Tierra Adentro

En una carta que le escribió a un amigo hace casi cien años, Fernando Pessoa se lamentaba: “Mi estado de espíritu me obliga ahora a trabajar mucho, sin querer, en el Libro del desasosiego. Pero todo es fragmentos, fragmentos, fragmentos”. Todo estaría bien en esa carta sin ese “pero” que abre la segunda y definitoria oración, y el lamento no sería tan rotundo sin la repetición de la palabra “fragmentos”, como si en realidad se tratara de lo que Pessoa no quería escribir bajo ese impulso que lo hacía trabajar mucho. Lo cierto es que El libro del desasosiego (Emecé, Argentina, 2000) terminó compuesto por quinientos fragmentos escritos, sin relación aparente entre ellos, entre 1913 y 1935. Eso que Pessoa veía con escepticismo dio como resultado un libro inclasificable o, según Richard Zenith en la introducción de esta edición, un “anti-libro”.

Lo que para Pessoa era un lamento, para otros escritores es un método que explotan con mucha fortuna. Un lector distraído pensaría que la literatura fragmentaria es uno de los tantos géneros que la posmodernidad ha reivindicado. Sin embargo, toda la literatura universal está llena de obras fragmentadas, inconclusas o perdidas: desde los restos que quedan de las literaturas grecolatinas (lo mismo los poemas de Safo o Anacreonte que el Satiricón), pasando por los Pensamientos de Pascal y el Zibaldone di pensieri de Leopardi, hasta el Juan de Mairena de Machado, El libro de las preguntas de Edmond Jabès, Equinoccio de Francisco Tario y las Formas breves de Ricardo Piglia. Justo sobre el libro que Giacomo Leopardi (1798-1837) comenzó a escribir a los diecinueve años, dice Sergio Solmi en el prólogo de Reflexiones literarias (selección, traducción y nota de Guillermo Fernández, Instituto Mexiquense de Cultura, México, 2006):

El Zibaldone viene al encuentro de nuestro gusto moderno por los estados espontáneos y germinales de la reflexión sorprendida en su puntual desarrollo y enriquecimiento. Su pensamiento, claro y enérgico, perfila muy a menudo algunas ideas que dominarán en la segunda mitad del siglo XIX y gran parte del XX, desde Nietzsche hasta el existencialismo.

El poeta Guillermo Fernández (1932-2012) se refería con entusiasmo al Zibaldone y declaraba su gusto por los diarios europeos, reminiscencia de la Ilustración, teniendo como epítome el libro de Leopardi. A Guillermo le gustaba que en esos diarios no se diera cuenta pormenorizada de los sucesos del día, sino que se registraran notas, apuntes o ideas con el fin de apresarlas en unas hojas para después volver a ellas y reescribirlas. Ese gusto personal lo llevó a dedicar los últimos años de su vida a traducir al español el libro completo de Leopardi, de casi cuatro mil páginas, del que publicó algunos adelantos en Sobre el amor y en las ya citadas Reflexiones literarias.

Sobre el amor, Giacomo Leopardi, Taller Ditoria, México, 2009, 52 pp.

Sobre el amor, Giacomo Leopardi, Taller Ditoria, México, 2009, 52 pp.

 

Pero, sobre todo, lo que a Guillermo le gustaba del Zibaldone di pensieri  (literalmente, Miscelánea de pensamientos) es el carácter enciclopédico que contiene; queda claro cuando escribe en la nota previa para las Reflexiones literarias que el libro de Leopardi “abarca todos los grandes temas del pensamiento universal”. Esto sólo es posible en el ensayo fragmentado, no lineal, pero tan lúcido como el desarrollado en el esquema clásico planteamiento–refutación–tesis–conclusiones.

Por su parte, E. M. Cioran (1911-1995) escribió sus apuntes en treinta y cuatro cuadernos que comenzó el 26 de junio de 1957 y abandonó en 1972 (reunidos en un tomo de más de mil páginas, publicado en 1997 por Gallimard). Para las ediciones extranjeras sólo se seleccionaron alrededor de trescientas páginas. En este caso tampoco son diarios como tales, pues no registran la vida diaria del autor sino, como su nombre general lo indica, cuadernos en los que algunos fragmentos están fechados: los sucesos más importantes como el suicidio de algún amigo, la muerte de Camus, su propia idea del suicidio en sus largas noches de insomnio, las salidas al bosque. La compiladora de este libro de Cioran precisa que son “esbozos, observaciones, ocurrencias, notas intelectuales y personales, que constituyen en parte la materia prima de aforismos y fragmentos filosóficos posteriores”, a los que volvió más tarde para reescribir e incluirlos en alguno de sus libros: Ese maldito yo, El ocaso del pensamiento, De lágrimas y santos, En las cimas de la desesperación o Breviario de los vencidos. Al contrario del lamento de Pessoa, Cioran anota que “este ejercicio cotidiano es positivo”. Y muchos de esos primeros apuntes no podían dejar de estar permeados por su temperamento iconoclasta o misántropo.

En esa misma línea está Lobsang Castañeda (Estado de México, 1980), quien con bastante fortuna confecciona en fragmentos su libro Náusea y alergia. En la advertencia que precede a sus apuntes, dice: “Lo escribí durante un año, a la manera de una bitácora de ideas sobre distintos temas a los que luego, por una u otra razón, ya no quise volver”, y por eso lo define con una afortunada metáfora: “un libro de respiraciones entrecortadas”. Páginas adelante, Castañeda dice que en el texto fragmentario “es el yo disperso el que habla”. La dispersión, sin embargo, no invalida al fragmento, como lo han demostrado en sus obras prácticamente todos los pensadores mencionados. El ensayo fragmentado le sirve a Lobsang Castañeda para abundar en infinidad de temas sin llegar al meollo del asunto; “no ofrecen certezas, sino vislumbres”, asegura. Dice Solmi, otra vez sobre Leopardi, aunque bien pudo haberlo dicho sobre Castañeda: “Hoy sabemos que el pensamiento genuino de Leopardi [es un pensamiento] que captamos no tanto en sus conclusiones y afirmaciones generales, cuanto en su procedimiento activo y riguroso, en la incesante repetición y desarrollo de sus temas esenciales”. Con Náusea y alergia, Lobsang Castañeda entra de lleno a este grupo casi secreto de escritores que construyen una obra fragmentaria con clara influencia filosófica, que la hace más profunda.

Náusea y alergia, Lobsang Castañeda, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2013, 138 pp.

Náusea y alergia, Lobsang Castañeda, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2013, 138 pp.

 

Además del Zibaldone, El libro del desasosiego, la obra de Cioran y ahora éste de Castañeda, muchos otros libros fueron concebidos por fragmentos: las muy abundantes greguerías de Gómez de la Serna (quien escribió proximadamente cincuenta mil de ellas en los casi veinte libros que publicó a lo largo de su vida) o la obra aforística del catalán Jorge Wagensberg. Incluso los célebres poemínimos, esa especie de haikús humorísticos de nuestra literatura, de Efraín Huerta, tienen algo de la síntesis, del juego de conceptos y lingüístico, de la agudeza que deben tener las máximas, sentencias o aforismos y que ahora conservan, por qué no decirlo, varios de nuestros tuits. Yoel Hoffmann, un escritor israelí que ha construido su obra a base de fragmentos, sentenció: “Por donde se le vea, los fragmentos de las cosas también son enteros a su manera”.

Así, el común denominador de estos libros es su carácter fragmentario, pero también comparten un rasgo filosófico y pesimista. Sobre lo primero habría que agregar que lo que empieza como un juego o experimento acaba por definir la escritura y el libro. En su calidad de provisional, para la concepción de obras futuras, el fragmento queda sostenido por sí mismo. En estos títulos, el ensayo no lineal, como lo definió Heriberto Yépez, permite que tengan cabida lo mismo apuntes, notas, ensayos cortos, ideas al vuelo, incluso si sus argumentos se contradicen, pues en su concepción muestran todas las caras, todos los posibles argumentos de una hipótesis. Este tipo de ensayo no por fragmentario demanda menor concentración por parte del lector: el fragmento podría parecer de una lectura engañosa (dada su aparente facilidad), pero la superposición de ideas, el ir y venir, necesita de asociaciones mentales que mantengan el hilo conductor. Finalmente, como en todo el arte actual, el lector será el responsable de aportar sus propias ideas para obtener las conclusiones.

Castañeda le dedica su libro al filósofo alemán Arthur Schopenhauer por haber escrito Los dolores del mundo. Esther Seligson, por su parte, escribió: “todo en Cioran es negación, sin por ello caer en la definición de nihilista o de fatalista, aunque le venga de Nietzsche y de Schopenhauer”. Si bien no nihilista ni fatalista, Cioran tomó de Schopenhauer el pesimismo característico de su pensamiento, pues es evidente que el alemán fue una influencia determinante en la obra del rumano-francés. No sé si Leopardi en alguno de sus viajes pudo conocer la obra del alemán, o éste la de aquél, dado que prácticamente son contemporáneos (o incluso si Castañeda ha leído algo del Zibaldone de Leopardi), pero al menos encuentro un punto en común en ellos: ambos fueron lectores voraces desde temprana edad, y su pesimismo ante el mundo y la humanidad es consecuencia del alejamiento que demanda la lectura. Los tres comparten una visión no muy esperanzadora del mundo.

A la manera de Leopardi y Cioran, Lobsang Castañeda se ocupa de todo lo cercano: de la literatura, pero sobre todo de la filosofía y de la decepcionante vida diaria. Los tres coinciden en ver a las sociedades de su tiempo y de sus respectivos espacios convertidas en una entidad envilecida gracias a la frenética vida cotidiana. Cada uno, con un concepto propio, se refiere a lo mismo. Por su persistencia de visiones macabras, Cioran se define en un fragmento de sus Cuadernos como “un eremita en pleno París”, es decir, alguien que voluntariamente se ha alejado del bullicio. El título del libro de Castañeda, Náusea y alergia, remite a la dualidad del adentro seguro y el afuera hostil, el individuo contra la sociedad, “el mundo y yo”, según Cioran, entre los cuales uno debe interponer una sonrisa, “aprender por fin a llevar la máscara”. Lo que Castañeda llama “civilización funcional”, pues dice que “vivimos atrapados en una funcionalidad eterna. Somos funcionarios, funcionamiento”; por eso al morir finalmente descansamos, acabamos por “no servir para nada”. Por ser más laborioso, dice Leopardi, “pesa mucho más el odio que el amor de los hombres”, pues al hacer un favor a alguien nos ganamos el odio gratuito de un tercero. Desde luego, aquí no hay mensajes optimistas como en los libros de superación personal, porque en estos tres lúcidos títulos se muestra a la humanidad en su forma más pura y descarnada, no como la que encarna la esperanza y salvación del mundo sino la que, día a día, cava su propia catástrofe.

Cuadernos (1957-1972), E.M. Cioran, Tusquets, México, 2014, 272 pp.

Cuadernos (1957-1972), E.M. Cioran, Tusquets, México, 2014, 272 pp.