Tierra Adentro
Portada de "Diez batallas que cambiaron a México" por Pedro Salmerón Sanginés y Raúl González Lezama. Colección popular, FCE.
Portada de “Diez batallas que cambiaron a México” por Pedro Salmerón Sanginés y Raúl González Lezama. Colección popular, FCE.

I. LA VICTORIA MEXICA

(junio de 1520)

En Tacuba está Cortés
con su escuadrón esforzado,
triste estaba y muy penoso
triste y con gran cuidado,
una mano en la mejilla
y la otra en el costado.

Anónimo citado por
Bernal Díaz del Castillo

El inicio y las razones de la guerra

La guerra empezó con una matanza a traición: Moctezuma había exigido a Cortés que se fuera del Anáhuac, pues ya había estado suficiente tiempo como huésped en Tenochtitlan, pero Cortés y sus cómplices (los capitanes, los que habían inventado un ayuntamiento para eludir la ley) no tenían a dónde ir. Así, arrinconados, Cortés y sus amigos tuvieron la suerte de que se presentara en Veracruz el capitán Pánfilo de Narváez, enviado con fuerte escolta por las autoridades españolas para detener a Cortés por traidor y rebelde.

Cortés pidió a Moctezuma permiso para combatir a Narváez y el tlatoani mexica se lo concedió, así que el capitán salió hacia la Villa Rica de la Vera Cruz con la mayoría de sus hombres y de sus aliados tlaxcaltecas, huejotzincas, cholultecas, otomíes y totonacos, dejando en México al capitán Pedro de Alvarado, uno de sus principales cómplices, con unos 80 castellanos y dos o tres mil aliados.

Pedro de Alvarado decidió forzar las cosas y en una matanza, un golpe de mano a traición, trató de hacerse de México-Tenochtitlan, con su tlacatecuhtli y con sus principales, pensando quizá que ello le daría la ciudad y el soñado, fantaseado, Imperio mexica.

Las crónicas no lo dicen pero, como era de día y corría mayo, podemos suponer que brillaba el sol en lo alto de aquel cielo tan azul, de “la región más transparente del aire”, como la llamó Alfonso Reyes al imaginar, al reconstruir, aquel Anáhuac que vieron los españoles por primera vez unos meses atrás de ese luminoso día de mayo.

Los gobernantes, los sacerdotes y los guerreros tenochcas celebraban la fiesta en honor de Huitzilopochtli. Los acompañaban los señores aliados de Texcoco, Tlacopan y otros altepemeh. El pueblo llenó el recinto sagrado para ver el espectáculo, cuando, sigilosamente, los españoles y sus aliados cerraron las salidas del lugar y, acto seguido, cargaron contra los desarmados guerreros que constituían el núcleo de la fiesta. Escribe fray Bernardino de Sahagún:

Pues así las cosas, mientras se está gozando la fiesta, ya es el baile, ya es el canto […] en ese preciso momento los españoles toman la determinación de matar a la gente. Luego vienen hacia acá, todos vienen en armas de guerra.
Vienen a cerrar las salidas, los pasos, las entradas: la Entrada del Águila, en el palacio menor; la de Acatl Iyacapan [Punta de la Caña], la de Tezcacoac [Serpiente de Espejos]. Y luego que hubieron cerrado, en todas ellas se apostaron: ya nadie pudo salir.
Dispuestas así las cosas, inmediatamente entran al Patio Sagrado para matar a la gente. Van a pie, llevan sus escudos de madera, y algunos los llevan de metal y sus espadas.

Después, los cronistas españoles y las fuentes de tradición indígena darían varias explicaciones y justificaciones de la matanza a traición ordenada por Alvarado. La mayoría de las versiones no resisten el más elemental ejercicio de la crítica histórica, pero hay tres hechos que se desprenden de la matanza: 1) El propósito de Alvarado era liquidar a la jerarquía militar mexica. 2) Muy probablemente fue entonces cuando aprehendió a Moctezuma y a los demás dignatarios que esta ríanpresos con él (empezando por los señores de Tlatelolco, Texcoco y Tlacopan, y Cuitláhuac, señor de Iztapalapa). 3) La matanza del Templo Mayor provocó la guerra. Esta vez coinciden las fuentes. La reacción de los mexicas fue inmediata. Dice fray Bernardino de Sahagún:

Y cuando se supo fuera, empezó una gritería:
“Capitanes, mexicanos… venid acá; ¡Que todos armados vengan: sus insignias, escudos, dardos…! ¡Venid acá de prisa, corred: muertos son los capitanes, han muerto nuestros guerreros!”
Entonces se oyó el estruendo, se alzaron gritos, y el ulular de la gente que se golpeaba los labios. Al momento fue el agruparse, todos los capitanes, cual si hubieran sido citados: traen sus dardos, sus escudos.
Entonces la batalla empieza: dardean con venablos, con saetas y aun con jabalinas, con arpones de cazar aves. Y sus jabalinas furiosos y apresurados lanzan. Cual si fuera capa amarilla las cañas sobre los españoles se tienden.

Es probable que, pese a todo, la matanza de Tóxcatl no descabezara en términos políticos ni militares a la Triple Alianza, y al parecer no debilitó la fuerza guerrera de México-Tenochtitlan, ni provocó una crisis en el mando. Sin embargo, en las narraciones aparece un hueco muy notable: el que va del 20 o 22 de mayo, día de la matanza, al 24 de junio, cuando Cortés regresó a Tenochtitlan. Podríamos entenderlo porque todas las narraciones están centradas en Cortés, pero es curioso que en un mes los mexicas no hayan podido acabar con 80 españoles y unos pocos miles de aliados, y que luego, en sólo seis días, con un liderazgo reconocido y sus capitanes libres, hayan reducido a las últimas a más de mil castellanos y 8 000 a 10 000 aliados.

Lo que sabemos de ese mes, casi perdido en las crónicas, es que los 80 españoles y sus aliados, con Moctezuma y muchos principales presos, realmente rehenes, se defienden en el Palacio de Axayácatl, asediados, sitiados por los mexicas y cada vez más desesperados. Posteriormente, algunos autores nacionalistas infirieron que el mando militar mexica recayó en Cuauhtémoc, “señor de Tlatelolco”, pero no hay fuentes para asegurarlo, ni Cuauhtémoc fue elevado a esa dignidad sino hasta el asesinato de Itzquauhtzin, simultáneo al de Moctezuma y al de los tlatoanis de Texcoco y Tlacopan.

En su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo arriesga una explicación de la razón por la que los mexicas no acabaron con Pedro de Alvarado y sus compañeros: según el soldado cronista, cuando los mexicas se enteraron de que Cortés había desbaratado a Narváez, “Montezuma y sus capitanes […] dejaron de dar guerra a Alvarado”. Sin embargo, hay más de una semana entre una cosa y la otra. No dejemos de señalar que dice “Montezuma y sus capitanes”, cuando éste ya estaba preso de Alvarado.

La parte de la guerra que sí está documentada en las fuentes es la que inicia el 24 de junio, cuando Cortés regresa a la ciudad. Una guerra cuyo motivo principal y explícito, haciendo a un lado justificaciones de toda índole, fue el afán de riqueza y dominio. ¿Quiénes y por qué se enfrentaron en esta guerra? Vayamos a ello.

Las armas, los contendientes

Los europeos merodeaban en las cercanías de lo que hoy es México desde 1492 e hicieron contacto directo en 1497. Después hubo naufragios (1513), batallas (1517) y, finalmente, en 1519, arribó la expedición capitaneada por Hernán Cortés.

¿Cuál era esa tierra a la que arribaron estos aventureros? No conocemos el nombre que le daban sus habitantes (a veces usamos Anáhuac, aunque no sea del todo preciso), pero hace décadas al parecer estamos de acuerdo en llamarle Mesoamérica a la “superárea cultural” en la que irrumpieron los españoles y que desde 1517 vivió un periodo prolongado de guerras que se han llamado “de conquista”, que realmente nunca concluyeron.

No es nuestro objetivo explicar Mesoamérica, pero sí necesitamos asomarnos a dos aspectos: su organización política y sus formas de hacer la guerra.

En una sociedad en la que la agricultura intensiva y la extracción de tributo son la clave de la economía había una doble forma de explotación: la de una clase sobre otra en la sociedad en general y en cada altépetl en particular, y la de la clase dirigente sobre pueblos tributarios. La base de la estructura social eran los calpulli (barrio o comunidad) que conformaban un altépetl (pueblo o ciudad). Los altepemeh (plural de altépetl) solían ser bastante estables y en 1519 llevaban medio milenio de constantes guerras. Para librar esas guerras se asociaban en confederaciones militares. Cuando un altépetl dominaba a otros alcanzaba la siguiente categoría: la de señorío o tlatocáyotl… sin dejar de ser altépetl. Los altépetl sometidos conservaban su gobierno (de los que había varias formas distintas) y reconocían como autoridad política superior al tlatoani del tlatocáyotl.

Para 1519 los tlatocáyotl de Tenochtitlan y Texcoco representaban las formas políticas más avanzadas de su época y fueron modelo de otros centros de poder; junto con Tlacopan, habían constituido la Excan Tlahtoloyan (Triple Alianza), que desde 98 años antes expandía gradualmente su dominio e imponía tributos a otras confederaciones de tlatocáyotl, primero en la Cuenca de México y luego más allá de sus límites geográficos. También para ese momento el proceso de centralización del poder en México-Tenochtitlan prefiguraba quizá un cambio del modelo de guerra endémica y de dispersión del poder político.

Ahora bien, ¿cómo se hacía esta guerra endémica? Nos han dicho que se trataba de guerras altamente ritualizadas, negándoles o minimizando sus implicaciones políticas y económicas. Sin duda la guerra florida tenía un marcado componente ritual, pero no era la única forma de guerra. Resulta evidente que esa guerra “ritualizada” permitía a los mexicas mantener el control de sus más peligrosos rivales, liquidando sistemáticamente a sus élites guerreras y, así, facilitando su control. Sin embargo, más allá de lo “ritual”, al parecer simplificó las tácticas militares mesoamericanas, pues las batallas generalmente consistían en líneas paralelas de guerreros donde lo importante era el combate individual cuerpo a cuerpo.

A primera vista, en las fuentes de tradición indígena la guerra mesoamericana sólo aparece como una guerra ritual cuyo centro, cuyo objetivo, era el sacrificio… ¿Era así? Las nuevas lecturas críticas de estas fuentes muestran que, en muchos sentidos, lo que hacían los ancianos tlatelolcas que contaron las “antigüedades mexicanas” a los padres de San Francisco era confirmarles a aquéllos el carácter demoniaco de la cultura mesoamericana… “carácter” en el que las imágenes del sacrificio y el canibalismo tienen gran importancia.

Los franciscanos son explícitos: a los sacrificados “se los llevaba el demonio”, y la guerra florida tenía objetivos muy precisos: según fray Diego Durán, los mexicas podrían haber sometido a Tlaxcala, Huejotzingo, Tepeaca, Atlixco y otras poblaciones, pero decidieron no hacerlo

por dos razones que daban aquella gente para comida sabrosa y caliente de los dioses cuya carne les era dulcísima y delicada y la segunda era para exercitar sus valerosos hombres y donde fuese conocido el valor de cada uno y así en realidad de verdad no se hacían para otro oficio ni fin las guerras entre México y Tlaxcallan sino para traer gente de una parte y de otra para sacrificar […]
Donde toda su contienda y batalla era el pugnar por prender unos a otros para el efecto de sacrificio […] para poder traer más cautivos que sacrificar de suerte que en aquellas batallas más pugnaban por prender y no matar ni hacer otro daño en hombre ni mujer ni en casa, ni en sementera, sino sólo traer de comer al ídolo.

Pero las fuentes no hablan con el mismo detalle de las campañas en que los mexicas y sus aliados pretendían someter a su dominación y tributo a otros grupos, campañas que van mucho más allá de la guerra florida, pues tienen claros objetivos políticos y económicos y cuyas formas y desarrollo no aparecen (o casi no lo hacen) en las fuentes cuasi indígenas que, insistimos, en realidad reproducen figuras clásicas, bíblicas y medievales. Estas guerras de conquista eran el motor económico y político del modelo socioeconómico.

Así pues, en Mesoamérica también hacían la guerra para derrotar militarmente al enemigo; para ello, se mataba en el campo de batalla, aunque tengamos poca o ninguna información sobre sus tácticas militares. Por cierto, para el verano de 1520 ya habían aprendido a enfrentar las armas de metal y fuego y los caballos y sus jinetes (la principal experiencia derivaba de las cuatro batallas libradas en Tlaxcala en el otoño de 1519).

¿Con qué armamento libraban estas guerras? Principalmente armas de piedra y madera, armas arrojadizas y defensas de algodón grueso; pero la especialización militar de las élites hacía de estos instrumentos terribles armas mortales.

Las armas arrojadizas todavía parecían directamente vinculadas a la caza y la pesca: el arco y la flecha de piedra y madera (puntas de obsidiana o pedernal), la honda y el atlatl o tiradera (instrumento para arrojar lanzas). Cortés, Díaz del Castillo y otros cronistas hablan también de “varas” o “jabalinas” (lanzas de madera endurecida al fuego, a veces impulsadas por atlatl).

Las armas contundentes y cortantes eran mazos y garrotes con incrustaciones de piedra. La más famosa era el macahuitl (una especie de porra con pedernales en sus dos costados), que, junto con cuchillos de obsidiana, fueron los más usados en los combates de “pie con pie”, de “cuerpo a cuerpo” o “frente a frente”. Armas que mataban, y mucho. Sumemos los “escudos” de madera (chimalli) y las “armaduras” acolchadas de algodón (ichcahuipillis), cuya eficacia era tan notoria que los españoles empezaron a usarlas muy pronto en sustitución de sus pesados y sofocantes petos de metal.

En cuanto a los españoles que llegaron a estas tierras con afán de lucro y dominio, ¿qué guerra hacían? Hay quienes opinan que la expedición de Cortés fue una empresa capitalista, en la que el genial capitán general fue planeando paso a paso las estrategias de acuerdo con una mentalidad plenamente moderna (“maquiavélica”), como modernas eran sus armas. La “superioridad” tecnológica y, más aún, la “intelectual” serían clave en su victoria. ¿Modernos? Hay quienes los presentan más bien como medievales.

Los historiadores que hemos revisado el tema y, sobre todo, aquellos que hemos analizado con cuidado las fuentes de la invasión española y la realidad del armamento que traían, encontramos que, en muchos aspectos, las expediciones españolas y portuguesas fueron una continuación de sus endémicas guerras medievales a las que bautizaron como “reconquista” (una tan falsa como poderosa construcción ideológica). Como en la “reconquista”, Hernán Cortés y sus amigos se instalaron por la fuerza, fortificaron sus casas, impusieron el bautismo… Repitieron nombres como Segura de la Frontera.

Los cronistas de Indias (los españoles de la primera generación de historiadores) parecen hablar de sí mismos en el tono del Cid Campeador. También combaten junto a ellos, delante de ellos, decidiendo batallas, Santiago Matamoros, transformado en Santiago Mataindios, además de la Virgen María y el apóstol San Pedro.

Se ha confirmado que en la irrupción española en Mesoamérica de 1519-1521 no hay armamento ni tácticas modernas (“renacentistas”). En esos días España se estaba convirtiendo en una potencia militar en Europa. Durante casi dos siglos los españoles señorearon los campos de batalla europeos; pero las armas y las tácticas que le dieron a España una larga y duradera ventaja militar, y que aparecen con claridad en la batalla de Pavía (1525), no estuvieron presentes en Mesoamérica.

En efecto: los estudios históricos y arqueológicos del armamento del puñado de españoles que acompañaron a Cortés (poco más de 2 000 en total, de los cuales 1 100 lo hicieron durante los días de junio de 1520 que nos ocupan, mientras que en la mencionada batalla de Pavía en un solo día el ejército español tenía más de 30 000 hombres) han mostrado que la mayoría de las 93 “escopetas” carecían de sistemas de ignición, lo que las coloca más cerca de las armas del siglo XIV que de las del siglo XVI: eran un lento instrumento medieval con alcance inferior a 50 metros. Tampoco las ballestas resultaron eficaces.

Parece que, más que la pólvora, el acero pudo marcar diferencias en el combate mesoamericano cuerpo a cuerpo. Las picas del puñado de jinetes y las pesadas espadas de los infantes eran claramente superiores a las armas contundentes de piedra y madera; sin embargo, por su muy escaso número (unos pocos cientos en batallas que involucraban a miles o decenas de miles de contendientes), su eficacia era temporal y limitada.

Las fuentes muestran a los indígenas y, particularmente, a los enviados de Moctezuma aterrorizados ante los “truenos” y los caballos en noviembre de 1519, pero los hechos indican que desde septiembre de ese año los tlaxcaltecas supieron bien a qué atenerse frente a unos y otros. La relativa ventaja que daban los equinos fue contrarrestada con defensas, zanjas, trampas y otros artilugios elementales.

Ahora bien, dado que las fuentes originales coinciden en ese aspecto, para muchos historiadores el verdadero efecto del armamento europeo fue el psicológico. Es decir, el terror que caballos, pólvora y acero sembraron en las “hordas primitivas” de los mesoamericanos. Al caerse el anterior argumento, éste carece de base y no merece ser discutido.

Otros historiadores sostienen que, en efecto, las armas no representaron una contribución técnica fundamental para la conquista, sino que ésta se logró más por el genio de Cortés. Por lo tanto, la oposición modernidad / atraso va limitándose al genio, eliminadas las escopetas y los arcabuces. Un historiador muy influyente escribió que “los españoles eran hombres renacentistas, con una visión del mundo esencialmente laica, mientras que los indios tenían una cosmovisión mucho más arcaica, en la que el ritual y la magia desempeñaban una función importante”. Esto omite todo lo que hemos mostrado del pensamiento medieval de la hueste de Cortés y vuelve a caer en el racismo eurocéntrico… que llega a afirmar que el enfrentamiento entre mexicas y españoles (siempre reduciéndolo a esa falsa dicotomía) se trató del equivalente a un enfrentamiento entre quienes tuvieran armamento atómico y quienes carecieran de él.

Para entender lo anterior hay que tratar de desentrañar los hechos, la guerra.

Disponible en librerías y en la tienda virtual del FCE


Autores
Pedro Salmerón Sanginés y Raúl González Lezama se conocieron en 1992, durante el primer día de clases de la licenciatura de historia en la UNAM. Desde entonces mantienen interminables discusiones sobre la patria, sus héroes, sus utopías y posibilidades, siempre con la historia y la literatura como fuente y fondo. Ya como profesionales de la historia, Raúl ha desempañado diversos cargos en el Archivo General de la Nación y a partir de 2009 en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, donde combina la investigación con la divulgación histórica. Desde 1999 Pedro ha sido profesor de diversas instituciones de educación superior, entre ellas la UNAM; actualmente es director del Archivo General Agrario y articulista de La Jornada. Este libro es el segundo resultado público de sus discusiones y debates; 150 años del sitio de Puebla. La heroica defensa (2013) fue el primero.
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