Tierra Adentro

Valgur ha congregado a la juventud mexicana en cientos de foros a lo largo y ancho del país en los últimos años. El dueto musical conformado por Hugo y Elizabeth Valdivieso ha emprendido una cruzada que, de Mérida a Tijuana, ahora recorrerá los Estados Unidos con la gira “Poder y victoria 2025”. Próspero ritual de año nuevo antes de ofrecer su primera presentación en el festival Axe Ceremonia, compartiendo cartel con Charli XCX.

Para contar esta historia debo remontarme a una noche fría de octubre, cuando Hugo festejaba su cumpleaños en la ya desaparecida galería Venenoise, enorme inmueble derruido en la calle de Bucareli. La fiesta comenzaba a las 9, pero a esa hora los Valdivieso apenas estarían teloneando a la banda The Drums. La fiesta continuó. Al filo de la medianoche, no había ni señal de los hermanos. Me creí extraviado entre los pasadizos de aquella vieja casa, que poco a poco comenzaba a atascarse de jóvenes y humo de cigarro. El DJ tocaba reggaetón macabro y pop latino en reverb. De pronto, alguien me jaló del hombro y me susurró: “ven”. Esta persona me condujo a una sección privada, donde vi más jóvenes fumando en cadena. En el tumulto, en una esquina, por fin encontré a Elizabeth y Hugo: ataviados de negro, con ropa holgada y botas, un par de anacoretas cyberpunk. Me sentí como el bobo protagonista de la película Almost Famous (2000), atrapado en el estilo de vida excéntrico de estrellas musicales en ascenso. Y así la creatividad selló nuestra amistad.

Meses después, Elizabeth organizó su fiesta de cumpleaños. Higos, ciruelas y serpentinas decoraban la mesa. Estábamos apretujades en su apartamento. La cantante y compositora, sentada también en el piso, llevaba un vestido blanco; escuchaba con atención a su hermano musicalizar la velada con una improvisación de finger drumming que parecía no tener final. Esa noche se abrió ante mí una red de creadorxs que cobra mayor fuerza en la escena independiente. Por mencionar algunos nombres: Clothing, de Querétaro, con su sentimentalismo vaquero y sus rolas entre la balada y el noise; un4lokur4, de Xalapa, estilista de moda y DJ trans que toca en raves hasta el amanecer; Goma Xantana, también veracruzana, cuyos visuales esquizoides colorean importantes festivales de música electrónica. A la par, Valgur ha compartido escenarios con bandas del norte del país como la agrupación dream pop Mint Field y la banda neo-grunge Margaritas Podridas, trazando una vasta constelación de talentos nacionales.

Los Valdivieso radican en la Ciudad de México desde hace ya más de una década, pero sus raíces oaxaqueñas permanecen en su creación. Así lo demuestra su primer LP, Zapandú (2019), donde destacan “Rogelia”, recitada en zapoteco, al igual que el track que da título al disco, de fuerte carga sensorial (“antigüedad de tocador / el mar y el monte hablándonos”). Para dimensionar el drama identitario de Zapandú, debemos entender el contexto cultural donde nacieron los hermanos: Juchitán de Zaragoza, alguna vez un hervidero de activismo político y efervescencia artística donde floreció sobre todo la poesía zapoteca, tan tristemente poco traducida, publicada o difundida. Unos versos de Pancho Nácar (1909-1963) capturan la añoranza por la tierra natal:

Bella amaneció la mañana, 

el sol dispersaba su luz sobre la tierra; 

en el monte sobre un árbol de pitahaya

cantaba un pájaro con hermosura.

Cuatro años y una pandemia después, Armaggedon (2023), el segundo LP de Valgur plantea una evolución, aunque mantiene la esencia synth-pop al estilo Mecano de la placa anterior. Con una portada realizada por el artista visual Luis Campos —una especie de glitch animé fantasmagórico y angelical—: Armaggedon es ya un producto de culto que apela a una amplia y un tanto estrambótica paleta de gustos y audiencias: otakus, darketos, adolescentes, hipsters y connoisseurs. Aclamado por la revista Rolling Stone como uno de los mejores álbumes en español (superado, curiosamente, por Peso Pluma), su título alude a la batalla final del Apocalípsis entre Dios y las fuerzas malignas de Satanás. 

El disco fue concebido en un periodo de crisis, problemas de salud y adicciones que marcó profundamente su forma y fondo. La presencia enfática del Nuevo Testamento proviene de haber crecido en un hogar cristiano. Sin ser dogma, el mensaje espiritual se vuelve símbolo de resiliencia y devoción para una juventud perdida. A partir de una lectura personalísima de los evangelios, Valgur ofrece una visión pesimista sobre las tinieblas de la sociedad contemporánea; la imaginería bíblica se trasluce en casi todos los cortes. Letras sombrías contrastan con hooks pegajosos, a veces con un tono profético y condenatorio, otras con humor, como en “Vanidad”, que cita el Libro del Eclesiastés: “vanidad de vanidades, todo es vanidad / ¿qué provecho tiene el humano de todo su trabajo / con que se afana debajo del sol?”

Pop melódico de estructuras inestables, cada canción de Armaggedon descubre siempre un giro inesperado: de los acordes de jazz experimental que abren el tema sobre violencia intrafamiliar “Bola oro” con todo y su puente de bossa-nova, a la caótica introducción de metal en “Virgen del Apocalipsis” a dueto con Tessa Ia. Los efectos en la voz de Elizabeth potencian la pesadumbre emocional de sus propias composiciones, como sucede en “Desbarajuste”. En “Máscara de niña”, se aferra a una inocencia para siempre perdida, acentuando la alienación y desarraigo queer (“¿merezco ser abucheada? / ¿merezco permanecer con la cabeza baja?”). 

Armaggedon, editado tanto en vinilo como en cassette, delata una atracción por el sonido urbano americano de los ochentas. Esto se debe a la afición de los Valdivieso por coleccionar vinilos (hace unos años, cuando llegaron a la capital, solían organizar noches de “Tlayudas y viniles”). Así, el nu-jack swing apocalíptico de “Armaggedon” incorpora elementos del freestyle y el R&B como Nu Shooz, Kool & The Gang y Exposé. Por esta singular combinación, la música de Valgur tiene algo que la hace parecer no de esta época, sino de un tiempo distante: un tiempo otro, nostálgico y futurista, un soundtrack para el juicio final. 

El universo de Armaggedon alcanza su máxima expresión arriba del escenario, con un espectáculo que se ha presentado desde la Friki Plaza —una tarde calurosa de primavera donde lxs fans-feligreses se agruparon en una misma masa con jugadores de Magic y Yu-Gi-Oh!— hasta espacios underground, algunos hoy inactivos, como textraño_mucho, Compás 88 y el Nepobaby, donde a veces se podía ver a Elizabeth vendiendo su propio merchandising mientras se maquillaba antes del show. 

Magia, encantamiento, juego y disfraz: Hugo toca la caja de ritmos como un monje poseído y Elizabeth se transforma en la hechicera de un manga. O, quizá, en una sacerdotisa que oficia un ritual con una Biblia en mano, una espada y un oso de felpa, creando una atmósfera semejante a la película de fantasía oscura The Dark Crystal (1982). Más acá, la estética de Valgur se inspira en la cuentística de Francisco Tario (1911-1977). Unas líneas de La noche evocan la aprisionante oscuridad de su gótico tropical y siniestro: 

…retumba el viento; la lluvia, cae estrepitosamente; surcan el espacio los relámpagos; mil aromas insospechados y confusos ascienden de la llanura. Todo palpita, bulle, vuelve a existir. 

Culpa y redención: los dos grandes temas de la encrucijada lírica de Valgur. Estos son llevados a la histeria en Palacio Infantil, proyecto solitario musical del hermano Valdivieso donde narra frontalmente su lucha contra el alcoholismo. Sórdido preludio a las presentaciones del dueto que genera una especie de choque en el espectador. Otra noche, Hugo arribó acompañado de una joven modelo, ambos de camisa, elegantes, andróginos. Para la perplejidad de la audiencia, el músico destapó una bacha de Bacardi blanco y se comió una Maruchan de camarón arrojando los tallarines al aire. “Los amaneceres tristes / los intentos de suicidio / el resentimiento vive en mí”, lamenta en el examen de conciencia titulado “Resentimientos”. A medio camino entre Black Marble y GG Allin, en los doce pasos y las siete copas de Jacobo Valdivieso hay prédica evangélica, ministerio, incorrección política y melancólica sobriedad. Frente al escapismo del relato fantástico de Valgur, Palacio Infantil sirve de confesión descarnada y realismo sucio. 

¿Qué sigue para el dueto oaxaqueño? ¿Disminuirá el ritmo de su frenético peregrinaje straight edge entre aeropuertos, botas Balenciaga, hamburguesas de fast food, selfies en hoteles boutique, jet lags, soundchecks, autógrafos, equipos de audio robados, y photoshoots intempestivos en iglesias y tiendas de souvenirs? Estilo de vida con el que más de uno sueña, pero que conlleva el riesgo de seguir a flote en la siempre cambiante e inclemente industria musical, con su caprichosa forma de consumir y desechar; adicta a crear hype, streams y olvido.

Aún más, ¿qué ruta sonora les aguarda? Sin duda, el genio y habilidad de los hermanos Valdivieso para retomar sonidos del pasado y advertir las tendencias del porvenir, aunado a la fidelidad de sus seguidorxs, les asegurará un sitio firme en la industria. Porque Valgur no se trata de un acto “indie pop” a secas, sino de un curioso caso de vanguardia artística que une la tradición local con la modernidad del synth-pop, entregándonos, en su misión pop evangélica, música de gran valor cultural en el panorama mexicano. Sus canciones se debaten en la eterna y muchas veces inútil búsqueda del ser humano por alcanzar la pureza.


Todas las fotografías son cortesía de Elizabeth y Hugo Valdivieso.

Pasajes extraídos de: 

De la Cruz, Víctor (ed.). Guie’ sti’ diixazá: La flor de la palabra. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1999.

Tario, Francisco. Cuentos completos: Tomo 1. México: Lectorum, 2004.

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