Carnaval de causas perdidas
La hubiera volado. Es que en verdad la hubiera volado. O mejor aún: dársela al portero. Se gritó gol pero es el grito del gol holandés en los octavos de Brasil y el grito de gol de tantos penales inventados por los americanistas y también es el grito de gol de Maradona con su mano que de santa tiene poco. Ese grito obligado no sabe tan bien como el otro gol del argentino en ese mismo partido. «Se gana bien y bonito», dice mi papá. Nada sabe tan bien como ganar bien y bonito. Sólo los grandes equipos con sus grandes maestros cumplen esa idea. Más que una idea, en cada partido me parece un anhelo (perdonen la cursilería). Me queda lizaldianamente un motivo para que goles como esos últimos penales de Guardado callen para siempre: que tanto y tanto gol se pudra, oh dioses. Goles así de baratos, sin hallazgo, falsos, en serio: que se pudran.
Los carnavales se sirven del disfraz y el desfile para permitir el descontrol. Un descontrol con uniformes es lo que se vivió en el México contra Panamá. Al minuto 24, Luis Tejada salió expulsado por una ingenuidad (insulto tan prostituido entre los escritores): manotazo al rostro del “Maza” Rodríguez. Juzgando de ese modo, minutos antes, Vela tenía que irse por un codazo en el pecho de Godoy y apenas vio la amarilla. Paul Aguilar tiene prohibido ir a un taller de poesía porque su umbral del dolor es muy sensible. Al roce de una yema, le partieron el pecho.
El carnaval apenas comenzaba. Entre vasos de cerveza que no dejaban de caer a la cancha y balones que volaban los panameños como pidiendo auxilio de allá arriba, la selección nacional presentó su parte más honesta: la causa perdida. Curiosamente no la esconde, es impúdica como su entrenador: se festejan goles como si se hubiera ganado el quinto partido. Y es que es tradición. Cuando en una reunión dije que el #NoEraPenal era un homenaje a la mediocridad parecía que mi malinchismo brillaba en mi cerveza. Un meme después del México/Costa Rica confirmaba mi teoría, una imagen de Robben con la leyenda: «Esos son mis muchachos, aprendieron bien». Así comprobé que el aficionado nacional es camaleónico (cortesía de nuestra madre la doble moral): en el bar se aplaudían las llegadas de los panameños pero se gritaron los dos penales de Guardado. El estado tradicional del aficionado ya no es la frustración o la ilusión: es el descaro, el descaro de la indignación. Otra causa perdida.
«Twitter está que arde», me dijo un amigo. #Noeraroja, #VamosPanamá, #Copadelrobo. Lo que en verdad ardía era la furia volcánica de los Panameños. Y si seguimos el dicho universal que repite mi papá en cada partido, había muchísimas razones para que los ardidos, con la copa en general, no sólo fueran los panameños. Un carnaval lleva como escudo la permisividad: se vale todo, menos quejarse. En esta versión de oro, se vale no ganar un solo partido y poder pelear por la final (caso de Panamá). También es válido inventar penales (caso de México en dos partidos).
«Pensé en fallarlo», dijo Andrés Guardado. Está consciente de que pudo tener problemas con su equipo (el PSV) si lo hacía; de que su capitanía –o su misma participación– correría riesgo; de que nuestra afición es tan tramposa que llegando al aeropuerto lo exilian y de que ha estado más veces del otro lado de la gloria. Eso del profesionalismo y la obligación de meterla es tan barato como un discurso oficial. Así se comprueba que el Fair Play, en momentos de verdadero juicio final, es la causa perdida más vasta del futbol. Recuerdo todavía el caso tan grosero de esa eliminatoria para Sudáfrica 2010. Era un Francia/Irlanda y Henry metió el balón con la mano. El Joker de Heath Ledger mantiene una frase ideal para el atacante francés: In their last moments, people show you who they really are. El capitán mexicano, a diferencia de Henry, meditó que un gol es algo más que un brillo entre las redes. Que fallar también puede ser gol, pero las consecuencias de la cursilería son catastróficas.
A nivel de equipos (y de empresas, política y religión), todo viene por órdenes de arriba. Andrés sabía que fallarla haría enojar a gente de traje. Henry ha de tener pesadillas en las que va con el árbitro y le dice que la metió con la mano. La FIFA, ya ni siquiera es un carnaval: es el Chapo riéndose de todos. CONCACAF es la prueba de que vale más llenar estadios que ver buen futbol. ¿Así ocurre a gran escala? Si en una copa tan dantesca como la Copa de Oro parece decisión de arriba que México esté en la final por las razones que sean, ¿en un Mundial sucede lo mismo?
Buscar triunfos como sea en la vida moderna trasciende a la mediocridad: es casi natural. El nepotismo hace que los jefes en varias ocasiones sepan menos que el subordinado. La jugada al pelotazo en cualquier partido en los últimos minutos con todos arriba esperando un remate es la postal de esa búsqueda. La mediocridad se esconde en los festejos. Se mide con enojo. ¿Quieres hacer enojar a alguien? Sácale sus mediocridades. El Piojo es el ejemplo más iluminado. Nadie está más feliz que él de pasar a una final que espero se pierda porque ganaríamos mucho: que se fuera y empezar de nuevo. Funcionó de maravilla como un suero para aliviar la cruda que nos causó la eliminatoria a Brasil. A decir verdad, lo hizo bastante bien. Martinoli lo llama «el populachero que es un gran motivador». Eso necesitaba México. Pero la verdadera prueba del Piojo era esto, este carnaval que es la Copa Oro. Una causa perdida del tamaño de un poema generacional. Es aquí donde se pone la mira en Rusia 2018 y donde se ha demostrado que nuestro color está más cerca del rojo panameño que del verde.
De niño pensaba que los árbitros eran la policía del futbol. Creo que ahora pienso lo mismo. Aunque la policía está más cercana a lo robótico que a la razón, finalmente el carnaval que se vio en el México/Panamá fue dirigido con fascinación por los árbitros como tremendos granaderos en defensa del juego mediocre. Sólo así los que a nada les importa el futbol verifican la verdad más cercana a nuestro juego: «siempre pierden». Siguen siendo los que más saben de esto.
Galeano condenó: «Durante más de un siglo, el árbitro vistió de luto. ¿Por quién? Por él». En la final de este carnaval de oro sólo espero que el cuarteto salga vestido de rojo. ¿Por quién? Por todos.