Durango en una ojeada
Quizá si les digo que Durango está revolucionado culturalmente piensen que exagero, y que sigo apantallada por el deslumbramiento que me provocó la ciudad en mi primer viaje después de cinco años en los que no vine para nada, salvo unas brevísimas vacaciones de Navidad en las que no salí de casa con tal de aprovechar el calorcito de la cocina, la plática y los ponches; era el 2008 y esa vez regresé pronto a Mérida; me esperaba una cirugía menor que reposé hasta entrado el año nuevo.
El hecho es que a Durango volví hasta marzo de este 2013 alrededor del día de San José, y confieso que quedé impactada incluso por el Café Cucurumbé (sucursal 20 de noviembre). Este café tiene aires cosmopolitas. No es el típico café de provincia, deja ver cierto grado de sofisticación de la ciudad tanto por el mobiliario y la atención como por la gente que aquí se reúne. Diario, con mi computadora enfrente, pasaba mañanas enteras observando el ambiente. No asiste la crema y nata de la intelectualidad, pero sí llegan hombres de negocios y políticos con actitud decente, principalmente en las mañanas (las paredes de cristal dejan que pase la luz, y todo es muy evidente). Por las tardes, he divisado grupos de señoras amantes de los frappés. Los escritores, lo sé ahora, no son tanto de andar en los cafés; se reúnen en su revista: Cordillera. Son muchos, y la mayoría pertenecen a la Sociedad de Escritores de Durango, A.C. Escriben de lo que viven, voy aprendiendo eso. También escriben de lo que oyen o les cuentan, de lo que inventan o analizan, de sus recuerdos y delirios, y realmente se les nota entusiastas. A su reunión de ayer, con el pretexto de leerse entre sí, llegaron más de 60 autores de todos los géneros, quienes a simple vista dejan ver cohesión, solidaridad y respeto entre ellos.
La presidenta de la asociación es Socorro Soto, poeta que se distingue por el pelo teñido de violeta. Es ingeniera, pero se dedica a la literatura. Quizá eso hubieran dicho de mí si me hubiera quedado a vivir aquí en Durango en lugar de salir disparada a Mérida a los 17 años, ante las contadísimas alternativas que tenía para seguir estudiando después de la prepa. A Socorro la catapultó el reciente Encuentro Internacional de Escritores “José Revueltas”, amasado con sus hábiles manos hasta la culminación: un conjunto norteño amenizó la despedida. Socorro cantó, repartió elotes, cervezas, quesos y tequilas en la Casa de la Cultura, con el poeta sueco Lasse Söderberg y su esposa Ángela García como invitados de honor, Evodio Escalante, Víctor Roura, Víctor Manuel Mendiola y José Ángel Leyva sentados en la mesa principal, conviviendo con escritores jóvenes y mayores de Durango que saben decir ¡Salud!
El ejemplar de Cordillera que tengo en mis manos corresponde al mes de abril, se distribuyó originalmente en julio, justamente en el “José Revueltas”, pero ayer, en el Museo Guillermo Ceniceros le dieron el micrófono a una selección de los autores que reúne; el chiste era juntarlos y compartir un vino tinto espumoso, ¿qué más? De nuevo me sorprendió la capacidad de convocatoria de Socorro, autora del editorial en tributo a Gutemberg.
Extrañamente, a pesar de ser el lanzamiento la revista (discreta, diseñada y producida en formato media carta), no fue fácil acceder a ella. Estuvo empaquetada gran parte de la sesión, y luego vi cómo Socorro sacó algunos ejemplares escondidos bajo la mesa. Raro, ¿no? Por eso tomé dos en la primera oportunidad que tuve, aunque ya el intrépido dramaturgo Macario Rueda me había hecho llegar un ejemplar cuando me vio desesperada y todavía algo tímida para atreverme a abrir una caja herméticamente sellada.
No soy ajena a este círculo, es cierto; los duranguenses somos muy amigueros, y gracias al escritor Jesús Alvarado llegué a una mesa literaria de la mano de Víctor Roura, huésped del Instituto Municipal del Arte y la Cultura en julio pasado en el encuentro internacional de las letras bautizado como “Cielo de palabras”, un cielo pródigo de luz que sigo mirando azorada, contemplando la posibilidad de esperar aquí la llegada del otoño y el invierno, dejando a Yucatán para después, para otros ojos…
Además, el martes pasado (hoy es jueves) invité a tomar un café a la notable escritora Zita Barragán, responsable de la corrección de textos de Cordillera. ¡Ella hace la revista! Es la mera mera, así que encantada de la vida ojeo sus páginas con el gusto de haber hablado con su editora. En nuestra reunión, Zita, con blusa morada, pelo rubio castaño muy bien peinado, vistosos aretes de oro y un brazalete de filigrana, me habló de sus desvelos, de que escribe hasta las cuatro de la mañana, por lo general, y me confesó su temor profundo a ser agredida o violentada en cualquier circunstancia. Es una mamá muy valiente. Hace ocho años marcó distancia de su marido, y esa determinación le fue premiada con dos reconocimientos de carácter nacional a sus novelas: Tiempo de naranjos (que leí en mayo, justamente con los naranjos floreciendo en el patio de mis vecinos) y Ruega tres veces, que me regaló esa mañana en el Cucurumbé cercano al Parque Guadiana. Parece mentira, pero este libro y un jabón oloroso (de parte Patricia, mi amiga de la infancia) fueron los únicos regalos que recibí ese día 27 de agosto, mi cumpleaños, el primero de mi vida adulta que celebro en estas tierras.
—Ándale ya acábate tu café y nos vamos, me dijo Zita. Yo me voy a llevar el mío porque no me gusta tomarlo caliente. A mi marido le gustaba tomar todo hirviendo, pero a mí no.
Lo que me contó Zita de su vida no lo puedo plasmar aquí; son confesiones demasiado íntimas para un primer encuentro. Ella se atrevió a hablar desde lo más profundo de su corazón, con detalles de pasajes escabrosos, haciéndome ver este espíritu de franqueza propio de Durango, por eso valoro estar aquí, salir a caminar de vez en cuando entre los sabinos del parque, buscar a los autores que me enganchan en las librerías de la ciudad (¡hay muchas!) e ir de fiesta con Sac-Nicté Calderón, habiendo hablado con ella un par de veces a lo sumo, incluso antes de conocer su obra o de haber leído su cuento “Todos los santos”, publicado en esta Cordillera, donde la encontré entre 40 autores. ¡40! El número supone productividad, ¿cierto? Sac-Nicté también llegó a la sesión literaria de anoche (pues sí, aunque la revista aparentemente circula desde abril, ayer la presentaron); fue discreta, casi no despegó los ojos de su teléfono; vestida toda de negro se mantuvo en la puerta de la sala. En contraste, Gabriela Magallanes, otra de las jóvenes escritoras duranguenses, lució tacones verde pistache, atuendo y maquillaje en colores vivos para leer -contundente- su texto dedicado a Sylvia Plath, autora de poemas que la ensayista norteña considera violentos.
Seguiré leyendo Cordillera, una puerta a mi propia historia: anoche me arrullé con un texto que retrata la época de mis hermanos mayores, básicamente por las fiestas psicodélicas con Janis Joplin en la consola, y que hoy puedo escuchar y ver en Youtube para hacerle honores a la nostalgia, muy al estilo Durango.