Tierra Adentro

En la vida real lo que hay son detectives imperfectos.

Rubem Fonseca

Detective Privado en Black Mask

Desde sus orígenes, el género negro ha tenido que lidiar no solo contra académicos sino también contra el gremio cultural para que se le reconozca como tal, al ser considerado una literatura de masas con nula calidad literaria e impresa en papel barato, compuesto por madera triturada en lugar de virutas de madera, así como de una fibra muy corta, ocasionando que el papel sea muy frágil y difícil de conservar. Sin embargo, como menciona el escritor argentino Mempo Giardinelli en su libro El género negro (1984): “la novela negra moderna, en sus mejores expresiones, es una radiografía de la llamada civilización tan eficaz y seria, tan aguda y sofisticada, como en cualquiera de las mejores páginas de la literatura universal contemporánea”. (Giardinelli, Mempo, 1984, p 26) 

No sería hasta noviembre de 1926 cuando la mítica revista The Black Mask cambió de editor, nombre y de rumbo. Es así que tomaría las riendas Joseph “Cap” Shaw, un escritor de Nueva Inglaterra, quien pronto se fijaría en la originalidad y autenticidad de los relatos de un autor al que André Gide consideraba como el mejor escritor estadounidense del siglo XX, a la par del mismo William Faulkner: Dashiell Hammett. En las páginas de esta revista, ahora nombrada Black Mask, (1920-1951), deambularon los mejores autores del género duro, el llamado hard-boiled, el cual gestó y configuró un modelo de relatos policiacos que pronto habría de conmover y entusiasmar al público de todo el mundo.

Uno de los escritores que mejor supo leer y desarrollar este género fue el brasileño Rubem Fonseca (1925-2020), quien desde sus primeros relatos haría suya la estructura del género negro estadounidense para narrar una realidad cruda, violenta y corrompida. En la mayoría de sus obras, sobre todo en las más conocidas, existe una investigación de por medio, ya sea de un crimen o un hecho delictivo que transgrede el status quo de la sociedad moderna, lo cual sirve como pretexto para desarrollar sus propias inquietudes y (de)mostrar a un escritor consciente y comprometido con su época.

El primer cuento con el que incursiona en el género y lo hace de manera admirable es “El collar del perro” (El collar del perro, 1965), protagonizado por el comisario Vilela, en el que reproduce el ambiente policíaco que se vive dentro de una comisaría, similar al de la serie de novelas policíacas del escritor Salvatore Lombino, mejor conocido como Ed McBain, y adelantándose a lo que años más tarde desarrollaría el siciliano Leonardo Sciascia en varias de sus obras, en especial en El día de la lechuza (1965), novela en la que se plantea la idea de poder hacer justicia en una sociedad corrupta abordando aspectos tanto políticos como sociales, así como sus consecuencias éticas y jurídicas, y el escritor suizo Friedrich Dürrenmatt con su novela Justicia (1985). Años más tarde aparecerían textos memorables que utilizan este mismo registro, pero desde el punto de vista del criminal: “Feliz año nuevo” (1975), “Paseo nocturno” (1975) o “El cobrador” (1979), en los que es fácil reconocer elementos primordiales del género negro, donde el crimen y la violencia extrema de las favelas irrumpen el frágil orden de las clases acomodadas, además de estar protagonizadas por personajes que caminan al borde de la desesperación.

Algo interesante en la mayoría de las novelas fonsequianas es que parten de esa apropiación y reinterpretación del género negro, como El caso morel (1973), obra en la que se advierten los temas e inquietudes que serán recurrentes en las obras posteriores: mujeres, crimen y la reflexión en torno a la escritura, o la famosa Agosto (1990), la cual puede leerse como una novela histórica o como un thriller policíaco, al contar con ciertos elementos fundamentales del género, como son; el detective, la víctima, el crimen y los diversos culpables. De esta manera, Fonseca recrea en tan solo 24 capítulos el intento de asesinato del periodista opositor Carlos Lacerda, el homicidio del empresario Paulo Gomez Aguiar y las últimas horas antes del suicidio del presidente Getulio Vargas. El protagonista es el comisario Alberto Mattos, un personaje bastante complejo y con un rasgo peculiar: sufre de una terrible acidez estomacal, misma que se va acentuando a lo largo de la historia, a tal grado que la única manera posible para hacer que el sufrimiento termine será atrapando a los posibles culpables y resolviendo al menos uno de los tres casos; sin embargo, la obsesión por buscar y administrar una justicia casi perversa termina por llevarlo a un destino fatal e inevitable. No por nada Agosto es considerada su mejor novela, al amalgamar de manera magistral lo histórico a través de una estructura completamente policiaca.

El misterio Molière

Dentro de las influencias más destacables, o al menos de las más reconocibles explícita e implícitamente, en la obra de Fonseca se halla la del dramaturgo francés Jean-Baptiste Poquelin, alias Molière, lo cual puede verse en obras Bufo & Spallanzani (2009) en donde recrea y adapta una escena de la obra El Burgués gentilhombre, pero será en El enfermo Molière (2000) en la que el escritor brasileño hace notoria su rotunda admiración por el dramaturgo francés al escribir una novela policíaca y de corte clásico, que forma parte de la colección “Literatura ou Morte”, creada por la editorial Companhia das Letras, la cual invita a participar a escritores afines al género negro y de cierto renombre internacional para entregar una obra de corte policíaca de mediana extensión, con la particularidad de ser protagonizada por escritores famosos ficcionalizados (Borges, Bilac, Camus, Molière, Hemingway). 

En El enfermo Molière, Fonseca imita el esquema de la novela policiaca clásica —también conocida como novela de enigma, novela problema o novela de “cuarto cerrado”—, por lo que la trama gira en torno a descubrir quién fue el presunto asesino de Molière, misterio que debe resolver el protagonista, un Marqués Anónimo, el cual desarrollará la función del detective incidental, que busca, al puro estilo de Dupin, entre los parientes, conocidos, médicos, sacerdotes, príncipes y aristócratas al posible culpable del envenenamiento de su querido amigo.

De la Agencia Pinkerton al caso Mandrake 

Uno de los primeros casos de autoficción dentro del género negro se da con el escritor estadounidense Samuel Dashiell Hammett, considerado uno de los pilares fundamentales del hard-boiled y quien, antes de volverse el escritor más popular de los que publicaba la revista Black Mask, trabajó como investigador privado en la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton, sin embargo, una tuberculosis mal atendida, herencia de la Primera Guerra Mundial, y varias deudas por pagar lo llevarían a escribir con una intención clara y concreta: ganar dinero. Hammett utilizó su propia experiencia para escribir sus primeros cuentos y también la mayoría de sus novelas, ya que conocía a la perfección el mundo de los detectives, del crimen y la corrupción en una sociedad decadente, de tal manera que sacó el crimen del jarrón veneciano y se lo devolvió a los verdaderos criminales.

Cabe mencionar también el caso del escritor prolífico Erle Stanley Gardner, contemporáneo de Hammett y el favorito de Chandler, quien en un periodo de diez años (1926 a 1936) publicó un aproximado de un millón de palabras al año. Gardner antes de dedicarse por completo a sacarle lumbre al teclado, ejerció como abogado. Desempeñándose primero como mecanógrafo en un bufete de abogados en Oxnard, California, adquiriendo así los conocimientos suficientes para aprobar el examen estatal de leyes, sin haber asistido a la universidad o a alguna facultad de leyes, para empezar a ejercer la abogacía por su cuenta después labrándose una reputación entre las comunidades chinas y mexicanas. De esta forma crea al abogado-detective Pete Wennick, precursor de su mundialmente famoso Perry Mason, quien posee una moral más flexible, es impulsivo y ocurrente, ejerce su profesión de abogado entre balas y puños, y tiene una gran afición por las mujeres. 

Algo similar sucede con Fonseca, la autoficción existe entre el pasado del escritor mineiro, quien estudió leyes, especializándose en Derecho Penal, antes de dedicarse por completo a las letras y uno de sus más emblemáticos personajes, el abogado criminalista Mandrake, —aquí su relación entre autor y personaje es bastante notoria—. No por nada Mandrake es el personaje que más parentesco comparte con el propio Fonseca, protagonista de cuatro cuentos, dos novelas y dos nouvelles publicadas de 1967 a 2017: “El caso F. A.” (1967), “El día de los enamorados” (1975), “Mandrake” (1979), El gran arte (1983), Del fondo del mundo prostituto sólo amores guardé para mi puro (1997) “Mandrake, la Biblia de Maguncia” y “Mandrake y el bastón Swaine” (2005) y “Calibre 22” (2017).

El mejor ejemplo de autoficción se encuentra en sus memorias José (2011), en las que Fonseca narra uno de sus primeros casos como abogado penalista: al tener que defender a un empleado de una imprenta, acusado de falsificación de moneda, en el que participaban otros dos implicados en el delito: el dueño de la imprenta y un capitán del ejército, sin embargo, el único absuelto fue el empleado de la imprenta, gracias al ingenio por parte de su abogado defensor. Este hecho se verá más tarde ficcionalizado en la novela Mandrake, la biblia y el bastón, (2005) en la que el abogado criminalista, cuyo nombre tiene que ver también con la pasión de Rubem por la dendrolatría, cuenta un dato anecdótico sobre cómo fueron sus inicios en el mundo de la abogacía haciendo alusión a ese mismo caso del tipo acusado de falsificación de moneda. 

Mandrake, cuyo verdadero nombre es Paulo Mendes, sin embargo, termina por cambiárselo porque era nombre de Papa y, según él, se considera “una persona que no reza, y habla poco”. Por ende, siempre se presenta como Mandrake, abogado criminalista, quien conoce las calles de Río de Janeiro, ama los puros —en especial los Pimentel negro—, fiel asiduo a beber vino tinto portugués y un apasionado de las mujeres, ya que como él mismo dice es “un hombre que ha perdido la inocencia”. 

Algo interesante es que Mandrake, al igual que sus precursores Philip Marlowe o Perry Mason, después de una vida de excesos, al final de sus días busca sentar cabeza rompiendo una de las máximas que propone Raymond Chandler (1976): “El amor casi siempre debilita una novela policíaca, pues introduce una especie de suspenso contrario a la lucha del detective por resolver el problema (…) Un buen detective no se casa jamás”. Dando como resultado que el matrimonio sea el único caso en el que todos los sabuesos fracasan.   

Réquiem por la novela policíaca

Heredero del famoso hard-boiled norteamericano, Fonseca no solo escribió la mayoría de sus obras utilizando la estructura de la novela negra/policíaca/criminal, con historias sangrientas, múltiples crímenes, mujeres fatales y reflexiones en torno a la escritura misma. Supo apropiarse de un esquema narrativo como es la ficción policial y trasladarlo hacia su propio contexto, parodiándolo de tal forma que no era de sorprender encontrar a sicarios satirizados que declaman a Pessoa o declaman cláusulas en latín de Séneca como en El Seminarista (2010). Entre sus páginas deambulan todo tipo de personajes que supieron ser parte del no solo del imaginario colectivo, sino también de una realidad latinoamericana que perdura hasta nuestros días.

Aunque Rubem no se reconocía explícitamente como un escritor de policiaco, implícitamente formó parte de una generación de escritores (Taibo II, Padura, Sasturain, Piglia, Castellanos Moya, Díaz Eterovic, etcétera) que se reconocieron como parte de una tradición más cercana a la de Hammett que a la de Poe, de la cual no solo adoptaron estructuras, sino también se apropiaron de diversos recursos literarios con tal de poder denunciar la violencia, la corrupción e injusticias de la sociedad en la que les tocó vivir. Con su muerte se cierra uno de los más grandes capítulos de un referente que supo utilizar los mecanismos del género policiaco en general y del género negro en particular. Su obra es un legado que no ha parado de transgredir a las buenas conciencias, así como de luchar contra la censura de lo políticamente correcto. Nadie puede negar que Fonseca fue, es y seguirá siendo un referente de la narrativa iberoamericana, sus historias lo avalan y sus personajes lo comprueban.