Tierra Adentro

¿A qué le temías cuando niño? A una imagen, un olor, un grito, a un cuadro en la pared del cuarto de tus papás. La razón por la que amo tanto leer y escribir narrativas macabras es porque soy muy miedosa. Desde que soy niña me dan miedo un montón de cosas. Me gusta que me asusten. Me gusta seguir siendo niña y seguir asombrándome con manos que emergen de entre las tierras grises de los cementerios.

Este 2016 nos obligó a todos a crecer. Para bien y para mal. Por eso decidí consentir a mi Luisa de cinco años y recordarle que los sustos de la infancia despiertan nuestra curiosidad por el mundo y nuestra inagotable capacidad de sorprendernos y de contar historias.

La imaginación del hombre:

Tenía nueve años cuando apareció esta cortinilla en Canal 5. Mi pasión en la vida era Keiko, la orca de Reino Aventura. Le decía a mis papás que cuando yo creciera habría una operación que me convertiría en ballena (así es, South Park se robó mi fantasía). No tenía mayores problemas. Recuerdo que por ahí de las ocho de la noche el océano se apoderó del televisor.

—¿De qué creen que hable Jacques Cousteau? —Preguntó mamá.

—¡De Keiko, de Keiko! —respondí a gritos —¡Tiene que hablar de ballenas!

Dos enormes ojos aparecieron entre las profundidades. La imaginación del hombre. Comencé a llorar. ¿Por qué? No tengo la menor idea. Mamá me llevó a la cama y me abrazó hasta que se me pasó el susto.

A partir de ese momento cada vez que la cortinilla se cruzaba en la programación, yo corría a esconderme en alguna habitación lejana.

Solía darle muchas vueltas al asunto, intentaba ponerme simbólica; creo que simplemente me asustaban los ojos al revés. Hasta la fecha me ponen nerviosa.

Las pesadillas de mi hermana:

No soy de las que recuerdan sus pesadillas, mi hermana sí. Sabina tenía un sueño recurrente con un caracol de plastilina.

¿Recuerdas el cuarto secreto debajo de las escaleras de la primaria? En mi sueño era un taller; ahí estaba yo, haciendo un caracolito de plastilina azul… y que se pone a caminar por la pared. Me daba miedo, lo arrancaba, lo hacía bola y lo tiraba al piso…. Pero se formaba solito y volvía a trepar la pared.

En cuanto Sabina comenzaba a describir su sueño yo imaginaba que el caracol iba a matarlos a los tres; a ella, a mamá y a papá. En mi cabeza el caracol se desenredaba, comenzaba una música espantosa y luego los mataba a todos.

No puedo contar los verdaderos detalles de la pesadilla. No hay manera de que pudiera meterme en la cabeza de mi hermana. Pero esto no es mentira. El día que se estrenó el video de Came back haunted de NIN, dirigido por David Lynch, lo primero que hice fue llamarla.

¿Ya viste el nuevo video de Trent?

—¡En eso estoy! ¿Te está gustando?

—No sé, es que… me recuerda a tu caracol.

—¿Cómo supiste que así se veía en mis sueños?

—No tengo la menor idea.

Track 99:

“Empty sounds of hate” es el track 99 del Anticristo Superestrella de Marilyn Manson. Éste fue uno de los primeros discos que compré con mi dinero, cuando trabajaba en la barra radiofónica infantil del IMER. La tarde que mis papás me llevaron a Mixup a comprarlo fue una de las más felices de mi vida. Y es que si les soy sincera, no hay razón para tenerle miedo a esta pieza inocentona. Pero nada es más espeluznante que tener diez años, dejar tu CD player andando hasta a las doce de la noche y encontrarte con la voz del Reverendo debajo de las cobijas. Ahora es normal dormir con los audífonos puestos y con el celular en la mano. Sin embargo, hace poco más de años la travesura de escuchar música en un dispositivo portátil era completamente inusual.

No se me olvida el alarido que me aventé cuando este track me rasguñó los oídos por primera vez.

¡Cuidado con las arañas!

Éste es quizá mi recuerdo favorito, por distintas razones. La principal: ésta es mi primera remembranza macabra. Andamos por ahí de 1990. Tiempos de Aracnofobia. El filme no me asusta ni me resulta trascendente. En aquel momento era muy pequeña como para ponerme nerviosa con la escena de la regadera, o como para recordar qué buen tipo es John Goodman. El caso es que cuando terminó la película, mi hermana y yo decidimos ir a jugar a la recámara.

—¡Cuidado con las arañas! —Gritó mamá con una risa juguetona.

Algo se me quebró en la cabeza. Me tomé de manera terrible la broma. Lloré. Lloré más. Hice una pataleta de épicas dimensiones. Fue la primera vez que imaginé que esa ficción que me entretenía en la pantalla, podía salirse a picotearme los dedos de los pies.

Recuerdo la colcha de globos de la cama de mis papás. Recuerdo que estaba atardeciendo y que olía a pan.

Ese día me volví miedosa (en el mejor sentido del miedo, el sobresalto y la sorpresa). Y para mi fortuna, no se me pasó nunca.