Tierra Adentro
Ilustración de Richard Zela

So with my eyes I traced the line

Of the horizon, thin and fine,

Straight around till I was come

Back to where I’d started from

Edna St. Vincent Millay

En 1889 Nellie Bly guardó, dentro de una pequeña bolsa de piel, los artículos necesarios para su viaje alrededor del mundo. La mujer quizá observó su tocador, los cajones de su cómoda, algunos pares de zapatos puestos en línea, examinando su relevancia o intentando predecir los cambios de humor de las nubes en los meses próximos. Sabía que, si todo iba como estaba planeado, su nombre ganaría la eternidad de las cosas que se recuerdan; y ella conseguiría un lugar en la Historia de los hombres.

¿Qué es lo que se empaca para una travesía nunca antes lograda?, ¿cuánto es esencial para navegar el mar y tomar trenes y cruzar carreteras?, ¿cuánto, para caminar la Tierra? Bly seleccionó solamente unos cuantos objetos; porque lo necesario es casi siempre muy poco. La lista se redujo: ropa interior, dos gorras, dinero, un reloj, papel, lápiz, tres velos, un blazer, un par de zapatillas y un botecito de crema para el rostro. La mujer confesó en un texto escrito a su regreso que aquella había sido una de las tareas más difíciles de su vida.

Pero Nellie Bly había estado siempre dispuesta a abandonar más que las cosas en su armario; la ciudad donde nació, por ejemplo, su familia, su nombre original. Este último, Elizabeth Jane Cochran, no apareció en los carteles, en los diarios de la época ni en las portadas de los libros que publicó en vida; quedó, sin embargo, en un acta de nacimiento de Pensilvania fechada el 5 de mayo de 1864. Todo lo que Elizabeth eligió e, incluso más, lo que aceptó dejar atrás, la convirtió con el paso de los años en una de las mujeres más conocidas del mundo, la hizo ser Nellie Bly.

 

*

 

La historia de Nellie es la de una mujer itinerante, guardando su vida en maletas que se hacían más pequeñas mientras ella crecía en identidad. Su naturaleza errante logró consolidarla, le brindó una voz fija y reconocible. Una mujer observando y dejándose observar, Bly seguía el rastro de sus ideas, las olfateaba a lo lejos y no dudaba en tomar camino hasta encontrarlas, hasta hacerse parte de ellas.

“But tell me, who are they, these wanderers?”, escribió Rilke, y bien podría haber estado hablando de Elizabeth Jane, de Nellie Bly y de todas las que fue en el transcurso. Para entenderlo debemos remontarnos a aquel día en el que la mujer leía el periódico. Con veintidós años, pasaba las hojas delgadas manchando los dedos índice y pulgar de tinta negra, hasta que un artículo atrajo su mirada y le produjo la más profunda indignación. El título preguntaba con burla: “What Girls are Good For?”; el autor desarrollaba en la columna que las mujeres servían para tener hijos y estar en casa. Forjar una carrera, estudiar; existir fuera del hogar le parecía, simplemente, una

pérdida de tiempo. Idea bastante común a finales del siglo XIX, no era inusual verla desplegada en los diarios.

Quizá, lo único peculiar de todo aquello fue Elizabeth tomando una pluma para responder a la opinión pública con la voz individual. La controversial réplica, con la firma “Lonely Orphan Girl”, hizo que el Pittsburgh Dispatch le ofreciera trabajo como corresponsal. Fue entonces cuando el editor la bautizó como Nellie Bly, tomando el mote de una antigua canción estadounidense. La suave melodía del piano o la mujer retratada en la letra, femenina y atenta a las necesidades de su marido, tal vez le parecieron ideales al editor del Dispatch para las columnas que tenía planeado asignar a Elizabeth, quien terminó por cubrir almuerzos de señoras y exposiciones florales. Dos años después, cansada, dejó en el escritorio de su jefe una nota: “Dear Q.O: I’m off for New York. Look out for me! Bly”.

Llevada por un impulso que ya no podría contener, huyó de las expectativas que recaían en su juventud y belleza, en su cuerpo de mujer. Maleta en mano partió al este, con un alma libre y un nombre nuevo.

 

NELLIR BLY

Ilustración de Richard Zela

 

 

Nadie la esperaba en Nueva York. Los hombres de la ciudad no supieron anticipar el acontecimiento que sería Nellie; un espectáculo, quiero decir, alguien digna de ser vista. Por meses tocó las puertas de los periódicos sin suerte. Una mujer que escribe no podía ser sino una broma, pensaban. Pero Bly poseía constancia de sol, saliendo cada día sin tardanza ni pesadumbre. Eventualmente, Joseph Pulitzer aceptó contratarla en el New York World si lograba completar un reportaje; debía infiltrarse en Blackwell’s Island, un famoso frenopático y desenmascarar los horrores que escondía.

Fingió una locura practicada por días frente al espejo. Salió de casa llevando solamente una libretita para hacer notas y algunas monedas. Diagnosticada con histeria fue trasladada al hospital psiquiátrico bajo el nombre de Nellie Brown. En el vestíbulo las grandes escaleras revelaban una majestuosidad pronto opacada por el denso aire del dolor. Charles Dickens las había pisado también, años antes, apuntando luego su elegancia y amplitud. El escritor hizo una visita corta y decidió irse, no soportó el sufrimiento en los rostros, las voces traspasando los muros, retumbando en los peldaños. Dickens tuvo la libertad de partir. Las puertas se cerraron con llave detrás de Nellie; le asignaron un cuarto, le dijeron que no saldría de aquel lugar.

Diez días después Joseph Pulitzer hizo lo necesario para llevarla de regreso a casa. Nellie Bly publicó un aterrador artículo hablando con detalle del tiempo en el que estuvo encerrada. Lo había logrado; la piedra angular de su carrera estaba puesta y a la espera de la edificación que pronto le seguiría.

En su reportaje “Ten Days in a Mad-House”, exhibió la crueldad de los doctores y las enfermeras; habló sobre la vulnerabilidad de las mujeres acusadas de insanidad. Quién no se volvería loco, se preguntó, encerrado por semanas en un cuarto gris, sin permiso de hablar, de leer, de tener algún contacto con el mundo. Quién no caería, finalmente, en aquello que llaman histeria.

 

*

 

Inesperada e improbable, la voz de Nellie Bly entró en la escena periodística estadounidense. Su andar itinerante la llevó a planear el viaje que la consagraría. Le propuso a Pulitzer realizar una vuelta alrededor del mundo en menos de 80 días; inspirada, por supuesto, en el personaje de Julio Verne, Phileas Fogg. Ella conseguiría, aseguró, establecer una nueva marca. Al afamado periodista le pareció una gran idea, digna de ser realizada por un hombre. Argumentó que las mujeres iban siempre escoltadas y que era imposible lograr aquella empresa con la cantidad de maletas con las que viajaban regularmente las damas, seis o siete, según fuera el caso.

Pero Pulitzer no contaba con la pericia de Nellie a la hora de empacar; sabía bien qué guardar y qué desechar. Se regía por la ligereza en la carga, por aquello que le permitiera avanzar a ritmo constante. Dos días le fueron dados para prepararse, eligió una maleta Gladstone café y el atuendo que portaría durante los siguientes meses.

La ropa con la que salió de casa para tomar un barco de vapor a Inglaterra: un abrigo victoriano de cuadros negros y blancos, un gorro a la Sherlock Holmes, guantes y una pulsera de oro en la muñeca derecha, fueron las piezas clave de su autorretrato, los elementos con los que se convirtió en un ícono. Dentro de la bolsa de mano hizo espacio para lo único que no era indispensable llevar sino una elección, una comodidad: el botecito de crema facial.

Pienso en Nellie despertando en territorios desconocidos, entre hablantes de lenguas que no entendía, y creo que su elección no fue simple vanidad o el deseo de un cutis juvenil. Era la esperanza de un ritual que podía ser más o menos conservado. Abrir el bote, esparcir la crema suavemente en el rostro y el cuello, sentir cómo entraba en los poros, cómo hidrataba la piel; era la rutina que permanecería entre los cambios bruscos, el recuerdo del autocuidado, del hogar y sus olores.

La crema era un tótem, una raigambre; la conservación de la identidad y la esperanza del regreso.

 

*

 

Nellie Bly hizo un ligero desvío en su ruta. En Francia, Julio Verne la esperaba con vino y galletas, curioso de ver a la contrincante de su personaje, a la mujer que creía tener la capacidad de vencerlo. En la pared de su estudio colgaba un mapa donde se trazaba la ruta que Phileas Fogg había seguido en su aventura. Enseguida, Verne trazó la de Nellie; Brindisi, Puerto Saíd, Adén, Colombo, Singapur, Hong Kong. Nellie veía los pasos que faltaban, estaba un poco más cerca de su meta.

Los periódicos siguieron la vuelta al mundo en 72 días realizada por Bly contra los pronósticos, las reglas y el tiempo. Registraron su recorrido, se sorprendieron con su perseverancia, reconocieron la hazaña. Quién hubiera pensado que una chica de Pensilvania sería la primera en batir el récord. Quién hubiera predicho que sería una mujer la que vencería los límites de lo imaginado. Reprodujeron su imagen en juegos de mesa, en carteles, en anuncios de pastillas para dolores de cabeza y constipación; ojos puestos en ella, las semanas pasaban y su vida era una noticia urgente.

Elizabeth Jane Cochran es recordada como era en aquellos días. Se mantuvo estática en su itinerancia como una veinteañera llamada Nellie Bly; trazando con su imaginación una línea en el horizonte, siguiéndola de ida y vuelta. Después de algunos imprevistos, pisó las tierras estadounidenses; con un abrigo a cuadros protegiéndola del viento nordestino, casi podía ver las luces de Nueva York brillar a la distancia. Llegó a Pittsburgh, en donde una multitud aplaudió su paso. Más de la mitad de los presentes eran mujeres juntando las palmas con algarabía.

72 días, seis horas y once minutos; una maleta de mano y una crema para el rostro le fueron suficientes para convertirse en un estandarte de posibilidades; en la certeza de que el mundo podía ser conquistado por cualquiera, si se sabía elegir las cargas correctas.

 

Ilustración de Richard Zela

Ilustración de Richard Zela


Autores
(Sinaloa, 1992) es ensayista y traductora. Egresó de Lengua y Literatura Moderna Portuguesas. Ha publicado en suplementos culturales como Filias de Grupo Milenio y Confabulario del periódico El Universal y en revistas como Este País. Es parte de Álbum Rojo: narrativa sinaloense de no-ficción, Ciudades aprehendidas y otros apegos, Breve Manual del Libro Fantástico y de la compilación Conversaciones en el Umbral. Participó en la traducción del libro Sobre un Comba y otros cuentos de Manuel Rui, publicado por la Universidad Veracruzana. Fue becaria del PECDA Sinaloa (2017-2018), de la Fundación para las Letras Mexicanas (2018-2020) y actualmente es becaria del FONCA en el área de ensayo creativo.

Ilustrador
Richard Zela
Ilustrador y narrador gráfico, nacido en la ciudad de México. Estudió diseño y comunicación visual en la ENAP. Ha recibido varios reconocimientos por su trabajo, como: Seleccionado en la beca de Jóvenes Creadores del FONCA, periodo 2012-2013 y 2017-2018 en la categoría de narrativa gráfica, Primer lugar en el 20º Catálogo de Ilustradores de la FILIJ, mención honorífica en el 16º catálogo de ilustradores de FILIJ, seleccionado en 18º Spectrum: The Best in Contemporary Fantastic Art, seleccionado en el Catálogo Expose 11 de Ballistic Publishing. Zezolla, su primer álbum ilustrado fue seleccionado para representar a México en la Bienal de Bratislava y es parte de la lista de honor de IBBY en la categoría de mejor propuesta de ilustración en 2015.