Tierra Adentro

Discurso sobre las ballenas

Destrozada a golpes por los colores de la tormenta un pedazo de madera de junio emerge y extiende sobre el aire húmedo sus islas volcánicas no quema este ancho mar, no quema la espuma que brota de la espalda, busca sin embargo el silbo el canto el olfato el atisbo y luego el incendio bajo las aguas: así es su amor como cuando niños descubrimos lo poderosos que son los sonidos del mar amor que pesa en la nota que dejó hace días un ahogado y que ahora vuelve a su extraño país monocorde, amor la muchacha del muelle, preñada la boca de historias y cuentos sobre grandes peces y mandrágoras fue ella quien amó a todos extensamente en el lento flotar de diferentes luces y profundidades fue ella quien habló de las ballenas manchas de petróleo que se hunden y ensanchan las vocales del abismo en el océano, tierras sumergidas en una sola mirada una ballena, dijo mientras se vestía, una ballena es todo el Mar de los Sargazos, nadie sabe dónde habitan o qué lentitud gobierna el pesado canto que extiende el oído sobre la superficie para quien la divisa, la ballena es una casa en medio del camino entre dos mares, la tierra y la lengua no son hogar nido de pájaro en el mástil es este oficio de hundirnos en el olor de la marea; ahora que no escucho más, que no sueño los brazos de esa mujer de boca extensa sé que no existen las ballenas sé que esto que miro es sólo una enorme tabla del naufragio que es junio pero en cambio existe ella y sus muelles ella y su cuerpo y su costa preñada en la que anclábamos por sus historias, las ballenas no son casas en mitad del mar, ella sí: arpones, pedazos de un coral madreperla mascarones de proa, maderas de raros barcos, collares, oscuras riquezas había en su voz y sus labios como un húmedo y abierto almacén.

Profundidades

Descenso al naufragio: la realidad apenas toca los pulmones del buzo, y los días del agua son más largos en la oscuridad de la madera. Allí abajo la luz pesa menos que el alma de los muebles sumergidos. Una mujer de ébano, desnuda, sin carne, es llama inmóvil, los peces se arremolinan en sus ojos, sólo de esta forma pueden cerrarlos. El buzo le habla de un país donde el aire es como el agua, y la luz resiste a la memoria; pero la mujer, eternamente sincera, no logra escuchar más que la respiración, el profundo oxígeno de los minutos.
Nada turba la quietud de este instante. Digamos que una mujer dormida es un vaso que contiene toda el agua del mar.

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"Bukowski", por Kate Ann. Recuperado de Flickr. CC BY-SA 2.0
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