DIOS TIENE TRIPAS
A Vicente, la provocación
A Jorge, el aliento
A José Israel, la deriva
A Eduardo y Miguel, el refugio
A LUIS AUSÍAS, lo imposible
Una de dos: o el hombre fue creado
a semejanza de Dios y entonces Dios
tiene tripas, o Dios no tiene tripas
y entonces el hombre no se le parece.
MILAN KUNDER
Prefacio
La escritura de lo asqueroso es difícil de digerir. ¿Por qué querríamos leer sobre suciedades si con ahínco fabricamos eufemismos, escondemos desagües bajo el piso y diseñamos casas que separan los desechos? Durante siglos nos hemos afanado en el ocultamiento. Quien pronuncia lo que nadie nombra comete un pecado capital: el del mal gusto. La adultez es un oficio de soslayo, la continua aspiración a lo invisible. Únicamente los niños pueden vivir su morbo a plenitud. Se ríen de él, lo hablan; no encuentran límites a sus preguntas. Dueños, amos y señores del humor escatológico. Solo a ellos les está permitido no tener reservas con sus entrañas.
Pero ni todo el recato ni el miedo a la fragilidad de nuestro interior podrá quitarle a los temas soeces su cualidad más inquietantemente bella: la universalidad. Conforman una experiencia humana compartida; aunque resulte tan general, se habla poco de ella. ¿De qué nos perdemos en ese tabú? Por considerarlo prosaico y poco importante, negamos algo intrínseco a nuestro paso por el mundo. Mutilamos lo indeseable sin ponerlo antes a prueba.
Los retretes y los desechos: no podemos escapar de ellos, son presencia ineludible en nuestros días, a pesar de que vivamos bajo su mutismo. Por considerarlos cotidianos, ya no nos detenemos a pensarlos ni mucho menos a sopesar sus implicaciones y sombras. También los evadimos por vergüenza. ¿Qué tan fácil es discutir y comparar las elucubraciones propias con las de otros? La suciedad obliga a la confidencia y, más aún, al silencio. Es un problema del lenguaje.
Tópicos bajos, groseros, banales; pero a la vez irrefutablemente humanos. Si en la literatura persisten —en la vomitada quijotesca del bálsamo de Fierabrás, en la varita de caca de Remedios la Bella— es porque dicha humanidad, demoniaca y divina, nos repele e interesa a un mismo tiempo. Son temas subterráneos: el sitio de lo que se piensa y no se dice.
Quizá por eso, por considerar ambas como manifestaciones de la intimidad, un autor comparó alguna vez al ensayo con las heces. Al hablar de la vanidad, Montaigne asegura que no lleva el registro de su vida por sus actos, sino por sus pensamientos. Y recuerda a un hombre noble que declaraba su vida a partir de su vientre: en su casa exponía los orinales de toda una semana para verse reflejado allí. Por ello, Montaigne afirma que sus ensayos son “los excrementos de un viejo espíritu, a veces duros, a veces blandos, y siempre indigestos”. Nunca estreñidos. Nunca perdido entre esos silogismos y fichas, métodos que hoy pueden hacernos creer que pensar es palabra sinónima de investigar con pudor, de opinar con decoro.
La escritura: esa otra excreción. El ensayo no solo le pertenece al ágora y al periodismo, sino también a la confidencia, nombra lo indecible, domestica nuestros desvaríos. Es la escritura impúdica de quienes muestran sus cavilaciones sin recato.
Nuestro cuerpo jamás ha tenido dudas: la mente nació víscera y capricho.