“Atrás de la línea blanca, por favor”
Conocí a Verónica Bujeiro por correo electrónico en los tiempos remotos en los que aún existía Infosel, estoy completamente segura que ella no recuerda que le escribí pidiéndole su obra “La tristeza de los cítricos” para que el Teatro La Capilla la publicara en aquella primera edición de su taller. Era el 2005. Fue cortés y breve, y no volví a tener contacto hasta tres años después, cuando coincidimos en una beca.
Al bajar del camión, Verónica se acercó a mí y me ofreció sin más preámbulo su amistad, ella tampoco sabe que en ese momento le agradecí sobremanera que dejara de lado la brevedad y me tendiera la mano.
Ya para ese entonces, había leído una o dos obras suyas y debo confesar que admiraba su estilo, la atmósfera y la limpieza de sus diálogos.
La amistad se ha fortalecido año con año y mi respeto hacía su obra aún más.
Si existe una joven voz en la dramaturgia mexicana que ha de resistir el paso del tiempo, es Verónica Bujeiro, no me cabe duda.
Lingüista, ilustradora y guionista, Bujeiro ha creado un mundo tan peculiar que es inimitable. No es difícil adivinar cuando una obra o incluso una ilustración está hecha por ella.
En esta ocasión, Verónica nos da una muestra de su dramaturgia con una obra corta titulada “Hoy no”. Pónganse cómodos y disfruten.
“Hoy no”
Verónica Bujeiro
En una cocina cualquiera, Ernesto, un hombre cualquiera, entra y se sienta a la mesa como un Rey en espera de que su corte lo atienda. De la alacena sale Alma, una mujer cualquiera, que rápidamente coloca un plato y cubiertos frente a Ernesto, su Rey, quien desde su pose de monarca no puede dignarle ni siquiera una mirada.
Ernesto: ¡Sal! ¡Pimienta! ¡Limón!
Alma corre por el salero, la pimienta y una mitad de limón. Se los acerca a Ernesto y sazona la comida en la medida exacta, sabiendo perfectamente que un error podría costarle la cabeza. Ernesto devora sus alimentos como aquel que desesperadamente se premia tras un largo día de inútiles batallas.
Ernesto: ¿Y hoy, qué hiciste?
Alma se consiente un respiro y empieza a hablar.
Alma: Lo de siempre.
Ernesto: ¡¿Y qué es lo de siempre?!
Alma: Quitar las telarañas, para que no te asusten…
Ernesto: Bien, bien…
Alma: Limpiar el polvo, para que no te acuerdes…
Ernesto: Bien, bien…
Alma: Limpiar la vajilla…
Ernesto: ¡Ja! ¡Dos platos!
Ernesto termina de comer, avienta el plato al piso y se rompe en pedazos.
Ernesto: Para que mañana sí tengas algo que hacer.
Alma ve el plato estrellado con acostumbrada tristeza.
Alma: ¿Y el postre? ¿Dónde está el postre?
Alma se apresura a procurarle un pedazo de pan y un gran frasco de mermelada. Ernesto destapa el frasco y horrorizado se enfrenta a su vacío. Alma distraídamente se chupa un dedo, saboreando el fin del contenido.
Ernesto: ¿Otra vez?
Alma: Yo no sé qué pasa, Ernesto.
Ernesto: ¡¿Qué no sabes?! Si hasta acá me hueles a mermelada.
Alma: Yo no…
Ernesto: ¡Es imposible tratar de componer lo que no sirve para nada! ¿Por qué no compraste otro de inmediato?
Alma: No puedo salir, Ernesto. Tú lo sabes.
Ernesto: ¡Me hubieras dicho que lo comprara, inútil! ¿Y ahora que voy a comer, eh? ¡¿Qué?!
Alma saca de entre sus ropas un sobre plateado y lo pone sobre el pan tostado. Ernesto palidece ante su brillo.
Ernesto: ¡¿Cuándo llegó?!
Alma: Ayer. Por la tarde.
Ernesto: ¡¿Y por qué me lo das hoy?!
Alma: Ayer… El frasco todavía estaba lleno.
Ernesto: ¡¿Qué te dijeron?! ¡¿Por qué lo recibiste?!
Alma: Tocaban a la puerta, preguntaban por ti.
Ernesto: ¡¿Y no podías fingir que no estabas?! Como si te costara tanto trabajo.
Alma: Ábrelo, a lo mejor es otra cosa. Un premio.
Ernesto: ¿Entiendes eso que te sale de la boca? Parece que no. ¡Bien sabes lo que es! (Pausa) ¿Qué voy a hacer?! ¡¿Qué voy a hacer?!
Alma: Lo que diga allí dentro.
Ernesto estudia el sobre con impaciencia, buscando inútilmente una salida.
Ernesto: ¡El sobre no tiene nombre! ¿Cómo sabes qué es para mí?
Alma: Por ti preguntaron. No por mí.
Ernesto: ¡¿Y cómo te voy a creer a ti?! ¡La más inútil de todas las cosas!
Alma: Yo no la envíe.
Ernesto: ¡Hasta acá me huele como lo disfrutas!
Alma: Tú sabes que es por sorteo.
Ernesto: ¿Cuándo vienen de nuevo?
Alma: No sé. Allí debe decirlo, ábrela.
Ernesto: ¿Y si no la recibías qué pasaba?
Alma: Ya lo sabes. Si te niego la que se va soy yo.
Ernesto: ¡¿Y preferiste echarme al fuego a mí?! ¡A mí, que todavía sirvo para algo!
Alma: Alguien tenía que ir por los dos.
Ernesto: ¡¿Y tenía que ser yo…?!
Alma: Te tienes que ir, Ernesto.
Ernesto: ¡No quiero! ¡Y si vienen te llevo conmigo!
Alma: No puedes. Bien lo sabes.
Tocan fuertemente a la puerta. Ernesto intenta correr a alguna parte, pero se sabe encerrado. Alma se dirige a la puerta, disfrutando cada uno de sus pasos.
Ernesto: ¡No abras!
Ernesto se tira al piso y se aferra a los tobillos de Alma. Alma queda anclada a Ernesto.
Ernesto: ¡No abras!
Alma: ¿Por qué?
Ernesto: ¡Porque me van a llevar a ya sabes donde!
Alma: ¿Y?
Ernesto: Y preferiría estar contigo.
Alma: ¿En serio?
Ernesto: Podría compensarte por todo lo que no te he dicho.
Alma intenta liberarse de su posición de tabla salvadora. Afuera insisten.
Ernesto: ¡Alma! Como antes, ¿te acuerdas?
Alma: ¿Cómo?
Ernesto: ¡Como cuando…!
Alma: ¿Me veías a los ojos?
Ernesto: ¡Sí! ¡Así! O como cuando…
Alma: ¿Cuando todavía había palabras para mí?
Ernesto: ¡Sí! ¡O como cuando…! ¡Cuando…! ¡Cuando…!
Alma: ¿Cuándo…?
Ernesto busca las comparaciones y espera que Alma las llene cual platos vacíos en la mesa. Ante el silencio de ella, Ernesto repara en el frasco vacío sobre la mesa.
Ernesto: ¡Cuando la mermelada estaba llena!
Alma: No sé…
Ernesto: ¡Alma por lo que más quieras!
Alma: A estas alturas, ya no sé qué es lo que más quiero.
Ernesto: ¡Alma, por favor! ¡Desde hoy yo juego tu papel y tú el mío! Tú sales, yo me quedo.
Alma: No sé…
Afuera ya no esperan. La fortaleza de la puerta comienza a ceder.
Ernesto: ¡Vamos, Alma! Diles que no estoy, que nunca me has visto.
Alma: Nunca me creerían. Eres lo único que veo.
Ernesto: ¡Mi vida! ¡Mi Alma! ¡Por favor!
Alma: No sé…
Alma se rasca la cabeza, como si lo estuviera considerando.
Alma: Hoy no.
Ernesto se rinde, suelta la roca que lo mantenía lejos de la corriente. Alma, la mujer cualquiera, se dirige a la puerta y la abre. Unos hombres vestidos con uniforme entran rápidamente y arrastran a Ernesto hacia su nuevo destino. Alma le dirige la misma mirada que anteriormente le regaló al plato roto en el piso.
Ernesto: ¡Alma!
Ernesto sale de la escena arrastrado por los hombres de uniforme. Alma se dirige a la alacena y saca un frasco grande envuelto en una bolsa de papel. Se sienta en el lugar de Ernesto y desenvuelve un gran frasco de mermelada de fresa. Lo coloca enfrente de ella y sonríe.
Oscuro final.