Tierra Adentro
Ilustración por Richard Zela.

Cuando el hombre acaparó el poder y se estableció como el prototipo de lo humano, entre géneros surgió la desigualdad, misma que ha configurado la Historia desde hace miles de años y que causó una violencia sistemática ejercida hasta ahora contra el 49.5% de la población mundial, según cifras de la ONU.

Debido a las diferencias biológicas, lo femenino fue relegado a las tareas domésticas y al cuidado familiar por su capacidad para concebir, siendo recluido y limitado. Esta hegemonía masculina —no solo sobre mujeres, sino también encima de otros hombres— representa el núcleo de la sociedad de clases, en esencia machista y misógino. La marginación metódica fue reforzada por el monoteísmo representativo de las religiones contemporáneas como el cristianismo.

Mencionar dichos antecedentes represivos es necesario para recrear los contextos sociohistóricos en los que vivieron las protagonistas de este ensayo: valientes aventureras que, por diferentes razones, se liberaron de la opresión y se embarcaron en la inmensidad de océanos y mares. Una de las primeras mujeres audaces en altamar, según Heródoto, fue Artemisia I de Caria, reina de Halicarnaso, quien ejerció un mando militar a bordo de una nave aproximadamente cinco siglos antes de la era común, fecha en la que están registradas las primeras actividades de piratería.

El origen de la palabra pirata reside en el griego clásico peirates, construida con el verbo arriesgar o aventurarse, incluso emprender: realizar una acción peligrosa o difícil. Esta práctica de abordar barcos en el océano de forma violenta para saquearlos, considerada como un crimen desde sus inicios, derivó en la patente de corso, y esta, a su vez, en los corsarios: piratas bajo el comando de algún gobierno.

Ya desde la antigua Roma, Augusto controló la piratería desbocada y puso a los criminales al servicio del imperio, pero con la llegada de Nerón al trono, cinco decenios después, el decaimiento del Estado trajo consigo un nuevo auge para esta actividad.

La figura femenina estaba prohibida en altamar por representar mala suerte para los barcos. Incluso en 1721, Bartholomew Roberts, un reconocido pirata galés, redactó un código de conducta pirata en el que, entre otras cosas, reconoció el derecho de cada tripulante a la repartición de los botines, estableció horarios y sitios para beber y prohibió las apuestas, así como a niños y mujeres a bordo, castigando con la muerte a quien se atreviera a subir a alguna disfrazada de hombre.

Estas restricciones iban de la mano con la aceptación de la homosexualidad, tema estudiado por antropólogos como Paul Bohannan y Barry Richard Burg, entre las décadas de los 80 y 90. Una práctica de los piratas era elegir hombres jóvenes, llevárselos con ellos y convertirlos en sus aprendices. De estas uniones oficiales surgió el antecedente del matrimonio igualitario, el matelotage: la alianza entre dos hombres y la unión de sus patrimonios. En caso de que uno muriera, el sobreviviente heredaba cada bien material de su compañero fallecido. Cabe aclarar que esta regla podía resultar una ofensa en tierra, pues Inglaterra castigaba los actos homosexuales incluso con la horca.

Sin embargo, los piratas abiertos en cuanto a la sexualidad, perpetuaban la misoginia, pues solían violar mujeres y secuestrarlas para pedir rescates en una situación liminar con las normas que regían en el mundo.

Durante la década de 1930, el escritor y periodista francés Henry Musnik se dio a la tarea de investigar las vidas de algunas de las mujeres que incursionaron en la piratería a lo largo de la historia. Publicó en 1934 el que se convertiría en su libro más popular, Les femmes pirates, mismo que fue traducido al castellano hasta 2007 en España.

Su recorrido histórico/mítico está dividido en seis capítulos. Dedica el primero a la leyenda de Alwilda, hija de un rey escandinavo del siglo V que, disconforme con el acuerdo de matrimonio que su padre había arreglado con el príncipe de Dinamarca, se rebeló y huyó junto a otras mujeres vestidas como hombres para hacerse a la mar. Durante la travesía se encontraron con un barco pirata sin capitán, cuyos tripulantes la eligieron como su líder. Otra pirata de la que Musnik habla en esta sección es de la vikinga Sigrid, hija del rey de Thule, isla vecina de Noruega; mujer enérgica que desafió a su época principalmente por desobedecer la tradición de suicidarse tras la muerte de su esposo.

En el segundo capítulo, titulado “Anteayer. Siglo XVIII. Mary Read y Anne Bonny”, el autor se enfoca en el periodo clásico de la piratería. Read y Bonny fueron compañeras de aventuras y son dos piratas legendarias. A pesar de que no se tiene mucha información sobre la vida de ambas, según el capitán Charles Johnson (posible pseudónimo de algún escritor inglés) en su libro A General History of the Robberies and Murders of the most notorious Pyrates (1724), Read se vistió como niño desde los trece años para hacerse pasar por su hermano muerto llamado Mark —nombre que adoptó— y obtener así la protección de su abuela. Tras la muerte de esta, Read continuó usando ropas masculinas y consiguió empleos destinados a hombres hasta que ingresó al ejército, donde conoció a un soldado a quien le reveló su verdadera identidad, con quien se casó y abrió una posada.

Cuando Read quedó viuda, volvió a adoptar su papel masculino, trabajando ahora como marinera. El barco en el que viajaba fue asaltado por piratas en las islas del Caribe y ella se convirtió en uno de ellos. Poco después, al conocer el edicto real que le otorgaba el perdón a cualquier pirata que se rindiera, se dirigieron a las Bahamas, pero ella no se entregó, sino que se unió a la tripulación de John Rackham —conocido como Calico Jack—, en cuyo barco conoció a Bonny, quien solo se vestía como hombre cuando había enfrentamientos.

En cuanto a Bonny, ella era hija de un abogado irlandés que se convirtió en terrateniente al llegar a Estados Unidos, y su juventud no estuvo exenta de violencia. Durante la adolescencia se casó con un pirata que la llevó a las Bahamas, donde poco después se separó y conoció a Calico, quien se convirtió en su nueva pareja y con quien procreó un hijo. Solo abandonó el barco durante sus últimos meses de gestación, y cuando regresó a bordo, descubrió que había otra mujer: Read. Ambas se hicieron íntimas, y se volvieron famosas por su crueldad y por estar siempre dispuestas a participar en asaltos y combates. En 1720, tras apoderarse de un importante navío, la tripulación de Calico fue declarada enemiga de la corona de Gran Bretaña.

Cuando localizaron el barco robado, el capitán y sus piratas se rindieron. Las únicas que pelearon por su libertad fueron Read y Bonny. Los hombres fueron enjuiciados y murieron en la horca. Ellas recibieron la misma condena, aunque esta se pospuso por estar supuestamente embarazadas. Al año siguiente, Read murió debido a una enfermedad, y se presume que su compañera regresó a Estados Unidos, donde rehízo su vida.

El pirata ha sido un motivo literario y cultural popular, y ellas no fueron la excepción: Bonny inspiró la película de 1951 Anne of the Indies, dirigida por Jacques Tourneur, y la convirtieron en un personaje de la serie de videojuegos Assassin’s Creed. En cuanto a Read, María Reimóndez publicó en 2009 la novela Pirata, cuya trama está basada en sus hazañas.

El tercer capítulo del libro de Musnik, “Ayer. Siglo XIX. Mistress Ching, almirantísima de los Ladrones”, habla sobre Ching Shih, una de las piratas más respetadas y temidas. Nació en China en 1775 y tuvo una infancia difícil en la que se vio implicada en diversos delitos hasta que, en la adolescencia, se dedicó a la prostitución. Poco después conoció a Zheng Yi, un renombrado y poderoso pirata con quien se casó. La ya extensa armada de Yi, que contaba con cientos de naves y decenas de miles de hombres y que era conocida como la Flota de la bandera roja, continuó aumentando con los años. Al quedar viuda, Ching tomó el control de la armada. Después se casó, de forma estratégica, con el joven que ambos habían adoptado como hijo. Su inmensa y aguerrida flota era el terror de los mares de Asia, y algunos de los suyos incluso se infiltraron en la corte del emperador. Ching ejercía su mando bajo reglas estrictas que protegían a las mujeres: el castigo más común a la desobediencia era la decapitación o el cercenamiento.

A pesar de que el emperador intentó acabar con el poderío de Ching, no lo consiguió, por lo que les ofreció el perdón, pero los piratas tampoco cedieron. En 1810 fueron atacados por barcos portugueses que casi lograron derrotarlos. Su esposo fue capturado y ella decidió negociar: solicitó el indulto de la tropa entera, así como conservar tesoros y fortunas. Se establecieron en Cantón, y ya formando parte de la aristocracia oriental, se unieron de forma oficial y tuvieron descendencia.

Su pareja recibió un puesto en la armada y se dedicó desde entonces a ir detrás de otros piratas. Ching abrió una casa de apuestas hasta que volvió enviudar; se mudó a Macao, actual región administrativa especial de China, donde dirigió un burdel y se dedicó al comercio de sal hasta morir, poco antes de cumplir setenta años.

Ching se ha convertido en personaje de películas y libros, y es también la única protagonista femenina en el libro de biografías ficticias Historia universal de la infamia (1935), de Jorge Luis Borges. El cuento “La viuda Ching, pirata” narra la trayectoria de la afamada capitana hasta que es derrotada: tras el asesinato de su esposo, ella toma su lugar como almirante y se convierte en una dura corsaria que es vencida tiempo después, luego de un arduo combate, lo que la lleva a cambiar de nombre y ocupación. Lo onírico, el simbolismo del dragón y la mitología oriental ayudan a construir al antihéroe muy bien, representado por la viuda. Borges conoció la historia de Ching gracias al libro The History of Piracy, de Philip Gosse, publicado en 1932, e incluso menciona al inicio del cuento a Mary Read, quien, en palabras del autor, “declaró una vez que la profesión de pirata no era para cualquiera, y que, para ejercerla con dignidad, era preciso ser un hombre de coraje, como ella”.

El cuarto capítulo del libro de Musnik está dedicado a los piratas djoamis, quienes delinquían en el golfo Arábigo. En su comunidad era permitido que una mujer se volviera pirata si quedaba viuda y únicamente tenía hijas, pues el pirata fallecido no tendría sucesor.

La quinta sección trata sobre la enigmática mujer de nombre desconocido que Benito de Soto Aboal —a quien se le considera el último pirata de Occidente— conoció a bordo del bergantín El Defensor de Pedro, donde este organizó un motín que culminó con el asesinato del segundo de abordo. Su traición tuvo un único testigo, y Soto, al confrontarlo, descubrió que el marinero era en realidad una mujer, cuyo poder sobre el resto era innegable. El acercamiento que ella tuvo con Soto fue una táctica, pues convenció a la tripulación de aceptarlo como capitán para lograr ejercer el mando a través de él. Tiempo después, al ser apresados, la misteriosa mujer desapareció. Se supo de su existencia gracias a las confesiones de los marineros que fueron arrestados junto con Soto.

El libro cierra con el apartado “En la actualidad. Siglo XX. Lai Cho San, mujer pirata de Macao”. Uno de los escasos registros de su vida se encuentran en el libro I Sailed With Chinese Pirates (1930), del explorador y periodista Aleko E. Lilius, quien incluso la comparó con Ching, pues, como si siguiera las huellas de la afamada pirata, también asoló la costa sur oriental, pero con un número reducido de naves que heredó tras la muerte de su padre, y se dedicó a proteger a los comerciantes que pagaban por sus servicios. Tanto Ching como Lao relevaron el liderazgo bélico, una tras la muerte del esposo y otra después del deceso del padre.

Este breve y conciso recorrido es una muestra clave del papel que han tenido las mujeres en los mares; sin embargo, aún quedan varias que merecen ser nombradas por su sagacidad, como Juana de Belleville, o Malika Fadel ben Salvador, quienes vivieron durante el siglo XIV; Sayyida al-Hurra y Grace O’Malley, pertenecientes al siglo XVI, o Ingela Gathenhielm, ya en el siglo XVIII.

Ilustración por Richard Zela.

Ilustración por Richard Zela.

Juana de Belleville, también conocida como Jeanne de Clisson, nació en 1300 y perteneció a una familia de la nobleza en Francia. Casada al inicio de su pubertad, tuvo dos hijos y quedó viuda siendo aún joven. Después se unió con Olivier IV de Clisson, con quien tuvo cinco hijos más. Durante la guerra de sucesión bretona, la pareja, perteneciente al bando francés, se vio involucrada en el enfrentamiento, pues Oliver se convirtió en comandante, y este suceso marcaría a toda la familia: la corona francesa lo acusó injustificadamente de traición y lo ejecutó de forma pública.

Juana nunca perdonó esta injuria y buscó vengar el asesinato de Oliver. La venta de sus tierras le permitió comprar embarcaciones, contratar navegantes expertos y una tripulación entera. La Flota Negra de Juana se podía distinguir a la distancia: barcos negros, de luto, con grandes velas rojas. El gobierno británico le ofreció una alianza para destruir los frentes franceses en sus dominios, misma que ella aceptó. Juana no se limitaba a observar a sus hombres en acción, también tomaba parte en las represalias, y se le atribuyen varias ejecuciones, lo que le concedió los motes de “Leona sangrienta” y “Tigresa bretona”.

La Flota Negra dominó el Canal de la Mancha hasta que los franceses lograron capturar sus naves; Juana huyó con sus hijos, recibió asilo en Londres y pasó sus últimos años en Bretaña.

De origen español y árabe, Malika Fadel ben Salvador nació en 1302 en el seno de una familia acaudalada. Durante su infancia quedó huérfana, y el hombre que la cuidó entonces, un familiar dedicado al comercio marítimo y a la piratería, se casó con ella y le enseñó el oficio. Viuda antes de cumplir los treinta años, heredó una flota y negocios a lo largo de los mares del norte de África. Murió al defender su barco tras una traición que culminó en asalto.

Sayyida al Hurra fue una reina marroquí que asoló, aliada con el corsario turco Jeireddín Barbarroja, el mar Mediterráneo y el Atlántico. Era originaria de una distinguida familia musulmana, radicada en Andalucía que huyó a Marruecos aproximadamente en 1490, cuando ella era muy pequeña. Antes de dominar los mares, junto con su esposo e hijos se dio a la tarea de restaurar Tetuán, ciudad destruida por los españoles. Al enviudar, quedó al mando del territorio.

Tiempo después, se casó con el sultán de Marruecos, mas reafirmó su independencia y poder al negarse a seguir la tradición de dejar su propia ciudad para casarse en la del sultán. Otra acción de empoderamiento fue su venganza contra los españoles a través de la piratería y su alianza con Barbarroja, el almirante más sobresaliente del Imperio Otomano. Líder nata, la reina dirigió su propia flota y acumuló una riqueza incalculable durante más de tres décadas, hasta que su yerno la derrocó.

En cuanto al mar Céltico, su respetada y temida dueña en 1560 fue Grace O’Malley. Su padre, comerciante, poseía una importante flota perteneciente a la familia, de ahí el interés de O’Malley por navegar desde la infancia. Se casó muy joven y tuvo tres hijos. Junto con su esposo se dedicó al comercio y a la piratería, invadiendo castillos y tierras. Enviudó años después y continuó con las invasiones. Décadas más tarde, sus hijos fueron capturados durante el continuo enfrentamiento entre Inglaterra e Irlanda, por lo que O’Malley acudió a la reina Isabel I para abogar por su libertad.

A pesar de su duro oficio en altamar, hay testimonios de que ella era tan imponente y distinguida como la propia reina. Isabel I acordó liberarlos, devolverle las tierras y pertenencias que le habían sido robadas y otorgarle el perdón de sus delitos si ella dejaba de confrontar a los ingleses, a lo que O’Malley accedió. Sin embargo, Inglaterra no respetó el pacto, por lo que la pirata se unió a la guerra de los Nueve Años y siguió enfrentándose a los ingleses en busca de la independencia de su nación hasta el día de su muerte.

Si bien la mayoría de estas mujeres fueron longevas y murieron durante la vejez, Ingela Gathenhielm tuvo una vida breve. Nació en Suecia en 1692, y antes de cumplir los veinte años se casó con un comerciante y corsario de la misma nación, quien trabajaba para Carlos XII, por lo que ella se convirtió a su vez en una corsaria.

Gracias al desempeño de su esposo, este recibió un título nobiliario, y tuvieron varios hijos de los cuáles solo uno sobrevivió. Dominaron el mar Báltico hasta que, poco después, su marido murió de tuberculosis; de modo que Ingela se hizo cargo de la flota hasta que el patrocinio del rey terminó. Desde entonces se dedicó al comercio legal, como la venta de veleros, y falleció a los treinta y siete años.

Los ejemplos anteriores muestran que siempre han existido mujeres inconformes e insumisas que retan a la sociedad de su época. Si bien su información biográfica es escasa en comparación a la de las figuras históricas masculinas —vinculadas a estas por el interés imperante en sus relaciones afectivas—, y han sido ignoradas de forma deliberada por el discurso historiográfico oficial, existen registros confiables que permiten mantenerlas en la memoria colectiva.

Su valentía y coraje les impedía obedecer prohibiciones absurdas basadas en el género, someterse a una obediencia incuestionable, ser dóciles porque así lo dictaron quienes manejaban las vidas y cuerpos femeninos a placer y conveniencia.

Madres, esposas, viudas, huérfanas: ninguna vaciló al poner un pie sobre un barco para afirmar que su fortaleza y severidad era comparable —e incluso mayor— a la de los hombres.

Sobrevivir en un mundo masculino requiere decisión y coraje: valor que desbordaban estas corsarias de los mares, forjadas en particular por la desgracia y la pérdida. Estas mujeres aguerridas fueron líderes que dirigieron multitudes, sobresalieron entre la violencia de una hegemonía patriarcal y rompieron leyes sin temor a las represalias.

Pertenecientes a la nobleza, a la burguesía, o al vulgo, ellas navegaban la ruta implacable de los mares y el peligro, ya fuera por herencia, sucesión, venganza, ambición, exilio o un nacionalismo exacerbado; se opusieron a las normas, empuñaron las armas, capitanearon naves y lideraron multitudes temibles, abriendo caminos insospechados para un género transformado por la opresión.


Autores
(Querétaro, 1987) es autora de los libros de cuentos Tusitala de óbitos, El vals de los monstruos, Tristes sombras y Despojos.

Ilustrador
Richard Zela
Ilustrador y narrador gráfico, nacido en la ciudad de México. Estudió diseño y comunicación visual en la ENAP. Ha recibido varios reconocimientos por su trabajo, como: Seleccionado en la beca de Jóvenes Creadores del FONCA, periodo 2012-2013 y 2017-2018 en la categoría de narrativa gráfica, Primer lugar en el 20º Catálogo de Ilustradores de la FILIJ, mención honorífica en el 16º catálogo de ilustradores de FILIJ, seleccionado en 18º Spectrum: The Best in Contemporary Fantastic Art, seleccionado en el Catálogo Expose 11 de Ballistic Publishing. Zezolla, su primer álbum ilustrado fue seleccionado para representar a México en la Bienal de Bratislava y es parte de la lista de honor de IBBY en la categoría de mejor propuesta de ilustración en 2015.