Chavela Vargas. Lesbiana masculina del tiempo de “lo que se ve no se pregunta”.
Chavela Vargas además de cantante, yo diría, por el acuerpamiento que le hace a su cantar, fue una performancera del amor romántico y del desamor lesbiano conocido coloquialmente como lesbiandrama.[1] Lesbiana de la época de lo que se ve no se pregunta, un tiempo en que la sexualidad en general fue un sitio escabroso, lleno de tabúes.Solo se nombra como tal siendo octogenaria. Chavela se inventa a sí misma, cuestión difícil para cualquier migrante, lesbiana masculina y artista. No solo se inventa un nombre, escrito como quiso con “v”, siendo su hipocorístico con “b”, según ella, solo por joder, y también se forjó una reputación de cabrona, cabeza de pistola, conquistadora, mujeriega y con una voz y pasión como pocas.
Se manejó a balazos por la vida, a quema ropa y al alma. Desde su cantar pone el cuerpo a muchas pasiones y emociones y las expía por todxs lxs que hemos sentido y vivido el amor romántico. De ese amor, con raíz de amo, que ata, como amarras, como garfios, como garras…
Chavela Vargas es la intensidad de una vida que canta sus pasiones y sus dolores. Así como el dicho: quien canta, su mal espanta. Para cantar como ella se debe haber estado en la insistencia y porfía por vivirlo todo con pasión y libertad. Haber vivido el alcoholismo, no arrepentirse de ello, dejarlo a través de un viaje espiritual chamánico, regresar a los escenarios para nuevamente no apunarse en las alturas de la fama y el placer.
Desde muy joven usó pantalones, en los tiempos que las mujeres no lo usaban, y también desde su juventud se enredó en amores. Uno de los primeros y significativo fue con una mujer casada, lo que causó que el cura la expulsara de la Iglesia y fuera apuntada con el dedo acusador de su pueblo como lesbiana y rompehogares. Al parecer esa historia y las ganas de cantar “como los mexicanos” como comenta en sus memorias la habrían impulsado a irse de Costa Rica.
En México, habría comenzado a cantar en palenques y cantinas. Según su amigo Miguel Alemán Velasco, por ahí la habría encontrado el buscatalentos Ernesto Alonso,[2] quien le habría llevado a otros espacios como el Quid, un bar con show de artistas. Para su debut, Alonso le dijo que vistiera vestido y tacón, pero Chavela no pudo dominarlos y se cayó. Había sido un desastre haberla disfrazado, y tras esa mala experiencia, decidió vestirse con pantalón y jorongo,[3] pues la feminidad nunca fue su expresión de género.
Chavela pone la cuota precisa, de percepción sensible, a través de la capacidad discursiva de cómo vive y encarna las letras del canto donde pone el alma. En la interpretación hay una especie de trance performativo, una especie de entrega, de abandono de sí misma y, al mismo tiempo, ser el alma de todxs, como un estado de gracia que puede sanar. Su canto es algo irrepetible, performático. Chavela en la paradoja de cantar canciones escritas por machos, debe demostrar que es más que todos ellos, y eso lo lleva también fuera del escenario.
Los sentimientos que refleja el canto de Chavela son el gozo, la súplica, la queja, el dolor, el sarcasmo, el reproche, entre otros. Lo sacrificial en escena está presente en sus brazos abiertos como Cristo, quien se sacrifica por todxs. En especial pone el cuerpo al amor romántico entre mujeres, desde ahí que, para las lesbianas, sea todo un referente.
De balazos, parrandas y amantes
“Las mexicanas nacemos donde se nos da la rechingada gana”. Esa fue la efusiva y sentenciadora respuesta que Chavela Vargas le dio a un periodista quen le recordó que ella había nacido en Costa Rica. Su fuerte e impulsivo carácter, como buena ariana, le hizo merecedora de una leyenda que habla de haber sido una mujer de armas tomar. Y literalmente se debe leer el dicho popular, pues era de sacar la pistola ante cualquier altercado.
Vividora y bebedora de tequila, amante de la velocidad y de las mujeres, de la intensidad en el amor, de romances prohibidos y escándalos que llegaron a movilizar un pueblo donde también hubo intercambios de balazos. Su mito se contradice con la dulzura de su canto en la primera etapa de su carrera, cuando era una jovencita que quería cantar “como los mexicanos”, y para ello se convirtió en una mujer ruda, de arma en mano, mujeriega y bebedora como estereotipo del charro mexicano. No tuvo miedo a ponerle el cuerpo al pleito, ya sea por celos, por traición o por cualquier cosa que no le pareciese bien.
Las cantinas fueron para Chavela uno de los escenarios de su vida en donde, según la artista, lxs cantantes “podían aprender todo de la música y las composiciones.”[4] Por lo tanto, se lo tomó literalmente como escuela. Gustó de la bohemia que vivió en las carpas, palenques, bares y cantinas con esa “sed de lunas”.[5] Relata en su autobiografía: “Las noches de bohemia eran […] el reventón, el cabaretazo, el lugar noctívago, el lugar non sancto. En torno a la bohemia –aquel grupo de gentes que teníamos por profesión beber y sufrir, según algunos- se reunían los transnochados que son los que pasaban la noche bebiendo y confesándose las penas […] Creo que simplemente vivíamos y vivíamos en la bohemia porque era como nos gustaba vivir”.
Su mejor amigo de parranda fue José Alfredo Jiménez, con quien se presentó diciéndole: “No vengo a ver si puedo; sino porque puedo vengo. Así me gustan las mujeres”,[6] le contestó Jiménez, y comenzarían años intensos, creativos y embriagadores de éxitos y fiesta. Dice Chavela que: “José Alfredo Jiménez era borrachón, parrandero y calavera […] escribía tres o cuatros canciones diarias… luego las perdía, pero las escribía en las paredes, en el coche, en todas partes. Se angustiaba y se ponía como loco sólo pensando que tal vez se olvidaría de los versos. Si estaba con una señora y acariciaba un verso, enseguida decía: -préstame un lápiz de labios, que voy a escribir unas cosas… Y era bien común encontrar a José Alfredo con mujeres: es imposible saber qué le gustaba más, el tequila, las mujeres o la música, cuando escribió El Abandonado y dejó escrito ‘tres vicios tengo y los tengo muy arraigados: ser borracho, jugador y enamorado’”.
Las borracheras con lxs amigxs embriagan bonito y detonan creatividad de muchos sentidos. Entre Chavela y José Alfredo conformaron una relación fraternal de un etílico compromiso, también musical. Para muchos Chavela es la mejor intérprete de las canciones de José Alfredo porque las vivía, las hacía suyas, vivió sus parrandas y sus amores, de ella y de su amigo.
Muchas cosas tuvieron en común, aparte de las borracheras, también la pasión por las mujeres. Chavela cuenta que: “A José Alfredo le perdían las mujeres, como a mí, era bien conocido. No puedo decir que hubiera una mujer, en su harén particular, que le gustase más que otra. En realidad, le gustaban todas y no hacía mucho distingo”.
Entre las más célebres amantes de Chavela, cuenta que tuvo un idilio con la pintora Frida Kahlo, y relata en sus memorias que: “En las mañanas cantaba, quizá no para ella, sino cantaba mi libertad en el amor. Mis palabras posiblemente la hirieron mucho cuando le dije que me iba alguna vez. Y ella me dijo ‘Lo sé, es imposible atarte a ninguna vida de nadie. No te puedo atar a mis muletas, ni a mi cama. Vete…’ …Y un día abrí la puerta y no volví”.[7] Al parecer, fue una enamorada del amor, y gustaba del acto de conquistar, a través del coqueteo inclusive desde el escenario con quienes iban a verla, para luego acercarse si es que veía que había tenido respuesta desde su presentación. Con todo, también se sabe que fue una mujer muy posesiva y celosa.
Chavela también tuvo una relación sexoafectiva, muy tortuosa, siendo amante de la cantante y actriz argentina Noelia Noel, quien estaba casada; este hecho marcaría el ocaso de la vida artística de la cantante en la década del setenta. Fue una relación de mucha violencia de parte de ambas, varias veces terminaron, una en el hospital o la otra en la policía o viceversa.
La actriz Carmen Salinas publicó en el marco de la muerte de Chavela en el 2012, en su cuenta de Twitter, una foto de Noelia con el encabezado: “Ella es la guapa Noelia que en los 60 le cortó después de una golpiza la trenza a Chavela Vargas”.[8] No es menor pensar que el acto de cortar la trenza en una pelea es un hecho de una tremenda carga de violencia física y simbólica. Desde el chamanismo se dice que la trenza es la unión del pensamiento y el corazón. El acto de cortar el cabello no solo representaba el corte de la corriente de su pensamiento, sino en algunos casos hasta una deshonra. En las enseñanzas de muchos pueblos indígenas, el cortar el cabello representaba un proceso de duelo o la proximidad con la muerte. Por ello, esta acción casi psicomágica habría abierto un portal a la ruina artística, y sellará su estilo de lesbiana masculina pelicorta.
Otro hecho muy detonador para que la artista desapareciera de la escena fue el veto que le habría impuesto un poderoso hombre del espectáculo, dueño de la disquera Orfeón, Rogerio Azcárraga, proveniente de una familia no solo vinculada a la producción musical, sino también a la televisión. Chavela le habría levantado una amante, y eso habría causado el enojo del magnate de las comunicaciones para vetarla en las disqueras, la radio y en la TV.
Este fue el escenario que fue acorralando a la artista y fue acentuado, en 1973, con la muerte de su gran amigo de parranda, José Alfredo Jiménez, quien falleció de cirrosis hepática, pérdida que caló hondo en Chavela Vargas. En fin, podemos visualizar tres sucesos que podrían haber llevado a su desaparición de los escenarios, por un lado, el veto de los medios, el lesbiandrama y la muerte de su amigo del alma. Desde esos años en adelante comienzan sus traspiés con un alcoholismo desatado, que la llevó a subirse al escenario y tener chascarros, como caerse u olvidarse de la canción o repetir versos de una canción. A mediados de los setenta va a abandonar la escena artística musical, para ocupar las calles de Ahuatepec y Tepoztlán con otrxs amigxs de borrachera y llevando una vida muy precaria. Muchas personas la habían dado por muerta tras casi las dos décadas de no cantar profesionalmente. Hasta resurgir como el ave fénix a principios de los noventa, en el teatro bar El Hábito, de la mano de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe. Por su parte, Herzog y Almodóvar impulsarían su despegue internacional.
El mundo raro
Siempre rara. La gente tiene la manía de llamarme rara.
Me han llamado rara desde que nací. ‘Esta niña es muy rara’,
‘Chavela es que eres muy rara’, ‘¡Qué mujer más rara!’.
Bendita rareza;¡si supieran qué raros me parecen ellos!
¡Si supieran qué ridículos me parecen en su formalidad!
¡Si supieran qué torpes, qué necios, qué simples, qué mutilados me resultan![9]
Una artista que no vestía como las mujeres de su época era considerada rara y audaz al usar pantalón de manta y jorongo. Chavela Vargas comenzó a cantar a finales de los cincuenta y sorprendió con su actitud desafiante y su apuesta radical, no solo porque no vistió como las mujeres, sino que además lo hizo encarnando una masculinidad indígena. Subvirtiendo el género y la blanquitud del escenario. La performatividad de su ser rompía todas las reglas establecidas. Supo crearse un personaje y un estilo original. Para Carlos Monsiváis, al prescindir musicalmente del mariachi, Chavela eliminó de las rancheras su carácter de fiesta y mostró al desnudo su profunda desolación. Por lo tanto, le puso el cuerpo y la voz para flagelar el deseo y el desamor de todxs. Sin la estridencia de la banda de mariachis, se crea otra atmósfera de intimidad dada solo con una o dos guitarras y una voz desgarrando el dolor de un amor ingrato o en la conquista bravía de un amorío. Monsiváis señala que Vargas supo expresar la desolación de las rancheras con la radical desnudez del blues.
Cantó en bares, restaurantes, cantinas, hoteles, programas de televisión y luego después de su resurgimiento pisará grandes salas y teatros del mundo, tales como el Olympia de París. Solo guitarristas le acompañaron en sus presentaciones y un repertorio de más de cuarenta canciones. Comenzaba casi siempre con “Macorina” y terminaba con “La Llorona”, no sabemos si buscando cábala o por costumbre de poner cachondo con “Macorina”a su público y terminar de estremecerles con “La Llorona”, para luego escuchar los vítores y petición de un bis como un acto de gratitud para devolverles a su público el alma al cuerpo. Chavela Vargas aprovechó su presencia escénica y el carácter performativo de la canción y el lugar neutro de la enunciación para subvertir la normatividad heterosexual de la canción popular romántica, como señala ella misma en su autobiografía:“Macorina produjo, en su época, algún morbo. Lo explicaré: una mujer, Chavela Vargas, cantaba una canción como aquella y apretaba los dientes y susurraba cuando seducía a la joven y la piropeaba: ‘Ponme la mano aquí, Macorina…’”. Sin duda, la artista fue una pionera para las intérpretes del deseo lésbico y, por ello, se transformó en icono para la comunidad tríbada. El mundo raro de Chavela es un mundo de lesbiana masculina, pero pelilarga en sus comienzos, muy coqueta y osada en sus conquistas para ser más chingona que los machos de sus amigos. El nombre de lesbiana no le caía bien, no se sentía cómoda, lo percibía como un insulto. Chavela habría pasado a saludar al Segundo Encuentro de Mujeres Lesbianas Feministas (1979) que se llevó a cabo en casa de la militante lesbofeminista Nancy Cárdenas, amiga y vecina de Chavela. En la visita habría comentado con el humor que le caracterizó: “¡¡Ay este es el kindergarten de las lesbianitas!! ¡¡Ay qué bonito!!”. Y habría dicho: “a mí no me gusta la palabra lesbiana, ¿no podríamos decir mejor movimiento homosexual? Porque lesbiana es una palabra muy fuerte, muy ofensiva… a mí la palabra no me gusta”.[10] Solo se reconciliará con la palabra lesbiana ya siendo octogenaria, verbalizándola cuando la reconocieron con la Gran Cruz de Isabel la Católica en España (2000): ella intervino cuando la estaban presentando al nombrarla y, tras decir su procedencia, agregó “y lesbiana”.
Epílogo o El último trago
Investigar la vida de Chavela Vargas me ha impulsado a hacerme muchas preguntas sobre la lesbiandad, por ejemplo, en asuntos tales sobre cómo abordamos las relaciones sexoafectivas entre mujeres, y en general las disidencias. Lamentablemente no hemos logrado subvertir el tipo de relaciones heteronormadas estando en parejas, ya sea con roles establecidos o con problemáticas que terminan en situaciones de violencia, en muchos casos.[11] Seguimos construidas en una idea de amor que tiene una fuerte raíz en la posesión de la otra persona, insostenible desde la monogamia y también desde las supuestas relaciones más abiertas. Desde lo personal, que es político, creo que nuestro problema está en la institución de la pareja, que no importando el género, sexo o preferencia sexual reproduce lógicas de poder y explotación al igual que cualquier relación heterosexual.
Afortunadamente, la diversidad sexual es muy heterogénea, hay las personas que no han politizado su género, sexo, ni preferencia sexual. Otras que se han organizado para exigir “ser normales”, y han luchado por el matrimonio igualitario, reproducirse, adoptar y construir un modelo familiar tradicional. También existimos quienes habitamos a gusto un mundo raro, cuir, y decimos: ¡¡Bendita rareza!!, como dijera Chavela. Los modelos de lo normal son muy cuestionables para la libertad de las personas. Tenemos una mirada más crítica para politizarlo todo, y somos disidentes al sistema cisheterocapitalista[12] que nos quiere produciendo en su negocio de muerte.
Otro tema que me abre preguntas y reflexiones es la cuestión de la masculinidad en mujeres: ¿Es posible una masculinidad no dominante? ¿Es contradictorio? Sin duda, existe una multiplicidad de masculinidades, que no es solo territorio de hombre cis o trans, sino también existen mujeres y lesbianas que como expresión de género habitan lo masculino. Asimismo, hay muchas formas de vivir lo que queramos definir como lo femenino, siendo o no obediente con el mandato del género. Jack Halberstam dice que hay una “frontera, a menudo permeable, entre lesbianas butch y hombres transexuales […] lo que está en juego en este debate es el proyecto mismo de las masculinidades alternativas. Obviamente, no todas las transexualidades suponen un desafío (o quieren desafiar) a la masculinidad hegemónica, y no todas las masculinidades butch son subversivas. Sin embargo, […] nos proporcionan una oportunidad única para conocer performances explícitas de masculinidad no dominante”. Sin duda y, siguiendo a este autor, las mujeres han hecho su propia y única contribución a lo que llamamos masculinidad moderna y estas aportaciones suelen ser completamente ignoradas en los estudios de género. Concuerdo también con el autor, con respecto a que lo que reconocemos como masculinidad femenina es, en realidad, una multiplicidad de masculinidades, es más una proliferación de masculinidades, y cuanto más identificamos las variadas formas de masculinidad femenina, más se multiplican. Dentro de la multiplicidad de masculinidades es urgente tener una mirada crítica a la “masculinidad hegemónica” y ser conscientes de la forma de habitarla para desmontarla y no seguir reproduciéndola en sus parámetros tóxicos.
Finalmente, también la investigación sobre Chavela Vargas no solo me ha potenciado las reflexiones de este ensayo, sino otras pasiones como la creación del cabaret performático El Chavelazo, que es un homenaje subversivo a doña Chavela, en contenido y ritmo, subvirtiendo a ese amor con raíz de amo que le cantó y que la mandó al mismísimo infierno. Es un cabaret porque hay música y muy buenos chismes, que no se pueden publicar, pero si acuerpar en el cabaret. Es un cabaret performático pues son mis encuentros o citas a una artista que admiro mucho. Por último, también es un ritual sexorcista para corazones rotos. El espectáculo toma su nombre, Chavelazo, de un ritual que comprendía en secuestrar a la amigx que le habían roto el corazón, ponerle el playlist completo de Chavela Vargas, escuchar su desahogo y emborracharla hasta exorcizar el sentimiento del mal de amor. Acto que cobraba mucho más sentido con nuestras compañeras lesbianas.[13]
Bibliografía
Cortina, María y Chavela Vargas, Dos vidas necesito. Las verdades de Chavela Vargas, Barcelona, Ediciones de Intervención Cultural/Montesinos, 2002.
Halberstam, Judith, Masculinidad femenina, Madrid,Editorial Egales, 2008.
Monsiváis, Carlos, “Chavela Vargas: el poderío de la desolación”, La Jornada, abril de 1995.
Vargas, Chavela, Y si quieres saber de mi pasado, Madrid, Editorial Aguilar, 2002.
[1] Sobre el lesbiandrama les recomiendo la canción de la colectiva chilena Torta Golosa, que lo resume con prosa rapera genialmente la problemática. Ver en https://www.youtube.com/watch?v=g3QejmoS5mg&ab_channel=TORTAGOLOSA
[2] Alonso fue conocido más tarde como el Sr. Telenovela.
[3] Entrevista que realicé a Miguel Alemán Velasco, amigo entrañable de Chavela Vargas, en su Fundación Miguel Alemán, el viernes 11 de octubre del 2019.
[5] Entrevista a Chavela Vargas realizada por Sonia Jones, en Costa Rica, en el año 2003, donde menciona que ella nació bohemia y con sed de lunas. Ver en:https://www.youtube.com/watch?v=KJ5mHgJbl_A&ab_channel=Elhojalatero1
[7] Documental Chavela, dirigido por la documentalista Daresha Kyi y la cineasta Catherine Gund, quien conoció a la intérprete en 1991. Gund realizó varias entrevistas en la casa de Chavela Vargas en Tepoztlán.
[8] https://x.com/CarmenSalinasLo/status/235885203808210944
[10] Entrevista que realicé a Patria Jiménez, el 22 de septiembre del 2019.
[11] Existen pocos estudios de la problemática de la violencia en parejas lesbianas, acá comparto uno muy limitado en Estados Unidos: https://mainweb-v.musc.edu/vawprevention/lesbianrx/factsheet.shtml, y en el libro autoeditado en México: Violencia en la mirada sexológica. Reflexiones de nueve Doctoras en Sexología Humana, México, 2024, el autor Pol Martínez escribe el artículo “Lenchas: La violencia en las parejas de mujeres”, pp. 141-163.
[12] Sistema social en el que el patriarcado, la heteronormatividad y el capitalismo se entrelazan y se refuerzan mutuamente, creando desigualdades y opresión para personas que no se ajustan a estas normas. Al no encajar en las normas de género y sexualidad (como mujeres, personas trans, personas LGBTIQ+, personas no binarias, etcétera) experimentan discriminación, violencia y desigualdades económicas y sociales.
[13] El ritual fue ideado por Francia Jamett, con quien integrábamos la colectiva feminista autónoma Las Clorindas. El grupo fue conformado por un número variado de feministas a lo largo de su existencia, también fue muy heterogéneo en edades y procedencias, se conformó a finales de los noventa y permaneció activo hasta el 2003 en Santiago de Chile.