Tierra Adentro
Portada de "Las voladoras", Mónica Ojeda, 2020. Editorial Páginas de Espuma.
Portada de “Las voladoras”, Mónica Ojeda, 2020. Editorial Páginas de Espuma.

Es octubre y no se me ocurre una mejor temporada del año que la spooky season para hablar de las letras de Mónica Ojeda y María Fernanda Ampuero, autoras ecuatorianas brillantes y dos de las voces más poderosas de las letras latinoamericanas actuales.

Como ya se ha dicho mil veces, en las últimas décadas ha cobrado fuerza una corriente literaria de mujeres que escribe desde el terror o lo inquietante para hablar, no solo sobre los horrores que habitan en la mente humana, sino también para retratar la mórbida realidad social que se vive día tras día en América Latina.

Autoras como Mariana Enríquez, Fernanda Melchor, Samanta Schweblin, Liliana Blum, Ariana Harwicz, Michelle Roche Rodríguez, Giovanna Rivero y las mismas Mónica Ojeda y María Fernanda Ampuero (entre otras) se han vuelto famosas por reinventar un género que se inscribe en la tradición de grandes como Amparo Dávila o María Luisa Bombal y, yéndonos mucho más atrás y cambiando de continente, Mary Shelley, por ejemplo.

Las voces de estas mujeres que escriben sobre lo fantástico, lo irreal, lo sobrenatural, el miedo, el gore, el maltrato, el amor y la violencia han sido englobadas en dicho movimiento literario, también llamado “terror social latinoamericano”.

A mí este término no me gusta. Me hace pensar en literatura panfletaria que solo quiere la denuncia social, y eso no representa los matices ni la complejidad de perspectivas que estas autoras plantean en sus obras. Es innegable que comparten una columna vertebral dada por cierto contexto social, político y económico compartido, pero definitivamente cada vértebra es única en su aproximación a lo macabro. Me parece mucho mejor el término “gótico latinoamericano” o “gótico andino”, como Mónica Ojeda definió el género de su propia obra.

Que lo gótico se aleje de la literatura eurocentrista, los escenarios burgueses y encuentre su propia vertiente en lo típicamente latinoamericano para explorar el miedo a partir de lo que conocemos es increíble; una bocanada de aire fresco en un género lleno de clichés.

En particular, Ojeda y Ampuero comparten, además de su país de origen, cierta visión de la realidad desde lo grotesco, la monstruosidad del cuerpo, lo que significa ser mujer, y el horror y la belleza como dos caras de una misma moneda.

De Mónica Ojeda he leído Nefando (2016), Mandíbula (2018) y Las voladoras (2020). Las tres obras me gustan bastante, sobre todo el libro de cuentos y su primera novela. Recuerdo que la primera vez que leí Las voladoras (2020) estuve cerca de dos horas destrozada: atónita, horrorizada, tristísima y sobrecogida. Sintiendo a más no poder.

Los ocho cuentos del libro están poblados de criaturas extrañas, brujería, rituales poéticos, sangre, cabezas que ruedan, cuerpos mutilados, hechizos, mitos ancestrales, mujeres misteriosas y, sobre todo, de imágenes hermosamente grotescas, siniestras y profundamente enternecedoras.

No sé si me inquietaron más las historias macabras y desoladoras del libro, la soledad de las mujeres que habitan las páginas o la belleza hiriente y escalofriante de la voz lírica. Me eriza la piel lo espléndidas que llegan a ser la fealdad y la repugnancia en este libro; cómo lo bestial se vuelve sublime.

Las voladoras es de las poquísimas colecciones de cuentos de las que puedo decir que todos los relatos me gustan. Tiene una sensibilidad poética que me parece fascinante. No puedo recomendar solo un cuento ni decidir cuál es mi favorito. Así de bueno es el libro.

A María Fernanda Ampuero la conocí con Pelea de gallos (2018) y después leí Sacrificios humanos (2021). El primero es el que más me gusta. Es brutal. Comienza con un cuento que es una genialidad. A diferencia de Ojeda, la prosa de Ampuero es menos ritual o “poética” y más directa. Precisa, contundente, cruel.

En la colección de cuentos se plasman más abiertamente complejas problemáticas políticas y culturales de Latinoamérica. Un aplauso al que escribió la contraportada porque resume de forma bastante acertada el libro y menciona que “aborda todos los horrores y maravillas que se encierran entre las cuatro paredes de una casa: el espanto y la gloria de nuestras vidas cotidianas”.

Ampuero observa con lupa las dinámicas de poder, el amor, la familia y el abuso desde la mirada de personajes, a quienes el mundo nunca les dio una oportunidad. La voz narrativa de la escritora es sutil pero dura; sus cuentos, miniaturas afiladas. Cada relato, cada acción y cada personaje revelan mundos enfermos y despiadados contados con una belleza y claridad de lo más perturbadoras.

Pelea de gallos es un libro que, como el de Ojeda, aborda las atrocidades del cuerpo, la exploración de un erotismo monstruoso y las implicaciones terribles de ser mujer. María Fernanda Ampuero muestra realidades descarnadas cuyos huesos blancos brillan y deslumbran. La mayoría de los cuentos me gustan mucho, pero hay tres en particular que me impactaron: “Subasta”, “Pasión” y “Luto”. Recomendadísimos.

Una cita de Nefando dice que “hay dos formas de encarar nuestra humanidad: cavando en el cielo o cavando la tierra. Nubes o gusanos. Celeste o negro. Normalmente todos cavamos el cielo porque sólo los locos miran hacia abajo y escarban. Se supone que queremos la inmensidad, pero no la nuestra, sino la que nos excede, y esto está siempre muy lejos de la piel y los huesos; muy lejos del polvo al que volveremos y con el que alimentaremos el pasto. Te digo una cosa, […] siempre es mejor cavar la tierra”.

A Ojeda y Ampuero no les importa el cielo, cavan profundo en la tierra y revelan la condición humana, lo que habita en la inmensidad de nosotros, lo monstruosa que es la humanidad, lo monstruoso que es encontrar la belleza dentro de tanto horror. La narrativa de Mónica Ojeda y María Fernanda Ampuero es una escritura-cóndor: carroñera y magnífica.