Declaración de Independencia del Ciberespacio
El 8 de febrero de 1996 se firmó en Estados Unidos la Ley de Telecomunicaciones, la cual proponía transformar el mercado de las telecomunicaciones eliminando imposiciones que en el pasado habían limitado los alcances de las empresas. Entre otras cosas, la ley contenía el Decency Act, una cláusula que pretendía volver ilegal ciertos contenidos sensibles en internet. La Ley de Telecomunicaciones –precedente claro de leyes que se intentarían aprobar después, como CISA (Cybersecurity Information Sharing Act)– detonó la indignación de los usuarios de la Red, quienes por primera vez tuvieron que defender la autonomía cibernética ante los poderes de los Estados. John Perry Barlow, poeta, ensayista y ciberactivista, publicó esta declaración desde Davos, Suiza, el mismo día que la ley fue aprobada. A poco más de un año de su muerte –7 de febrero del año pasado–, Tierra Adentro reproduce la declaración, en traducción de Luis Ham, para recordar (hoy como todos los días) la importancia de la libertad en el ciberespacio.
Gobiernos del Mundo Industrial, fatigados gigantes de carne y acero, yo vengo del Ciberespacio, nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, les pido a ustedes, del pasado, que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No poseen soberanía donde nos congregamos.
No tenemos un gobierno electo, ni es probable que tengamos uno, así que me dirijo a ustedes sin más autoridad que aquella con que la libertad misma habla siempre. Declaro que el espacio socio-global que estamos construyendo es por su naturaleza independiente de las tiranías que buscan imponernos. No tienen derecho moral para regirnos ni poseen métodos de control que nos den razón verdadera para temer.
Los gobiernos derivan sus poderes a partir del consentimiento de los gobernados. Ustedes no nos han solicitado ni nos han recibido. Nosotros no los invitamos. No nos conocen, ni conocen nuestro mundo. El Ciberespacio no yace dentro de sus fronteras. No piensen que pueden construirlo como si fuera una obra pública. No pueden. Es un acto de la naturaleza y crece a través de nuestras acciones colectivas.
No han participado en la gran conversación que nos ha reunido, ni crearon el valor de nuestros mercados. No conocen nuestra cultura, nuestra ética ni los códigos no-escritos que proporcionan a nuestra sociedad más orden del que se podría obtener a través de cualquiera de sus imposiciones.
Ustedes aseguran que hay problemas entre nosotros que se necesitan resolver. Usan esta afirmación como excusa para allanar nuestro territorio. Muchos de estos problemas no existen. Donde existan estos conflictos, donde haya errores, los identificaremos y abordaremos en nuestros términos. Estamos formando nuestro propio Contrato Social. Esta gobernanza surgirá de acuerdo a las condiciones de nuestro mundo, no el suyo. Nuestro mundo es diferente.
El Ciberespacio consiste en transacciones, relaciones y pensamiento, organizados como una ola inmóvil en la red de nuestras comunicaciones. El nuestro es un mundo que está en todos lados y en ninguno, donde no viven los cuerpos.
Estamos creando un mundo en el que se puede entrar sin privilegio ni prejuicio dado por motivos raciales, de poder económico, fuerza militar o condición al momento del parto.
Estamos creando un mundo donde cualquiera, en cualquier lado pueda expresar sus ideales, sin importar que tan singulares sean, sin miedo de ser silenciado u obligado a conformarse.
Sus conceptos legales de propiedad, expresión, identidad, movimiento y contexto no aplican para nosotros. Sus conceptos se basan en la materia, y aquí no tenemos materia.
Nuestras identidades no tienen cuerpo, así que, a diferencia de ustedes, no se nos puede obligar a través de la coerción física. Creemos que nuestra gobernanza emergerá de la ética, el interés propio y la mancomunidad. Nuestras identidades pueden estar distribuidas a lo largo de muchas de sus jurisdicciones. La única ley que se reconocería generalmente en nuestras culturas constituyentes es la Regla de Oro. Esperamos construir nuestras soluciones particulares sobre esa base. Pero no podemos aceptar las soluciones que ustedes buscan imponer.
Ustedes crearon una ley en los Estados Unidos hoy, la Ley de Telecomunicaciones, la cual repudia su propia constitución e insulta los sueños de Jefferson, Washington, Mill, Madison, DeToqueville, y Brandeis. Estos sueños deberán ahora nacer en nosotros.
Les aterran sus propios hijos, ya que son nativos a un mundo en el que ustedes serán siempre inmigrantes. A razón de su miedo, encargan a sus burocracias las responsabilidades paternales que ustedes son demasiado cobardes para confrontar. En nuestro mundo, todo sentimiento y expresión humana, de lo degradante a lo angelical, forma parte de un todo común, la conversación global. No podemos separar al aire que asfixia del aire sobre el que se vuela.
En China, Alemania, Francia, Rusia, Singapur, Italia y Estados Unidos se intenta combatir el virus de la libertad erigiendo puestos de guardia en las fronteras del Ciberespacio. Podrán contener el contagio brevemente, pero no podrán hacerlo en un mundo que pronto será cobijado por los medios digitales.
Sus industrias de información, cada vez más obsoletas, buscan perpetuarse proponiendo leyes, en los Estados Unidos y en otros lados, que declaran propiedad sobre la expresión misma alrededor del mundo. Estas leyes declaran a las ideas como otro producto industrial más, sin más nobleza que el acero. En nuestro mundo, cualquier cosa que la mente humana puede crear puede también ser reproducida y distribuida de forma infinita sin costo alguno. La distribución global de ideas ya no necesita de sus fábricas para funcionar.
Sus medidas, cada vez más hostiles y coloniales, nos ponen en la misma posición que aquellos amantes de la libertad y la autodeterminación que en el pasado tuvieron que rechazar la autoridad de poderes distantes y desinformados. Debemos declarar nuestro ser virtual inmune a su soberanía, aún cuando tengamos que consentir su reinado sobre nuestros cuerpos. Nos esparciremos por el Planeta entero para que nadie puede arrestar nuestros pensamientos.
Crearemos la civilización de la Mente en el Ciberespacio. Sea esta más humana y justa que el mundo construido por ustedes, por sus gobiernos.
Davos, Suiza
8 de febrero, 1996