Tierra Adentro
Cancelación. Imagen tomada de Pixabay.

Aunque no es nuevo exigirles respeto y un uso responsable de sus voces a las personas que gozan de cierta fama, una búsqueda rápida muestra como la frase “cultura de la cancelación” tomó fuerza a finales del 2017 entre los usuarios de Twitter, y ha crecido en popularidad durante esta pandemia que nos mantiene interactuando a través de nuestras pantallas.

La idea de “cancelar” se originó en la comunidad virtual #blacktwitter, donde se usaba la palabra para referirse a cortar cualquier tipo de nexo y apoyo hacia quien hubiera roto el contrato social que mantenemos. Un claro ejemplo de “cancelación” surgió en el 2015, meses después de que el comediante, Hannibal Buress mencionara públicamente que el actor, comediante y activista, Bill Cosby era un violador. Aunque se tenía información al respecto desde hace décadas, no fue sino hasta esas declaraciones que el tema comenzó a hablarse más en Twitter y diversos blogs; gracias a esto, más víctimas se sintieron escuchadas, listas para hablar públicamente de sus experiencias, y las empresas se sintieron presionadas a tomar decisiones financieras para deslindarse del violador que, eventualmente, fue declarado culpable ante un juzgado.

Fue en ese contexto de movimientos como #MeToo, que la palabra “cancelar” comenzó a usarse por la población en general para hablar del productor y violador, Harvey Weinstein, condenado a 23 años de prisión; del acosador y comediante, Louis C.K., y de Kevin Spacey, el actor señalado por abusar de menores.

Así, cuando al descubrirse que personas famosas (músicos, actores, comediantes, productores, escritores) habían cometido abusos sexuales impunemente, usuarios de Twitter y Facebook vocalizaban sus intenciones de boicotear las carreras de los implicados. Algunas acciones incluían dejar de pagar por su música, sus películas, o sus libros. Y tanto los empleadores como quienes tenían proyectos en conjunto con las personas canceladas, se sintieron presionados a cortar lazos profesionales para evitar ser parte de ese boicot.

Estas acciones no se han logrado por el corazón bondadoso de aquellos que durante años permitieron el abuso y prácticas discriminatorias mientras volteaban hacia otro lado; las repercusiones se concretaron porque al ver que la inacción podría tener consecuencias para ellos y sus proyectos, salieron públicamente a romper vínculos con los abusadores, a cancelar libros, o eliminar programas. Eso es “cancelarlos”.

Para las personas que estamos acostumbradas a lidiar con los efectos de nuestras acciones, la idea de la cancelación parece una consecuencia lógica a nuestros errores públicos, pero para los beneficiarios del nepotismo u otras prácticas injustas, con plataformas desde las que comparten puntos de vista mediocres y discriminatorios, es una pesadilla que usuarios sin renombre, muchas veces anónimos en una red social, puedan criticarlos y exigir consecuencias a sus discursos de odio. Lo interesante es que quitar de una posición de protagonismo a alguien cuyas ideas dañan a la sociedad nos beneficia a todos, y ser cuestionados por nuestras acciones y palabras, también. Al final la esfera social con privilegios aplaude la meritocracia, del mismo modo que cualquiera ama las historias de redención. Lo anterior sugiere que si alguien merece su plataforma, ya tendrá tiempo de volverla a obtener, después de haber enmendado sus errores.

Sin embargo, la realidad nos dice que esas personas “canceladas” probablemente regresen a sus plataformas en cuestión de semanas o meses sin haber cambiado en absoluto, pues la sociedad en general sigue sin tomar en serio distintas formas de discriminación y por lo tanto olvida y perdona fácilmente. Como muestra está el comediante Dave Chappelle, quien ha sido duramente criticado por burlarse de las víctimas de abuso sexual y las personas transgénero; sin embargo, él se ha beneficiado del miedo a la cultura de la cancelación, creando especiales en Netflix alrededor del tema y recibiendo 20 millones de dólares.

Hay casos en los que la llamada cancelación no es más que una crítica merecida, sin mayores consecuencias. Por ejemplo, a principios de año la conductora regiomontana de noticias, María Julia Lafuente se refirió a las manos de una mujer como “prietas, horribles y nacas” en plena transmisión. La sobrina de la señora, indignada, publicó en Twitter lo hirientes que habían sido las palabras para su tía, y la gente comenzó a criticar a la conductora. Pero solo bastó una disculpa pública para que el asunto se olvidara. Finalmente en una sociedad racista y clasista ese tipo de comentarios intolerantes no son particularmente ofensivos.

Otro ejemplo de “cancelación” que nunca llega a ser más que una crítica merecida es la carrera artística de Kanye West. En mayo de 2018, después de haber apoyado públicamente al presidente de E.U., Donald Trump, la celebridad salió en televisión a decir que las personas afroamericanas estaban siendo limitadas por una cárcel mental, más que por un sistema injusto y racista, y que el hecho de que hubieran sido esclavizadas por tantos años tal vez había sido una elección propia. Fue duramente criticado, pero un mes más tarde sacó su nuevo álbum Ye (2018) que llegó al número uno de las listas de Billboard.

De esta manera, famosos con un buen equipo de relaciones públicas generalmente logran salir ilesos de cualquier incidente cercano a la cultura de la cancelación. Y tristemente lo que muchos consideran “cancelaciones” no son más que una ola de críticas que no tienen más consecuencias que la incomodidad de quien no está acostumbrado a lidiar con el resultado de sus actos.

¿Recuerdan cuando el presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova se burló de los representantes de los pueblos indígenas, específicamente del líder chichimeca Mauricio Mata y las críticas comenzaron a lloverle por sus comentarios racistas al punto de pedir su renuncia? Pues el INE organizó un encuentro con Rigoberta Menchú, a quien invitaron como observadora electoral. Obviamente nadie se iba a poner a criticar a una indígena Premio Nobel de la Paz, quien voló a México a estrechar la mano de Córdova y a hablarnos del perdón. Así que en cuestión de horas, el llamado a la renuncia de Córdova desapareció. Cinco años después, el señor sigue en su puesto, probablemente con el mismo nivel de ignorancia y de desprecio hacia gran parte de la población a la que representa.

Las personas realmente “canceladas” son quienes no tienen plataformas, quienes se oponen a las estructuras de poder, quienes lo pierden todo en actos injustos. Forman parte de ese poder aquellos que son criticados mientras llenan auditorios, venden miles de libros, o continúan siendo pagados para compartir sus opiniones caducas en diarios de circulación nacional.

Los profesores que han abusado de sus alumnas en las universidades con más prestigio del país, y quienes han sido “cancelados” en redes sociales siguen en las aulas, dando clases y participando en webinars, o si acaso “les fue mal”, están en casa con una buena jubilación y una reputación básicamente intacta fuera de círculos feministas; mientras las mujeres de quienes abusaron, perdieron oportunidades laborales que nunca regresarán, tuvieron que dejar sus estudios, cambiar de especialidad o dedicarse a algo distinto. ¿Quiénes son los cancelados realmente?

Aunque el intento de “cancelación” puede tener consecuencias positivas para algunos -pues las críticas llegan a generar simpatía y esa victimización los fortalece-, a veces ni siquiera existe una crítica, sino que alguien se pregunta qué pasaría si existiera una, y eso basta para que cientos de personas salten a defender a su cantante, escritor o actor favorito. Hace poco lo vimos cuando una persona supuso que la portada de ¿Dónde jugarán las niñas? (1997), álbum de la banda Molotov, habría sido “cancelada” si la hubieran lanzado este año; eso bastó para que las personas salieran a defender algo que a pocos les interesaba retomar.

Finalmente, en una sociedad racista, o transodiante, ¿quién está dispuesto a exigir consecuencias por acciones que todos hemos cometido? Si es abuso la presión con la cual el actor, Aziz Ansari obligó a una mujer a tener relaciones sexuales con él, entonces mi novio y mi mejor amigo serían abusadores, y obviamente no lo son, ¿verdad? Y si no entiendo por qué lo que dijo la autora J.K. Rowling es transfóbico, pues cuando lo dicen mis amigas es solo un chiste, y yo claramente no odio a las personas trans, porque sigo creyendo que la única expresión de odio es la violencia física y verbal, entonces no sé cuáles de mis acciones o palabras podrán ser criticadas en el futuro y, lógicamente, mi reacción será apoyar a esas personas famosas pasando por un mal momento.

Cuando nos enteramos que el tenor español Plácido Domingo había dañado el futuro profesional de mujeres jóvenes que no aceptaron sus propuestas sexuales, curiosamente no lo entendimos como “cancelación” hacia ellas; pero después de tres décadas de que el tenor abusara de su poder, decenas de víctimas y testigos alzaron sus voces para acusarlo, y la Orquesta de Filadelfia le canceló al artista la invitación a abrir un concierto, entonces sí tuvimos que leer columnas de opinión de señores que empatizaron con el abusador y vieron como una injusticia que las instituciones hubieran creído en las denuncias de decenas de víctimas. Aunque algunas de las consecuencias de esas denuncias incluyeron que el tenor quedara excluido del teatro de la Zarzuela en Madrid, a principios de agosto, fue galardonado en Austria por su influyente trayectoria profesional. Eso es, cancelado no está. Después de haber jugado con las carreras de mujeres con menor poder durante décadas, el señor es aplaudido, y a sus 78 años continúa recibiendo el respeto de su público y de personas poderosas en la industria de la música.

El problema para algunos es que hasta hace poco las reglas comunitarias no se aplicaban a ellos. Es más, gran parte de la sociedad sigue sin conocer las “nuevas” normas, entonces parece indignante que aquellos sin poder y cuyo rol en la sociedad era quedarse callados, o sonreír mientras se les humillaba, ahora vayan por la vida exigiendo respeto y hasta acciones disciplinarias. En la actualidad, la comunidad LGBTQ+, las mujeres, las personas neurodivergentes, las comunidades indígenas y personas racializadas van por ahí usando redes sociales y compartiendo su indignación hacia lo que se consideraban prácticas comunes y “solo chistes”.

Una de las razones por las que “la cultura de la cancelación” asusta tanto es porque el mundo está cambiando. Las personas comunes poseemos el acceso a herramientas que de cierta forma democratizan las ideas, y lidiar con este cambio puede ser difícil para quienes se beneficiaban de las estructuras antiguas.

Antes solo teníamos acceso a los datos oficialistas; si queríamos saber de un tema actual, necesitábamos prender la televisión, o comprar un diario para leer el punto de vista de los editores, pero ahora basta voltear a ver nuestros teléfonos para leer las versiones y puntos de vista de quienes están en el lugar de los hechos. Por supuesto que necesitamos seguir creando medidas alternativas que permitan rendir cuentas y democratizar la información de forma responsable, pero debemos lidiar con una realidad llena de medios irresponsables.

Lo que parece molestar a algunos es que personas sin renombre tengan el poder de decidir sobre sus vidas. ¿Cómo es posible que mujeres “desconocidas” puedan señalar a un hombre famoso y respetado? Y peor aún, que lo acusen no solo en las mismas instituciones que llevan décadas ignorando abusos y revictimizando a quienes quieren denunciar, sino compartiendo sus historias a través de redes sociales. ¿Cómo es posible que cientos o miles de personas les crean cuando lo único que hacen es compartir historias de 280 caracteres o menos, acompañados de capturas de pantalla que pudieron haber sido alteradas? Básicamente estábamos acostumbrados a escuchar solamente a aquellos quienes tuvieran poder y decidían a quién dar voz y a quien no, y de qué forma, pero actualmente “cualquier persona” puede conectarse a internet, contar su historia y ser escuchada. ¡La osadía!

La narrativa oficial nos dice que si la adolescente sonrió para una foto días después de haber sido violada, entonces está mintiendo. Pero en este mundo de cancelaciones que une a miles de jóvenes que han sufrido abusos parecidos y entienden sus complejidades, las denuncias se vuelven virales, y las historias son creíbles; aunque sean compartidas por alguien con una foto de perfil en la que sale sonriente en minifalda.

Con las consecuencias negativas que el internet puede traer, ahora una adolescente con una cuenta de Twitter o TikTok puede decir “¡ya basta!” y despertar no solo para leer críticas a sus acciones, sino para toparse con un mar de “yo te creo”.

La frase “cultura de la cancelación” viene acompañada de la favorita de los columnistas de opinión: “cacería de brujas”, y eso dice mucho sobre cómo perciben la realidad. Quienes se quejan de la “cultura de la cancelación” realmente creen que ser señalados por defender abusadores sexuales en pleno 2020 es similar a ser parteras perseguidas y quemadas por la iglesia durante el siglo XIV, y solo por eso merecen ser cancelados y donar sus espacios a alguien con más talento.

¿Se puede usar la “cultura de la cancelación” para dañar a alguien injustamente? Por supuesto. Existen varios ejemplos de directivos que en un intento de limpiar la imagen de su empresa desechan públicamente a sus empleados por un malentendido, tampoco los apoyan de ninguna manera, con todas las consecuencias negativas que eso pueda tener.

A finales de agosto, una madre soltera a quien no se le permitía entrar a un supermercado con su hija, fue grabada mientras gritaba sus comentarios clasistas y discriminatorios hacia los policías que le impedían el ingreso. Usuarios de Twitter crearon el hashtag #lady3pesos, y cuando se enteraron que trabajaba para la empresa inmobiliaria Century 21, fueron directamente a exigir acciones. La empresa, para no meterse en problemas, rápidamente salió a deslindarse de la empleada y a darla de baja de su red. El comportamiento de la mujer fue erróneo y merecía dar una disculpa pública, pero los empleadores se deshicieron de ella sin problema alguno, dejó a una madre soltera sin sustento en plena pandemia con tal de evitar conflictos.

Pero ahí el problema no es la rendición de cuentas exigida por la sociedad, o las charlas sobre temas importantes que queremos tener, sino el poder que tienen las empresas en la vida de los trabajadores y la falta de ética que hace que los directivos prefieran dejar a alguien sin sustento si eso mejorará la imagen pública. Lo anterior aplica tanto a trabajadores de la construcción como a cantantes famosos, o productores de películas. El asunto no es la crítica, es lo que las personas poderosas hacen con ella para cambiar el panorama.

En el caso de la escritora J.K. Rowling, quien después de haber compartido discursos transodiantes y apoyado a personas que acosan a mujeres trans, aún cuenta con el apoyo de su casa editorial, Hachette UK. Finalmente luchamos contra la discriminación, pero cuando tomar una postura pública al respecto puede eliminar ganancias millonarias, tal vez nos resulte más conveniente quedarnos callados. Así, cuando un grupo de empleados se negó a trabajar en el más reciente proyecto de la autora, la empresa no se los permitió, declarando que “la libertad de expresión es la piedra angular de la industria editorial”.

Algo interesante es que muchas veces lo que se critica no son las ideas, sino la forma tan irresponsable en la que se comparten. Por ejemplo, a principios de junio, el diario New York Times publicó una columna de opinión en la que un senador estadounidense pedía al gobierno federal usar las fuerzas armadas en su país para reprimir las protestas contra la represión policial. Cuando los reproches comenzaron a llover, incluida una carta firmada por 800 empleados en la que criticaban que se hubiera permitido publicar información falsa, el editor confesó haber publicado un texto que no cumplía con los estándares editoriales sin antes haberlo leído. Así, cuando renunció a su cargo, no lo hizo por la crítica a sus ideas, sino por su incapacidad de realizar su trabajo correctamente.

No fue “cancelado” por darle espacio a una idea rechazada por muchos, sino que él se “canceló” a sí mismo después de dañar la reputación del diario para el que trabajaba, algo que había hecho más de una vez anteriormente. No hubo “caza de brujas”, solo consecuencias a un trabajador deficiente en uno de los puestos más poderosos en el periodismo estadounidense .

La cultura de la cancelación somos las voces que no se escuchaban, las personas cuyas identidades no eran más que un chiste del que los comediantes se burlaban durante sus programas en horario estelar; bromas que nuestros padres repetían en la hora de la comida, y nuestros compañeros reiteraban durante el recreo. Pero ya no estamos dispuestxs a aceptar ese trato. Proponemos cambiar los chistes, exigirles a estos comediantes material nuevo y gracioso, a dejar de reciclar ideas que no funcionan y abandonar la mediocridad. A renovarse o morir.

Me parece que las personas que usan su voz para demandar respeto hacen un trabajo necesario, y estoy agradecida con lo que muchos llaman la “cultura de la cancelación”. Hace solo un mes, durante su discurso del día de la independencia de E.U., el presidente estadounidense, Donald Trump dijo que la “cultura de la cancelación” era “la definición misma de totalitarismo“, y a mí me sacó una sonrisa. Si alguien con ese historial tiene miedo, entonces vamos por buen camino.