Debruit: el futuro-presente de la música árabe
Los vínculos que los procesos político-económicos han ligado a Francia con África no se han desvanecido. Los más pesimistas apuntarán que el país europeo no puede olvidarse del todo de su pasado colonialista y sus afanes de conquista. Otros muchos precisan que eso es cosa del pasado y reconocen, más bien, una deuda histórica con un continente del que se aprovecharon violentamente.
Pero el elemento más importante son las personas. Allí están… buscando alternativas para una mejor vida. La migración africana no se detiene, pero en la nación gala ya se encuentran también los hijos de todos aquellos que viajaron para asentarse. Son franceses con plenos derechos obligaciones. Así, tanto los recién llegados como quienes buscan preservar el legado de sus padres contribuyen a que la presencia de diversas culturas africanas en la Francia de hoy sea un fenómeno social completamente vivo.
Es precisamente en el arte donde su participación es fundamental —aunque también ocupan un sitio preponderante en las plantillas de los equipos de la Ligue 1 de futbol—. Deporte y cultura, buen mezcla. Pero vayamos a lo nuestro, la música. La lista de figuras de prosapia que han proyectado en Francia a las muchas músicas nativas de aquel continente es larga y de altísima calidad. Basta con mencionar a figuras de la talla de Cesaria Evora, Youssou N`dour, Salif Keita, Rachid Taha, Toumani Diabaté y Cheb Khaled, entre muchos otros. A los que hay que sumar a talentos más noveles como Rokia Traoré o la labor de investigación y difusión de un musicólogo, productor y Dj como Frederic Galliano.
Pero el magnetismo que ejerce África también se extiende a los enteramente franceses, como es el caso de Xavier Thomas, un productor, DJ, multi- instrumentista y vocalista oriundo de París. Profesionalmente se ha hecho llamar Débruit y debutó From the Horizon (2012), un disco en que ya mostraba su interés por hurgar en distintas formas de folklore y sumarlo a su mixtura de electrónica con matices de hip –hop. Lo mismo puede incorporar melodías acariciantes, que ruido o grabaciones de campo.
Se distinguió como un talento precoz –toca el sax desde los 9 años de edad- y ahora que roza la treintena mantiene a un alter-ego en clave hip-house, llamado Kéèclac, al tiempo que dando seguimiento a un tema tan exitoso como lo fue “Nigeria What?”, emprendió la tarea de concebir un nuevo álbum en el que los sonidos de la electrónica avanzada conviven nuevamente con el acervo popular del inexactamente nombrado “continente negro”, ya que la parte norte –el Magreb- no está poblado precisamente por negros sino por árabes.
Y es que para su nueva incursión decidió acompañarse por una vocalista de origen sudanés: Alsarah. Con lo que se aseguró contar con un canto aterciopelado, sutil y seductor. A un disco tan atrayente como Aljawal (Soundway, 2013) no hay más que considerarlo música árabe contemporánea, así parta de la mente de un francés. Allí están las cuerdas exuberantes y las voces ululantes que nos llevan hasta su imaginario.
Debruit no ha elegido ponerse las cosas fáciles; ya desde su debut dejaba bien claras sus ambiciones: “ser surrealista significa difuminar lo que ya se ha visto para hacer lo que está aún por ver”. Desea fervientemente retomar los principios de André Bretón y toda su camarilla para elaborar una clase de música que no se parezca a lo convencional —y en buena medida lo consigue—.
Qué bueno que exista quien no le tenga miedo a hacer vanguardia con música popular –aquí no estamos en terrenos académicos-. Lo que Xavier tiene de su lado es un arsenal de sintetizadores, cajas de ritmo, secuenciadores y mucho conocimiento para hacerse de los sonidos autóctonos del mundo árabe. Destaquemos también su buen juicio para incorporarlos a una música que trasuda actualidad. Temas como “Jamilla” y “Khartoum” nos hacen sentir que el futuro de la música árabe ya está aquí; que los rituales de baile pueden ser una experiencia física llena de misticismo y con ecos de una tradición milenaria que aquí se recicla.
La música de Debruit y Alsarah tiene requiebros muy sutiles e interesantes; no siempre es veloz, hay bajones en los que se privilegia la voz (“Loulia”). Son momentos de remanso que sirven para retomar energías y sentirse un verdadero viajero –que es lo que significa Aljawal, y dirigirse hasta una geografía imaginaria; tal como cuenta la cantante al remontarse a la sensación de escuchar la música anterior del productor. Pero con justicia hay que decir que sus capacidades aumentan estando juntos, como es evidente en “Alhalim” y las otras 10 piezas que lo completan.
En Aljawal se combinan un sentido del tiempo y de la historia con una manera futurista de abordarlas. Se siente el cruce entre el cosmopolitismo de un habitante de la ciudad luz con el acervo ancestral de una cantante que procede de Khartoum, la capital de Sudán, que luego vivió en la provincia de Taez, hasta que la guerra civil obliga a su familia a refugiarse en Estados Unidos desde 1994. Ella creció acostumbrándose al choque entre culturas y costumbres. No le son raros a ambos los tiempos que corren. Trabajaron entre París y Brooklyn para completar el disco. El mundo es su aldea y ellos los nómadas de la era de la información. No nos queda más que disfrutar creaciones que trascienden fronteras y épocas.