Antibiótica. De lo erótico a lo cotidiano
[…] en ocasiones lavar un plato,
acomodar un cojín,
o dar de vueltas con un plumero en la mano
pueden ser maneras distintas de llorar,
de irse
AE Quintero
La primera vez que leí el nombre de Ángel Vargas fue durante una conversación de WhatsApp con un amigo. Este me contaba de un taller de poesía que lo mantenía emocionado y, entre detalles y chismes, me hablaba de la sensibilidad y calidez con la que contaba el encargado de llevar aquellas sesiones. Dicho tallerista era Vargas y me di a la tarea de buscar su obra en revistas o páginas de Internet, llegando a encontrar algunos poemas que disfruté bastante; con los meses conocí a más personas enroladas en el medio artístico y esférico que resulta ser la literatura en México, mismas que me citaban las grandes habilidades que posee el poeta de Acapulco para construir panoramas cotidianos y hacerlos poéticos. Ese mismo año, resultó ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino, por el poemario Antibiótica, nombre que rescata de la obra de Jaime Gil de Biedma, poeta español cuya obra luce una estreches de grandes cimentos con el poemario ganador.
Antibiótica, entre tantas cosas, es un libro cotidiano, donde el amor, la pasión y los enseres satíricos de lo habitual en la labor de escritor se transforman en confesiones y revelaciones únicas, las cuales llevan al lector a cuestionar sobre su mirada al mundo de lo periódico: los besos son cotidianos, tanto como las cartas que llegan tarde por correo tradicional para avisar de las buenas noticias cuando el amor se ha marchado y “nunca/ llegó el perdón/ para nosotros”; o los libros, cotidianos también, convertidos a la fe de los gallardos y atrevidos que engañan; hasta los mosquitos son cotidianos, tanto como los huéspedes visitas-incómodas que no pueden ser corridos, porque “hay modos distintos/ de nombrar/ la materia en que ardemos”.
Fragmentando la obra en 3 partes (Pandémica, Celeste y Antibiótica), Ángel Vargas logra darle una personalidad tridimensional al poemario al buscar una textura única en los versos de cada parte. La primer sección, cuyo título nos asalta al abrir el poemario, es Pandémica, nombre recibido por el título de un poema de Gil de Biedma, que versa sobre el valor de quien se atreve a amar y a probar el mundo a través de la carne y los distintos sabores hasta encontrar el favorito; y también, de cómo ese mismo amor nos lleva a atravesar las amarguras. De esto trata Pandémica, de cómo hasta la desgracia luce a veces opaca cuando es llevada por el lastre de lo cotidiano y de cómo, los versos contundentes, muy cercanos a la prosa, nos pueden construir oleos de paisajes limpios y frescos, siendo devorados por las ratas.
Existe una dulzura perversa en la poesía de Ángel, una dulzura que podría recordar a algunos de Efraín Huerta, o de Gonzalo Rojas, o también, quizás en antítesis, de Abigael Bohórquez; una dulzura de lobo con disfraz de oveja, que cuando te acercas a acariciar, te engulle la mano con un golpe certero de realidad, aunque también es reflexivo. Ángel duda durante muchos momentos del poemario, y es a través de la duda que llega a nuevas conclusiones y revelaciones que dan sentido lógico y poético al resto de las confesiones de la obra.
En esta primera parte, Navidad en Roma es un poema río sobre el amor terminado, el cual se sumerge en la costumbre para poder continuar; costumbre que prevalece muy a pesar de encontrarse cardinalmente en otro punto geográfico, pero esencialmente donde siempre. Aquí, Vargas juega con las técnicas y las formas literarias al darle un carácter de “poema narrativo”, muy cercano a la crónica y a lo poético con revelaciones de una violencia sutil, pero violencia a final de cuentas. Bien lo cantó Juan Gabriel emperifollado por la voz de Rocío Dúrcal: “No cabe duda que es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor”.
Celeste es la sección del medio. Mi sección favorita. Una donde Ángel se pone a jugar con la poesía y los poemas, una sección satírica sobre todas las cosas. Nombrada así por el mismo poema que da nombre a la primer sección, y construida de ocho poemas en los que el autor se enfrenta a la vida de poeta: tocando los talleres como hospitales de primer, segundo y tercer nivel, donde el poema es sometido a diagnóstico, tratamiento, cirugía, rehabilitación o muerte inducida, de ser esa la condena expuesta; donde “nadie le pregunta al poema: / ¿quieres morirte?, / ¿quieres / estar entre nosotros?”, entre las líneas y las imágenes, entre el brillo de los zapatos de charol del “mejor poeta de la generación” y su “hipocondría textual”; donde los genios dentro de la lámpara mueren por los deseos de la luz y hay un poeta que se opone a la tesis de otro en defensa de las nalgas de los hombres.
Las hojas en Celeste son un campo de batalla donde las palabras generan evocaciones visuales, y la vista no es el único sentido jugando un papel central, sino que también entra en la apuesta la lectura en voz alta y el aliento del lector. El tono de las palabras de Ángel en esta sección es más relajado, pero se nota la habilidad del juego, y una postura nicanor-parriana de bajar a la poesía de su estado iluminador y llevarla al pueblo con sus cualidades y gracias propias del lenguaje. Aquí los versos logran un equilibrio entre comentarios agudos, hilarantes y prosaicos, con revelaciones cuasi-místicas e iluminadas. Ángel es dueño de todas sus herramientas de juego, y juega a la libertad.
La parte final, la que nombra la obra completa, es Antibiótica, nombre extraído del poema Epígrama Votivo, de Jaime Gil de Biedma, un poema corto que expresa un sentir inmediato (en este caso los votos amorosos de Biedma) y que se encuentra construido en ‘silva’, una estructura métrica popularizada durante el siglo XVI por Garcilaso y que consiste en construir versos de 11 sílabas entremezclados con versos de 7 sílabas y rimados consonantemente; al ser esta una estructura que conlleva mucha libertad, el poema (el de Gil de Biedma) toca el tema central de Antibiótica: el erotismo. Creo innecesario especificar que tanto la parte de Pandémica como Antibiótica –así como los poemas mencionados de Jaime Gil de Biedma– son poemas de amor y erotismo escritos de un hombre hacia otro hombre; lo homoerótico también es erotismo y el encasillar uno alejado del otro es seguir contribuyendo a la homofobia y a la discriminación por preferencias sexuales.
Las palabras de Ángel en esta sección bajan un poco el tono de la sátira que había construido en Celeste y las convierte en reflexivas, en una voz franca: “da envidia / la belleza / que no puede mirarse / en un espejo / para guardar / su antes” reflexiona el poeta sin caer en el drama construido en Pandémica. El uso de las palabras y la dislocación de estas crea imágenes que experimentan con el lenguaje habitual, el cual se vuelve místico para nombrar el cuerpo como un campo único de batalla, y construir entre las formas comunes de hablar, estructuras complejas como lo es el calambur: “al levantar la red / nos queda solo el agua / enloquecida / en lo que sí da / en lo que SIDA”
Este es el quinto libro publicado por Ángel Vargas. En este caso es un poemario que recrea las memorias amorosas y eróticas del autor; un poemario que se siembra y se cosecha con una sensibilidad sencilla, a raíz de las cosas diarias, de las cosas que comúnmente muchos de nosotros pasamos por alto; un poemario confesionario, lleno de revelaciones, sueños, y declaraciones, pero también es un poemario inteligente, inundado de técnica, investigación y trabajo duro y constante de limpieza.
Un poema-poemario muy limpio, lleno de claridad y de las distintas voces que conforman el canto de un poeta que se pone a mirar el mundo mientras lava los platos.