DESMEMORIA DEL REY SONÁMBULO
Titulo: Desmemoria del rey sonámbulo
Autor: Balam Rodrigo
Editorial: Ediciones Monte Carmelo / Secretaría de Cultura de Guerrero
Lugar y Año: México, 2015
Como todo lo bueno de este mundo, Desmemoria del rey sonámbulo comienza con un perro. Metáfora o reverso de su autor, teoría sobre el origen de la escritura, resistencia feroz —aunque inútil— frente a la saudade, esta figura inaugural condensa las obsesiones que el lector encontrará a lo largo del libro. Pero si aquel «bardo solo entre las calles» rumia las inquietudes que articulan el resto de la obra, no anticipa las respuestas con que los versos de Balam Rodrigo, a la manera de un caleidoscopio, nos desconciertan página tras página.
El libro está compuesto por cuatro apartados, cuatro caminos que convergen sin cruzarse. El primero recoge el panorama de una ciudad desposeída, especialmente sus aspectos atroces, descarnados. Más que el mendigo en ayunas, el faquir o incluso los perros, son las cosas las que hablan; las alcantarillas, los autobuses, las banquetas… Elementos obvios del paisaje urbano que el chiapaneco sabe hilvanar con escenas y campos semánticos tan divergentes que lo familiar se disuelve en esa avalancha de sentido y forma que constituye su marca personal.
Algo similar ocurre en la siguiente sección, donde el océano habita lo mismo en el interior de un coco que en el pavimento o en los ojos de un gato. La liquidez del entorno se nutre de versos y asociaciones flexibles, que no edifican un mar en calma, sino una turbulencia, el sentimiento de asfixia al contemplar esas aguas que reflejan con crueldad nuestras oscuridades.
Las siguientes partes se caracterizan por un tono experimental y profundamente irónico. La saudade ya no se evoca a partir del dolor o la impotencia; por el contrario, nace de las contradicciones y los absurdos inherentes al devenir cotidiano. Así, en el tercer segmento, el idioma provisional de la ciencia se compagina con alusiones bíblicas para desvelar cuán plagada de derrotas y sometimientos está la condición humana.
«Los trabajos del neólogo», el último apartado de la obra, es un largo desafío a los contornos del lenguaje. Cada poema inventa su propio vocabulario, su sintaxis particular, sus referencias. Incluso los términos habituales están revestidos de extrañeza. Y es ahí, en la perplejidad iluminada, donde anida el acto creador. Se trata, en suma, de una poética que enseña, con el ejemplo, a «reescribirlo todo / una y mil veces con la lengua».
Aunque el libro en su conjunto se interesa por afrontar las convenciones del idioma —y específicamente del discurso lírico—, es en la segunda mitad donde este afán alcanza sus últimas consecuencias. Acaso por eso, en ocasiones se abusa de las bromas y los guiños, teniendo por resultado algunos versos inacabados o sordos, donde el autor parece relajar el dominio de su oficio. Tampoco terminan de convencer las grafías juguetonas («El poeta (h)ojea…», «Libéluna» o el más bien burdo «gen-y-tal»); creo que son artificios demasiado transparentes.
No puedo sino lamentar las erratas en una edición por demás elegante y de cómoda lectura: el descuido con las tildes diacríticas («aquél hombre», «ésta líquida hora»), el uso inconsistente de las cursivas, los tropiezos con la puntuación y ese infortunado «¿Porqué chillaban sus muy palabras»…. Pero son asuntos menores. Todo se perdona al leer contundentes maravillas como «Job padece gastritis o doble epifanía por un plato de mole», «La hora del animal» o «Escritura».
Balam Rodrigo es un poeta exigente pero no oscuro, prolijo sin ser pretencioso. Sus textos no llevan al lector de la mano y a veces uno se extravía antes de reconocer el hallazgo. Leerlo es como andar sin rumbo por una ciudad desconocida y llegar, luego de muchos recovecos, a un lugar que se parece al punto de partida, pero que es otro sitio, algo más limpio y más hondo.
De esta manera, Desmemoria del rey sonámbulo da testimonio de un escritor que reconoce y apuntala su destreza, su voz, su forma siempre inesperada de resolver los versos. La exuberancia lingüística es instrumento de una reflexión, nunca definitiva, sobre los hallazgos y los límites (¿no es eso Dios?) que nos dibujan. En este caso, la saudade.
¿Qué añora, qué echa en falta, el saudoso de este libro? Lo que hay antes del lenguaje, lo que se rompe con el verbo. Es eso a lo que quiere regresar el neólogo: el momento seminal en el que, por obra y gracia del silencio, el mundo es nuevo y sin palabras. Saudade, pues, por la infinitud del pensamiento primigenio, que parece amenazada por los conceptos que cercan, por las estructuras que atenazan.
La poesía surge para hacer frente a esta pérdida. Como nos señala Balam Rodrigo, el escritor
hurga en lo profundo de su verdura
y aparece desnudando las palabras
segando los dolores
y no hay otro que le siga el paso
cuando enfermo está de la saudade.
Saudade, en fin, germinal y redentora. Ya lo había insinuado Teixeira de Pascoaes: «Árbol de la tristeza con las ramas/ Florecientes de alegría».