Ardor de la belleza
Titulo: Alas
Autor: Mijaíl Kuzmín
Traductor: Nayar Rivera y Bela Méndez
Editorial: Quimera
Lugar y Año: México, 2013
En Alas, novela que critica la sociedad monoteísta y ortodoxa de la Rusia postsoviética, Mijaíl Kuzmín ejercita una apología la libertad de amar en la que predomina el diálogo como forma. De prosa ágil y reflexiva pese a los discursos cultos que asoman, más que una historia de amor es una historia sobre las formas que el amor adopta, constreñidas por la noción judeocristiana del amor cuyo único destino es procrear y seguir poblando el mundo.
Historia de iniciación con tres escenarios de la evolución emocional de Vania, el joven protagonista, parte de la novela sucede en un San Petersburgo de bardas grises, casas obreras, humo y hollín donde lo relevante sucede en los interiores. Kuzmín no deja nada al azar. Hace que Vania intuya lo inmenso sin haberlo visto en esa ciudad que lo decepciona y a la que Vania llega, joven, tras la muerte de su madre. Su pueblo queda atrás, en el vacío que deja la orfandad y sus ceremonias. Llega a casa de los Kazanski, espacio de voces, de jóvenes que deambulan, de opiniones, donde conoce a Shtrup, un inglés adinerado, amante del arte, que representa lo que a Vania le hace falta en la vida. En San Petersburgo Vania aprende a vivir. Shtrup se le revela como el otro, lo otro que poderosamente le atrae. Las emociones de Vania suceden en la admiración que siente, la atracción hacia Shtrup.
Donde la idea del amor o del decoro tienen que ver con el punto de vista de los hombres, el cinismo puede convertir un hecho insignificante en un acto depravado. No hay juicio moral. Este discurso está en voz de Danil Ivánovich, profesor de griego, una forma de conciencia. “Somos helenos, los amantes de todo lo bello” dice, criticando el mundo en el que la gente se priva del placer.
Vania anhela el mundo de Shtrup, asiduo de Rameau y Debussy, de libros, viajes. Desdeña el barullo de los Kazanski. Y hay un descenso a los infiernos: Shtrup se involucra en un crimen. Vania ignora lo que sucede porque no puede verlo y piensa en Fiódor, amante de Shtrup. Es en la pérdida de la inocencia y en la posesión de los celos donde Vania comprende lo que siente por ese hombre al que admira al grado de no ver el homicidio.
La sociedad rusa de Vania está plagada de prejuicios y tabúes, de cerrazón que prohíbe la pasión de la carne, el deseo, lo diverso. Su erotismo no está en los hechos sino en la contención de lo deseado, en los paisajes en permanente concordancia con las emociones del testigo que observa, en las referencias artísticas de la pintura y en el amor al arte, en la belleza desinteresada.
En la segunda parte de la novela, Vasilsursk es un sitio de bosques oscuros, calles amontonadas donde el paisaje gris es un espejo del alma de los personajes, y las voces de los otros son la evolución emocional del protagonista. El otro, ya no es idea de la belleza sino un cuerpo deseable. Es María Dmítrievna, viuda de treinta años, quien le habla a Vania del amor. En El Banquete de Platón, es Diotima en voz de Sócrates quien habla sobre la belleza. Y es ella la mujer a la que Vania desdeñará.
En Alas las mujeres carecen de belleza, pero son contradictoriamente encantadoras, otra manera de afirmar la homosexualidad de Vania, porque “es más fácil no tener a alguien amándolo que tenerlo sin amor”. María lo exhorta a arder, pues el pecado reside en hacer el amor con el corazón frío, pero si el amor consume, todo se perdona.
Es la misma ciudad donde Vania se reencuentra con Ivanovich, el profesor de griego que lo incita a buscar a Shtrup cuando él pretende olvidarlo. Y Vania es feliz. Deja que el agua en la que nada recorra su cuerpo, mira el paisaje. La alegría se disuelve ante un ahogado que emerge del agua. Le aterroriza la idea de morir sin haber visto ni sentido nada, con la certeza de amar. Huye de María, quien se quiere entregar a él. Huye.
Danil Ivánovich lo invita a viajar a Italia con él y Vania Acepta. Ve en Roma el arte y la belleza, escucha sobre Wagner y Maeterlink. No puede buscar a Shtrup ni verlo como antes, ya no es el mismo de San Petesburgo. Desiste. Se quedará en una casa llena de libros, su metáfora del mundo.
Shtrup aparece en su vida porque no puede burlar su destino. El día de su reencuentro “se quedaron en la mesa sobre la terraza, donde platos de color rojo oscuro, como charcos de sangre, lucían casi negros sobre el mantel rosa en el crepúsculo inminente”, pero no es la conciencia del crimen, sino lo que el hombre provoca en Vania lo que no le permite a éste último entregarse.
Las tragedias cotidianas son las tragedias del Hombre: simples, pero no definitivas y para ellas nunca es demasiado tarde. Es cardinal defender el derecho a ser uno mismo. Hacia el final de la novela, Vania habla de Tristán e Isolda, la historia de una pasión consumada, de un amor que no se reduce a la carne pero que también sucede en los cuerpos. Las historias, parece decir Kuzmín, se deben vivir a toda costa aunque perezcan porque, a final de cuentas, si hay algo que sobrevive, eso será la belleza.