De Qumrán a Google: los Rollos del Mar Muerto y la digitalización del conocimiento
Hace 30 años, el 22 de septiembre de 1991, William A. Moffett, director de la Biblioteca Huntington en San Marino, California, daba el anuncio más importante de su carrera. Dos días atrás, una galleta de la suerte había vaticinado: “Un anuncio sorpresa te liberará” y así parecía ser, pues mientras Moffett anunciaba que la biblioteca tenía en su acervo un facsímil de los negativos de más de 3,000 fotografías de los Rollos del Mar Muerto, así como copias que de ellos había en los archivos fotográficos del Museo Rockefeller y del Santuario del Libro en Jerusalén, junto con fotografías tomadas antes de que varios de los fragmentos se deterioraran, el miedo y el estrés que había caracterizado a los días previos al anuncio se desvanecía en el aire.
En total, la Biblioteca Huntington poseía una copia de todos los manuscritos encontrados hasta ese momento en las 11 cuevas de Qumrán, incluidos aquellos cuya existencia aún no había sido revelada al público al no haber sido traducidos ni publicados, y ahora los ponían a disposición de todo aquel investigador que quisiera tener acceso a ellos.
El anuncio causó un revuelo que incluso transcendió el mundo de los estudios académicos sobre el judaísmo y el cristianismo para llegar a ser reportado en el Times y fue llamado “el equivalente a derribar el Muro de Berlín”. Esto se debía a que la movida de la Biblioteca Huntington era a la vez una apuesta por el libre acceso a la información y un golpe al reducido gremio de editores que acaparaban el acceso a todas las fotografías de los Rollos del Mar Muerto, impidiendo su estudio a todo aquel que no perteneciera a su círculo cercano. Ese día, la lucha por alcanzar un acceso más libre al conocimiento daba un paso crucial.
La historia de los Rollos del Mar Muerto de Qumrán es tan enredada como interesante, llena al inicio de una serie de casualidades y encuentros fortuitos sin los cuales jamás habrían visto la luz del sol. Todo comenzó un día de 1947, cuando tres pastores beduinos realizaron uno de los mayores descubrimientos arqueológicos del siglo XX mientras pastoreaban a su rebaño cerca de las ruinas del antiguo establecimiento esenio de Qumrán.
El desierto del Jordán florecía gracias a las abundantes lluvias que habían llegado con el invierno y los tres hombres, Muhammed ed-Dib, Jum’a Muhammed Khalil y Khalil Musa, se aventuraban a buscar a una de las cabras perdidas de su rebaño en una estrecha apertura entre las rocas de un precipicio, pero en su lugar encontraron una decena de vasijas selladas. Pensando que podrían contener oro, las abrieron y dentro de ellas hallaron tierra roja, semillas y escarabajos muertos, excepto en la última, donde descubrieron cuatro paquetes hediondos enrollados en lino. Acababan de de encontrarse, sin saberlo y por pura casualidad, con el libro de Isaías, el Rollo de Acción de Gracias, el Rollo de la Guerra y una versión apócrifa de Génesis. A ellos, en una segunda expedición, se sumaron un comentario al libro del profeta Habacuc, una versión en peor estado del libro del profeta Isaías y un manual de disciplina.
Al principio, los pastores, no ajenos al comercio de antigüedades, intentaron encontrar un comprador entre los comerciantes de Belén. Así, empezó una epopeya en la que los rollos fueron de mano en mano y de tienda en tienda cambiando de dueños, siendo vendidos e intercambiados y pasando por tiendas de antigüedades, mercados, un monasterio e incluso cuatro de ellos, de alguna manera, terminaron siendo anunciados en The Wall Street Journal en 1954.
Los siete rollos no volverían a estar juntos por ocho años más, pero la noticia de su existencia ya era pasada de boca en boca, impulsando el inicio de la búsqueda arqueológica que desembocaría en el descubrimiento de otras diez cuevas y cientos de textos más. Se especulaba que los rollos podrían pertenecer a la época de la Iglesia primitiva y que de ser así quizás podrían contener alguna pieza clave para entender los inicios del cristianismo. Sin embargo, cuando fueron datados, resultaron ser mil años más antiguos que el Texto Masorético, es decir, la versión hebraica del Tanaj1 o la Biblia Hebrea y la base para las traducciones del Antiguo Testamento. Eso quería decir que los rollos de Qumrán otorgaban la oportunidad jamás antes vista de estudiar una versión de algunos libros de la Biblia Hebrea que no habían sido estandarizados por el canon.
Sin embargo, los rollos encontrados en las cuevas subsecuentes rara vez fueron manuscritos enteros, sino fragmentos inconexos y los investigadores del sitio de Qumrán se encontraron frente a un rompecabezas de miles de piezas que no sabían cómo ensamblar. Idearon y pusieron a prueba cientos de teorías. Quizás, pensaron, podrían clasificar los fragmentos de acuerdo a la caligrafía que presentaban para así intentar ordenarlos por escriba. Pero un escriba podría haber hecho más de 25 rollos, así que dos fragmentos provenientes de la misma mano no necesariamente serían del mismo rollo. Así, mientras que un investigador podía decidir que dos fragmentos eran parte del mismo manuscrito, tras una evaluación más cercana, otro podría decir que más bien pertenecían a documentos distintos.
Se terminó formando un equipo de investigadores encargados de dictaminar y decidir el orden y la pertenencia de cada fragmento, así como de traducir y eventualmente publicar todo lo relacionado con los Rollos del Mar Muerto. El gobierno de Israel les concedió los derechos únicos a la investigación directa con los rollos y sus fotografías y durante décadas fue ese mismo círculo de estudiosos el que acaparó toda la investigación relacionada con los manuscritos de Qumrán.
No pasó mucho tiempo para que un aura de secretismo y conspiración se relacionara con el grupo de intelectuales. Uno de los principales rumores acusaba a los investigadores de estar retrasando a propósito sus publicaciones porque algunos rollos contenían información que podía contradecir directamente al dogma católico. El rumor llegó a tal punto que incluso fue representado como parte de la trama de la novela de Daniel Esterman The Judas Testament (1994) en la que un sacerdote quema un fragmento de uno de los manuscritos de Qumrán por temor a que su contenido ponga en riesgo a la Iglesia Católica Romana y en La conspiración del Mar Muerto (1991) un libro que intentaba desenmascarar la influencia de la Iglesia Católica en las investigaciones de Qumrán.
No fueron pocos los enfrentamientos entre el grupo de investigadores y otros intelectuales interesados en publicar sus propias ediciones y traducciones de los rollos. El monopolio sobre los manuscritos se negaba a ceder ni un ápice de su poder, llegando incluso a demandar a aquellos que se atrevieron a publicar facsímiles de las fotografías de los Rollos del Mar Muerto, pero ¿quién tenía realmente el derecho de decidir quién sí o quién no podía investigar aquellos textos? ¿A quién realmente pertenecían los rollos de Qumrán cuando hacía más de mil años que habían sido escritos, cuando los esenios que los habían compuesto y escondido en sus cuevas habían desaparecido tanto tiempo atrás? Palestina, Israel y el Reino de Jordania se disputaban su propiedad y un puñado de intelectuales se la negaba al resto del mundo, ¿pero de verdad tenían derecho a hacerlo?.
Quizás William A. Moffett se hizo esas mismas preguntas el día en el que al ser nombrado director de la Biblioteca Huntington alguien le mostró la gran colección de negativos de las fotografías de aquellos rollos prohibidos para todo aquel que no formara parte del grupo selecto de investigadores de Qumrán. Quizás se quedó pensando después en su despacho en todos los ojos que nunca habían visto ni podrían ver lo que él tenía a unos escasos pasos de su oficina. Tal vez, incluso, se preguntó si mantenerlos escondidos para el mundo se alineaba con el deber de toda biblioteca de permitir un acceso libre al conocimiento.
La cuestión era que Huntington, por una de aquellas casualidades como la que había llevado a los beduinos a encontrar la primera cueva de Qumrán, se hallaba exenta de los debates sobre derechos de autor que pendían sobre los rollos y sus reproducciones. Años atrás, Elizabeth Hay Bechtel, presidenta y fundadora del Ancient Biblical Manuscript Center (ABCM) en Claremont, California había negociado con el gobierno de Israel para fotografiar todos los rollos existentes.
Movida por el deseo filantrópico de ayudar a preservar el mayor tiempo posible el tesoro de Qumrán, y alarmada por las recientes tensiones entre Palestina, Israel y Jordania, Bechtel financió una serie de expediciones lideradas por Robert Schlosser, un fotógrafo experto en documentación antigua, para fotografiar todos los Rollos del Mar Muerto. Al terminar, Bechtel decidió resguardar una copia de los negativos en el ABCM y trasladar la otra a una localización segura. Sin embargo, ese lugar nunca llegó a concretarse, pues tras una disputa entre Bechtel y el vicepresidente del ABCM, la segunda copia de los negativos pareció desvanecerse en el aire.
En realidad, Bechtel había negociado que aquella segunda copia fuera resguardada en el archivo de la Biblioteca Huntington, llegando a financiar la construcción de una cámara especial para su preservación y tras su muerte en 1987, los negativos se convirtieron en una propiedad oficial de la biblioteca donde permanecieron durante años sin que su presencia fuera conocida más que por un puñado de personas.
No pasó mucho tiempo para que el grupo de investigadores con el monopolio sobre los rollos, apodado “el cartel de editores”, se enterara de la existencia de los negativos que abrigaba la Biblioteca Huntington. Y aunque al inicio solo se mostraban interesados en visitar las instalaciones de tanto en tanto para revisar alguno de los negativos, cuando William A. Moffett fue nombrado director, todo parecía indicar que el grupo deseaba que los negativos de Huntington les fueran cedidos.
De pronto, Moffett se encontró frente a la decisión de aceptar lo que el cartel de editores pedía y concederles el control de la colección donada por Elizabeth Hay Bechtel o divulgar al mundo la localización de los negativos y abrir las puertas de la cámara especial que los contenía para que cualquier investigador pudiera tener acceso a ellos. Por un lado, se evitaba los problemas que podrían causar la ira del cartel de editores, por el otro, obstruía y quizás negaba la única oportunidad que había habido en años de garantizar un acceso libre a otros investigadores para acceder a los rollos. Quizás fue una decisión difícil, pero no fue una de la que Moffett se arrepintió.
Así, el 22 de septiembre de 1991, 44 años después de su descubrimiento, los Rollos del Mar Muerto ampliaban su accesibilidad de un puñado de personas a todo aquel investigador dispuesto a solicitar al Huntington una visita a su acervo fotográfico.
Ahora, 30 años después, una parte de los rollos ha sido digitalizada por Google y han quedado atrás los tiempos del secretismo del cartel de editores que monopolizaba el acceso a ellos. El muro fue derribado, los rollos ahora están a un click de distancia y cualquiera puede acceder, gratuitamente, al menos a una parte de su contenido, pero ¿cuántas otras investigaciones han sido truncadas por gremios similares al que obstruyó por años el de la investigación de los manuscritos de Qumrán?, ¿cuántos otros documentos, datos esenciales y pruebas científicas han sido negadas por otros investigadores a sus pares solo porque se puede, atrasando por años el avance en esas áreas del conocimiento?, ¿qué otros artefactos milenarios han caído en el agujero de los derechos de autor que retuvo durante tantos años a los Rollos del Mar Muerto?
Quizás, en lugar de una victoria, el anuncio de la Biblioteca Huntington y la digitalización de Google fueron solo pasos encaminados a la dirección correcta que nos han acercado, mas no llevado a la meta de un acceso igualitario a la información académica. Quedan muchas trincheras abiertas y muchos carteles de editores, recelosos de su investigación, demasiado volcados en ella como para pensar que no todos comparten su suerte.
Bibliografía
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Artículos
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Davis, Mary Ellen K., The Dead Sea Scrolls are opened to the public. The Huntington Library’s decision to give scholars access to the Dead Sea Scrolls unleashes a publicity storm”, ACRL College and Research Libraries News, 1991, https://crln.acrl.org/index.php/crlnews/article/view/19723/23353
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Wilford, John Noble, “Monopoly Over Dead Sea Scrolls Ended”, The New York Times, 1991, https://www.nytimes.com/1991/09/22/us/monopoly-over-dead-sea-scrolls-is-ended.html
- La Biblia Hebrea se compone por el Tanaj o Mikrá, dividido en la Torá o Ley (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), Nevi’im o los Profetas (los 7 profetas mayores y los 12 menores) y Ketuvim o los Escritos (Salmos, Proverbios, Job, Cantar de Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras y los dos libros de Crónicas). Mientras que la Biblia cristiana y católica se divide en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento contiene todos los libros del Tanaj además de algunos que varían de acuerdo a la denominación de la iglesia y el Nuevo Testamento, compuesto por los Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), el libro de Hechos, las cartas (Romanos, Corintios 1 y2, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, Tesalonicenses 1 y 2, Timoteo 1 y 2, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, Pedro 1 y 2, Juan 1,2 y 3 y Judas) y el libro de Apocalipsis.