Bob Dylan en Durango
Durango, 12 de marzo de 2014. Las anécdotas alrededor del mundo del cine hecho en Durango dan para un libro: por ejemplo, el abuelo de una amiga de un amigo de Andrés Meraz Salas, hijo de mi amiga Paty, ¡le dio hospedaje a Bob Dylan en su casa! ¡Wow! Bob Dylan viajó por nuestras carreteras, contempló el sol que aquí admiramos, madrugó bajo las mismas estrellas de los noctámbulos y, además, dice la leyenda que bajo la implacable luz lunar refulgente en este cielo compuso: Knockin’ On Heaven’s Door. ¿Será? ¡Sí! Dudarlo me resta puntos en la durangueneidad, término que le escuché por primera vez al propio Andrés esta mañana. Lo cierto es que Bob Dylan, ahora me entero, no sólo compuso el soundrack de la película Pat Garret and Billy the Kid, rodada aquí y estrenada en 1973, sino que también actuó en ella. Y gracias a Youtube es posible ver algunas imágenes:
Bob Dylan sublima el cine al estilo del lejano oeste: duelos, cielos rojos, adobes, carretas, campesinos desamparados, trotamundos valientes, hombres buenos, malos, feos y guapos… mujeres, sed y alcohol. ¿Dónde conseguimos esta obra? Aquí, según mis indagaciones, no hay quien la tenga, y es indispensable programarla en el ciclo Movieland que todos los martes proyecta la Cineteca.
Movieland es casi como sinónimo de Durango; este ciclo al que me refiero presenta exclusivamente películas filmadas aquí, ya sea completas o cuando menos una parte, y me parece muy loable esta propuesta del director de programación de la cineteca, Miguel Ángel Orona, para quien resulta indispensable que el público tenga el placer de ver los extraordinarios escenarios naturales del estado, magnificados en las producciones hollywoodenses: ¡de agasajo! Pero nos urgen espectadores, pues en la última de las tres funciones de ayer, por ejemplo, aparte de mí, sólo llegó un fisgón, quien –luego me enteré–nada más fue a inspeccionar las nuevas instalaciones de la cineteca. Según él.
Anoche vi Revenge (La Revancha) bajo una dulce advertencia en la taquilla: “es una película muy bonita”. ¡Ok! ¿Y qué la hace bonita –al menos desde la perspectiva de la boletera? Pues que los tres personajes principales viven al borde de la muerte a cambio de ver culminada su máxima pasión: el amor. Dirigida por Tony Scott y protagonizada por Kevin Costner, Anthony Quinn y Madeleine Stowe, es esencialmente romántica, pero con su natural toque de violencia encarnada en sangrientas acuchilladas y apoteósicas balaceras.
Luego de platicar con Miguel Ángel Orona supe que el objetivo de los Martes de Movieland es “rescatar y poner a la disposición del público las mejores cintas que se han filmado en Durango, de todos los géneros, sobre todo porque aquí vienen muchos chavitos que no tuvieron la posibilidad de verlas, ya que son muy difíciles de conseguir, y aparte aquí las tienen en pantalla grande”. En efecto, se nota orgulloso al ofrecer una alternativa real para que veamos este tipo de cine.
La noticia que quiero resaltar y comentar es que este año Durango celebra los 60 años de la primera producción norteamericana realizada en nuestras tierras: White Feather (Pluma Blanca), “distribuida en México con el nombre de La ley del Bravo”, según la ficha informativa que presenta Antonio Avitia Hernández en La leyenda de Movieland Historia del cine en el estado de Durango (1897 – 2004), un libro publicado originalmente en 2006, y que es difícil de conseguir, sólo que hoy tuve suerte y lo hallé en la Librería Vargas, ubicada en la calle Zaragoza, a unos pasos de la Avenida 20 de noviembre, en el Centro Histórica; de hecho, era el último ejemplar en existencia.
Entonces, ojeando el libro, intento recapacitar en el inmenso haber cinematográfico que tenemos y que, sin embargo, prácticamente no conocemos, aun tratándose de películas mexicanas, como las de Juan Antonio de la Riva, realizador duranguense al que se refirió Christian Sida-Valenzuela, director adjunto del Nuevo Festival de Nuevo Cine Mexicano de Durango, en su columna “Reborujo” (El Siglo de Durango, 10 de marzo). De la Riva, nos guste o no, es un referente contemporáneo por: “Polvo vencedor del sol”, “Vidas errantes”, “Pueblo de madera”, “El gavilán de la sierra” y “Érase una vez en Durango”, que no se encuentran a la venta en ninguna parte. Y si me preguntan, yo solamente he visto “Pueblo de madera”. Pero desde luego a los duranguenses nos fascina el cine, y a algunos nos emociona especialmente aquel en el que identificamos escenarios, personajes, momentos históricos y, por supuesto, nuestro impoluto y resplandeciente cielo, del que gracias al cine o simplemente a la capacidad de ver, casi todos tenemos consciencia, y hoy lo constaté platicando con un grupo de estudiantes de octavo semestre de la licenciatura en Ciencias y técnicas de la comunicación (UNID). Diana Villarreal lo dijo claramente: “No existe un cielo más bonito que el de Durango”. Ella lo dice porque “por metiche” se acercó a ayudar en el rodaje de “La verdad sospechosa”, de Luis Estrada con Damián Alcázar como protagonista (abril del año pasado). Y sabe, por lo tanto, que los directores privilegian “estar en el centro y encontrar arquitectura colonial de cierto tipo; a media hora, un río, y a una hora, la Sierra, cascadas, pinos y escenarios muy diferentes en un sólo estado”.
Pero para seguir con las anécdotas, Bertha Rivera, maestra de periodismo y editora independiente, me cuenta que Lee J. Cobb, ganador del Oscar en dos ocasiones, estuvo en Durango filmando la película Macho Callahan a finales de los años sesenta. Ella era muy chiquita, casi no se acuerda, pero sí hace cara de “guácala” cuando menciona que el perro grande y lanudo del actor dejó sus pelos por toda la casa… Sin embargo, ella también me informa que la calle principal de Chupaderos, un set cinematográfico rodeado de montañas restaurado recientemente (se puede ir en taxi desde el centro de la ciudad y el viaje no cuesta más de 60 pesos), donde se recrea –a nivel de fachadas– un pueblo del lejano oeste con su hotel, iglesia, almacenes, casas, estación de policía, bar, tienda de ropa, etcétera, lleva el nombre de Howard debido a una familia de Texas con ese apellido que vino a hacer cine: “era un gringo y mi padre le hizo su rancho”.
En su libro, Avitia Hernández habla de otro gringo, éste mucho más famoso, que también vivió en Durango y construyó sus propios sets cinematográficos: John Wayne, artista estelar que definitivamente se impregnó del paisaje y el paisaje de él, a tal grado que aún asombra el brío con el que corre en su caballo por los cerros de Chupaderos, desde donde desciende a galope para abrir las puertas de una cantina de par en par, a unos pasos del patíbulo.
En el capítulo “El salvaje y barato oeste durangueño”, el historiador Avitia Hernández presenta una larga lista de películas tipo western realizadas por los norteamericanos y los “chili westerns”, que es la adaptación del género por compañías productoras mexicanas. Pero más que enumerarlas por ahora es preciso saber que de 1954 a 2009 suman 156, aunque la última que menciona es Bandidas (2004), con Penélope Cruz y Salma Hayek, una coproducción de Francia, México y Estados Unidos, dirigida por Joachim Roenning, por supuesto más famosa que muchas, ¿quizá por tratarse de heroínas de calibre femenino?
Pero en fin, esta nota es la antesala al libro que reseñaré la próxima semana: Durango. Filmes de la Tierra del Cine, motivo de un evento fastuoso reciente que, sin embargo, tuvo poca trascendencia por lo mismo: el volumen aún no se encuentra en las librerías de la ciudad, así que mientras ese objeto del deseo llega a mis manos me contento con volver a ver a Dylan en actitud Dylan en Movieland.