Crónica de un aborto anunciado: tres obras de Frida Kahlo para hablar sobre la muerte gestacional
Falta un corazón y, como en todos los desiertos, es solo un espejismo. Usted quizá tenga un saco gestacional sin embrión. Vamos a ver si aparece en las próximas semanas, a ver si llega el latido, el que pende por encima del cactus como un fruto, me dice el médico en la primera revisión. Cierro la puerta y escucho el azote; cierro la puerta y siento el pinchazo del cactus en la cintura. El dolor se extiende como una duna. A los cinco años me clavé las espinas de una cactácea y mamá utilizó pinzas para arrancarme las agujas, ahora mamá no puede arrancarme el sufrimiento, pero me quita las lágrimas y yo solo espero que llegue el ardor. Intuyo que alguien ha cortado la tuna inconclusa y exprime su jugo entre mis piernas. ¿Quién ha plantado este cactus en mi vientre? Deseo que el médico lo arranque de raíz. Hoy soy esa niña de cinco años que siembra en el jardín de su abuela una planta que no pertenece a ese lugar. ¿Quién ha plantado este cactus en mi vientre? ¿Por qué no se aferra a las paredes de mi útero? Le pido al médico que me dé misoprostol, pero se niega, desea retener la bolsa con progesterona. Me engancho al espejismo y también busco el anhelado oasis de la maternidad.
Contemplo el cielo y recuerdo el agua azul del escusado,
veo una nube difusa y pienso en el rastro que deja un embrión
después de bajar la palanca, después de despedir a un hijo.
Me acuestan en la camilla y espero —como toda madre— a que me lleven los restos,
pero nadie lleva la vasija de metal
el coágulo deforme,
el llanto que no llegó hasta el nacimiento,
el llanto se pierde entre los barrotes de metal que rechinan reclamando a un hijo.
Estoy en posición fetal,
ensangrentada como un feto,
en medio de una sábana blanca,
como una nube,
un útero manchado con la huella del fracaso.
Hay cordones umbilicales alimentándome,
me alimenta un niño muerto,
me alimentan unos huesos frágiles,
un instrumento médico,
una flor venenosa e infértil,
el boceto de un útero perfecto,
el anhelo de un embarazo.
Yo soy la madre que intenta arrancarse de un costado
aquellos cordones que la aprisionan en la cárcel
de la camilla del hospital.
Soy como una muñequita de papel, a la que Dios viste con un feto ya formado. Soy una muñeca de papel a la que Dios desviste sin piedad para despojarla de su hijo.
Soy una litografía que representa las pérdidas: la muerte gestacional, la infertilidad. Soy como el dibujo de Da Vinci, la mujer universal incompleta, la de un solo brazo sosteniendo el godete que sangra la pintura de su aborto.
Soy el conejillo de indias para la práctica de la clase de biología, la madre anestesiada, a la que le hicieron un legrado para extraerle un feto y la acomodaron junto con todos los pedazos de su vientre sobre nieve seca.
Soy como una niña de cinco años, quien, en lugar de coleccionar insectos, colecciona coágulos deformes, la ecografía ficticia de su hijo, los frijolitos que no germinaron, los fetos inconclusos, sus lágrimas, los especímenes extraños de una mujer que es como un insecto, una madre coleccionable en el historial médico.
Nota: lector, lectora, lectore, la primera obra referenciada probablemente no sea de Frida Kahlo, pues aún se duda de si realmente la realizó la pintora. Sin embargo, considero importante agregar un retrato del aborto, de aquellas figuras apócrifas en el vientre que no son del todo nuestras.