Tierra Adentro
Fotografía Baños Roma, por Teatro Línea de Sombra / Blenda.

José Ángel Mantequilla Nápoles, un boxeador cubano radicado en Ciudad Juárez, abrió las puertas del gimnasio Baños Roma, lugar que, con el tiempo, quedó en el olvido hasta que los integrantes de Teatro Línea de Sombra lo rescataron. La remodelación del lugar y la puesta en escena de la también llamada Baños Roma interviene en la realidad para responder, a través del arte, qué significa vivir en el norte de México y cómo enfrentar la violencia.

 

I

El escenario está desprovisto de misterio. Los espectadores nos acomodamos en la sala. No hay a la vista ningún artefacto que pueda transformarse en el portavoz de una realidad alterna. Y tampoco hay en el espacio esa delicada atención, más propia de los magos ilusionistas, que determina qué puede mostrarse y qué debe permanecer oculto. Aquí todo está a la vista. Es evidente que nada sagrado sucederá esta noche. No obstante, nadie parece sentirse defraudado. Los espectadores observan con atención el espacio, que ejerce sobre ellos una cierta fascinación: la que puede provocar el taller de un artesano. Sobre el escenario hay algunas mesas y, atrás, algunos actores trabajan en sus computadoras portátiles. Hay también una cámara de video, una pila de periódicos, un monitor en el suelo, costales de box y un actor que pinta de blanco parte de una pared negra. En efecto, algo será construido aquí, pero ¿qué?

Una actriz se dirige a nosotros y entonces puedo decir que comienza el espectáculo. Sin embargo, ¿es esto un espectáculo? Durante más de una hora, cada uno de los miembros de Teatro Línea de Sombra, dirigidos por Jorge Vargas, expone su propia mirada sobre Ciudad Juárez, el boxeador José Ángel Mantequilla Nápoles y un lugar llamado Baños Roma. Un entramado de relaciones se va dibujando a través del uso de la palabra, la presentación de documentos y la ejecución de secuencias de acciones físicas sencillas.

En la década de los noventa, Mantequilla Nápoles llega a Ciudad Juárez para preparar a un boxeador. Ahí conoce a su esposa y se convierte en el entrenador de jóvenes peleadores del gimnasio Baños Roma. Y es en esta ciudad donde, finalmente, se establece. Sin embargo, él ya no es la celebridad que era, ni la ciudad goza del peculiar glamour que tuvo en otras épocas. Él y la ciudad se deslizan, sin darse cuenta, llevados por la inercia, hacia una especie de disolución. Casi veinte años después de su llegada, el boxeador abandona el gimnasio para recluirse en su casa. Para entonces, el deterioro de la ciudad es notable y la violencia ha expulsado a un número considerable de los habitantes de Ciudad Juárez. Ya no hay jóvenes que entrenar. Y tampoco hay un espacio con lo indispensable para hacerlo. En una entrevista realizada para el periódico La Jornada, el boxeador declararía: “Yo ya no existo”.

Los miembros de Teatro Línea de Sombra no se limitaron a reunir material para contar esta historia, sino que decidieron intervenirla a través de un proyecto de desarrollo cultural: la remodelación y el equipamiento del gimnasio de los Baños Roma y el regreso de Mantequilla Nápoles como entrenador. La puesta en escena Baños Roma surge de esta acción operada sobre la realidad. A partir de esta experiencia, Alicia Laguna, Zuadd Atala, Alejandra Antígona, Jorge León y Malcom Vargas se formulan incesantemente preguntas: ¿qué significa vivir en el norte de México? ¿Cómo se vive la condición de mujer en Ciudad Juárez? ¿Cómo se relaciona la desintegración de un cuerpo social con la del individuo? Y sobre todo, ¿de qué manera están ellos personalmente implicados en esta trama? ¿Cómo los toca esta historia? Estas preguntas los impulsan a presentar a nuestros ojos un relato sobre una ciudad de casas deshabitadas y perros abandonados, una cartografía del esplendor y la decadencia de Ciudad Juárez, una coreografía en la que la violencia enlaza muerte y deseo, registros videográficos de Mantequilla Nápoles en los Baños Roma.

Uno de los momentos más impactantes de la pieza tiene lugar cuando Malcom Vargas relata un episodio de abuso policial, situación ya normalizada, que le tocó vivir durante la preparación de la obra en Ciudad Juárez. El relato resulta perturbador no sólo por su contenido, sino por el hecho de que el actor se des-humaniza colocándose de espaldas al público, frente a una cámara de video. Su rostro sólo es visible a través de un monitor. La asociación con un interrogatorio es inmediata. Pero más allá de esa primera relación, este dispositivo transforma al sujeto en documento, en una imagen sin mirada, y nos coloca en el lugar del policía.

Cuando la obra ha concluido, los espectadores abandonan la sala pensativos. Intercambian impresiones. Muchos de los temas abordados les son familiares, pero las relaciones que se establecieron sobre el escenario entre ellos, sugieren nuevas perspectivas de lo ya conocido. Más que poner en escena un conjunto de temas, Teatro Línea de Sombra se ocupa de poner en relación un conjunto de preguntas. Jorge Vargas me explicaría más tarde las razones de esta forma teatral: “Pensamos que el espectador puede asistir a ver un paisaje de la realidad que nosotros hemos construido para poder crear entre ambos una especie de intercambio de pensamiento”. De lo que se trata es de proponer al espectador “una serie de interrogantes que nos van a permitir a los dos, a cada uno, hacernos una idea de una realidad que va a ser la tuya, la propia, la que tú testimoniaste o la que tú estás viendo en escena. Tantas ideas de realidad como espectadores haya”.

Piezas como Baños Roma han dejado de ser excepciones en nuestro panorama. El espectador teatral contemporáneo se ha habituado a encontrar escenarios desnudos que no pretenden ser más que un espacio concreto para la acción, dispuesto para la mirada. En efecto, hay una línea de trabajo, desarrollada por varios grupos y creadores teatrales (Lagartijas Tiradas al Sol, por ejemplo), que retira del escenario la estructura dramática tradicional, la noción de personaje, la peripecia anecdótica, la construcción escénica de la ficción y la idea misma de representación, para proponer, a cambio, un momento de comunicación directa en el que los actores hablan no en calidad de personajes, sino de seres humanos que habitan la misma realidad, el mismo espacio y el mismo tiempo que cualquiera de sus espectadores. En esta línea de trabajo, el actor sigue utilizando su discurso para evocar una realidad ausente. Sin embargo, esta realidad no es “alterna”. Es tan “real” como los propios actores y espectadores y certifica su existencia mediante un despliegue documental.

 

II

Durante sus dos décadas de actividad, Teatro Línea de Sombra ha producido un gran número de obras escénicas que resultan de la puesta en escena de un texto dramático; otras implican una dramaturgia colectiva que dispone de los textos (no siempre dramáticos) y de otros materiales no textuales con un amplio margen de libertad. Pero, en cualquiera de los dos casos, los resultados han sido piezas que se proponen la generación de ficción. La curiosidad por saber cómo y, sobre todo, por qué el grupo ha tomado una dirección tan distinta en Baños Roma, me llevaron a visitar a Jorge Vargas en la oficina del grupo. Todo el espacio está marcado por la intensidad del trabajo: recargados en algunos rincones, hay objetos de otras obras; los pizarrones aún conservan apuntes; en una pared se lee una serie de juegos silogísticos, usados para construir la estructura de Pequeños territorios en reconstrucción, su nueva pieza.

Para entender lo que está detrás de Baños Roma, es necesario hablar de Amarillo. Sentado a la mesa, Vargas afirma categórico: “Amarillo es un parteaguas en el trabajo que hacemos. En Amarillo dejamos de trabajar sobre un texto preescrito para la escena”. Sólo era posible abordar un tema como la migración desde la realidad compleja y cambiante del fenómeno. El grupo, me explica, tuvo que integrar a sus métodos un tipo de investigación que incluyera el análisis del fenómeno a tratar, la recopilación de testimonios orales y la producción de textos y secuencias de acciones. Pero si en Amarillo habían partido de la exploración de un aspecto de la realidad para construir una obra artística, en Baños Roma decidieron partir de una obra artística para incidir sobre la realidad.

Baños Roma comenzó como una inquietud literaria: una entrevista a Mantequilla Nápoles, publicada por La Jornada hace algunos años, trajo a Jorge Vargas el recuerdo del cuento “La noche de Mantequilla” de Julio Cortázar. Este relato mezcla una crónica de la pelea entre Carlos Monzón y Mantequilla Nápoles con una ficción que narra un encuentro entre dos seres siniestros, presuntamente gángsters, que van a intercambiar algo que parece que es clandestino, durante la pelea. Jorge Vargas se sorprendió, primero de que Mantequilla Nápoles estuviera vivo y, después, por el hecho de que residiera en Ciudad Juárez, que hace cuatro años era la ciudad más peligrosa: había entonces seis homicidios por día. A Vargas le pareció interesante proponer una inversión de la narrativa del cuento de Cortázar: a una crónica sobre Ciudad Juárez, construida por el grupo, se le insertaría una especie de fábula sobre un personaje mítico: el propio José Ángel Mantequilla Nápoles.

Baños Roma nació como una obra destinada a desbordar el marco estético. Su sentido como proyecto se hace visible cuando, además del producto escénico, se considera el proceso creativo y el modo en que se relaciona con el contexto en que nació. Esta tendencia a proponer actividades que rebasen los límites de lo estético surgió como consecuencia de Amarillo. Llevado por la necesidad de impregnarse de la realidad de los migrantes, el grupo estableció relaciones con personajes como Solalinde y comenzó a colaborar con ellos. El desbordamiento del marco estético ha continuado creciendo desde entonces. Recientemente, Teatro Línea de Sombra se ha involucrado en proyectos que tienen una incidencia sobre la realidad mucho más decisiva. Tal es el caso de su participación en un proyecto de Alfadir Luna, que consiste en la construcción de territorios de encuentro entre las comunidades locales y los albergues de migrantes.

En este momento de la entrevista, la inquietud que me trajo hasta aquí vuelve a surgir y pregunto: “Considerando que han trabajado con la ficción durante casi veinte años, ¿este alejamiento de los mecanismos de la ficción sería un punto de no retorno?”. Jorge Vargas es claro en su respuesta: “La pregunta más bien es si eso todavía es suficiente para dialogar con tu entorno en una realidad como la que vivimos hoy. No sólo me refiero al contexto social y político en el que vivimos, sino a cómo han entrado en crisis de veracidad las cosas del mundo. ¿En quién creer ahora? ¿Por qué tienes que creer en el teatro? ¿Por qué tienes que creer en un tipo que te dice que es otro? Creo que el mundo se ha vuelto en extremo ambivalente. En extremo. Y en esa ambivalencia, para mí, un ladrillo de concreto es una posible piedra de toque para reiniciar un diálogo de otra manera”.

La renovación de los Baños Roma preparó el espacio para la obra de teatro y rehabilitó el espacio. Fotografías: Teatro Línea de Sombra / Blenda.