Tierra Adentro
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Titulo: El discreto encanto de narrar

Autor: Maritza M. Buendía y Glafira Rocha (antologadoras)

Editorial: Textofilia

Lugar y Año: México, 2017

 

«Se pueden publicar malas las novelas, pero el cuento es el cuento», escribe Mónica Lavín en el prólogo a El discreto encanto de narrar. 9 escritoras mexicanas de los 70. Coincido totalmente. Un buen cuento no tiene desperdicio: cada palabra pesa, cada diálogo debe estar construido para aunar al conflicto, cada punto y aparte da vuelta a la tuerca que acciona el final de un relato bien articulado.

Lavín cuenta que, en los ochenta, las escritoras de su generación evitaban a toda costa la «literatura de mujeres», los encuentros entre ellas o las antologías de autoras «porque falsamente suponíamos que estábamos en la plataforma de la equidad, donde no era necesario hacernos visibles en paquete». Ahora, tres décadas después, la prologuista reconoce su error y asegura que aún hoy la literatura escrita por mujeres se le trata «como una excepción». Concuerdo también aquí y retomo las palabras de la poeta Sara Uribe: «Canónicamente los escritores varones llegan a la literatura por derecho propio, las mujeres tenemos que pagar derecho de piso, ganarnos un lugar, validarnos. A la literatura hecha por mujeres en México le ha costado siglos, sí, siglos, conseguir los mínimos avances en equidad de los que disfrutamos en el presente las escritoras». Por eso celebro que existan antologías sólo de escritoras, de la misma forma en la que deploro que no haya ni una sola mujer en la comisión 2018 de seleccionadores del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) en el área de literatura.

El discreto encanto de narrar abre con dos textos de Liliana Blum, de los cuales destaco «Campo de fresas», un cuento narrado en primera persona por una joven que reacciona así ante la muerte de su padre: «Al menos me gusta imaginar que en el preciso momento en que su corazón dejó de latir, yo levantaba la mierda gatuna sin dedicarle siquiera un pensamiento». Blum construye una voz narrativa desfachatada y encantadora que no admite las condolencias de nadie, ni siquiera de los lectores. Y a pesar de la anagnórisis terrible del final del relato, la prosa de Blum se mantiene luminosa: «Los gatos se juntaron alrededor con sus colas en alto como los rayos de un sol ondulante»

Los textos de Raquel Castro son, a mi juicio, los mejores de la antología, no sólo por su construcción, sino por sus recursos narrativos: serpentean entre lo extraño, lo fantástico y lo hilarante de manera orgánica, evidenciando el talento escritural de Castro (que le ha permitido ganar, entre otras distinciones, el Premio de Literatura Juvenil Gran Angular). «El recado», «El número que usted marcó», «Larga distancia» y «Una oferta imposible de rechazar» son cuentos donde el mundo real y el mundo sobrenatural conviven y crean universos narrativos ominosos que perduran en la mente.

Los relatos de Maritza M. Buendía y Glafira Rocha, antologadoras de esta edición, me parecen, junto con los de Iliana Olmedo, Paola Tinoco y Karla Zárate, los menos logrados. Casi todos ellos adolecen de un uso desmedido o desafortunado de adjetivos, de tramas pobremente construidas, de voces narrativas poco aguzadas y, en general, de una inocencia narrativa que impide seguirlos hasta el final.

Afortunadamente, este libro incluye a dos autoras que saben que el cuento no permite ni ripios ni desatinos: Socorro Venegas y Nadia Villafuerte. «Pertenencias», de Venegas, destaca por su premisa inusual: un anuncio en el periódico que dice «Cambio todos los muebles, enseres y accesorios de mi casa por otros». A partir de ahí construye el camino de una mujer que busca, en palabras de la escritora, evadir «la voraz memoria de los objetos».

Villafuerte, por su parte, entrega dos textos situados en Nueva York: «Casas» y «Las ominosas». Destaco este último no sólo por la solidez de su voz narrativa, sino por la mirada que echa a las tres mujeres que aparecen en el cuento: tres locas tomando las calles. «Las tres me parecieron desajustadas de la realidad, porque en cierto sentido yo también me sentía así, desajustada en mis formas de percibir y de acoplarme a los otros, a la ciudad misma. ¿Hablaban porque querían confirmar que la noche existía, que ellas, que el viento frío, que un regreso o un permanecer un rato más afuera, era posible?»

Eso escribe esta narradora y me parece que sus personajes se parecen mucho al resto de nosotras, las mujeres que escribimos y las que no, a menudo descolocadas, a menudo reclamando ser oídas, vistas desde otra mirada, una mirada no patriarcal.

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