Ciruelo / Cama individual para dos
Ciruelo
El árbol había resistido la sequía,
el casi eterno vendaval
y aquella plaga
que lo despojó de toda grandeza.
Pese a ello y con obstinación de roble
permaneció en pie.
Vivió como un barco encallado,
una casa de juegos
para la niña que fui.
Quizá por ello mi madre
—en contra de su obsesión
por llenar el patio sólo de árboles
majestuosos, fuertes y sanos—
le concedió más vida.
Por meses creí
que ella premiaría la perseverancia
del ciruelo,
su voluntad para seguir anclado
a este mundo.
Pero me equivocaba,
la prórroga llegó a su fin:
A veces la voluntad no es suficiente,
la escuché decir,
mientras el árbol era derribado.
Nadie supo en casa
por qué no protesté, ni pude llorar,
como tampoco supieron
que por años odié al ciruelo,
lo desprecié
por no haber resistido
la mano de mi madre,
por ser árbol
y no quedarse.
Cama individual para dos
Acomodamos nuestros cuerpos
de tal forma que ese espacio
fuera suficiente para ambos.
Pensamos que embonarnos frente a frente
y respirar el mismo aire
era la seguridad de jamás separarnos,
de permanecer.
En 90 centímetros
no podrían caber dudas
ni miedos.
«Ya cómprense una cama matrimonial»
nos decían y nosotros necios:
estábamos seguros
que más espacio
nos separaría,
que la lejanía iba a destruirnos.
Nos bastaba algo pequeño.
Si yo hubiera sabido que todo iba a terminar,
habría comprado una cama grande
—que fuera de los dos
donde pudiéramos recorrernos libremente
y donde nuestras preguntas también tuvieran espacio
e incluso los miedos, las inseguridades.
Después de todo,
y lo pienso ahora que es de noche
y hace frío,
ahora que duermo sola
en mi propia cama individual
y aunque me duele tener espacio para moverme.
Después de todo
una cama individual
jamás es para dos.