Cass McCombs: el nómada que hace girar al folk rock
El año 2013 está por terminar. El siglo XXI corre con toda intensidad. ¿Alguien se hubiera planteado que la figura de un cantante de folk parado detrás de un micrófono subsistiera? Cierto es que Dylan aún se encuentra en la carretera; que Devendrá Banhart ha sabido trovar para los más noveles. El primero es un veterano auscultando la música de raíz de su patria, mientras que el texano nutre sus canciones con sonidos provenientes de América Latina —donde creció—. Entre el pasado y la actualidad quedan figuras que se instalan a mitad de camino y pretenden una enésima vuelta de tuerca al country rock.
Tomemos en cuenta que existen dos figuras cruciales para que este binomio se desarrollara: Gram Parsons y Jhonny Cash. Ambos conocían a detalle la historia musical yanqui y la llevaron un paso adelante. En ellos había respeto y heterodoxia por partes iguales. Hoy día tal combinación pareciera darse con buena fortuna en una tercia de músicos por demás interesantes: Bonnie Prince Billy, Bill Callahan y Cass McCombs. Cada uno a su manera se apega al formato clásico de la canción y pretende hallar una peculiar forma de narrar que afirme su personalidad y lo distinga.
En México no llevamos una relación cercana con el country alternativo o Americana —como también le llaman—. Se pone más atención a propuestas que nos remontan a un cosmopolitismo tecnológico, pero no se puede negar que en lo profundo de ese país existe un modo de vida más cercano a lo rural con expresiones muy particulares de sus culturas. No en vano Nashville es uno de los centros neurálgicos de la música y cantidad de grupos y solistas marchan hasta allí para grabar sus producciones.
Aunque nació en Concord, California, en 1977, este singer-songwriter decidió formarse recorriendo de cabo a rabo el país y durmiendo en trenes, zonas de acampada, orillas de carretera y donde más se fuera dando. Lo curioso es que al momento de la caída de las Torres gemelas estaba en Nueva York componiendo. Tras el suceso decidió marcharse en autobús a San Francisco y asumir la grabación de su disco debut. Primero publicó un ep, Not the way en 2002, y un año después A; ambos con un pequeño sello de Baltimore: Monitor Records (aunque para Europa contactó con la prestigiada 4AD).
Desde que arrancó se ha mantenido girando con banda, editando periódicamente y sin establecer una residencia por demasiado tiempo. Ese ánimo nómada no deja de alimentar su repertorio. A estás altura va por su séptimo Lp, que tiene antecedentes brillantes, como Dropping the Writ (2007) y Catacombs (2009), incluido en la lista de Pitchfork entre lo mejor de su año.
Lo interesante es que McCombs se apropia del blues, del rock lento o de una balada sin perder identidad. Su arte consiste en estructuras simples, repetitivas, armonías poco complicadas que le permiten dejar en claro lo que quiere decir. Se ha destacado como un contador de historias que se apoyan en la soledad y el hecho de vivir en las zonas oscuras de la existencia.
Y vuelve con Big Wheel and Others, en el que enfrenta su reto creativo más exigente, pues ofrece un álbum doble y 22 canciones. Actualmente ya casi no se dan ese tipo de exigencias. Casi todo mundo acepta las reglas comerciales (que dictan que 10 canciones bastan) y no apuestan el resto de lo que tienen o pueden dar. Como es usual en Cass, busca plantear las cosas de una manera distinta, por lo que ha explicado que no se trata claramente de un disco doble sino de: “un paquete, un fardo de heno y un barril de petróleo de canciones de carretera, de rock, populares, de blues, de country, de R&B, de cine de culto, de poesía y baladas”.
85 minutos que abogan porque se les repita varias veces para soltar su esencia. McCombs está fuertemente atado a Estados Unidos y explora su relación con una actualidad compleja haciéndonos sentir que suspende el tiempo; suena con total consciencia muy vintage, se acompaña de instrumentaciones escuetas para desarrollar episodios variopintos.
De entrada nos regresa a la infancia desde el comienzo a través de una conversación con un niño acerca de asuntos casi triviales. El pequeño de 4 años se llama Sean y es el centro del documental epónimo estrenado por Ralph Arlyck en 1970. Una vez dentro puedes dejar correr el primer sencillo “There can only be one”, un tema trotón pero muy efectivo o dejarte llevar por el flow de “Big Wheel” –grasosa y polvorienta, llena de blues- y la belleza a baja velocidad de “Angel blood”.
Aunque la polémica ya se ha desatado por “Satan is my toy”, uno de los temas más rock, que paradójicamente contiene una letra propia de una fanático religioso: “Satan is my toy, and Jesus is my boy”; cierto sector de la prensa se escandaliza, pero lo cierto es que es toda potencia. La otra joyita, es la colaboración vocal de la recién fallecida Karen Black en la segunda versión de “Brighter” (un rocanrolito oldie).
Siempre arriesgada y ecléctica, la disquera inglesa Domino Records ha acertado al fichar a un trovador nómada que por alguna razón no ha llegado a las alturas de Beck o Damien Jurado, pero transita por la misma senda. Aferrado a su arte y al vagabundeo, Cass McCombs no se cansa; intenta que sus canciones se mantengan errantes –la vida es el viaje-. Sólo se detendrá cuando tenga una cita con la muerte… es por eso que tiene listo su epitafio: “En casa al fin”.