilo) y por ser quemado vivo en la época del emperador Maximiano al declararse cristiano.
Era el santo patrón de la ciudad, pero obviamente necesitaban uno más potente. La ciudad se estaba reconstruyendo tras una invasión de los francos y firmaba tratados comerciales con Carlomagno y Constantinopla. En el año 828, dos mercaderes cuyos nombres pasaron a la historia, Buono Tribuno da Malomocco y Rustico da Torcello tuvieron el inmenso atrevimiento (muy probablemente inducidos por las autoridades venecianas) de robar las reliquias de San Marcos en su tumba en Alejandría, Egipto.
Pusieron la osamenta en un canasto que cubrieron con carne de puerco y hierbas, para que los inspectores del puerto, que eran musulmanes, se alejaran de él. Gritaban “khwazir”o “ghanzir” (marrano) a todo aquel que intentó registrar los bultos. La cesta fue envuelta en una vela y subida a las alturas del barco. Para que la historia sume encanto, cuando entraron en aguas profundas una gran tormenta se aproximó al velero y San Marcos se le aproximó al capitán para advertirle que arriara las velas o el viento lo arrojaría hacia los escollos y las rocas de la costa. Lo hicieron y se salvaron.
Tras cruzar el Mediterráneo y cursar el Adriático, los ladrones de tumbas llegaron a Venecia el 31 de enero de 829 y entregaron los restos al dogo Giustiniano Partecipazio, que los colocaría en el castillo. Inmediatamente se comenzó a construir un santuario que imitaría la basílica de los Doce Apóstoles en Constantinopla y trabajando a toda velocidad en casi cuatro años, en 832 fue consagrada (William Lithgow rescata la historia en “Comments on Italy” tomada de The Rare Adventures and Painfull Peregrinations, editada en 1614).
Los huesos de Marcos, fueron colocados en una cripta tras el altar. Algunas versiones abundan en anécdotas sobre los ladrones de la osamenta y dicen que se trataba de contrabandistas y que ofrecieron abundantes coimas a sus cómplices en Egipto. Que fueron auxiliados por dos monjes griegos, el monje Staurazio y el sacerdote Teodoro (porque Marcos era venerado por católicos, ortodoxos y coptos) y el pretexto fue que el califa estaba robando el mármol de los templos cristianos para su nuevo palacio.
Pero si querían impedir el robo del mármol ¿para qué se llevaron los restos? ¿En venganza? ¿Y por qué rescatar los restos de San Marcos con tantos riesgos? Pero obviamente todo es más confuso, porque Marcos, que no se llamaba Marcos sino Giovanni y sus restos no tenían cabeza, porque se dice que fue decapitado antes de cremado.
Aún así años más tarde, en 1419, un vivales trató de venderle el cráneo a los venecianos. San Marcos Evangelista, “la voz que clama en el desierto”, autor de uno de los más populares evangelios, discípulo de Pedro y fundador y primer obispo de la Iglesia cristiana de Alejandría, fue arrastrado por las calles dos veces y muerto. Según una tradición, posiblemente apócrifa, porque no existen huellas del paso del tal Marcos por la bota italiana, arribó en el remoto pasado a lo que sería Venecia, donde un ángel se hizo presente y le dijo: “Pax tibi Marce, evangelista meus. Hic requiescet corpus tuum.” (Que la paz sea contigo, Marco, mi evangelista. Aquí yacerá tu cuerpo). Con tan escasos argumentos, los venecianos se quedaron con los huesos traídos de Egipto y levantarían en torno a ellos una de las iglesias más bellas del mundo.
Bueno, ya tenían a Marcos, pero su aparición en el escudo de Venecia no es nada clara. La ciudad se cuenta a sí misma que ha crecido bajo el halo protector de San Marcos. Pero ¿de dónde los venecianos lo hicieron un león? Para cristianizar el símbolo se apeló al profeta Daniel: “El primero era como un león y tenía alas de águila. Lo observé hasta que sus alas fueron arrancadas. Y fue levantado de la tierra y lo obligaron a levantarse en dos pies como un hombre, y se le dio un corazón de hombre”.
Más aún: El profeta Ezekiel habla de cuatro criaturas aladas que representan a 4 de los evangelistas: Mateo es descrito como humano, Marcos como un león, Lucas como un toro y Juan como un águila. Una oscura cita en el ya oscuro Apocalipsis del paranoico San Juan, redactado probablemente entre el siglo I y II en la isla de Patmos, menciona la presencia de un anciano con rostro de león cercano al trono divino. Y dándole vueltas al viejo testamento, Juan el bautista dicen que dijo refiriéndose a Marcos: que cuando escuchó la voz de Dios, gritó en el desierto y sonaba como un león rugiendo.
¿Cuándo lo volvieron alado? Porque si bien hay una explicación confusa para dotar al pobre Marcos de una apócrifa estancia en Venecia y otra para darle representación animal, no la hay tanto para darle alas. Más allá de los pretextos, la simbología no es de origen cristiano.
El león alado se remonta en la oscuridad de los tiempos nítidamente como una figura protectora, una deidad. En Akkad lo llaman Lamassu (león o toro alado con rostro humano). Originalmente es un símbolo hitita o persa. En la Puerta de Jerjes en Persépolis aparece un león alado, que estaba colocado en la esquina de una de las entradas. Aparece en Asiria, llegará hasta la India. El veneciano Marco Polo autor de “Las maravillas del mundo”, vio tres de ellos, majestuosos, sobre tres columnas en un puente sobre el rio HunHe en China. Y con tan insuficientes elementos como esos, Marcos sería un león y además con alas.
Hacia el año mil la república controlaba el alto Adriático y en los siguientes cien años el bajo, hasta la costa albanesa. En 1203 los venecianos participan en el saqueo de Constantinopla con el pretexto de la 4ª cruzada, de pasada se roban los caballos de cobre (que no de Bronce) para decorar la basílica. No bastaba un santo, hacía falta un símbolo.
Según historiadores serios, fue Jacopo da Varazze, cronista en el siglo XII, quien propuso el león alado como símbolo único de la república (aunque en ese siglo ya tenían uno y feo y tristón en Roma en la basílica de San Clemente), pero muchos otros también serios historiadores retrasarían su aparición hasta el siglo XIV, consagrada por dos cuadros realizados al inicio del siglo XVI.
Giovanni Battista Cima da Conegliano, discípulo de Giovanni Bellini, pinta entre 1506 y 1508, un león con unas alas que parecen postizas, rodeado de personajes bíblicos. Poco después, en 1516, Vittore Carpaccio, famoso por el “Joven caballero en un paisaje”, lo pinta para el Magistrado de los Camarlengos del Rialto y la obra terminaría en el Palacio Ducal. Un león flaco y feo, que no fiero, de potentes alas y halo sobre la cabeza, con un libro abierto al frente que repite la sentencia y que en el paisaje del fondo muestra la ciudad a la izquierda y las naves en la laguna.
Era ya popular, estaría también en el patio de ingreso al archivo de Estado, un bello león en piedra sobrepuesta y sobre una de las columnas de la plaza de San Marcos, donde antes de subirlo (lo que era una pieza asiática) tuvieron que añadirle las alas. El león será representado mil veces, en las góndolas, un millar de ellas que circulaban en la laguna durante el Renacimiento, en la batalla de Lepanto, cuando en 1571 la flota veneciana, de 146 barcos, la aportación más importante en la alianza hispano-papal, fue clave para la derrota otomana.
En el ascenso de la república serenísima (maravilloso nombre, no imperio inmortal, no reino imperecedero, serenísima república) estará presente marcando presencia y territorio de la lejana Bérgamo a Lecce, de Verona a Treviso, de las costas de Dalmacia a Chipre, Creta a Morea, Corfú, pero también en los barrios mercantiles venecianos en la ruta al Mar Negro o al Mar del Norte; y también en Londres, en South Hampton, en Trebisonda y desde luego en Constantinopla.
Witupertus Eudt de Collenberg encuentra 30 variantes del león. Cuando es dorado, es también el símbolo de la república de los comerciantes, del gran dinero, pero alado, dorado y con espada, como si las fauces del león no fueran suficientes, es el símbolo del comercio armado. Hasta Gustave Moreau, el más oscuro de los pintores de fin del siglo XIX, le rinde tributo en 1885 en un cuadro maravilloso titulado Venezia, donde una bellísima mujer ataviada a lo orientalizante reposa sobre un amable león mientras al fondo se distingue vagamente San Marcos.
Sebastián Rutes me recuerda que fuimos juntos a visitar su museos y que Moreau vivía con su mamá, que era sorda, y le describía sus cuadros: “Persiguiendo su sueño de gracia, de grandeza y de silencio, apoyada en su león alado, la noble reina dormita apaciblemente recordando sus esplendores pasados y su gloria imperecedera”. La historia del león alado tan majestuoso en la bandera, es tan falsa, tan repleta de agujeros rellenados con falacias, que resulta enormemente bella. Y además, acaso inmortal. ¿Qué mejor que un león alado para una república que depende de sus espías y de la velocidad que el viento le imprima a las velas de sus barcos? ¿De la habilidad de sus comerciantes y de su destreza no sólo para la gloria, sino también para la rapiña, la usura, las abundantes traiciones, los engaños, los turbios negocios?
NOTA: He ojeado decenas libros y caminado por Venecia decenas de veces para cubrir estas escasas líneas, no tiene sentido apoyarse en una bibliografía extensa, pero si al menos mencionar libros que me resultaron particularmente útiles: “Venice a new history” de Thomas F. Madden, “A history of Venice” de John Julius Nowwich, “I servizi segreti di Venezia” de Paolo Preto, “Venice. Lion city” de Garry Willis”; la “Storia di Venezia” de Frederic Lane; “Canal grande” y “La Repubblica del leone” de Alvise Zorzi; “Una república de patricios” de Carlos Diehl; “Venecia observada” de Mary McCarthy; “A history of Venice” de Alethea Wiel y la monumental colección de leones registrada en “Il Leone di San Marco” de Laura Simeoni, Michele Rigo, Francesco Boni, Aldo Andreolo y Ferruccio Giromini”.
Y casi se me olvida el león será el símbolo en una estatuilla dorada del premio al ganador del festival de cine desde 1936 y que en 1966 ganó Gillo Pontecorvo por “La batalla de Argel”. Y mil eternas gracias a Paloma, que tuvo la paciencia de fotografiar cada león con el que tropezábamos.