Tierra Adentro
“Detective”, por Omegapepper. Extraída de Flickr.

Entonces te vas.

Sí.

¿A Phoenix?

A Nueva York.

Qué hay en Nueva York.

No lo sé.

¿Piensas regresar?

Si resulta como lo he planeado, espero no hacerlo.

Dicen que llueve mucho en Nueva York.

Estuve en la isla hace un par de años. Desde el cuarto del hotel miraba Central Park, era un hotel bastante viejo. El Emporio. Una noche vi cómo asaltaban a una pareja de mujeres. Una de ellas llevaba un suéter rojo.

Cuando tenía veinticinco años estuve ahí y no me gustó.

Tal vez te guste ahora.

Lo dudo.

Quiero un cigarro.

Si lo deseas salgo a comprar uno.

Ya pasó el tiempo.

¿Cómo dices?

Ni Nueva York y ni tú son los mismos de hace 25 años.

Sigo siendo el mismo.

Nadie lo es.

¿Quién lo asegura?

Mi sicóloga.

Ella.

Sí.

Si nos hiciéramos tres preguntas específicas, cuáles serían.

¿A qué viene esto?

Anda.

¿Hablas en serio?

Consiénteme.

¿Por qué no te vas conmigo?

Porque no puedo.

Puedes ser más creativo que eso.

Pero no lo soy.

Eres detective, puedes inventar algo más emocionante. Tú querías jugar.

Nueva York no me gusta. Odio el pastrami y la zona cero. Detesto la humedad. El desierto es lo mío. Manejar hasta las afueras de Juárez y ver cómo la tierra se traga el sol cuando anochece.

Me enteré de que antes de subir al cuadrilátero, Mickey Rourke corría en Central Park cinco, diez kilómetros.

Mickey Rourke ya está viejo.

¿Siempre seré la segunda?

No entiendo.

Creo que estoy siendo demasiado clara.

Te conocí cuando te conocí.

Al principio tenía pavor de que nos descubrieran.

¿Qué sucedió?

Me marcho, eso es lo que sucedió. En el buró se encuentra la confirmación del vuelo, junto con la cartera y el revólver.

¿Tengo algo qué ver con tu decisión?

No.

¿Qué soy para ti?

No lo sé.

¿Amigos?

No.

¿Podremos jugar a que te espero?

Sí.

¿Por qué sonríes?

No lo sé.

¿No sabes por qué sonríes?

Se está haciendo tarde. Llegó el vecino de la camioneta roja.

De tu infancia, dime algo que recuerdes.

Alguna vez, en un rancho de Zacatecas monté a caballo con uno de mis tíos. En una de sus manos llevaba la rienda y en la otra una lata de cerveza, supongo que una Tecate, o tal vez una Modelo. Por el movimiento, de vez en cuando la cerveza me salpicaba la cara. El caballo era azabache. Tal vez. La calle blanca y terrosa. No recuerdo por qué subí al caballo o cuánto tiempo duró el paseo.

Cuéntame algo que recuerdes de tu juventud.

En una ocasión le regalé una cerveza Superior a una amiga. Toqué la puerta de su casa y cuando apareció, le extendí la botella fría, como si se tratara de un ramo de flores. Sonrió y me dio un beso.

¿Cómo se llamaba ella?

Liliana.

¿Y qué pasó después?

Se casó.

¿La extrañas?

Tuvo dos hijos. Luego se divorció y se fue a vivir a El Paso y de ahí se mudó a Los Ángeles. Es contadora.

¿Hablas con ella?

Ya no… Acerca tu vaso, aún hay whisky.

Alguna vez me dijiste que yo era una vampira.

Lo sigo creyendo.

Tal vez deje de serlo en tu historia…

Porque te vas.

Porque ya son otros tiempos.

Porque te vas.

En pocas palabras, sí.

Aquí estaré siempre, bajo esta gran noche, pensando en el siguiente movimiento.

Necesito más que eso.

Te digo que no soy tan creativo.

Me voy porque estoy harta de las pesadillas.

Ahora lo deseas.

¿Qué quieres decir?

Quizá después ya no. Por mucho tiempo tuve un trabajo estable. Cada fin de semana recibía un pago fijo. Hiciera o no, mi pago estaba ahí, completo. Ahora busco a la gente que no desea ser encontrada.

Siempre puedo regresar.

¿A qué?

Falta una pregunta más.

Creo que ambos superamos la cuota.

¿Te gustan mis cicatrices?

Sí.

¿Incluso la de la rodilla?

Incluso.

A los diez años caí encima de una botella rota. Jugábamos a los policías y ladrones, los niños de la cuadra y yo. Entre ellos se encontraba Ricardo. El único que me visitó durante la convalecencia. Una tarde nos masturbamos juntos. Al principio me dio vergüenza. Luego no. Cuando me recuperé me regaló un osito blanco de peluche. Un par de meses después, por alguna razón, dejamos de hablarnos. A fin de año se mudó junto con su familia a San Antonio y le perdí el rastro, pero hace poco lo vi de lejos en el Smart de la Avenida de la raza. Alto y guapo. No me atreví a saludarlo.

Tiene la forma de una sonrisa, tu cicatriz.

No desde donde yo la veo.

Si te hubiera encontrado antes.

Pero no fue así.

Un día iré a Nueva York. Te localizaré comprando fruta en un mercado de Chinatown. Lentes negros y bufanda oscura, como te conocí.

Deberías ser escritor.

Eso no se me da, pero si un día te pierdes, te encuentro. Eso es lo mío.

Deberías irte conmigo.

Perdón.

No es necesario.

Me llevaré tu sombrero.

De acuerdo.

Si pudiera, me llevaría tu revólver, creo que es más confiable que el mío.

Allá podrás comprar uno fácilmente.

Tal vez me trague Central Park.

¿Por qué piensas que será mejor allá? Prácticamente hacemos lo mismo.

No lo creo. Tú los encuentras y yo soy la antidetective.

Así se escucha siniestro.

Tal vez allá pueda ser la detective. Tener mi despacho, mi ventilador barato de metal.

Como en las películas.

Todavía pienso en esas dos mujeres de Central Park. Una de ellas sobre la acera, desmayada o mal herida, no sé, y la de suéter rojo sujetándola de la mano, tratando de pedir ayuda. Recuerdo que tomé el teléfono para llamar a la policía, pero sucedió algo: al regresar a la ventana ya no había nadie allá abajo. Apenas si me había retirado un minuto, quizá ni eso. Miré a un lado y otro. Permanecí frente al vidrio un buen tiempo, con el teléfono en la mano. El sendero donde había sucedido aquello se perdía en una curva, entre las ramas de los árboles. A la mañana siguiente me paseé por aquella zona. En cierto momento oí el graznido de un cuervo y eché un vistazo a la ventana de mi habitación, la 508 del viejo Emporio. Me pareció muy diminuta desde aquella distancia. En el suelo no encontré ningún indicio de forcejeos, ni mujeres malheridas. Como si el parque se las hubiera tragado. ¿Qué hubieras hecho en mi lugar?

Lo mismo, pero no importa.

Esa noche soñé que yo era la mujer de rojo y que en algún momento miraba hacia la ventana de mi cuarto de hotel, un segundo después el mundo desaparecía.

¿Cómo?

Cierra los ojos y aguanta la respiración. Cubre tus oídos. Trata de no moverte. Así. Eso mismo ocurría en el sueño.

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KSI Photography, 2013. Imagen recuperada de Flickr. CC BY 2.0
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