El clavadista con vértigo
Titulo: La noche sin nombre
Autor: Hiram Ruvalcaba
Editorial: Secretaría de Cultura / Fondo Editorial Tierra Adentro / Secretaría de Cultura de Colima
Lugar y Año: México, 2018
Colección: Fondo Editorial Tierra Adentro
Ilustradora: Grecia Morda
Llevemos a cabo un poderosísimo ejercicio de imaginación. Supongamos que son las Olimpiadas de, por decir algo, Colima 2036. Luego, supongamos también que en diecisiete años todavía hay televisiones y que, sentados en un sillón, miramos uno de ellos.
En la pantalla aparecen cinco drones que siguen de espaldas al clavadista, un trigueño de espalda triangular y calzoncillo azul celeste. Una porra estridente, conformada por tías y primas del deportista, alborota el ambiente desde las últimas gradas.
Seguimos el lento ascenso por las escaleras del valiente en speedo. Supera el descanso del trampolín de tres metros y continúa trepando hasta la plataforma. Al llegar a la cima se detiene en seco. Toma su posición y da un respiro profundo, exhalando todo el nerviosismo que acumula desde los preliminares.
La imagen parece congelarse mientras pasan los segundos. Los comentaristas guardan silencio, el público se impacienta. Por fin nuestro clavadista eleva los hombros, toma impulso y emprende la carrera hacia el vacío, hacia la gloria. Los drones, que lo siguen como un enjambre a dos metros de su cabeza, están en búsqueda de la toma cenital que transmitirán a las televisoras del planeta. Sin embargo, en el momento que está por saltar, o, más bien, cuando debe de hacerlo, las cámaras caen en la finta y se siguen de largo. Lo que se transmite en las pantallas sólo es una vista superior de la límpida alberca y los cinco aros entrelazados en los azulejos del fondo, hasta que un dron gira sus rotores y apunta hacia el clavadista, que está de pie y con la mirada perdida, como embelesado por la duda, en el borde de la plataforma.
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En La noche sin nombre, obra ganadora del Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2018, del escritor Hiram Ruvalcaba, (Zapotlán el Grande, 1988) ocurre algo similar. El autor jaliciense, luego de tomarnos de la mano, de guiarnos hacia la escalera y subir con nosotros los peldaños hasta alcanzar la plancha de concreto desde donde habrá de dar el gran salto, decide no hacerlo.
Su estrategia es distinta: Ruvalcaba se decanta por deliberar sobre lo que pudo haber sido pero no fue (aunque muchas veces nos preguntemos por qué diablos no fue, si bien que pudo haber sido). En otras palabras, sus textos, por demás originales, son planteados con destreza, primero, y resueltos con mesura, después. En más de una ocasión, sin embargo, su mesura está muy cerca de confundirse con el recelo por buscar un desenlace más arriesgado, más radical, a la altura del conflicto propuesto.
El tercer cuento del libro, “Amar de verdad”, narra las circunstancias de una mujer mientras acecha a la examante de su marido. Luego de perseguirla a lo largo de muchos párrafos, y justo cuando está por ejecutar la venganza que todos los lectores imaginamos, la protagonista recula y se niega a llevar a cabo el inminente asesinato que el cuento había prometido. El relato, que no progresa nunca en acción, apuesta por florecer en la perífrasis.
Este mismo recurso lo encontramos en “Una raza violenta”, texto que recuerda aquel famoso relato en el que un gato interrumpe una reunión de amigos para escupir un dedo humano. En el cuento de Ruvalcaba el animal es un rottweiler, y en lugar de dedo, lo que vomita es una mano entera: la pequeñísima extremidad de un bebé. No obstante, habiendo materia prima para destilar varios litros de ansiedades con los que nos emborracharía el cuento, los personajes adoptan una postura demasiado ecuánime, hasta indiferente, restándole tensión a la historia y frenándola con motor, de la misma manera que pasaría en un cuento sobre Medusa en el que todos sus vecinos tuvieran glaucoma.
“El incidente de San Juan”, el texto más breve del libro, es, probablemente, también uno de los mejores. Un grupo de criminales a bordo de una camioneta misteriosa desperdiga doce cabezas frente a la presidencia municipal, con la advertencia de no tocarlas bajo amenaza de muerte. El texto, rico en imágenes y en descripciones bien logradas, aprovecha su naturaleza circular para retratar la sempiterna violencia de un pueblo que podría ser cualquiera.
El cuento “Los nombres del mar” repite fórmula, pero la sitúa dos peldaños arriba. Una pareja viaja a la playa con todo y sobrino, un mocito al que nunca vemos y del que no sabemos nada salvo la descripción que su tío hace de él cuando se le pierde. Sí, el niño se extravía para siempre. Y no spoilereo nada que el narrador, es decir, el despistado tío, no diga en la segunda página. Lejos de alimentar esperanzas sobre el paradero del niño, desde el principio nos afirma que no lo encontrará nunca, que el mar se lo ha tragado al igual que (oh, de repente se acuerda) a un listado amigos, familiares y conocidos. Avanzamos párrafo a párrafo y del niño ni sus luces. Si alguien espera un milagro en tiempo de compensación, se llevará las manos a la frente cuando compruebe que el cuento termina así, sin sorpresas ni vueltas de tuerca, porque acaso el tornillo está barrido, dejando la impresión de que, por ceñirse a una anécdota probablemente autobiográfica, el autor sacrificó muchísima tela con la que se confecciona una obra de ficción.
Pasa lo contrario en “Chiqueros”, penúltimo relato del libro. En él leemos que un hombre (arquetipo del padre recio) obliga a su hijo a asesinar a unos sujetos que tiempo atrás lo humillaron (al hijo, no al recio), a los cuáles tiene maniatados en un rastro. La tensión incrementa conforme el hijo conduce hacia su destino y, aunque el desenlace puede parecer un pelín apresurado, finalmente el protagonista toma una decisión que habrá de transformarlo ante los ojos del lector. Es acá, retomando la metáfora de Colima 2036, cuando felizmente el clavadista salta, aunque se golpee la nuca en el trampolín y salpique litros de agua al caer de panzazo.
El libro cierra con “Algo huele mal”, historia en la que se combina una tragedia digestiva con un desafortunado encuentro con narcotraficantes, dando como resultado un cuento en el que se le invierte al humor aunque salga debiéndonos cambio.
Los nueve cuentos de “La noche sin Nombre” se inclinan por respetar la inmutabilidad de sus circunstancias. Los personajes suelen vérselas en un sendero que se divide en dos, y en el cual no siempre escogen izquierda o derecha, sino la velada tercera opción, la media vuelta, dejando al lector con las ganas de saber qué hubiera pasado de haber tomado un camino, el que fuese, menos el elegido. Después de todo, lo que uno espera al asistir a un concurso de clavados es, nada más, nada menos, ver a alguien lanzarse al agua.
La noche sin nombre (2018) de Hiram Ruvalcaba ganó el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2018.