Tierra Adentro
Fotografía por Nidia Rosales Moreno.

Estamos hechos de maíz. En el Popol Vuh, después de ensayar con barro y madera, los dioses quiché decidieron probar suerte con esta materia dulce. De maíz se compone nuestra carne, y no es metáfora. Miles de años abalan esa apuesta y nos han conferido, a pesar de las carencias nutritivas que por distintas causas merman a todas las comunidades, una oportunidad en este mundo. Los campesinos han sabido intercambiar semillas para mejorar sus cualidades y crear ricas variantes. Esa diversidad alimentaria es producto de métodos tradicionales donde no cabe totalmente la propiedad privada, donde la vida sigue anclada a su sentido colectivo. Cuando la tierra se trabaja, el cielo se comparte, quizás, un poco más.

Bioartefactos. Desgranar lentamente un maíz se presenta en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca. En ella participan los colectivos BiosExmachinA, MAMAZ y Desmodium-máquina, así como los artistas Minerva Hernández, Héctor Cruz, Lena Ortega y Alfadir Luna. La curaduría estuvo a cargo de María Antonia González Valerio, quien además coordina BiosExmachinA, taller de fabricación de lo humano y lo no humano, un proyecto interdisciplinario donde colaboran estudiantes de filosofía, historia del arte, biología, física, diseño gráfico e industrial, artes plásticas, ingeniería mecatrónica y agronomía. BiosExmachina busca hacer visible que temas como este no deben abordarse únicamente desde la ciencia sino que además les incumbes a las humanidades y las artes.

Ante esto, la exposición plantea una pregunta: ¿puede el maíz ser un objeto artístico? Estamos acostumbrados a separar el arte de lo cotidiano, los museos y la academia han hecho su parte en esta construcción que separa el todo y busca mantener intactas ciertas estructuras de poder. Sin embargo, el cruce entre el arte y otras vías para violentar la realidad es inevitable, le antecede al objeto mismo en su calidad de discurso social y político. Todo lo que hacemos proviene de una inquietud personal pero también obedece a un tiempo, va hacia el otro para integrarse a un sistema comunicativo y decir algo sobre nosotros. Clarice Lispector escribió en un breve poema: “¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros.”

Bioartefactos surge del cruce entre arte, ciencia y tecnología. Yo diría que el arte mismo es medicina para habitar el mundo, para tratar de entendernos dentro de él y con suerte curar nuestras dolencias primigenias, aunque sabiendo de antemano que no podemos curarnos de la vida o estaríamos muertos, sino que más bien curarse es aceptar la marea de sentimientos contradictorios que a veces nos aquejan y la carga de dolor que antecede a todo momento de felicidad o entrega. Lo cierto es que nada nos pertenece y las situaciones más crueles nos preparan para dejar ir todo aquello que consideramos nuestro. El arte también nos permite expropiar territorios censurados: cuerpos, pensamientos y objetos que intentan inscribirse en un campo hegemónico. La ciencia y la tecnología hacen su parte para facilitar la vida y preservarla, para omitir cierto grado de responsabilidad, en su sentido más ontológico y primario, que deviene cuando hacemos cosas para el otro.

Es fácil entender que cuando nuestra existencia se transmute en el umbral último de la muerte, los objetos que nos acompañaron quedarán vacíos, apenas vivos en la memoria de quienes nos vieron interactuando con ellos, llenándolos de una utilidad que quizás no tenían de manera aislada. Lo mismo sucede con el arte. No hace bella la existencia ni la facilita, nos muestra que lo bello está atravesado por una conciencia misteriosa que no difiere entre lo bueno y lo malo, lo útil y lo no útil, acaso se inscribe en un equilibrio de la forma, de la composición, como pasa cuando caemos hipnotizados ante la música, por ejemplo. En todo caso, los objetos artísticos hablan de cruces de miradas, de intersecciones y pequeñas violencias, y por ello podemos decir que constituyen espacios colectivos, plazas habitadas por todos: poemas.

De maíz se sostiene el ciclo vital. Por eso la preocupación de muchos ante la posible liberación de semillas transgénicas. A la larga, esto supondría el exterminio de la variedad agrícola, la transformación de los métodos tradicionales de cultivo y de la vida misma del campo, así como riesgos en la salud de quienes consumimos diariamente alimentos preparados con maíz. Existe una semilla llamada Terminator, cuya destrucción se mide porque una vez cosechada la mazorca la semilla no vuelve a reproducirse, terminando así con el ciclo. Ante este panorama desolador, Bioartefactos convierte el maíz en un objeto artístico para descontextualizarlo, otorgándole una función distinta que haga evidente dicha problemática. Como la ciencia y la tecnología, el arte es útil, otorga claridad a través de ruido, combate violencia con violencia.

“El que controla la semilla, controla la vida”, dijo alguna vez Marietta Bernstorff, directora de MAMAZ (Mujeres Artistas y el Maíz), colectivo que surgió a partir del cuestionamiento en torno a lo que sucede con nuestra base alimenticia. Quizás tendríamos también que preguntarnos quién controla la vida, quién decide lo que comemos, cómo vestimos, qué pensamos. Si hubiera un solo culpable las cosas serían, tal vez, más fáciles, pero vivimos en un sistema multiforme que crece de muchas maneras y se alimenta, ante todo, de silencio. A partir de un mural compuesto de bordados alusivos a este problema, MAMAZ apunta algunas causas que orillan a las especies nativas de maíz hacia su posible extinción: falta de apoyo al campo por parte del gobierno, pérdida de la tradición de siembra por la migración, escasez de agua por el cambio climático y los intereses económicos de las empresas trasnacionales.

En la exposición había también instalaciones con medios vivos. El colectivo Desmodium-máquina reconstruyó el ciclo vital en tres pasos: una mini biósfera donde crecían plantas cuya condensación de agua se traducía en vibraciones que en otro artefacto grababan sonidos en un disco de metal, a la manera de un LP, y terminaban entintados en papel. Al final, el ciclo de la tierra, metáfora de un proceso que hemos hecho invisible, se convierte así en otro tipo de objeto. Los sonidos de la tierra devienen en agentes de conocimiento, en puentes desde donde mirar lo que realmente sucede en el planeta.

Lena Ortega indaga en otro campo, pasamos de la semilla transgénica a la producción de alimentos con jarabe de maíz de alta fructuosa y sus repercusiones en la salud. En un pequeño cuadro se lee una guía para saber alimentar a la familia: “1. Revisa los alimentos de tu casa, 2. Trae al MACO los que contengan jarabe de maíz, 3. Arrójalos sobre la mesa”; así como una lista de algunos alimentos producidos con esta fórmula. El objetivo es informar, a la manera de un comercial televisivo, de qué está fabricado lo que comemos, de dónde viene, qué genera en el organismo.

De la soledad del campo comemos, de esa aceptación y gozo ante lo que significa sentarse bajo la luna y escuchar el viento sobre las hojas. Sentirse pequeño, sumergirse en un valle de estrellas. Apreciar el tiempo como un regalo caótico de, como dice Sábato, un niño caprichoso que destruye hormigueros por diversión. Lo colectivo viene de la tierra, sin nada que nos ligue a ella ese aislamiento ha derivado en desolación y angustia. Del olvido de estas y otras prácticas ancestrales ha nacido el sujeto y sus crisis existenciales. Pérdida de sentimientos genuinos de solidaridad y pertenencia. Algo necesario que marca el fin de una época, quizás. Más que nunca, nos hemos sorprendido desamparados en medio de un mundo que ya no entendemos, ajenos a un orden que necesita la metáfora para poder explicarse a sí mismo pero en cambio recibe dosis de realidades prefabricadas y adormecimientos generales. Vivimos anestesiados.

La exposición estará hasta el 15 de septiembre en el MACO de Oaxaca.

Fotografías tomadas por Nidia Rosales.

Autores
La redacción de Tierra Adentro trabaja para estimular, apoyar y difundir la obra de los escritores y artistas jóvenes de México.
Es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, por la UNAM. Junto al artista plástico Pavel Acevedo, dirige Espacio Centro, un lugar independiente de exhibición y producción artística ubicado en la periferia de Oaxaca. Trabaja lentamente en su ficción y en un pequeño huerto.