Tierra Adentro
Ilustración por Jal Reed

Mi cuerpo sin piel, sangrante

Mi cuerpo sin luz, río seco,

(…) Mi cuerpo sin voz, caduco,

Mi cuerpo con sed, intacto,

Mi cuerpo sin mí, rastrojo

–  Diana del Ángel, Ausencia

“Se busca”, “se busca”, “se busca”; los volantes pegados unos sobre otros en las calles, las portadas de los periódicos, los cientos de “compartido” en Facebook; estas dos palabras que claman por las víctimas de las desaparecidas se convirtieron en una metáfora de nuestra vida en el país. Un montaje, una puesta en escena fantasmal de cifras, rostros,  restos y, sobre todo, de una violencia ininteligible, natural, cotidiana. Nuestra identidad está definida por el contexto en el que nos desenvolvemos: nuestro territorio nos determina.

Gloria Anzaldúa comenta sobre las mujeres chicanas como las deslenguadas, las de la lengua huérfana, que no son ni de aquí ni de allá1; esta condición de invisibilidad de su lengua está definida por las regiones fronterizas en las que crecieron: vencer la tradición del silencio sería legitimar el Spanglish, el Texmex o el Pachuco como una lengua más, con un código propio intransferible. Ahora bien, ¿cómo se traducen estos códigos de la lengua en el cuerpo?

Yes, yes, that´s what I wanted, I always wanted,                                                  

I always wanted, to return to the body where I 

was born. 2

El cuerpo es la primera frontera entre un yo y un otro; y el de la mujer, a lo largo de la historia occidental, ha sido un escenario sobre el cual se han instaurado luchas, pactos y alianzas. Desde las “cazas de brujas” realizadas por los conocimientos que éstas tenían sobre la medicina y la sexualidad no reproductiva de las mujeres; el dominio masculino de la procreación al servicio de la reproducción del trabajo; y hasta la crueldad de los estereotipos de belleza, las mujeres han sido despojadas sobre el control de sus cuerpos y, con ello, se les ha privado de su integridad física y psicológica.

En su ensayo “La primera persona del plural” Cristina Rivera Garza habla sobre un video animado de la artista Wangechi Mutu titulado “El fin de cargarlo todo”. En éste, podemos ver durante diez minutos a una mujer que carga una cesta sobre su espalda, mientras avanza esa cesta se va convirtiendo en una casa y luego en un mundo, hasta que el peso es tanto que la mujer termina siendo devorada por la tierra. 3 Es decir, la mujer por un lado ha sido despojada de su propio cuerpo y, por otro, ha sido obligada a cargar el mundo a cuestas con él. Lo corpóreo como ente politizado, privatizado y desnaturalizado: el principal símbolo de explotación pero también de resistencia.

“Escribir el cuerpo”, como se planteó Woolf y se

propone Héléne Cixous, es sólo el principio. Tenemos

que reescribir el mundo. 4 

¿Cuál es la dinámica corporal a la que se confieren los feminicidios, por ejemplo, de la misma frontera de la que habla Anzaldúa? ¿Bajo qué significantes territoriales se adscriben? ¿Cómo se constituye este discurso de las víctimas de feminicidios, de los “Se busca”, de la violencia? ¿Cómo vencer la tradición del silencio, ya no de la lengua, sino de los cuerpos?

Las víctimas de Ciudad Juárez y, en realidad, de todo el país pueden tener dos destinos: pasar de vivir en un territorio peligroso, delicuencial, susceptible de vulnerarlas día tras día, a uno de cifras, en el que su rostro e identidad se diluyen en un número más; o pasar del mismo territorio peligroso a uno ilegible, movedizo, perteneciente al limbo, en donde no hay quien pueda encontrarlas y en donde se convierten en la nada: una cartografía de desaparecidas. En cualquiera de los dos casos, la mujer es una identidad despersonalizada, pierde sus cualidades individuales para pertenecer a un grupo categórico designado por el Estado, Max Weber lo llamó: el monopolio de la violencia. 5 

No pasa nada, dirá ella. Nada, repetirán los que vengan.

Nada. Como el silencio del desierto. Nada.                     

Como los huesos de las víctimas dispersos en la noche. 6 

Todo acto de opresión lleva una firma. El cuerpo de la mujer se convirtió en una forma de simbolizar el territorio: si la masculinidad es un estatus que se gana y que requiere de aprobación (también masculina), entonces la corporalidad femenina es el conducto por el cual el hombre obtiene el poder de colonización que le permite ser merecedor de dicho estatus y, además, exhibirlo.

Quien viola y tortura puede decidir sobre la vida de una mujer, con la confianza de que no recibirá ningún castigo, lo cual permite al agresor dar un mensaje social de dominación. Colonizar un cuerpo es controlar territorialmente; es marcar, dejar impresa esa firma que manifiesta lo que Rita Segato denomina “violencia expresiva”, la cual tiene como finalidad primaria controlar por completo la voluntad del otro. 7 

En un inicio se comentó cómo con la expropiación del cuerpo la mujer también sufría el despojo de su integridad psicológica. Precisamente de eso se trata la violencia expresiva, la violación y el feminicidio. No es la simple satisfacción de un deseo sexual, es la subordinación emocional, psicológica y moral del otro.

Lege rubrum si vis intelligere nigran (Lee lo notado en rojo si quieres entender lo escrito en negro) 8 

Así como el discurso de la propiedad forma parte del sistema patriarcal, también el discurso de la violencia. Todos hablamos ese lenguaje represivo, es un sistema de comunicación que naturalizamos y del cual nos apropiamos: “los crímenes sexuales no son obra de desviados individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y nuestras fantasías y les confiere inteligibilidad. 9 

¿Cuál es el lenguaje de los feminicidios? Es precisamente el del cuerpo de la mujer sacrificado para la obtención o reafirmación de un bien mayor: la mantención del poder y de cierto posicionamiento masculino. Los feminicidios no son crímenes comunes de género, son la firma de la posesión territorial; crímenes que dialogan con la ley con la que todos nos respaldamos y en la única en la que podemos buscar apoyo, por eso ni siquiera tenemos un modo de afrontarlos, porque sobrepasan las categorías sociales y jurídicas que nos rodean, son indescifrables.

Para que todas podamos ser nombradas

Para que no deje de retumbarnos en la cabeza                             

hasta  que gritemos. Alzo la voz para no negarnos,

porque tenemos nombre y no dejaremos que lo olviden. 10 

Ciudad Juárez es un espacio en donde desde principios de los años 90 se concentraron estos crímenes. Sin embargo, la ciudad chihuahuense es el espejo de una realidad que ocurre en todo el territorio nacional: “Las muertas de Ciudad Juárez planteaban un acertijo donde se transparentaba el país: la dificultad de la justicia y el peso de sus inercias de ineptitud y corrupción. Pero la certeza del mal en una frontera mexicana también se expandía poco a poco hasta rebasar el perímetro de la aldea, e incluir lo global.”11 La frontera ya no solo se limita al espacio geográfico sino a la corporalidad. Las mujeres se convierten en un nuevo mapa de la realidad en México.

… Y tú me devolverás los cuerpos de mis niños y niñas;

los depositarás en las playas de la isla y los prebendados 

los pondrán en las criptas del templo (…), y mostrarán 

a los viajeros piadosos todos estos huesecillos blancos   

esparcidos en la noche… 12

¿Cómo se les llama o se lidia con los crímenes en los que prevalece el control totalitario, ya sea de grandes corporaciones como las de medios de comunicación, instituciones financieras, organismos legales, fuerzas armadas, etc., o ya sea del Estado? Tendríamos que generar nuevas categorías, en primer lugar, para desinvisibilizarlos y dejar de trasladarlos equívocamente a la categoría de crímenes de género por motivos sexuales, y en segunda, para desmantelarlos y accionar contra ellos con las herramientas necesarias. En su momento, los feminicidios de Ciudad Juárez no se consideraron feminicidios sino “homicidios de mujeres”. Esta resistencia en el lenguaje y en las maneras de ver y crear el mundo, es respuesta de las autoridades que insisten en salvaguardar y en demostrar su dominancia sobre las otredades. Actualmente, el lenguaje estandarizado patriarcal normaliza la violencia y nos deja sin la capacidad de nombrarla, pues pertenece a estas autoridades instauradas en la hegemonía que lo aplican para traicionar y encubrir. Por eso, lenguajes como el chicano o el que aplica visiones feministas sirven de resistencia ante el discurso hegemónico.

La figura de la mujer se ha establecido como el espacio oportuno para desarrollar relaciones de poder y subyugación, pero por esto mismo también se ha constituido como el principal terreno de lucha y liberación colectiva. Las significaciones del cuerpo, del lenguaje y del territorio convergen para visibilizar el régimen político al que han sido adscritos. Deshabitar el mandato patriarcal implica transformar las visualizaciones de un sistema caduco en acciones urgentes que prioricen a los cuerpos transgredidos, desde lo discursivo y hasta lo geográfico; tal vez así, la firmeza de nuevos trazos marcados creará un mapa ya no de dominios, sino de autonomías.

Somos como la paja de páramo que se arranca y               

vuelve a crecer… y de paja de páramo sembraremos

el mundo.13

 

 

Bibliografía:

Anzaldúa, Gloria, Borderlands/ La Frontera: The New Mestiza, España, Capitan Swing Libros, 2016.

González Rodríguez, Sergio, Huesos en el desierto, 3ª edición,  México, Anagrama, 2006.

Juaregui, Gabriela, Cristina Rivera Garza, et. al, Tsunami, México, Sexto piso, 2018.

Segato, Rita, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado, Buenos Aires, Tinta limón, 2014.

Weber, Max, La política como vocación, España, NoBooks, 2011.

  1.  Anzaldúa, Gloria, Borderlands la frontera: The New Mestiza, p. 109.
  2. Ginsberg, Allen, Song
  3. Rivera Garza, Cristina, “La primera persona del plural”, Tsunami, p. 166.
  4. K. Le Guin, Ursula, “La hija de la pescadora”, Dancing at the Edge of the World.
  5.  Weber, Max, La política como vocación, p. 2. 
  6. González Rodríguez, Sergio, Huesos en el desierto.
  7. Segato, Rita, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado, p. 21.
  8. Proverbio europeo del siglo XV
  9. ”Segato Rita, op. cit, p. 19.
  10. González, Jimena, “Las otras”, Tsunami. 
  11. González Rodríguez, Sergio, op. cit., p. 159.
  12. Schwob, Marcel, La cruzada de los niños.
  13. Cacuango, Dolores, dirigenta kichwa del  Ecuador