Disjecta membra: apuntes sobre la traducción de Alesi
I. Traducir es desmembrarse
Todo texto está cifrado. Se accede a él o no. Incluso la lectura en la lengua madre demanda una codificación. Lo atestigua la literatura y quizá la poesía sea el ejemplo más contundente. El dominio de un idioma es una utopía, una balandronada incluso para el parlante nativo más instruido que asegure “dominar” su lengua, como si fuera posible avasallar a una fiera tan proteica y beligerante. Esto no significa ilegibilidad o profusión babélica. Las barreras pueden ser tan diáfanas para unos como inexpugnables para otros, y ello depende de varias cosas. No creo que traducir poesía deba ser una actividad exclusiva de poetas, pero sí de conocedores. Un texto poético demanda un lector especial, avezado en la lectura figurada, en los juegos de palabras y las posibilidades expresivas de la lengua.
Leer poesía en otro idioma es, en primera instancia, descifrar; intentar una versión, traducir esa lectura —acto más radical y fraudulento—, desmembrarla. Los fragmentos que componen el texto deben seccionarse en una operación lógica que nada tiene de improvisada. Una vez trasvasados, uno a uno, deberán ensamblarse.
II. Huellas de un (dis)curso
Antes de morir, Eros Alesi (Italia, 1951-1971) había viajado por Italia, Grecia, Turquía, Pakistán y la India. Emprendió, como muchos hippies de su generación, un periplo hacia ese paraíso milenario no contaminado por occidente. Un viaje de liberación y autoconocimiento. Entonces lo apodaban Pastilla, en honor a su gusto por los barbitúricos, y era conocido por su atractivo físico, de mucha ayuda para no morir de hambre, sin dinero y por países desconocidos.
El viaje que emprendió devino en tormento. Tuvo que robar, engañar y agredir para salir avante. Después, los pinchazos cotidianos de opio, las incontables anfetaminas y las dosis de Valium cobraron su respectiva cuota: la paranoia. Intentó la rehabilitación. Un mes en una comuna de Boloña, al cuidado del psiquiatra Luigi Cancrini, le fue suficiente para saber que no podía vivir sin la morfina, que su camino estaba en las calles y que no importaban las consecuencias: su destino ya estaba signado.
Tras huir de Boloña, se refugió en las cuevas del Pincio, a espaldas del Muro Torto. Cuevas habitadas por vagabundos que, como él, vivían casi a la intemperie (la mayoría de su obra conocida pertenece a este periodo). Tras su muerte, poemas como “Querido padre” o “Mamá Morfina” circularon de mano en mano; la comuna de Milán, donde vivió algunos meses, imprimió sus poemas y los repartió en las plazas y parques, a modo de homenaje. Desde entonces fue incluido en distintas antologías.
Hay mucho de mito en la historia de Alesi. Se trata de un autor de culto que no ha pasado inadvertido entre los lectores, pese a la marginalidad en la que ha circulado su obra. Es un poeta conocido por su vida al límite, pero poco reconocido por su escritura. Las huellas de su curso vital, al igual que las rasgaduras de su discurso errante, evocan momentos del viaje, de locura, de miseria, de robos o hambre. Un día se encuentra en Estambul, huyendo de la justicia, y al siguiente amanece en Nápoles, como si hubiera regresado en el tiempo, esperando el tren que lo llevará a la India, imaginando lo que podría ocurrirle… Su escritura repite las historias de viaje, las confunde, las reescribe. Las huellas recorren con insistencia un mismo camino que el lector tendrá que trazarse.
III. Los fragmentos esparcidos de Alesi
Hay autores que son fragmentos desmembrados. Su escritura es el reflejo de esta dispersión, como la de Alesi. El 31 de enero de 1971, su cuerpo inerte fue hallado bajo las ruinas del Muro Torto, a las afueras de Roma. Tenía diecinueve años. No llevaba ninguna pertenencia en los bolsillos, salvo pedazos de papel con fragmentos del único poema que escribía: su vida. En sus ropas firmó un manifiesto determinante, acaso uno de los poemas más delirantes sobre el suicidio:
Señora muerte:
Oh querida. Oh señora muerte. Oh serenísima muerte. Oh invocada muerte. Oh indescifrable muerte. Oh extraña muerte. Oh viva la muerte. Oh muerte que es muerte. Muerte que pone un punto a esta saeta vibrante.
Alesi murió bajo los efectos del alcohol y las drogas. No cayó del muro por accidente, se lanzó como flecha: su suicidio fue un performance poético llevado a las últimas consecuencias. Su escritura automática sobrevive en cuadernos o papeles sueltos que conservan sus allegados. El fragmento es su unidad.
Su poesía está ya desmembrada; traducirla es entonces desmembrarse. Desasirse de la lógica tradicional del discurso poético. Traducirse: colegir el arbitrio que guiaba las enormes parrafadas del poeta, en las que apenas se atisba una ruptura, una pausa o un viraje en la enunciación. Un mismo texto que parece no tener principio ni fin. Disjecta membra de un rompecabezas poético, en el que sólo resta amoldarse la pieza irregular de nuestro cerebro.
Desmembrarse: articular eso que parece ininteligible.
El arte de borrar (decálogo para la traducción)
1. La goma es el único utensilio que nunca se equivoca.
2. Oración para antes de escribir: Borrar no es una decisión sencilla, pero siempre es la mejor decisión.
3. Borra este lugar común: las mujeres son como las traducciones, cuando son bonitas no son fieles, y cuando son fieles no son bonitas.
4. Las mejores traducciones siempre son un fraude. La goma ha hecho bien su trabajo.
5. Son falsas las supuestas “traiciones” del traductor. El que pretenda tramontar de una lengua a otra debe tener absoluta fidelidad. Por lo menos a la goma.
6. Nunca se cumple el “borrón y cuenta nueva”: no podemos empezar de cero, lo borrado permanece.
7. Las mejores versiones son las de la goma.
8. Traduce al autor: bórrate. Borra al autor: tradúcete.
9. Sé que he mejorado cuando reviso mis traducciones pasadas y deseo fervientemente corregir algún detalle.
10. Escribir y traducir son operaciones completamente distintas. Traducir y borrar son la misma cosa.