Becas y maestrías, dos sistemas de subvención de la literatura
La obra de Jonathan Franzen, Joyce Carol Oates, David Foster Wallace y Rivka Galchen es un ejemplo de los paradigmas de publicación en Estados Unidos: el de las editoriales de Nueva York y los programas de escritura creativa. Este artículo analiza el circuito universitario norteamericano sin perder de vista el sistema de apoyos en México.
La tensión que existe entre la necesidad de profesionalización del escritor en un mercado económico siempre precario para la cultura, y el ideal del creador como autónomo o resistente a las instituciones o al capital son conflictos irresolubles, ideas que son objeto de constantes controversias. Hace unos años se levantó una polvareda en Estados Unidos por la publicación de The Program Era. Postwar Fiction and the Rise of Creative Writing (Harvard University Press, 2009), de Mark McGurl, un estudio académico sobre el rol de los programas universitarios de creación literaria (escritura creativa, como se llaman en Estados Unidos). El libro suscitó una fuerte discusión sobre los regímenes de manutención económica de los escritores norteamericanos: el sistema descentralizado de trabajos y becas en universidades y el sistema neoyorkino de freelance alrededor de revistas y editoriales de la Gran Manzana. El centro del debate era la idea de que los programas constituyen el acontecimiento central de la narrativa norteamericana de los últimos cincuenta años, y su efecto en las estéticas de la literatura estadounidense ha sido decisivo. En otra parte he argumentado que una idea similar podría plantearse sobre el FONCA y la “narrativa joven” en México.[1]
Más allá de los efectos estéticos, el debate mexicano sobre las becas y el norteamericano sobre los programas de escritura creativa dicen algo muy importante acerca de las circunstancias socioeconómicas de la producción literaria actual. Chad Harbach, por ejemplo, reflexionó en MFA vs. NYC (Faber and Faber/ N+1 Foundation, 2014) sobre un problema fundamental del modelo neoyorkino: “Nueva York no puede ser superada en dos cosas: el superestrellato y el olvido” (p. 19). La cultura neoyorkina se define por la construcción de un sistema que canoniza a un puñado de escritores que obtienen gran éxito cultural y financiero. También sostiene un ejército de escritores a través de un sistema laboral precario y un sistema necesario de olvido y desplazamiento que permite a los más jóvenes aspirar al estrellato cuando muchos de sus mayores fracasaron en su intento. Éste ha sido el efecto que ha tenido la privatización editorial en la literatura latinoamericana del Boom en adelante: algunas superestrellas con buenas regalías y otros tantos que publican en editoriales privadas y que, pese a ello, no viven de la escritura. El sistema universitario, como las becas mexicanas, es una fuerza que busca sustentar la producción literaria independientemente de la desigualdad propia del mercado, apoyando, en teoría, a autores con apuestas más arriesgadas y menos comerciales, y permitiendo el desarrollo de los escritores antes de ponerlos en los estantes. Por esta razón la poesía, que carece de mercado en ambos países, subsiste casi exclusivamente del Estado o la universidad.
Sin embargo, Harbach es claro en dos puntos. Primero, ambos sistemas producen normativización: hay tipos de escritura que se imitan cuando uno enfrenta a profesorados o jurados con intereses estéticos que buscan reproducir en becarios y pupilos, pero hay otros que se reproducen porque las empresas privadas consideran que ciertos productos son más cercanos al mercado o a su inclinación ideológica. La proliferación de poesía metalingüística y experimental es producción del sistema de becas en la medida en que la autorreferencialidad es un factor de sistemas culturales de evaluación entre pares. De igual forma, la proliferación de novelas históricas o de textos sobre el narco es producción mercantil. No existe un sistema libre: toda creación está sujeta a los valores ideológicos, intereses económicos y jerarquías de capital simbólico de las instituciones. El otro punto es que ambos sistemas se polinizan entre sí. Existen escritores formados en las becas que entran al mercado y escritores de mercado que vuelven a las becas o, los más, escritores que viven en ambos reinos.
Concluyo con dos ideas abiertas a discusión. Primero, del ensayo de Harbach se desprende la necesidad de no tomar la subvención de la literatura como si fuera un sistema de valor. Como pregunta para la crítica, por ejemplo, resulta absurdo preguntarse si una forma de subvención (o la falta de ella) resulta en mejor literatura: las becas producen un sistema de desarrollo de la escritura del cual florecen unos cuantos escritores de consideración y varios sentenciados al olvido. El canon literario es la punta de un iceberg de obras olvidadas, de autores que hicieron apuestas fallidas. La investigación sobre esta enorme producción olvidada que el crítico Franco Moretti lleva a cabo en su libro Distant Reading (Verso, 2013) muestra que es imposible saber qué procedimientos literarios y formales adquirirán trascendencia histórica. Por eso las becas y universidades permiten la proliferación de estéticas que a la larga llevan a la evolución literaria, aun cuando entran en conflicto con las instituciones culturales. Sin este hecho no podríamos comprender a los tres novelistas más influyentes de la narrativa norteamericana actual. No existiría Jonathan Franzen si el modelo neoyorkino no privilegiara una estética realista que el autor depura novela tras novela —como también hace Harbach—. El genio de David Foster Wallace floreció gracias a la pugna que tuvo con las estéticas con las que debatió durante su maestría en la Universidad de Arizona, y a haber desarrollado una visión crítica del taller literario. Y tampoco podría valorarse el trabajo de Junot Díaz sin comprender la forma en que las instituciones de Nueva York y las universidades privilegian la experiencia burguesa liberal blanca, contra la cual se definen los escritores latinos y afroamericanos. Si atestiguamos hoy en día un boom de la narrativa norteamericana que no se veía desde la posguerra —y que va desde escritores decanos como Franzen y Joyce Carol Oates, hasta jóvenes que han brillado desde temprano, como Rivka Galchen o Rachel Kushner— se debe a que todos ellos han utilizado las maestrías o al sistema de freelance como condiciones de posibilidad económica y como desafíos a superar en su estética.
Segundo, estos sistemas hacen notar que la literatura existe en un sistema social y económico de producción que plantea una relación simbiótica entre economía, institución y literatura. Si existe una defensa de las becas, no consiste en el valor de las obras que se producen a través de ellas, sino de que una literatura sólo puede producir si existe una entidad que sustente la producción del promedio de los autores y de la norma literaria. Actualmente no existe un sistema poético tan productivo como el norteamericano, debido a que las universidades proveen a la poesía de una viabilidad económica que pocos países tienen. Una cantidad considerable de poetas son profesores o estudiantes en programas de escritura creativa. Asimismo, varios de los poemarios son publicados por editoriales universitarias o independientes, administradas en parte por escritores adscritos a una universidad. Pero lo más importante (y lo que distingue a la maestría de la beca mexicana) es que también ofrece lectores: estos programas requieren la lectura de una cantidad importante de poemarios como parte de la formación de los poetas. La combinación entre los libros vendidos a estudiantes, los ejemplares comprados a las bibliotecas y las ventas que resultan de la existencia de un cuerpo de profesores y ex alumnos permite que exista una industria editorial viable. Esta poesía tiene ciertas normatividades (abunda el confesionalismo producido por un sistema de talleres que fomenta el individualismo), pero existe una pluralidad considerable de escrituras: poesía del paisaje, experimental y del lenguaje, amorosa, etcétera. Nadie puede determinar qué sobrevivirá de esta producción. Pero es preferible que ésta exista y que haya instituciones que mantengan la producción y el consumo de la literatura, a la romantización de márgenes y catacumbas que, si observamos la de países que carecen de instituciones, resulta en muchas ocasiones en una producción estrecha y precaria, en la que incluso las obras geniales corren riesgo de olvido.
[1] “La generación como ideología cultural. El FONCA y la institucionalización de la ‘narrativa joven’ en México”, Explicación de textos literarios (California State University: Department of Foreign Languages), núm. 36-1.2, 2008, pp. 8-20.
[…] “latinoamericanos” en las editoriales españolas) y otras de tipo nacional (el papel del Estado en la producción y circulación literarias). Uno de los fenómenos locales que, creo, tiene mayor […]
[…] lo señalara Ignacio Sánchez Prado en un artículo reciente, las becas como modo de subvención de la literatura, además de permitir la supervivencia de los […]